Ayer 15 de septiembre, aproximadamente a las 23:05 horas, justo en el momento en que el gobernador de Michoacán, el perredista Leonel Godoy, hacía la arenga del Grito de Dolores (como parte de los festejos del Día de la Independencia) en la capital de este Estado, la Ciudad de Morelia, fue lanzada una granada de fragmentación contra una multitud de aproximadamente 30 mil personas aglutinadas en la Plaza Melchor Ocampo, frente a Palacio de Gobierno, que participaban en dicha fiesta cívica. Después, a tan sólo unos cuantos minutos de la primera detonación, la multitud aglutinada, también por razón de las fiestas, sobre la avenida Madero y la calle Andrés Quintana Roo, localizadas del mismo modo en el centro de esta ciudad, fue agredida con una segunda granada.
Ambos estallidos dejaron un lamentable saldo de ocho muertos, dos en el lugar de los acontecimientos y otros seis en el hospital, y más de cien heridos, algunos en un estado de gravedad tan delicado que hace suponer que el número de decesos crecerá en las próximas horas y días.
Sobre los responsables de estos brutales actos, a pesar de que aún no hay nada oficial, todo parece indicar que la autoria apunta hacia una de las tantas bandas de narcotraficantes que hay en México. De hecho, los medios informativos insisten sobre el rumor de que ya ha sido capturado un sospechoso. Otro informe dado a conocer por los medios es el testimonio de una taxista que tras las explosiones fue abordado por cinco sujetos que lo obligaron a trasladarlos a un punto en las afueras de la ciudad en el cual bajaron del taxi para abordar y salir huyendo en dos vehículos, uno con placa del Estado de Guerrero y otro de Jalisco. De acuerdo al taxista, los hombres iban vestidos con uniformes oscuros con siglas y distintivos de corporaciones policíacas, exactamente como acostumbran disfrazarse para sus acciones muchos de los sicarios del narcotráfico.
Los hechos de Morelia son un acontecimiento verdaderamente trágico por las muertes y los heridos arrojados como saldo, pero lo es aún más porque es la primera vez en un montón de décadas, tantas que cuesta trabajo encontrar algún antecedente sobre un hecho similar, que en México se desarrolla un claro y evidente acto terrorista contra la población.
Y es verdad, resulta difícil, por no decir imposible, encontrar registro alguno en el que se pueda ubicar alguna clase de hecho similar al visto el día de ayer en la ciudad de Morelia. Es verdad que la lucha por los mercados de la droga y la reacción por la ofensiva del Estado, ha hecho que la llamada guerra contra el narco, que tan sólo en los menos de dos años de la administración de Calderón ya dejó aproximadamente 4 mil 500 muertos (algunos señalan que esa cifra ya llega a los 5 mil) adquiera cada vez expresiones más desgarradoras, tal es el caso de los 12 decapitados localizados en Yucatán el pasado 28 de agosto (un día después se encontraron otros cuatro cuerpos en las mismas condiciones en dicha entidad) o como del reciente 12 de septiembre cuando en el Estado de México, en una localidad muy cercana al DF, encontraron los cuerpos de 24 ejecutados, algunos de ellos con el tiro de gracia en la nuca. Sin embargo, a pesar de todo ello, nunca se había presentado un acto terrorista como el que atestiguamos ayer. En todo caso lo más cercano a ello que en el pasado ya había sucedido, son los paquetes con granadas que no detonaron y que fueron localizadas en las estaciones del Metro Miguel Ángel de Quevedo y Copilco en el DF el viernes 1 de junio del 2007. No obstante, a este respecto existen serias dudas respecto a la originalidad de este suceso, pues una idea de mucha fuerza es la de que se trató de una provocación del gobierno federal para presionar al gobierno capitalino dirigido por el PRD, en el sentido de que acepte que las tropas del ejército se desplieguen en las calles del DF tal como lo está haciendo en el resto de las ciudades mas importantes de todo México.
El atentado terrorista de ayer en la ciudad de Morelia marca un antes y un después sobre la manera en que se está expresando la llamada guerra contra el narco; ahora, está claro, los trabajadores, amas de casa, ancianos, niños y jóvenes hemos sido puestos en la línea de fuego.
Desafortunadamente el 15 de septiembre de 2008 puede pasar a la historia como el día en el que los narcotraficantes y sus sicarios iniciaron su escalada sangrienta basándose en las acciones terroristas. Esta historia, que si bien es nueva en nuestro país, ya tiene antecedentes alarmantes en otras latitudes. Un ejemplo de ello es el caso de quien fuera el más poderoso narcotraficante colombiano, Pablo Emilio Escobar Gaviria, quien dirigió por años al Cartel de Medellín. A este capo, asesinado en diciembre de 1993, se le responsabiliza de cuando menos 4 mil asesinatos. Pablo Escobar, en la lucha por la defensa de sus intereses, asesinó a toda esa gente no sólo por medio de ejecuciones al estilo clásico de los sicarios del narco (por ejemplo, los decapitados de Yucatán) sino también por medio de atentados terroristas, no sólo dinamitando edificios de dependencias públicas de sus país, sino además haciendo estallar una bomba en un avión en pleno vuelo tal como sucedió con el Boeing 727 de Avianca en el cual, el 27 de noviembre de 1989, perecieron aproximadamente 200 personas.
La responsabilidad de los actos como los padecidos ayer en Morelia recae sobre los narcotraficantes, seres desclasados y decadentes que no poseen ni el más mínimo sentimiento de solidaridad con alguien, ni siquiera con sus propios secuaces. Para ellos las ganancias son las ganancias y ello determina sus acciones. De esta clase de sujetos no se puede esperar nada bueno, se alimentan y reproducen de lo peor que produce la podredumbre capitalista. Los trabajadores debemos tomar medidas para impedir que estos subhumanos, continúen envenenando a nuestra juventud y repitan actos terroristas como el de este 15 de septiembre.
No obstante hay otros culpables y que también tienen responsabilidad directa sobre este sangriento atentado terrorista que ya dejó ocho muertos. El narcotráfico no es un negocio marginal, algunos dicen que el valor anual del mercado mundial es de 600 mil millones de dólares. Algunos otros analistas señalan que el dicho valor asciende incluso hasta los 800 mil millones. En dicho mercado los cárteles mexicanos de la droga no son socios minoritarios, sino todo lo contrario. Es un hecho que la tajada del pastel que le toca a los narcos mexicanos es de las más grandes del total que integra este mercado. Siendo esto así, resulta imposible pensar que los narcos mexicanos puedan mover gigantescas cantidades de droga y de dinero al margen del apoyo de algunos engranes del aparato del Estado y sin el auxilio de los bancos y las diferentes instituciones financieras.
El narco, auxiliado por el Estado y la banca, se ha trasformado en un enorme poder, el cual resulta ahora muy difícil controlar. En el pasado fueron los priístas quienes apoyaron a los diferentes cárteles de la droga, y ahora ese papel lo desempeñan principalmente los panistas. No olivemos la denuncia pública, en el segundo informe de gobierno de Coahuila, hecha por el gobernador de esta entidad en octubre el 2007, Humberto Moreira, señalando los complejos y fuertes vínculos entre connotados panistas y narcotraficantes. Poco después, ese mismo mes, la revista Proceso documentó con santo y seña las relaciones entre panistas y narcos (http://www.proceso.com.mx/analisis_int.html?an=54535)
No obstante todo ello, Calderón se quedó callado, no hizo nada, no tomó ninguna acción por modesta que fuera para actuar sobre esas denuncias y se quedó con lo brazos cruzados.
La nula reacción de Calderón en ese caso, refleja claramente la hipocresía de la cruzada que lanzó contra la droga desde el inicio de su gestión al frente del gobierno de la República. Calderón lanzó su guerra contra los narcotraficantes como una medida desesperada en búsqueda de la legitimidad que no le pudo dar un proceso electoral fraudulento que lo llevó a la presidencia; las razones que lo mueven son más de carácter de propaganda política que relacionadas con el bienestar de la mayoría de los mexicanos. Sin embargo su cruzada está zozobrando y al borde del colapso, transformándose en su contrario. Ahora, a estas alturas para millones de mexicanos la campaña antinarco de Calderón es todo un fracaso.
El problema es que la cruzada calderonista, además de representar ya todo un desastre para la sociedad, nos ha puesto a los trabadores y a nuestras familias en la línea de fuego del narco, mismo que ha sido fortalecido por las corruptelas del Estado y del sistema financiero, exactamente como sucedió en el caso de Al Qaeda con Bush (los atentados terrorista del 11 de septiembre del 2001 le costaron la vida a 2 mil 973 norteamericanos) con Aznar (las explosiones en el metro de Madrid del 11 de marzo del 2004 dejaron un saldo de 191 muertos) y Blair (el ataque contra el sistema de trasporte público de Londres provocó la muerte de 56 personas).
En la cruzada calderonista contra las drogas los daños contra los cárteles han sido menores, pero el costo cada vez es más caro para las familias trabajadoras que representamos el eslabón más débil en la cadena de violencia. Por su parte Calderón, que ha ido de fracaso en fracaso en esta guerra, es el principal beneficiario del atentado terrorista de Morelia. Para el presidente espurio los sucesos de este 15 de septiembre significan un regalo de navidad que le abre de par en par la puerta de la justificación para la elevación que está proponiendo de un 50% del gasto público del 2009 para todo el aparato de seguridad del Estado (policías, ejército, jueces, cárceles, ministerio público, etcétera), para lanzar con una mayor fuerza su proyecto de asegurar por medio de acuerdos como la Iniciativa Mérida una mayor intervención del imperialismo yanqui con dólares, armamento, asesores e incluso soldados y policías, en tareas de seguridad interna, todo ello al lado de proponer un mayor endurecimiento de las leyes y las sentencias penales. En otras palabras, la tragedia de Morelia le ha dado una oportunidad de oro a Calderón para, con la excusa del combate a las bandas de narcotraficantes y sicarios, endurecer el aparato represivo del Estado para utilizarlos contra el movimiento obrero, estudiantil y del campo. Tras recibir la noticia del atentado terrorista en Morelia, seguramente lo primero que hizo Calderón fue frotarse las manos.
Los vínculos entre el Estado, la burguesía y los narcotraficantes son inevitables y una condición para que esta clase de negocios funcionen y prosperen. De hecho, regresando al caso de Escobar Gaviria, en este caso el capo colombiano también es un buen ejemplo para ilustrar esa realidad ¿O acaso no Escobar Gaviria fue electo en 1982 representante suplente para el Congreso de la República de Colombia? Incluso recordemos que, también en 1982, este mismo capo, a invitación del empresario español Enrique Sarasola, asistió a la toma de posesión como Jefe de Gobierno de Felipe Gonzáles. Esta realidad aplica para México e incluso, y sobre todo, para el propio imperialismo yanqui.
Bajo el capitalismo la erradicación del narcotráfico es caso perdido, no sólo por el magnifico mercado que significa la frustración y el sin futuro que le ofrece esta sociedad a la inmensa mayoría de seres humanos en todo el mundo, sino además por las profundas raíces que este tiene entre el aparato de los diferentes gobiernos y los distintos negocios de la burguesía. Por consecuencia el narcotráfico es un producto directo del capitalismo y sólo puede ser erradicado eliminando al capitalismo y a sus capitalistas.
Detener a ese flagelo y a la violencia que nos quiere imponer pasa por acciones que inevitablemente nos plantean la necesidad de eliminar a este Estado incapaz de solucionar este problema, derrocando a Calderón y sustituyéndolo por una democracia obrera que nacionalice los principales medios de producción que nos garanticen una vida digna, que además organice a la clase obrera para lanzar una lucha para aplastar a los narcos y sus sicarios. La organización de la clase obrera, teniendo en sus manos las palancas más poderosas de la economía, solucionará en relativamente poco tiempo todos aquellos problemas que la burguesía y sus gobiernos no han podido solucionar en bastantes décadas en el poder, incluido el narcotráfico.
Luis Enrique Barrios (Militante-México)
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