Fuera Macron.
El gobierno de Emmanuel Macron acusó recibo del golpe político fenomenal de las movilizaciones. En consecuencia, está poniendo en marcha los últimos cartuchos para campear el desastre. El miércoles 5, el día anterior a la nueva jornada de huelga general, tendrá una reunión –por intermedio de su primera ministra Élisabeth Borne- con las cúpulas sindicales. ¿El objetivo? negociar el levantamiento de las huelgas.
Quien primero se anotó es la central con mayor número de afiliados, la CFDT, cuyo líder Laurent Berger brindó sendas entrevistas apuntando a la necesidad de un compromiso. No obstante, la dificultad principal para una conciliación no viene del lado sindical, sino del gobierno. La primera ministra ya adelantó su negativa a modificar en lo más mínimo el proyecto de reforma jubilatoria, que plantea elevar la edad para el retiro y la cantidad de años de aportes.
Esta situación opera como un condicionante para la burocracia, que balancea la importancia de llegar a un acuerdo con el peligro de atar su suerte a un gobierno decadente. Mientras Berger de la CFDT condena los “excesos” de los manifestantes y ofrece puentes de diálogo, el mundo entero escucha el reclamo de las bases por el paro “ilimitado” –indefinido-, que haría caer de una vez por todas a Macron. Por su parte, la CGT, segunda central en afiliados, renovó sus autoridades, ungiendo a Sophie Binet – de quien se espera un tono moderado- como secretaria general.
El fondo del problema sigue siendo en torno al poder político. Laurent Berger, tanto o más que otros referentes y medios de comunicación afines al “macronismo”, insiste en el peligro de que el golpe al gobierno conlleve un traslado de apoyos hacia la fuerza liderada por la ultraderechista Marine Le Pen. Pero este riesgo, aunque cierto, debe ser considerado en forma equilibrada.
Incluso duplicando sus apoyos electorales, Le Pen no podría formar gobierno en soledad, y ningún otro partido de la gran burguesía francesa –de momento- estaría dispuesto a acompañar un cambio de frente radical, en especial en relación a su posicionamiento a favor de Rusia y contrario a la Unión Europea. Un anticipo de esto se vio el lunes 20 de marzo, cuando su intento de moción de censura contra el gobierno apenas encontró eco en las fuerzas mayoritarias.
Pero, más importante, una lectura unilateral del posible crecimiento de Le Pen intenta borrar que la situación está día tras día a punto de romper el molde. El camino electoral regular pasa a un segundo plano cuando está planteado que una radicalización de las luchas voltee a un presidente en el corazón de Europa.
Así lo entiende la derecha imperialista tradicional, que le está dedicando un espacio inaudito en sus medios a las rencillas de la centroizquierda. Busca efectuar, con pragmatismo, un control de daños en una situación que sabe adversa.
Es elocuente, entre otras, la difusión que alcanzó la entrevista al líder del Partido Comunista Fabien Roussel para L’Express, donde propone la reconciliación con el ala derecha del Partido Socialista (que apoyó a Macron) en virtud de constituir un frente aún más amplio que el Nupes, liderado por Jean-Luc Mélenchon. El PC, con Roussel de candidato, viene de realizar una de las campañas presidenciales más reaccionarias de la historia al abogar por la constitución de un ejército europeo. Planteo que, por otro lado, también fue levantado por Macron.
El mensaje de la derecha tradicional –imperialista y hoy europeísta- es claro. Considera que es necesario dar pasos cada vez más audaces para preparar una salida de relevo ante los desatinos de Macron, focalizada en la contención. Pero también que no se abstendrá de pelear por imponer a su personal de confianza. El frente no tiene límites a la derecha. Mélenchon, el candidato con mayor apoyo popular, es una pieza fundacional de este andamiaje.
Imponer la huelga general “ilimitada” –indefinida- junto a un planteo de poder contra el gobierno es la clave de esta situación. Desbarata las maniobras de la derecha y muestra un camino para los trabajadores y para su vanguardia. El jueves, la clase obrera de Francia vivirá una nueva jornada que puede cambiar la historia.
Luciano Arienti
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