70º aniversario de las Jornadas de Mayo de 1937
Todo proceso revolucionario atraviesa ciertos momentos críticos en los que la calidad de la dirección, la corrección del programa, su audacia y la confianza en sus propias fuerzas cobran una vital importancia. En las revoluciones las masas prueban y comprueban a sus organizaciones y dirigentes tradicionales, y sólo sobre el terreno de la práctica una organización genuinamente marxista puede ganar a la mayoría de las masas para conquistar el poder.
Como hoy en la revolución venezolana, la clase trabajadora no sólo se enfrenta a la reacción sino también a los sectores reformistas y proburgueses en el seno del movimiento obrero. El proletariado español durante los años treinta pudo tomar el poder no una sino diez veces, y en todas chocó con sus dirigentes, que en los momentos determinantes llevaban una política diametralmente opuesta a la buscada por las masas, esto es, la transformación socialista de la sociedad. Una de estas ocasiones, la última para que triunfara la revolución proletaria y con ello ganar la guerra civil, fue en mayo de 1937 en Barcelona.
Las masas derrotan
el golpe fascista
Fue la acción independiente y en muchos casos espontánea de los trabajadores, sin esperar llamamientos ni directrices de sus dirigentes que nunca llegaron, la que el 19 de julio de 1936 logró derrotar el golpe fascista. El aplastamiento del levantamiento fascista en numerosas zonas del Estado español abrió una situación clásica de doble poder, que fue particularmente acusada en Barcelona y en Catalunya. Grandizo Munis relataba así la situación “No quedó fábrica, barrio obrero, pueblo, batallón de milicias o barco, donde no se constituyera un Comité. En su respectivo dominio local cada Comité era la única autoridad existente; sus disposiciones y acuerdos eran la ley; su justicia, la justicia revolucionaria, con exclusión de toda otra. La legislación burguesa quedó automáticamente arrumbada, no existía más ley que la dictada por las necesidades de la revolución. La mayoría de los comités eran elegidos democráticamente por los trabajadores, milicianos, marinos y campesinos, sin distinción de tendencias, realizándose así la democracia proletaria, en oposición y superación de la democracia parlamentaria burguesa”1.
Realmente la clase obrera tenía el control de la situación, pero aún quedaba el esqueleto del viejo aparato de Estado burgués. En la medida que la dirección del proletariado no se propuso llegar hasta el final la legalidad republicana, poco a poco, se fue reconstituyendo a costa de las conquistas revolucionarias. Los republicanos burgueses, que dejaron que se preparara el golpe de Estado sin hacer nada y que el 18 de julio se negaron a repartir armas entre el proletariado porque temían más al proletariado armado que al fascismo, poco a poco fueron recuperando la iniciativa.
Es difícil concebir una correlación de fuerzas más favorable a la toma del poder que en aquel momento. La tarea era clara: formar un gobierno obrero sobre la base de la coordinación de los comités aplicando una política revolucionaria de expropiación sin indemnización de los latifundios, las grandes empresas y la banca bajo control de los trabajadores, para planificar la economía en beneficio de los objetivos estratégicos del movimiento: ganar la guerra y vencer al fascismo haciendo la revolución socialista. Sin embargo, este programa no fue defendido en la práctica por ninguna organización de los trabajadores, ni siquiera por parte de la CNT o el POUM cuyos comités, fundamentalmente los dirigidos por los anarcosindicalistas, se habían hecho con el poder real de Catalunya.
A pesar de unas condiciones tan propicias, los dirigentes anarcosindicalistas y poumistas en lugar de barrer la vieja maquinaria del Estado burgués en territorio catalán, aceptaron compartir el poder con los representantes de la burguesía y la pequeña burguesía agrupados en la Esquerra de Companys: primero, en el Comité Central de Milicias Antifascistas y, más tarde, en el restaurado Gobierno de la Generalitat, que se encargó de liquidar definitivamente, y en connivencia con el Gobierno Central de la República, las conquistas revolucionarias más importantes que los trabajadores y los campesinos habían alcanzado en los primeros meses de lucha.
Contrarrevolución en
el campo republicano
Durante los nueve meses previos a mayo de 1937 se desató por parte del gobierno republicano una verdadera ofensiva contra el poder obrero naciente que fue subiendo en intensidad. Las empresas colectivizadas, que habían conseguido aumentar la producción, mejorar el nivel de vida de los sectores sociales más desfavorecidos y mantener los precios bajo control, eran boicoteadas por parte del gobierno y el banco central, llegándose a invertir la situación: mientras la falta de abastecimientos la sufrían los barrios obreros, en los barrios burgueses de Barcelona reinaba la abundancia.
La policía, relevada de sus funciones por las patrullas obreras pero no disuelta en su momento, fue reorganizada y restablecida por los gobiernos de Madrid y Barcelona, prohibiendo la afiliación de sus miembros a partidos y sindicatos y recolocando a viejos mandos profesionales, expulsando así a los integrantes de las patrullas obreras. El control de las calles iba pasando de manos del proletariado otra vez a manos del gobierno republicano.
Las milicias antifascistas en Cataluña, controladas en su mayoría por la CNT y el POUM, que en el frente de Aragón llevaron a cabo una guerra revolucionaria, animando a la colectivización de la tierra en los pueblos que conquistaban, fueron desmanteladas con la excusa de la necesidad de establecer un mando unificado de las fuerzas combatientes. En realidad se trataba de arrebatar a la clase obrera y a sus sectores más conscientes la dirección de la lucha armada contra el fascismo para rehacer el viejo Ejército burgués, restableciendo la casta de oficiales burgueses y el viejo código militar. Esto se llevó a cabo boicoteando el envío de armas a los frentes controlados por las milicias catalanas.
Todas estas medidas se combinaban con campañas de desprestigio, mentiras y engaño contra las colectividades agrícolas, las empresas ocupadas bajo control obrero, especialmente en Cataluña, y las milicias. Paralelamente, la censura por parte del gobierno se cebó en los sectores más radicales de la CNT y la FAI y, por supuesto, el POUM, cuyos mítines y manifestaciones fueron prohibidos en numerosas ocasiones y su prensa cerrada en varios momentos (incluso cuando participaban en el gobierno de la Generalitat).
El papel del estalinismo fue decisivo en todo este proceso. Dos factores fundamentales motivaron su política en la revolución española. En primer lugar, la burocracia soviética concebía la Internacional Comunista como un instrumento al servicio de sus estrechos intereses nacionales y no como una palanca para la extensión de la revolución mundial, para lo que fue creada por Lenin y Trotsky. En este sentido, toda la política de la burocracia estalinista estaba determinada por los acuerdos con el imperialismo “democrático” de Francia e Inglaterra, gracias a los cuales estimaban que se podría conjurar el peligro de la guerra mundial y salvaguardar las fronteras de Rusia. Esta posición miope condujo a constreñir la acción de los trabajadores en plena lucha contra el fascismo a una alianza con la burguesía supuestamente “democrática”, lo que dio forma a los llamados Frentes Populares, organismos de colaboración de clase entre las organizaciones obreras y las de la burguesía “liberal”, una estrategia en las antípodas de la teoría leninista de la revolución.
A pesar de todos los malabarismos políticos del estalinismo, era evidente que los capitalistas franceses y británicos temían mucho más el triunfo del proletariado y el campesinado español, lo que podría abrir el camino para la revolución en Francia o Gran Bretaña, que al establecimiento de una dictadura fascista que al fin y al cabo salvaguardaría los intereses de los grandes monopolios capitalistas, incluidos obviamente los de sus países respectivos.
En segundo lugar, el movimiento independiente de la clase obrera española produjo auténtico pánico entre las filas de la burocracia y aceleró las purgas sangrientas contra la vieja guardia bolchevique. El miedo a que el triunfo de la revolución socialista y un régimen de democracia obrera en suelo español condujeran a un cambio en la situación dentro de la URSS e hiciera recobrar fuerzas a la exhausta clase obrera rusa, constituía una amenaza demasiado peligrosa para los intereses de la casta burocrática. Finalmente, Stalin firmó, sobre el cadáver de la revolución española, el infame pacto con Hitler en agosto de 1939.
Estas fueron las causas que llevaron a la burocracia estalinista a convertirse en el más acérrimo defensor de la colaboración de clases y la punta de lanza de la contrarrevolución en el campo republicano. Apoyándose en la autoridad moral de la revolución de octubre y en el envío de armas de la URSS a la República, los dirigentes estalinistas españoles, impulsados por sus mentores del Kremlin, se lanzaron a la liquidación de todos los elementos de poder obrero que subsistían todavía en territorio republicano. Esto explica por qué en las Jornadas de Mayo frente al proletariado catalán, se encontraran en las barricadas opuestas militantes del PSUC junto con los burgueses de ERC y los reaccionarios de Estat Català. La base comunista permanecía ajena a las auténticas razones de esta lucha. Sólo recientemente, tras la caída del estalinismo y después de comprobar el papel infame jugado por la mayoría de los dirigentes de los mal llamados partidos comunistas de la URSS y Europa del Este, convertidos en los agentes de la restauración capitalista y en los nuevos multimillonarios de sus países, miles de honestos y abnegados militantes del PCE han podido entender lo que realmente pasó en aquellos años.
Las Jornadas de Mayo
Lunes 3 de mayo. El intento del gobierno de la Generalitat por recuperar el edificio central de la Telefónica en Plaza Catalunya, controlado por las milicias de CNT desde el 19 de julio, se convirtió en la gota que colmó la paciencia del proletariado. A las tres de la tarde, tres camiones con guardias de asalto, comandados por el estalinista Rodríguez Salas (comisario de Orden Público), amparado por una orden del conseller de la Generalitat, Aiguadé (ERC), intentan el asalto del edificio. Después de varios disparos con los milicianos que custodiaban la entrada, toman las primeras plantas. Dos horas después, Barcelona entera estaba controlada por el proletariado. Grandizo Munis retrata el momento: “El ruido de los primeros disparos extendió por Barcelona un latigazo eléctrico: ‘¡Traición, traición!’ (…) El grito se propagó de esquina a esquina, hasta llegar a los barrios obreros y las fábricas, hasta las demás ciudades y pueblos catalanes. La huelga general se produjo inmediata, espontánea, sin otra aprobación, a lo sumo, que la de los dirigentes medios e inferiores de la CNT. Barcelona se cubrió de barricadas con rapidez taumatúrgica, cual si, ocultas las barricadas bajo el pavimento desde el 19 de julio, un mecanismo secreto las hubiese sacado de golpe a la superficie”.
Martes 4 de mayo. Según relató un testigo ocular, Lois Orr: “Para la mañana siguiente, los obreros armados dominaban casi toda Barcelona. Todo el puerto y con él la fortaleza de Montjuïc, cuyos cañones dominan el puerto y la ciudad, lo tenían los anarquistas, todos los suburbios estaban en sus manos; las fuerzas gubernamentales, exceptuando algunos cuarteles aislados, estaban totalmente superadas en número y concentradas en el centro de la ciudad, el distrito burgués, donde se les podía atacar desde todos los ángulos como atacaron a los rebeldes el 19 de julio de 1936”.
En esas circunstancias, para formar un gobierno obrero, sólo faltaba lanzar una ofensiva sobre el pequeño círculo en el centro de Barcelona que el gobierno controlaba, y sobre la base de la coordinación de los consejos obreros existentes y la extensión de los mismos a toda Catalunya, aplicar una política revolucionaria: expropiación de los capitalistas y latifundistas, organización de un ejército rojo para lanzar una guerra revolucionaria contra Franco y un llamamiento internacionalista al proletariado europeo, especialmente al francés, para impulsar la revolución en sus países siguiendo el ejemplo español. Pero en lugar de esto, los dirigentes de la CNT Montseny y García Oliver, que ya formaban parte del Gobierno de coalición con los republicanos, se lanzaron al sabotaje de la huelga haciendo un llamamiento expreso a que los trabajadores abandonaran las barricadas. La dirección regional de la CNT declaró el día siguiente: “La CNT y la FAI siguen colaborando lealmente, como en el pasado, con todos los sectores políticos y sindicalistas del frente antifascista. La mejor prueba de esto es que la CNT sigue colaborando con el Gobierno central, (y) con el de la Generalitat”.
Miércoles 5 de mayo. Contra las indicaciones de los dirigentes de la CNT (y también de la UGT), los trabajadores permanecen en las barricadas desconfiando de las negociaciones. Era tal la indignación con los dirigentes cenetistas que incluso el periódico de la CNT, Solidaridad Obrera, era destripado en las barricadas.
La intuición de las masas era cierta y otra vez más perspicaz que la de sus dirigentes. Nada más conocerse los hechos sucedidos en Barcelona, una fuerza armada de cinco mil milicianos del POUM y la CNT intenta desplazarse desde Huesca hacia Barcelona. Sin embargo, los líderes cenetistas consiguen detenerlos en Lleida bajo el pretexto de que el gobierno se había comprometido a no enviar efectivos. Sin embargo, el Gobierno de Valencia ya ha movilizado una fuerza de 5.000 guardias de asalto en dirección a la capital catalana con el fin de sofocar el levantamiento.
Jueves 6 de mayo. A los llamamientos a abandonar las barricadas de la CNT, se suman los dirigentes del POUM, desaprovechando así la última oportunidad para conquistar a las masas del proletariado cenetista para una política auténticamente comunista.
En aquel momento, la CNT ordena evacuar la Telefónica. Inmediatamente después del desalojo, la policía ocupa el edificio. Después de tres días de impotencia, el gobierno recupera la iniciativa y contraataca: guardias de asalto toman la estación de ferrocarriles, bajo control obrero también desde el 19 de julio, mientras las barricadas obreras se desmantelan… el último intento de mantener las conquistas revolucionarias fracasa abriendo el paso definitivo a su liquidación y a una feroz represión de los obreros revolucionarios por parte del gobierno republicano-estalinista.
La capitulación de los dirigentes anarquistas
y el papel del POUM
La revolución española fue la mejor ocasión del anarquismo para mostrar su valía y utilidad como ideología revolucionaria. Pero la dirección anarcosindicalista tampoco pasó la prueba de los hechos. A pesar de la enorme fuerza proletaria de la base cenetista, a pesar de la iniciativa revolucionaria de los comités locales de la CNT, donde se agrupaban los líderes naturales del proletariado, esto no era suficiente. El torrente revolucionario de las masas requiere siempre de una dirección con una política a la altura de las circunstancias.
Los principios fundamentales del anarquismo (destrucción del Estado, negativa a tomar el poder porque en el ideario anarquista eso es sinónimo de dictadura…) chocaban con el desarrollo real y concreto del proceso revolucionario y con sus necesidades vitales para hacerlo triunfar y consolidarlo. En la práctica, la actitud de los líderes anarquistas se diferenció en poco (o en nada) de la de los dirigentes socialdemócratas y estalinistas, aceptando en todos los momentos cruciales la política de colaboración de clases y de subordinación de la revolución a los límites de la “República democrática”. Esta orientación, por más que se la disimulara de fraseología ácrata, significaba en la práctica la defensa del orden capitalista en territorio leal y la renuncia a la revolución social.
Los dirigentes del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista, producto de la fusión de la Izquierda Comunista y el BOC en 1935) y en especial Andreu Nin, un dirigente reconocido en el movimiento obrero, podrían haber jugado un papel trascendental en la victoria de la revolución.
Durante las Jornadas de Mayo, el POUM contaba con cerca de 30.000 militantes comprometidos con la causa revolucionaria. Disponían de una milicia en el frente de Aragón integrada por cerca de 10.000 combatientes. En los sucesos del 3 de mayo los militantes poumistas compartían barricada con los cenetistas: en aquel momento miles de obreros, lo mejor del proletariado catalán, miraban hacia los militantes y dirigentes del POUM buscando una orientación revolucionaria. Pero los dirigentes del POUM se colgaron a los faldones de los líderes confederales y aceptaron su negativa a tomar el poder. En consecuencia, facilitaron también las condiciones para la destrucción de los órganos y elementos de poder obrero alcanzados en los inicios de la revolución. Las ambigüedades y el temor a “quedar aislados” de los dirigentes anarquistas y frente populistas, siempre marcó la actuación del POUM. De hecho no era la primera vez que se conducían así. Mientras el POUM participó en el Gobierno de la Generalitat hasta su expulsión en diciembre de 1936, no tuvo inconveniente en firmar los decretos que atacaban las colectividades y las milicias. Cuando un partido sólo defiende una política revolucionaria en los discursos, pero en la práctica hace lo contrario de lo que proclaman sus declaraciones públicas, es imposible que gane la confianza de las amplias masas de la clase obrera en el momento de la revolución. La actitud de Andreu Nin y los dirigentes poumistas no fue casualidad, era una consecuencia de su programa y política centrista.
Los Amigos de Durruti
y el grupo
Bolchevique-Leninista
Sólo dos pequeñas organizaciones trataron de aportar una dirección consecuente en medio del fragor de las Jornadas de Mayo: Los Amigos de Durruti, una organización surgida entre los militantes de la FAI que luchaba contra la política colaboracionista de la dirección de la CNT; y el pequeño grupo Bolchevique-Leninista, compuesto por un puñado de militantes trotskistas que habían roto con la política centrista del POUM, que editaba La Voz Leninista.
El martes 4 de mayo el grupo Bolchevique-Leninista repartió una octavilla en las barricadas que adquiere una gran popularidad entre los militantes cenetistas. Decía lo siguiente:
“VIVA LA OFENSIVA REVOLUCIONARIA. Nada de compromisos. Desarmar a la Guardia Nacional Republicana y las Guardias de Asalto reaccionarias. Este es el momento decisivo. Después será demasiado tarde. Huelga general en todas las industrias salvo las relacionadas con la prosecución de la guerra, hasta que renuncie el gobierno reaccionario. Sólo el poder proletario puede garantizar la victoria militar. ¡Total armamento de la clase obrera! ¡Viva la unidad de acción CNT-FAI-POUM! ¡Viva el frente revolucionario del proletariado! ¡Comités de defensa revolucionaria en talleres, fábricas y barrios!
“Sección Bolchevique-Leninista de España (por la Cuarta Internacional)”.
El día siguiente Los Amigos de Durruti reparten otro panfleto:
“CNT-FAI, Grupo de los Amigos de Durruti.
Trabajadores, exigid con noso-tros: Una dirección revolucionaria, el castigo a los culpables, el desarme de todos los cuerpos armados que participaron en la agresión. La disolución de los partidos políticos que se han alzado contra la clase obrera. No cedamos la calle; la revolución ante todo”.
Este era el camino, pero estas dos organizaciones eran demasiado pequeñas, sin el arraigo suficiente entre las masas para llevarlas a la victoria. Aún así los dirigentes cenetistas denunciaron a los Amigos de Durruti como “agentes provocadores contrarrevolucionarios”, y cientos de ellos fueron expulsados de las organizaciones confederales y detenidos por la policía republicana. Igual destino tuvieron muchos de los militantes del grupo Bolchevique-Leninista.
La revolución es derrotada
La represión contra el proletariado después de la derrota se convirtió en apabullante. Centenares de militantes de la CNT y el POUM son asesinados por las fuerzas estalino-burguesas. Miles son arrestados, volviéndose a llenar las cárceles de militantes revolucionarios. El POUM fue liquidado y duramente reprimido bajo la acusación de ser una organización trotsko-fascista, y su máximo dirigente, Andreu Nin, torturado salvajemente y asesinado. La burocracia estalinista y su policía política, la GPU, intentaron trasladar los mismos mecanismos represivos que ya habían aplicado contra cientos de miles de comunistas en Rusia al suelo español. De esta manera escribieron una de las páginas más infames de su historia.
La consigna de “primero ganar la guerra, después hacer la revolución” significó, en la arena de los acontecimientos, luchar contra la revolución y crear las condiciones más desfavorables para ganar la guerra. Después de las Jornadas de Mayo, la contrarrevolución en el campo republicano avanzó con mucha más fuerza. Largo Caballero fue expulsado del Gobierno por su negativa a reprimir al POUM, formándose un nuevo gabinete encabezado por Juan Negrín, dirigente del ala más moderada del PSOE que actuó como un dócil ejecutor de todas las decisiones estalinistas. A partir de ese momento, los líderes cenetistas se deslizaron con más fuerza por el tobogán de la colaboración de clases, cediendo sus posiciones en el frente militar a los nuevos mandos republicano-estalinistas y subordinándose a sus órdenes. Las colectividades en Aragón fueron desmanteladas en acciones punitivas del nuevo ejército republicano y se restablecieron las viejas relaciones de propiedad de la tierra. Los comités obreros fueron disueltos mientras se desarma definitivamente a los obreros en la retaguardia. Los comités de abastecimiento fueron suprimidos y se sustituyen por asociaciones empresariales que mercadeaban con la escasez de producto. En definitiva, se desmantelan todas las conquistas de la revolución.
El efecto de la derrota del proletariado catalán en la moral y el estado de ánimo de las masas fue devastador. Los desastres militares a partir de entonces se suceden uno detrás de otro, aunque la heroica resistencia de los trabajadores contra el fascismo prolongó durante dos años más la guerra civil.
Las Jornadas de Mayo de 1937 constituyen uno de los pasajes más heroicos del proletariado mundial. Quedarán para siempre como una prueba contundente de la inagotable capacidad revolucionaria de las masas. Hoy, setenta años después, los sucesos de mayo del 37 son totalmente ocultados o tergiversados, como ocurre con todos los grandes acontecimientos revolucionarios en los que las masas anónimas de la clase trabajadora son las protagonistas. Para los jóvenes y trabajadores que hoy queremos acabar con el sistema capitalista, conocerlos y comprenderlos en toda su profundidad, igual que el conjunto del proceso de la revolución en los años treinta, es una prioridad de primer orden. No podemos cambiar el pasado, pero sí aprender de él para cambiar el futuro.
1. Grandizo Munis, Jalones de derrota, promesa de victoria, Muñoz Moya Editores, Brenes 2003.
2. Citado en Felix Morrow, Revolución y Contrarrevolución en España, Editorial Akal, Madrid 1977.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario