Musk, que es también el dueño de Tesla, la empresa de autos a batería y de SpaceX, que fabrica cohetes para el espacio, incluso para la NASA, venció la resistencia del directorio de Twitter, cuando demostró que podía pagar por ella 44 mil millones de dólares –54.20 dólares por acción-. El directorio de Twitter había establecido una norma estatutaria que impedía a cualquier accionista tener más de un 15% de participación accionaria. Finalmente, capituló ante la masa de dinero reunida por Musk. Musk puso 21 mil millones de dólares en efectivo y la otra mitad la recaudó por medio de préstamos bancarios, para lo que tuvo que empeñar o hipotecar, como garantía del crédito, 60 mil millones del capital de Tesla –un 40% de los 240 mil millones de sus activos-.
Se trata, sin duda, de un compromiso especulativo muy alto, de un lado porque pone en riesgo a Tesla, que progresa a zancadas (ha comenzado a producir desde Alemania, su mayor competidor), y del otro porque Twitter está muy lejos de ser una máquina que produzca beneficios. Meta, la nueva denominación de Facebook, ha visto evaporarse 400 millones de dólares. Meta tiene ingresos anuales por 180 mil millones de dólares, en tanto que Twitter no supera los 30 mil millones. Musk se declaró dispuesto, como una garantía suplementaria, a vender una participación adicional en Tesla, si fuera necesario. Ante el periodismo justificó que si no adquiría Twitter ahora, podría no hacerlo nunca después, lo que pone en evidencia que no deposita mucha confianza en la solidez o consistencia de los mercados financieros internacionales –y no sólo los mercados, sino los gobiernos y los Estados.
Pero Musk, que tiene 88 millones de seguidores en Twitter, cree tener en claro lo siguiente: “Twitter es la plaza digital de la ciudad, donde se debaten los asuntos vitales para el futuro de la humanidad”. Sin orden de aparición, se refiere al derrumbe de la economía internacional ‘globalizada’, a la guerra mundial y a la disputa del espacio exterior por parte de compañías capitalistas y sus Estados. Hace un par de semanas, Musk reconectó la red digital de las fuerzas armadas de Ucrania hacia uno de sus satélites de comunicaciones, para hacer frente a la ciberguerra de Putin.
Twitter es un arma poderosa de interacción personal, sobre todo en el campo político, o sea, en la formación de la opinión pública. En las condiciones del capitalismo realmente existente, es un arma de la guerra de propaganda. Desde siempre ha sido objeto de manipulaciones que han mellado su efectividad y últimamente de proscripciones hacia lo que se ha tipificado como ‘fake news’, ‘mensajes de odio’ y toda clase de descalificaciones, y las legiones de ‘trolls’. Su utilización fue denunciada en las elecciones que llevaron a la victoria de Trump en 2016, y aún más en las acciones conspirativas que culminaron, por ahora, en el asalto al Capitolio de Washington en enero del año pasado. Sólo con el tiempo se conocerá de manera más cercana a la realidad la campaña de desinformación de la OTAN, que se presenta, en la guerra actual, como una fuerza de la democracia y de la paz, cuando esta guerra ha sido preparada meticulosamente por la OTAN desde la disolución de la Unión Soviética.
Frente a la crisis de Twitter y de otras redes, Musk plantea una reestructuración, que pretende completa de la red, en función de asegurar la “la libre expresión”. Es cierto que las redes son, en considerable medida, un vehículo de desinformación y un terreno de la agitación fascista. Las regulaciones estatales para “moderar’ sus implicancias son denunciadas como proscriptivas. Los algoritmos clasifican mensajes y usuarios en función de un mercado publicitario, que incluyen acuerdos de ‘exclusividad’, como se demostró en casos resonantes. En la línea de salir de este pantano, Musk ofrece hacer público el algoritmo que ‘selecciona’ los mensajes e intercambios –el “open code”. De otro lado, se propone introducir la identificación de los internautas por medio de un sistema de suscripciones, “edit button”, de modo de relevar la responsabilidad de la compañía y dirigirla hacia los protagonistas del medio. No es difícil advertir la incongruencia de la salida libertaria del autor, que conduciría a una intervención desorbitada de las autoridades judiciales y políticas, para bloquear lo que ahora hace el algoritmo. Es público y conocido que las redes de China y de Rusia han sido desalojadas de los medios de comunicación de los países de la OTAN, como parte fundamental de la guerra actual. Un ‘open source’ en medio de guerras, rebeliones y revoluciones, suena a un embuste. Si Musk emprende el camino que anuncia, no pasará de la fase de experimentación. La manida expresión de que “la primera víctima de una guerra es la verdad” tiene más vigencia que nunca, porque tiene que ver con una guerra imperialista y con la barbarie.
Probablemente, Musk es un tero, o sea, que apunta hacia otro lado. La disputa por el espacio exterior puede ser caracterizada legítimamente como una guerra, porque apunta, como prioridad, a recoger minerales de la luna, que habilitarían el desarrollo de la fusión nuclear; una metodología para producir energía en forma abundante, barata y por sobre todo limpia. Estados Unidos y China se encuentran en la ‘pole position’ en esta carrera, e incluso China más avanzada que Estados Unidos. Los lanzadores y cohetes reusables de SpaceX desempeñarían en este desafío un papel sobresaliente. Pero las dificultades objetivas del emprendimiento alientan la oposición del capital ‘extractivista’; otro aspecto, más fundamental, es que el transporte estratégico espacial no será una empresa ‘pacífica’, como se está viendo.
Musk busca en Twitter la adquisición de un activo estratégico, que si cumple el objetivo que tiene reservado, valorizará el capital invertido a tasas extraordinarias. La prensa de la derecha norteamericana le tira misiles a este proyecto y lo acusa de “traición al Estado”. El enfrentamiento traduce el nivel que ha alcanzado la crisis política en Estados Unidos, y el entrelazamiento de esta crisis con la guerra mundial. Biden y el Pentágono llaman a ganar la guerra contra Rusia, porque un resultado diferente amenazaría, a término, con una guerra civil en la metrópoli del imperialismo mundial. El ascenso de luchas de la clase obrera norteamericana es el mayor de los últimos 70 años.
Jorge Altamira
27/04/2022
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