lunes, abril 25, 2022

El polvorín iraquí


La bandera de Irak.

 La guerra entre Rusia y Ucrania se ha convertido en un factor de dislocamiento político y económico a nivel mundial. Todo el concierto de naciones fue golpeado duramente por el ascenso internacional de los precios de las mercancías, y ese fenómeno ha reavivado en varias de ellas las tendencias a la lucha de la clase obrera en defensa de sus condiciones de vida. Irak fue pionero en esa deriva, con un principio de intervención de los trabajadores en el diezmado sur del país. El proceso en cuestión, y el impacto económico de la guerra en Europa, coincidieron con el desarrollo de una crisis política que se encuentra sacudiendo los cimientos del régimen político iraquí. 

 Las protestas

 Cientos de trabajadores se manifestaron la primera semana de marzo en la ciudad de Nasiriyah, un baluarte de las grandes revueltas que tuvieron lugar en octubre de 2019, debido al elevado precio de los alimentos.
 El gobierno enfrentó la movilización con una feroz represión que dejó varios heridos. Según algunos funcionarios, los mercados iraquíes no venían siendo afectados por la inflación en los últimos meses, por lo que han atribuido la subida de precios a la invasión rusa de Ucrania. A esta situación se le suma que Irán y Turquía restringieron sus exportaciones a Bagdad para priorizar el consumo interno, lo que añade más leña al fuego de la inflación. El gobierno ha ensayado algunas medidas para mitigar la crisis, como el refuerzo de la asistencia social o el racionamiento de los alimentos del mes sagrado del Ramadán. 
 El gobierno bagdadí, con el actual premier Al-Kadhimi a la cabeza, ha venido aplicando una fuerte política de ajuste contra los trabajadores, no sin importantísimas resistencias. En el curso del año anterior procedió a devaluar el dinar iraquí, como medio para reponer los ingresos de la alicaída economía nacional. Asimismo, en aras de obtener un empréstito del Fondo Monetario Internacional (FMI), incursionó en una gigantesca poda de los salarios y conquistas de los trabajadores estatales.
 Desde la ocupación yanqui que terminara con el dominio de Saddam Hussein en 2003, los trabajadores se han manifestado mayormente contra la corrupción de los gobiernos, el creciente desempleo, la falta de servicios básicos, y, en el último tiempo, contra la intervención de Irán y de Estados Unidos, que tienen un peso gravitante en el país. 
 Dos de los principales detonantes de la Primavera Árabe fueron, como en la actualidad, el alto costo de los alimentos y la falta de acceso al agua. En Sudán, otra de las naciones en las cuales los trabajadores protagonizaron protestas en el marco de ese proceso, recientemente se han desarrollado otras en rechazo al aumento de los precios del pan, el transporte y la electricidad. En otras partes del globo, como en Albania y Sri Lanka, también se desenvolvieron luchas. No por nada el FMI alertó que existe la posibilidad de que en Medio Oriente, o incluso en regiones del África, se produzca un incremento de los “disturbios sociales”.

 Parálisis política 

Mientras la descomposición económica y social va tomando cada vez más vuelo, las tendencias políticas que gobiernan están envueltas en un empantanamiento no visto hasta ahora. Han pasado más de cinco meses desde que se realizaran las elecciones legislativas y las diversas coaliciones todavía no han llegado a un acuerdo para nombrar al nuevo presidente. Como en el Líbano, el régimen político iraquí tiene (desde 2003) características sectarias. De acuerdo al esquema establecido, el presidente del Parlamento debe ser un musulmán suní, el primer ministro uno chií, y el jefe de Estado, kurdo. 
 Las elecciones parlamentarias de octubre de 2021, que se convocaron anticipadamente para calmar los bríos combativos de la población y reconstituir la autoridad política del Estado, arrojaron una reconfiguración del tablero político local que ha devenido en crisis. El nacionalista clérigo chií Muqtada al-Sadr obtuvo el primer lugar y se hizo con 73 escaños; el segundo puesto se lo quedó el suní Mohamed al-Halbousi, del Partido Al-Takadum, con 37 bancas; y en el tercer y cuarto lugar han quedado la Coalición Nacional del Estado, del ex premier Nouri Al-Maliki, con 37 escaños, y el Partido Democrático del Kurdistán (PDK), con 31, respectivamente. La pro iraní Fatah sufrió un derrumbe estrepitoso, obteniendo un grupo casi minúsculo de diputados (17) en comparación con las elecciones precedentes. 
 El novel parlamento iraquí fracasó tres veces en ungir a un Jefe de Estado. No se alcanzaron los dos tercios necesarios de los legisladores para poder elegirlo porque primaron los choques y el faccionalismo entre las distintas fuerzas, así como también pesó la baja de la candidatura del ex ministro de finanzas por acusaciones de corrupción. La fractura se desarrolla con especial agudeza en el seno de las corrientes del chiismo. Ni siquiera ha servido la intervención de la Corte Federal para encontrar una salida frente a la encerrona. El Marco de Coordinación, un frente que nuclea a organizaciones chiíes en su mayoría alineadas a Irán, que incluyen a Al-Maliki, a Fatah, y a la Unión Patriótica del Kurdistán (UPK) del presidente en funciones Barham Saleh (quien es candidato), ha impedido el quórum de manera fervorosa. Su rival es la alianza liderada por el victorioso Al-Sadr, que integra con el PDK y partidos sunitas, la cual como consecuencia de la baja del candidato acusado promueve la postulación de Rebar Ahmed. 
 El bloque conducido por Al-Sadr pretende imponer un gobierno de mayoría, en el que el cargo de primer ministro lo asuma su primo, Jaafar al-Sadr. Así barrería con el sistema tradicional del chiismo donde todos sus partidos se reparten el poder, logrando construir una clique propia y monopolizar el botín político que le corresponde a esa rama del islam. En la vereda de enfrente, el Marco de Coordinación defiende la mantención del denominado “gobierno de consenso”.
 Toda esta situación de parálisis tiene sus raíces en la incapacidad por parte de la burguesía iraquí, cuyos intereses se encuentran entrelazados a los de algunas potencias capitalistas o burguesías vecinas de la región, de terminar con el desmadre reinante y sacar al país del atraso. La intervención del imperialismo norteamericano ha destrozado a Irak, proceso que profundizó el desmantelamiento que engendrara la ONU en los 90 con la imposición de sanciones económicas y el bombardeo de su infraestructura encabezado por una coalición internacional de carácter imperialista, como respuesta a la invasión de Kuwait comandada por Hussein. La guerra civil de 2006 y la campaña contra el Estado Islámico de 2014, que aún conserva células que impulsan ofensivas de vez en cuando, ha alimentado el deterioro nacional. El Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, un think tank del continente donde participan cuadros de la burguesía de allí, ha publicado en su portal un artículo en el que exhortan a los gobiernos europeos que han “invertido política y económicamente” en Irak a ejercer una presión para superar el “punto muerto”. Irak se ha convertido en un campo de batalla, que tiene como principales contrincantes a Washington y a Teherán. Por el momento los intereses iraníes mantienen una primacía relativa. El país persa posee una enorme influencia en las milicias paramilitares que pululan por Irak y colaboran con su Ejército. Estas han disparado en numerosas ocasiones contra la “Zona Verde”, el fuerte que alberga a la Embajada de Estados Unidos. Contradictoriamente, los norteamericanos han instalado soldados que entrenan a las FFAA iraquíes, aunque ya no tiene emplazadas a las tropas de combate que desplegó como parte de la invasión y que luego mantuvo con el pretexto del combate contra el Estado Islámico, en función de defender los intereses de la burguesía norteamericana en la región. Francia ha situado 800 soldados en el territorio y su empresa Total firmó hace unos meses un contrato multimillonario con Bagdad para invertir en la producción de petróleo, gas y energía solar. La presencia de Rusia y Turquía también es significativa, las principales petroleras rusas operan en Irak y Ankara es el segundo proveedor de bienes del país. Washington ha estado operando para que sus aliados regionales, como Arabia Saudita o la dictadura egipcia de Al Sisi, renueven sus vínculos económicos con Irak para alejar a la antigua Persia. Algo ha avanzado, ya que Egipto logró acuerdos de todo tipo. 
 La expoliación en todos los planos del país ha descalabrado la vida de las masas, alrededor del 31 por ciento de la población es pobre y el desempleo ha trepado al 40 por ciento, alcanzando picos en la juventud. Las consecuencias económicas y políticas de la guerra, en el marco de la bancarrota capitalista mundial, agudizará la crisis social en Irak y asimismo las disputas entre los Estados que intervienen ahí.
 Los trabajadores deben intervenir. 

 Mela Novoa
 Nazareno Kotzev

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