ALEXYS ROJAS AGUILERA
BANES, Holguín.No hubo otra alternativa. El recorrido del halcón conducido por el piloto Andersson resultaba muy peligroso para la seguridad nacional. Se producía un estado de necesidad y la decisión era adoptada: desde La Anita se elevó el cohete interceptor. El vuelo espía quedaba interrumpido. Era un momento tenso de la Crisis de Octubre,m destacada por la continuada politica hostil a la Revolución y la inquebrantable desición de nuestro pueblo a defender.
Mientras el cohete disparado por una batería antiaérea soviética tomaba altura dejando una estela blanquecina y un ruido como de trueno lejano, un niño desde el patio de la casa de sus abuelos paternos Vicente y Eulalia, en el mismo corazón de la ciudad de Banes, miraba arrobado el hermoso azul del cielo moteado de nubes blanquísimas, ajeno completamente.
Un trueno diferente, seco y ásperoCdespués sabría era una explosión, quizás dos, casi sobre su cabeza, cosa que al menos así sintió entoncesC le hizo correr hacia el interior de la vivienda gritando: abuela Queri, abuelito, el cielo se está cayendo.
Cuarenta años pasados, la imagen casual no se ha borrado. El niño aquel en este tiempo que lo convirtió en hombre, padre, abuelo, conoció detalles de aquel día trascendental en la historia Patria y para la humanidad toda. Nunca más cerca estuvo el estallido de una conflagración atómica mundial.
Meditando sobre aquellos hechos, recordó y comprendió el significado de los vuelos arrogantes, a poca altura, de aviones a chorro, pintadas sus colas con banderitas de cuadritos negros y blancos, los que alguna vez dispararon sobre ciertas casas del barrio de Torrenteras.
Los vio tan claritos una vez sobre el pueblo, desde la casa de su prima Manelo Doimeadios, en la loma del cementerio, que pensó eran juguetes, pero a su padre le oyó decir con los dientes apretados "aquellos hijos de puta" e instuyó que algo andaba mal, porque él no decía palabras feas.
Y sintió, ahora, el mismo escozor en el pecho y el mismo deseo de decir las mismas palabras. Era un ultraje y debía cesar. A la arrogancia del imperio, había que partirle un ala. El cielo de Cuba era de los cubanos. A cualquier precio. Y eso ocurrió el 27 de octubre de 1962. Aquel día, a pesar del peligro supremo, fuimos un poco más libres y no hubo miedo.
Cuba se agigantó y expuso sus demandas, entre ellas, exigió el cese del bloqueo. Sus famosos cinco puntos, todavía no cumplidos.
No era Cuba la que amenazaba y agredía constantemente al vecino del norte, ni la que organizaba bandas terroristas y planes de atentados contra sus dirigentes, ni la que bloqueaba y suprimía cuotas, ni la que incendiaba cañaverales, fábricas, escuelas, asesinaba maestros, atacaba humildes poblados o introducía epidemias, ni la que invadía con mercenarios.
Era Cuba la agredida, la que veía morir a sus hijos, la que sufría y por ello tenía todo el derecho a defenderse. Eso hizo y eso hará, como lo demuestran nuestros cinco compatriotas prisioneros políticos del mismo imperio, pero no actuando contra la seguridad de ese país, sino para impedir golpes bajos de sus prohijados mafiosos de Miami.
Los misiles soviéticos emplazados fue consecuencia, no causa; la Crisis de Octubre fue consecuencia, no causa.
La génesis, en el infructuoso y obstinado empeño de la ultraderecha de los Estados Unidos, que no ha cesado aún, por destruir la Revolución y su ejemplo. Y en la irrenunciable decisión de Patria o Muerte que nos anima, porque amamos la paz con dignidad.
El derribo del U2 resultó el detonante de un episodio indeleble
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