La “Campaña del Desierto” o mejor dicho, la campaña de muerte y persecución de los pueblos originarios que habitaban hace miles de años los espacios pampeanos y patagónicos, tuvo como objetivo principal expropiar dichas regiones a favor del germinal Estado argentino y su oligarquía terrateniente. Es decir fueron un conjunto de acciones militares ofensivas que se adjudicaron tierras ajenas en nombre de la “civilización” y el progreso entre los años 1879 y 1885.
El país era presidido por Nicolás Avellaneda y en el Congreso Nacional, a instancias del ministro de Guerra, Julio Argentino Roca, se sancionó la ley que concretó el corrimiento de la frontera del Estado hasta el Río Negro (Ley 947). En realidad esta nueva Ley se dirigía a posibilitar el financiamiento de la acción militar mediante un empréstito especial, ya que dicha expansión se había determinado mediante la Ley 215 de 1867. El proyecto aprobado por el Congreso, especificó que para la operación militar se destinarán más de un millón y medio de pesos. Con este presupuesto, el 16 de abril de 1879, el General Roca y 6000 soldados divididos en cinco columnas se adentraron en los territorios de las actuales La Pampa, Río Negro, Neuquén, Chubut y Tierra del Fuego.
1. Objetivos
Luego de dos meses de campaña
Julio A. Roca había logrado uno de sus objetivos: expulsar a los pueblos y dueños originarios, expropiando miles de hectáreas de tierra, que permitió la consolidación de la oligarquía latifundista.
Así el avance de la frontera fue rápidamente conquistado. Ranqueles, mapuches, pampas y tehuelches eran asediados hace décadas en realidad. Pero sera a fines del siglo XIX cuando tal asedio se transforme en expulsión. En 1878, por ejemplo Rudencio Roca (hermano del ministro de Guerra), fue encomendado a adentrarse en en las cercanías de Villa Mercedes, provincia de San Luis, asiento de ranqueles.
Dos meses después, el propio diario La Nación escribió en su editorial del 16 de noviembre de 1878: “Cosa rara que cayeran heridos 50 indios yendo en disparada y en dispersión. Rara puntería la de los soldados, que pudieron a la disparada casar [sic] a los salvajes, que nunca lo han conseguido nuestros soldados, y más raro aún, que todos los tiros se aprovecharán matando sin dejar ni un solo herido” Cincuenta ranqueles capturados habían sido encerrados en un corral y acribillados. Hasta la propia oligarquía estaba horrorizada de la matanza que ella misma estaba promoviendo.
Pero los beneficios bien pudieron ocultar tal horror: en una carta del propio Roca del año 1878, hacia el gobernador de Tucumán, Domingo Martinez Muñecas, le ofreció “que se reemplazan los indios holgazanes y estúpidos que la provincia se ve obligada a traer desde el Chaco, por los Pampas y Ranqueles” que le enviaría a cambio de apoyo político para la futura campaña presidencial.
Varios contingentes de indios fueron forzados a trabajar en los ingenios de azúcar de Tucumán y el norte del país. Ni lerdos ni perezosos las familias más pudientes de la provincia al enterarse solicitaron contingentes de trabajadores indigenas.
2. Los números del robo
“Entre 1876 y 1903, es decir, en veintisiete años, el Estado regaló o vendió por monedas 41.787.023 hectáreas a 1843 personas.” Entre este selecto grupo de beneficiarios, la distribución de las propiedades oscilaba entre las 200.000 hectáreas de los Luro a las 2.500.000 obtenidas por los Martínez de Hoz.
El propio Roca fue premiado en 1887 por el Congreso de la Nación con 15.000 hectáreas. Para coronar la empresa expropiadora Roca emitió unas palabras al Congreso, anunciando la entrada de otros ganadores: “El éxito más brillante acaba de coronar esta expedición dejando así libres para siempre del dominio del indio esos vastísimos territorios que se presentan ahora llenos de deslumbradoras promesas al inmigrante y al capital extranjero”. La mano del imperialismo britanico acechaba para reclamar su parte.
3. Genocidio y campos de concentracion
Se estima de 15.000 a 20.000 el número de originarios asesinados. Los números de los documentos oficiales del Estado por supuesto son parciales y poco confiables. Como dijimos anteriormente, el asedio a los diferentes grupos nativos no comenzó con la “Campaña del Desierto” sino que fue un largo proceso de décadas que finalizó en 1885. Roca puede ilustrarnos mejor al respecto, en estas palabras del año 1875 dirigidas al presidente Avellaneda: “A mi juicio, el mejor sistema para concluir con los indios, ya sea extinguiendolos o arrojandolos al otro lado del rio Negro, es el de la guerra ofensiva que fue seguida por (Juan Manuel de) Rosas que casi concluyo con ellos.”
Los pueblos que residían en las pampas y en el suelo patagonico se encontraban muy debilitados para ofrecer una resistencia a los fusiles y las carabinas de la empresa conquistadora. Son escasos los documentos que permitan conocer las cifras de los indios que fueron tomados como prisioneros. Lo que sí es certero es que hubieron miles de sobrevivientes que fueron llevados a campos de concentracion erigidos a lo largo del rio Negro y de alli luego eran enviados a la Isla Martin Garcia en Buenos Aires. Dicha isla era el destino previo al posterior repartimiento de los prisioneros. No fueron necesariamente lugares de exterminio, sino de concentración y disciplinamiento y hasta de evangelización. Para los ancianos que no podían trabajar fue su sepulcro. Los hombres que sí estaban en condiciones de ser explotados eran enviados como trabajadores forzados a los ingenios azucareros o los viñedos. Las mujeres eran subastadas como criadas domésticas y separadas de sus hijos, cuyos nombres nativos eran sustituidos y luego dados en adopción a las familias criollas pudientes. Esta es la gloria del Estado argentino que sentó sus fronteras nacionales en base a balazos y políticas genocidas.
Nadia Dubienski
Estudiante de historia
Sábado 16 de abril | 13:09
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