El presidente francés Emmanuel Macron logró su reelección en Francia al imponerse en el ballotage a la referente de la ultraderecha, Marine Le Pen (58,5% de los votos frente a 41,4%, si no se computan blancos y nulos). Esta victoria, sin embargo, tiene grandes condicionantes. Con respecto a la segunda vuelta anterior, que enfrentó a los mismos candidatos, Macron retrocede y su contrincante crece. A su vez, la abstención fue la más alta para un segundo turno desde 1969, superando el 28% (en el caso de la juventud, roza el 50%). Sobre el total de votantes inscriptos, el porcentaje obtenido por Macron cae al 38,5%. Y hubo casi tres millones de personas que votaron blanco o nulo, según la página de resultados del Ministerio del Interior (alrededor del 8,5% de los votantes). Esto explica que el mandatario debiera reconocer en su discurso triunfal la insatisfacción que recorre a la población francesa.
Bien mirado, en Francia hay un descrédito de todo el régimen político. La expresión más clara de ello es el hundimiento de los partidos tradicionales, que ya se había notado en 2017 y se profundizó en la primera vuelta de este año, con Los Republicanos obteniendo el 4,5% y el Partido Socialista el 2,5%. Son las fuerzas que gobernaron el país en las últimas décadas. Macron, que emergió como una figura de rescate de ese régimen, se ha visto en su mandato fuertemente desgastado por la rebelión de los chalecos amarillos, las movilizaciones de trabajadores contra la reforma jubilatoria, las consecuencias de la pandemia y la crisis capitalista.
En estas condiciones, además de darse un crecimiento de la abstención y el voto nulo, han progresado formaciones críticas del régimen, tanto por derecha como por izquierda. La suma de los candidatos de ultraderecha en el primer turno superó el 30% de los votos (Le Pen, Zemmour y Dupont-Aignan) y Reagrupamiento Nacional, la fuerza de Le Pen, logró su mejor elección histórica. Es cierto que moderó algunos de sus planteos, como la salida de la Unión Europea, pero no los abandonó del todo, como lo revela su propuesta alternativa de una “alianza europea de naciones”. La candidata sostiene también, con mayor o menor ahínco, sus posiciones xenófobas, y supo aprovechar el cuadro de inflación creciente para atacar a Macron por la pérdida del poder adquisitivo del salario.
Por el lado izquierdo del tablero, Mélenchon fue el gran dato político del primer turno, rozando un 22% que casi lo metió en el ballotage. Todos los límites del referente de La Francia Insumisa quedaron expuestos en su apoyo indirecto a Macron para el segundo turno (pese a que en una consulta virtual del espacio había primado la opción del voto en blanco o abstención) y en su autopostulación como primer ministro, lo que exigiría -además de ganar las legislativas de junio- una cohabitación con el líder de La República en Marcha. De cualquier manera, según una estimación difundida por el periodista Guillermo Rodríguez, menos de la mitad de los votantes de Mélenchon habrían votado por Macron en el ballotage. El resto se habría inclinado por la abstención, el voto nulo e incluso el voto por Le Pen, lo que suena extraño, pero se entiende si se toma en cuenta el extendido rechazo al régimen político.
Pero si existe todo ese malestar, ¿por qué ganó entonces Macron? El mandatario galo concentra el apoyo de la clase dominante, que se mantiene en los marcos de la Unión Europea. Por eso, el presidente francés denunció a la candidata derechista en el debate televisado del ballotage por sostener soterradamente un planteo de salida de la Unión. Con el mismo espíritu, la acusó de tener lazos con Moscú, agitando incluso la denuncia de un préstamo que la líder de Reagrupamiento Nacional recibió de un banco ruso. Macron es uno de los abanderados del apoyo militar a Ucrania y la expansión del imperialismo en Europa del Este.
El establishment ha recibido con alivio la noticia del triunfo de Macron, pero alerta sobre el cuadro de deterioro del régimen y promueve una oxigenación del régimen político, que no está claro en qué términos podría darse.
El próximo capítulo de la disputa serán las elecciones legislativas de junio. El peculiar modelo electoral (mayoritario a dos vueltas) podría permitirle alcanzar una mayoría en la Asamblea Nacional, aunque para ello -según los sondeos- debería apelar a alianzas con partidos de centroderecha. En cualquier caso, esto no le asegura un gobierno tranquilo, en las condiciones de crisis internacional.
En el terreno de la izquierda, prevalece una adaptación a la figura de Mélenchon. El Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) se prepara para un acuerdo con La Francia Insumisa en las legislativas de junio, adoptando su programa y planteos.
El desafío de la etapa pasa por estructurar un partido revolucionario sobre bases programáticas de clase, que enfrente el guerrerismo y el ajuste de Macron, desde una perspectiva de independencia política.
Gustavo Montenegro
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