"Si doy de comer a los pobre me llaman santo y me alaban. Pero en cambio, cuando pregunto por qué los pobres no tienen alimento, entonces me llaman comunista y se enojan"
Helder Camera
En estos momentos 850 millones de personas están sometidas al yugo y la barbarie que supone el hambre. Y pueden ser 150 millones más en poco tiempo si no se ponen en marcha las medidas necesarias. Son datos oficiales que se recogen en multitud de documentos e informes de organismos e instituciones internacionales y que reflejan una realidad ante la que muchos optan por mirar a otro lado. Si se hace una mirada al mundo actual otra de las conclusiones que también se constatan es que el hambre cada vez tiene un rostro más joven.
Entre 10.000 y 15.000 niños sufren diariamente las consecuencias directas de este drama.
En junio pasado se celebró en Roma una nueva cumbre de la Agencia de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). El principal objetivo de este encuentro internacional era abordar la crisis alimentaria que tantos estragos está provocando al mundo de hoy. Era evidente que la meta era aunar esfuerzos colectivos, sobre todo de los países más ricos y más desarrollados, para combatir este flagelo que azota a los países menos desarrollados y así dar respuesta a los nuevos retos que representa el crecimiento de las áreas emergentes de nuestro planeta. Sin embargo, tras los elocuentes discursos inaugurales y las fotos protocolarias nuevamente llegó el fracaso. Todo ha quedado reducido a una mera declaración de intenciones, huérfana de medidas concretas.
Un vez más los gobiernos de los países más poderosos apuntan su visión hacia otro ángulo mientras millones de seres humanos están condenadas a la pobreza y la más absoluta miseria.
Esta actitud supone no sólo una flagrante demostración de hipocresía fuera de toda duda sino también una auténtica irresponsabilidad. No abordar este tipo de problemas supone, ineludiblemente, incrementar su tamaño y complejidad. Mirar a otro lado no puede ser una opción posible. En estos momentos, y según datos de las propias instituciones internacionales, se necesitan 19.400 millones de euros para hacer frente a este execrable drama. Es una cantidad importante de recursos, lo suficientemente ambiciosa como para impedir un acuerdo internacional para financiarla. Sin embargo, resulta grotesco que no puedan garantizarse estos recursos cuando es prácticamente el mismo dinero que gasta Estados Unidos en seis meses en Irak. Es evidente que combatir la pobreza no está entre las prioridades políticas de algunos gobiernos. Es este el verdadero problema.
Frente a esta situación, muchas organizaciones sociales y políticas defendemos medidas propuestas dirigidas a garantizar los recursos necesarios para combatir la pobreza y sus consecuencias. Si se cumpliera el compromiso del llamado primer mundo de destinar el 0,7% del Producto Interno Bruto (PBI) a la cooperación, al desarrollo de los países más pobres, tan solo con esta medida se garantizarían 130.000 millones de dólares cada año. Por otro lado, si los gastos militares de la OTAN fueran reducidos anualmente sólo un 10 %, se liberarían otros 100.000 millones de dólares. Y si se condonara la deuda externa, los países menos desarrollados dispondrían de 345.000 millones de dólares más. Esto sin mencionar otras medidas como la conocida Tasa Tobin (impuesto ideado para gravar la especulación financiera mundial que circula en torno a las transacciones en los cambios de divisas), que supondrían otros 230.000 millones de dólares al año.
Conviene meditar sobre si los avatares y las soluciones a determinados problemas que afectan y asolan a nuestro planeta es una cuestión de voluntad política o no. Es necesario reflexionar sobre la capacidad del sistema para dar respuesta al desorden económico y social. No es tolerable que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres cada vez más y más pobres.
Marcos Cienfuegos Marqués
Concejal de Izquierda Unida en Mieres, Asturias.
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