Le Pen y Macron se enfrentarán en la segunda vuelta
La primera vuelta de las elecciones presidenciales en Francia anuncia la reedición del balotaje -en dos semanas- entre el actual mandatario Emmanuel Macron y la contendiente Marine Le Pen. En un escenario de mayor crisis que en 2017, volvieron a poner sobre la mesa el derrumbe de los partidos del régimen francés de la 5ta República y los fracasos de la burguesía y el imperialismo galo en dar salida a los temas cruciales: la inserción en el marco común europeo, el rol en la guerra de Ucrania y en las disputas en las ex colonias, la salida a una crisis capitalista signada por nuevos ataques a la clase obrera y la quiebra de ramas productivas enteras.
En este contexto, las expresiones más reaccionarias de la derecha no logaron la primacía que se les endosaba. El discurso de Le Pen se moderó, y hasta coqueteó con reivindicaciones de las mayorías. Por su parte, el voto al centroizquierda Jean Luc Mélenchon -tercero, a solo 400 mil votos de Le Pen- se concentró en regiones populares, como una expresión, desfigurada, de un rechazo a las políticas derechistas. También creció la abstención, como un repudio pasivo y despolitizado al régimen. La izquierda que se reclama revolucionaria debe abordar este fenómeno político. No para practicar un seguidismo oportunista, sino para construir una alternativa propia.
Entre la crisis y la guerra
Un dato significativo de la campaña es el rechazo en sectores amplios y heterogéneos a las políticas de austeridad impuestas por el presidente Emmanuel Macron, esto a pesar de que su votación en primera vuelta haya tenido un incremento con respecto a la de 2017. Los ejes de su mandato pasan por el sostenimiento de impuestos altos a la producción francesa en función de los acuerdos a nivel Unión Europea, lo cual ha llevado a sucesivos golpes, tanto a productores y sectores de la burguesía como al mercado interno vía traslado de costos a los precios -que no paran de elevarse. Esto se combina con el ataque al salario obrero y el desmonte de los vestigios del “Estado benefactor”, con recortes del personal educativo, de camas en hospitales (casi 18 mil bajas durante su gobierno), y el intento de nuevas reformas previsionales y laborales -frenadas parcialmente por el movimiento de los “chalecos amarillos” y otros movimientos de lucha.
Con el desencadenamiento de la guerra en Ucrania, Macron actuó tanto en defensa de los intereses de las empresas imperialistas francesas radicadas en Rusia, como para correr el eje del ambiente interno revuelto, incluyendo la importante huelga educativa de enero pasado. Tras la salida de escena de Ángela Merkel, figura dominante en la diplomacia europea de las últimas décadas, el presidente francés hizo su apuesta para engrandecer su proyección continental. Contaba, para ello, con el acervo del incremento de su intervención en las antiguas colonias africanas, en beneficio de las grandes firmas galas.
Pero, por el momento, no prosperó. El imperialismo yanki, a la batuta de la ofensiva de la Otan, no admite el juego propio de sus aliados. A su vez, Macron no está dispuesto a una confrontación, lo cual se demostró tras la afrenta que sufrió Francia por los contratos de construcción de buques de guerra para la armada de Australia, pocos meses atrás. En esa ocasión, Washington impuso su veto a los astilleros francos y asignó naves propias, con destino a reforzar a sus socios ante un eventual choque marítimo con China. La burguesía francesa, de lazos comerciales con el gigante asiático, protestó enérgicamente ante un Macron postrado.
Como contrapartida, la figura de Marine Le Pen emerge con una campaña “anti Macron”. Le Pen ha moderado su discurso xenófobo, y hasta ha tomado distancia de su competidor de extrema derecha Éric Zemmour. Su campaña se valió de reconstruir “un Estado fuerte”, y de proponer, por la vía de reformas impositivas, elevar el poder adquisitivo de los trabajadores y limitar las pérdidas del sector agropecuario. Su plataforma habla de “justicia social”, de la defensa de la educación y la salud, contra la violencia hacia la mujer, de proteger el medio ambiente. Con respecto a la inmigración, concentró el fuego en políticas de asimilación, y la defensa del laicismo y los valores franceses. Ante la guerra en Ucrania, Le Pen presentó declaraciones ambiguas, como un control de daños de sus conocidos vínculos con Putin.
La elección de Le Pen muestra los claroscuros de la extrema derecha. Si bien crece casi dos puntos porcentuales, lo hace apelando a propuestas más amplias. Esto no quiere decir que borre sus intenciones de guerra contra la clase obrera, pero sí que el aval social a medidas de esa índole está cuestionado. Marine Le Pen continúa ganando, como en 2017, en el noreste de Francia, incluso en departamentos históricamente obreros, como Calais. El candidato abiertamente fascistizante, Éric Zemmour, a pesar de los augurios iniciales, sacó un módico 7%. La derecha “neoliberal”, asociada al ex mandatario Jacques Chirac, se derrumbó: de veinte puntos, a menos de cinco. La derecha nacionalista (gaullista) también retrocedió.
Mélenchon
El fenómeno político más llamativo es la elección de Jean-Luc Mélenchon, el dirigente de La Francia Insumisa, que se alzó con casi el 22% de los sufragios, creciendo más de dos puntos porcentuales con respecto a 2017,y pasando del cuarto al tercer lugar. Esto a pesar de haber perdido a sus aliados de aquel entonces -el Partido Comunista y los Verdes-, que sumaron siete puntos entre ambos. Mélenchon quedó, así, a poco más de 400 mil votos de Marine Le Pen, la segunda más votada, lo cual le hubiera permitido ingresar al balotaje con Macron.
Lo más impactante de su votación, considerando aún los datos preliminares, es que sube considerablemente en los grandes centros urbanos y entre migrantes e hijos de migrantes. En París, hace una elección con picos de 50 o 60 puntos en los barrios populares del nordeste (circunscripciones 18, 19 y 20), y gana la zona este y sur de la capital, tradicionalmente asociadas a un apoyo a la izquierda. Tomando el conjunto de la ciudad, trepa a la segunda posición con el 30%, muy cerca de Macron. Su destacada performance en otras urbes, como Lyon o Marseille, propiciaron que la prensa gala lo bautice como “el candidato de las grandes ciudades”. También obtiene resultados por encima de la media en regiones del sur y en Bretagne, además de ganar con más del 50% en las colonias francesas de América: Guadalupe, Martinica y la Guayana, y holgadamente en la isla africana La Reunión. Estamos ante una expresión, aún incipiente, de diferenciación política-social en el electorado, que no se registraba desde hace décadas.
Mélenchon levantó un programa capitalista, centrado en políticas de redistribución del ingreso. Lo cual, no obstante, no opaca el contraste con la austeridad europeísta de Macron. Su eje de campaña, bautizada “el futuro en común”, es la defensa de los derechos de las mayorías. Entre otras, pueden mencionarse el aumento del salario mínimo -elevándolo a 1.400 euros-, control de precios en productos de primera necesidad, un fondo para terminar con la desigualdad salarial entre hombres y mujeres, reducir la edad de retiro a los 60 años, reducir la jornada laboral, reconstruir el sector público de salud y educación, aumentar los impuestos a quienes más ganan.
También intervino y sacó ventaja de los temas estratégicos. Con respecto a la guerra en Ucrania, levantó una postura diferenciada de Macron, “ni neutrales, ni alineados, independientes”, donde proponía que Francia tuviera una posición “altermundista” y convocara una conferencia de paz en Europa. La condena a la invasión de Putin como “intolerable”, sin embargo, no fue acompañada de un rechazo claro al accionar de la OTAN, aunque, en ocasiones anteriores, se hubiera manifestado por el retiro de Francia de la alianza militar. Además, se posicionó por una defensa de la producción francesa contra la Unión Europea y sus tasas. En su plataforma afirma que “aplicaremos nuestro programa, incluso cuando esto conlleve desobedecer los tratados europeos”. Como recurso estratégico, Mélenchon continúa levantando la necesidad de una “6ta República”, que termine con el régimen presidencialista francés y convoque una asamblea constituyente.
La votación abultada de Mélenchon está asociada, en primer lugar, a capitalizar el derrumbe del Partido Socialista, que obtuvo guarismos marginales tras varios años de crisis. También, al desprestigio de quienes ya formaron parte de gobiernos en las últimas décadas, como el PC, que se ha mostrado como una fuerza tributaria de Macron y de la Unión Europea, llamando a votar al actual presidente en segunda vuelta y apoyando algunas de sus medidas más reaccionarias, como la creación de una fuerza militar europea. La bancarrota sin fin del PC tuvo una expresión el año pasado durante los debates del congreso partidario, donde ganó la línea de impulsar un frente de centroizquierda alternativo a Mélenchon, por no encontrarse satisfechos con los cargos ofrecidos. La soledad en su empresa y el recuento en las urnas (la peor elección de su historia), demostraron que las pretensiones del PC eran desmedidas. Y, por añadidura,que su programa está a la derecha del de La Francia Insumisa.
La “extrema” izquierda
Los dos partidos de “extrema” izquierda que se presentaron, tal como les dicen en Francia, Lutte Ouvriére (LO) y el NPA, realizaron votaciones muy pequeñas, y en retroceso con respecto a 2017. Ambas campañas carecieron de desarrollo político sobre los problemas generales de la clase obrera y del país.
LO optó por un propagandismo de temas y consigna generales, de separación del campo de los trabajadores del de la burguesía. El NPA abrevó en una disolución en todo tipo de formulaciones y fraseologías supuestamente de moda. El punto en común entre estos dos “extremos” es la indiferenciación política, en primer lugar, con La Francia Insumisa de Mélenchon; y, en general, con el régimen político imperial francés
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La dirección del NPA, en vez de delimitarse, trabajó por una convergencia con Mélenchon. Primero, fueron en lista común en los comicios locales de la ciudad de Burdeos y, luego, también en los dos distritos donde presentaron candidatos de las votaciones regionales (Nueva Aquitania y Occitania). Tras reiteradas postergaciones del congreso partidario, la dirección del NPA aceptó ungir un candidato presidencial propio: Poutou. No obstante, se trata de la cara pública de esta línea política, debido a su rol como concejal de Burdeos –en el bloque común con La Francia Insumisa de Mélenchon.
El NPA tampoco tuvo una postura independiente en los grandes debates. Sobre Ucrania, cargó las tintas contra Rusia, pero obviando la denuncia de la Otan, cuyo rol imperialista no está ni mencionado en su plataforma. LO, durante la rebelión en las colonias de Guadalupe y Martinica, tomó distancia del movimiento de lucha; y ninguna de las dos organizaciones defiende la independencia de las colonias. El combate contra la opresión que el imperialismo francés ejerce sobre los pueblos del mundo debe partir, también, desde la metrópoli.
De cara a la segunda vuelta, corresponde llamar a la abstención o el voto en blanco. Por desgracia, el NPA está repitiendo, como en 2017, su llamado a votar a Macron, bajo el lema de “ningún voto a Le Pen”. Se pliega, también aquí, al planteo de Mélenchon, que ya realizó declaraciones en estos mismos términos. Para cubrir esta política, y a sabiendas de la volatilidad de sus votos, Mélenchon lanzó una consulta virtual entre sus seguidores. La prensa francesa le asigna a este flujo de votos la potestad de definir la segunda vuelta en favor de Macron. Estamos, en ambos casos, frente a un sostenimiento del régimen imperialista francés.
Sobre esta base, está planteado abrir un debate en las filas obreras y de la izquierda sobre cómo constituir un frente de lucha contra los ajustes en marcha y contra la guerra imperialista. Este último punto es fundamental para que la izquierda que se reclama revolucionaria no sea arrastrada a un frente común con el guerrerismo de la OTAN y de Macron.
Luciano Arienti
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