Siempre llegaron al poder no por una revolución sino por «la mano invisible del mercado», es decir, de la mano visible e invisible de los imperios de turno.
Todos los fascismos, sin embargo, los del Norte y los del Sur, tenían y tienen algo en común: esa docilidad y obediencia incondicional con los de arriba y ese odio sádico e irrecuperable por los de abajo. El fascismo no es una ideología; es un estado mental.
Como los esclavistas negreros del pasado, todos le cantaron a la libertad en los cuarteles, en las iglesias, en los penthouses de las corporaciones y los bancos privados. Todos le cantaron a la libertad de los de arriba, la libertad del selecto club de «la gente de bien» que se abraza a símbolos patrios y canta el himno nacional con la mano en el corazón. Esa misma gente que ama a sus países con pasión y odia a la gente que vive en él –con pasión aún.
Porque el fascismo no es una ideología; es un estado mental y, a veces, se cura con más educación, más cultura y una buena alimentación.
Jorge Majfud | 18/08/2023
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