Se cumplen 20 años del atentado a las Torres Gemelas en el World Trade Center, en Nueva York, y al Pentágono. Se estima que el saldo de estos ataques es de más de 3.000 muertes, de las cuales al menos 1.100 siguen sin poder identificarse. Hace unos días la oficina de médicos forenses de Nueva York identificó 2 nuevas víctimas.
Días después del atentado el gobierno norteamericano dio inicio a la famosa “guerra contra el terrorismo”, cuyo puntapié inicial fue la intervención armada de Afganistán donde se escondía el líder de Al-Qaeda y presunto responsable del ataque, Osama Bin Laden. Esta invasión lanzada en el país asiático buscaba, a su vez, ocultar los propios vínculos del Estado norteamericano con los responsables de la masacre. Es que en la guerra afgana en los 80, Estados Unidos y Arabia Saudita financiaron y proveyeron de armas a las milicias islamistas que se enfrentaban a los soviéticos en el país.
La invasión en Afganistán logró el derrocamiento de los talibanes, que habían alcanzado el poder en 1996. Pero estos se reagruparon en zonas montañosas y en la vecina Pakistán; a partir de allí fueron ganando posiciones. En pocos años, la coalición liderada por los yanquis (que integraba también a varios Estados europeos y Australia) estaba empantanada en el terreno. Bajo el gobierno de Barack Obama, Estados Unidos llegó a desplegar más de 100 mil soldados en el país. El resto es historia conocida: en 2020, cuando la milicia pastún ya controlaba entre un tercio y la mitad de la región, Trump pactó la retirada de EE.UU. a cambio del establecimiento de una mesa de diálogo entre los talibanes y el gobierno títere. Esta mesa naufragó enseguida y en 2021 los talibanes emprendieron la ofensiva final, capturando una a una las capitales provinciales, casi sin resistencia de parte de un ejército nacional corrompido y desmoralizado. Poco después, caía Kabul.
Afganistán no fue el único objetivo de la “guerra contra el terrorismo”, sino que poco tiempo después invadieron Irak en nombre de la posible existencia de armas de destrucción masiva, algo que luego se revelaría como una farsa. La agresión a Irak desató un vendaval de movilizaciones de repudio en todo el mundo, incluyendo la Argentina. La embajada norteamericana era uno de los objetivos de las manifestaciones, tras la rebelión de 2001, por parte del movimiento piquetero, las asambleas populares y la izquierda.
Los números estimados de estas guerras son esclarecedores y estremecedores: un gasto estimado de 1.8 billones de dólares, 1 millón de muertos en Irak y 220 mil muertos en Afganistán (aunque el total de muertes, directas e indirectas, puede ascender a dos millones).
Las consecuencias a nivel local tampoco se hicieron esperar. Se fusionaron varias agencias gubernamentales para crear la NSA (por sus siglas en inglés, la agencia de seguridad nacional) y se establece el Acta Patriótica mediante la cual se proveyó de armamento militar a las fuerzas policiales. Este acta también permitió el acopio de información personal de ciudadanos, la intervención de teléfonos y el uso de nuevas tecnologías para violentar derechos y libertades individuales en nombre de esta lucha contra el terrorismo.
Ya en 2001 en Prensa Obrera señalábamos los objetivos de fondo de esta avanzada imperialista en la región: “Intimidar y aterrorizar a los pueblos de los países semicoloniales”, “poner sus codiciosas manos en las inmensas reservas de gas y petróleo de Asia Central”. Unos 20 años después las tropas estadounidenses se retiran por completo del país en una derrota que ya es comparada con la que sufrió el imperialismo en Vietnam. El escenario internacional que atraviesa a este aniversario está signado por la debacle estadounidense en la zona tras la retirada. A su vez China, Rusia y Pakistán se mueven rápidamente para conquistar posiciones en el área.
En las últimas semanas los familiares de las víctimas del atentado amenazaron con no dejar participar al presidente Joe Biden en los homenajes planificados, a menos que se desclasifiquen los archivos de inteligencia que, según ellos, revelarían la conexión del gobierno saudí para facilitar el ataque. Ante esta presión, aunque necesariamente vinculado al recule en territorio afgano de los últimos días, el presidente se comprometió en desclasificar “algunos” archivos en… seis meses.
La investigación contra los presuntos responsables de los ataques del 11S se encuentra plagada de irregularidades. Los cinco principales acusados se encuentran detenidos en la infame cárcel de Guantánamo, donde fueron sometidos a torturas por parte de la CIA (La Nación, 8/9). El proceso podría quedar en la nada a raíz de esta cuestión.
La guerra en Afganistán envolvió a cuatro presidentes norteamericanos, dos de ellos republicanos y dos demócratas. La caótica retirada ya precipitó una crisis política, debilitando al actual mandatario Joe Biden. Es decir, coincide con este 20 aniversario la apertura de una nueva etapa en la región invadida, pero también en el propio país norteamericano.
Domingo Díaz
No hay comentarios.:
Publicar un comentario