Esto último vale especialmente para la derecha latinoamericana, que con sus acciones y discursos levantó los ejes políticos de la cruzada golpista que el imperialismo yanqui desarrolla contra los regímenes de Venezuela, Cuba y Nicaragua. Es eso, justamente, lo que determinó la ausencia de Brasil y de Colombia en el organismo. Jair Bolsonaro retiró la participación del gigante latinoamericano de la Celac, a principios de 2020, por considerar que esta le daba demasiado “protagonismo a regímenes no democráticos”. Por su parte, el gobierno de Iván Duque, en la víspera del comienzo de la sexta cumbre y luego de condenar la participación de Nicolás Maduro, se sumó al boicot bolsonarista y anunció la no participación de Colombia. En la propia Celac el uruguayo Luis Lacalle Pou, el paraguayo Mario Abdo Benítez y el ecuatoriano Guillermo Lasso repitieron el mismo libreto, es decir, se dedicaron a condenar a los regímenes de Maduro (Venezuela), Miguel Díaz-Canel (Cuba) y Daniel Ortega (Nicaragua) por “antidemocráticos”. Una vez concluida la sexta cumbre, el asesor de la Casa Blanca para América Latina, Juan González, acompañó a través de su cuenta de twitter las declaraciones de Lasso y Lacalle Pou.
Desde otro campo político, el anfitrión y presidente pro témpore de la Celac, el mexicano Andrés Manuel López Obrador, también se encargó, a su modo, de enviarle un guiño al imperialismo yanqui. Ante el cambio de signo político que se viene procesando en el subcontinente en las sucesivas elecciones y el desprestigio que envuelve a la Organización de Estados Americanos -por su colaboración con el derrotado golpe en Bolivia y su silencio ante las criminales represiones de los gobiernos derechistas contra las rebeliones populares de América Latina- AMLO coqueteó con la idea de que la Celac “sustituya a la OEA”. Pero para AMLO, la Celac debería ser un instrumento para consolidar “las relaciones entre nuestros países y alcanzar el ideal de una integración económica, con Estados Unidos y Canadá y en un marco de respeto a nuestras soberanías”. De esta manera, trató de pasar por alto que el avasallamiento de las soberanías nacionales que ejerce el imperialismo tiene como base su predominio económico. La defensa de las soberanías latinoamericanas plantea, en primer lugar, la ruptura con el imperialismo. Esta cuestión central ha estado completamente ausente en todas las intervenciones, incluidas las del ala ‘izquierda’ de la cumbre. De hecho, AMLO colocó como horizonte a la Unión Europea, que no es más que un órgano imperialista de dominación de las principales potencias europeas. El planteo de AMLO no debe sorprender, pues ha sido él, como presidente de México, quien ratificó el tratado de libre comercio (T-MEC) con Estados Unidos y Canadá, mediante el cual se destruyó la economía agraria del sur mexicano, se instaló el régimen de la maquila y se desmanteló el monopolio petrolero de Pemex.
Acompañando los lineamientos generales de AMLO se anotaron el boliviano Luis Arce, el peruano Pedro Castillo y el argentino Alberto Fernández. Este último, sin embargo, suspendió su participación en la cumbre a último minuto, absorbido por la crisis política nacional. Su remplazo, el (ex) canciller Felipe Solá, tampoco pudo ser parte del convite, ya que se enteró que había sido eyectado del gobierno mientras se encontraba en viaje hacia la cumbre. El remate del papelón argentino fue el fracaso del gobierno de Fernández en hacerse de la presidencia pro témpore de la Celac. Es que el canciller nicaragüense, Denis Moncada, rechazó su nominación por considerarlo “un instrumento del imperialismo norteamericano”. La acusación llegó luego de que Argentina se sumara a las denuncias realizadas por la ONU y la OEA contra el gobierno de Nicaragua. Sucede que aunque los encarcelamientos de opositores políticos por parte del gobierno de Ortega y las violaciones a los derechos humanos son completamente ciertas, las denuncias de la ONU y la OEA se realizan a pedido del gobierno norteamericano y tienen un fin intervencionista. Esos mismos organismos que se rasgan las vestiduras ante la situación en Nicaragua, Cuba y Venezuela callan ante atropellos similares e incluso muchísimos peores que realiza el imperialismo yanqui o gobiernos alineados a él.
Por su parte, el bloque de los presidentes integrantes del Foro de Sao Paulo (Venezuela, Cuba y Nicaragua), cuestionaron a la OEA y reivindicaron a la Celac. Maduro reivindicó el régimen bolivariano -el que mutó, desde hace ya bastante tiempo, de un gobierno plebiscitario a un gobierno de facto- y desafió a Abdo Benítez a que le ponga fecha y hora a un debate sobre democracia. Díaz-Canel reivindicó las movilizaciones que se están desarrollando en Uruguay contra el “paquetazo neoliberal”, luego de que Lacalle Pou reivindicara las movilizaciones que se desarrollaron en Cuba “contra la dictadura”. Los presidentes integrantes del Foro de Sao Paulo, sin embargo, carecen de autoridad para criticar los ajustes del resto de los gobiernos latinoamericanos. En Cuba, el bloqueo yanqui de un lado y el restauracionismo capitalista que impulsa la burocracia dirigente del otro, dieron lugar a una profunda crisis social que derivó en una importante reacción popular en julio de este año. Más atrás, en 2018, el pueblo de Nicaragua desarrolló una enorme movilización contra la reforma previsional que impulsó el gobierno de Ortega por orden del FMI, dando inicio a la saga de rebeliones que recorrieron América Latina.
De todos estos cruces y contradicciones surgió un documento con “44 puntos de acuerdo”. Pero se trata de un papel mojado, porque mientras el documento convoca al FMI a flexibilizar las condiciones de deuda y financiamiento, la mayoría de los gobiernos ‘neoliberales’ y ‘nacionales y populares’ del subcontinente ejecutan ajustes brutales para cumplir con los preceptos fondomonetaristas. Mientras se convoca a realizar esfuerzas mancomunados para combatir el cambio climático, esos mismos gobiernos dan vía libre al fracking, a la megaminería a cielo abierto, y a la quema indiscriminada de bosques y selvas. El documento convoca a elaborar un plan regional para la seguridad alimentaria, un año después de que se hundieran en la pobreza extrema más de 20 millones de personas en América Latina. Convoca a atender las olas migratorias, mientras AMLO coloca al aparato represivo del Estado mexicano al servicio de taponar la migración desde Centroamérica a los Estados Unidos.
En definitiva, la sexta cumbre de la Celac confirma la inviabilidad de una “integración latinoamericana” a través de los actuales Estados nacionales y relaciones capitalistas de producción. La unidad latinoamericana solo será posible con la instauración de gobiernos de trabajadores en todos los países del subcontinente, poniendo en pie una Federación de Repúblicas Socialistas de América Latina.
Pablo Giachello
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