lunes, julio 06, 2020

Ennio Morricone: la ternura y la violencia de la historia, en música para imágenes



El compositor italiano murió este lunes 6, tras una extraordinaria carrera como musicalizador de cine, que tocó todas las notas del devenir social.

“Todas las músicas que he escrito las hice con gran amor, algunas mejor logradas que otras. Pero las recuerdo todas como si fueran hijos. Si hay un hijo más bravo, más bello, para mi son todos iguales”, sostenía Ennio Morricone en una de sus últimas entrevistas, y ¿quién podría decir que no es así?
Es que es imposible atravesar una escena musicalizada por el maestro, que hoy se fue a los 91 años, con el cuerpo indemne.
Se fue habiendo compuesto más de 500 películas y series, de haber trabajado con autores como Pier Paolo Passolini, Brian de Palma, John Carpenter, John Boorman, Quentin Tarantino, Bernardo Bertolucci, Terrence Malick y Gillo Pontecorvo, y de imprimir en la conciencia popular una buena cantidad de leit motivs indelebles, como ese “tuturu tu tún” de El bueno, el malo y el feo que se volvió sinónimo del western, de su polvo y su tensión.
Fue con el director de ese clásico, Sergio Leone, aunque algunos años antes, que dicen que Morricone entró para siempre en su liga única. Según recuerdan en un rico especial del podcast Banda Sonora Original dedicado al compositor, Leone le encargó para Un puñado de dólares, del año ‘64, una música que recuperase la cantinela de sonidos metálicos que había escuchado de otras piezas, y que volvería a hacer sonar en otras películas del género.
Hablamos del spaghetti western, del cual tanto Leone como Morricone son figuras centrales, y que tuvo en Un puñado… su definitivo lanzamiento para masas. La confluencia de director y compositor aparece tan mágica como necesaria: hoy cuesta separar a la potente banda sonora de Morricone de esta resignificación italiana del género, que venía a teñir con el realismo sucio y ese maridaje entre crudeza y belleza, tan propios de los tanos, un género nacido por el contrario para ensalzar las virtudes de la “civilización” moderna sobre la “barbarie” india. Leone y otros autores del subgénero (con los que también trabajó Morricone) cargaban de personajes cínicos, de héroes egoístas, lo que había sido el terreno (no exclusivo, pero terreno al fin) de cowboys ejemplares -mientras, merece decirse, también en Norteamérica se operaba un vuelco, con el desarrollo del oscuro “western crepuscular”. Un bello y buen fin de toda esta trama es la musicalización de Morricone para Los odiosos ocho, de 2015, en que Tarantino indagará con sus particulares gestos sobre la violencia de origen del Estado norteamericano.
Las pocas definiciones políticas de Morricone -algún apoyo a Matteo Renzi y Barack Obama, y su alegría por ir a recibir un premio “de los Reyes de España”- no opacan algunas decisiones laborales, mucho más interesantes, dejando su música en películas afines a los explotados. Son esas melodías familiares al thriller en la entrada a la fábrica de La clase obrera va al paraíso, que anticipan el accidente laboral, y las estridencias que acompañan las labores fabriles de un trabajador -aún- sin conciencia de clase. Es el tenso sonar del suspenso en la redada de los militares franceses de La batalla de Argel, y el triste tono con que acompaña en ella a un condenado a muerte, en su camino a una guillotina que ha pasado de ser instrumento del terror revolucionario jacobino a herramienta de la opresión colonial. Son esos coros cual liturgia cristiana en Teorema, ese escupitajo de Passolini a la moral cristiana de los burgueses. Es el conmocionante piano que acompaña el viaje en tren en Sostiene Pereira, drama de resistencia basado en la novela de Tabucchi sobre la Portugal del dictador Salazar. Son los violines dulces en la comida pobre de la familia campesina, en esa recorrido sobre el ascenso del fascismo que es Novecento.
En el citado podcast BSO se habla de un Morricone dulce, con el sonar conmovedor de cuerdas y de los vientos en que se formó (dio sus primeros pasos, de joven, como trompetista), en films como Cinema Paradiso, y uno estridente, de graves marcados y arreglos de piano tensionantes, que recorre films como Los intocables de De Palma.
Y en todos esos registros, en las decenas de géneros, en los miles de imágenes y acordes, Morricone aparece -y seguirá apareciendo- con toda su ternura, su épica y su crudeza. Trama sonora potente, huella y hermana de la violencia, y de la esperanza, de la historia.

Tomás Eps

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