Esa Revolución y su pueblo han dado hasta lo que no han tenido. Y tienen poco. No se sabe cómo lo han hecho, pero es una realidad tan real como sus altivas palmeras. En estos cuarenta y nueve últimos años, millones de seres por el mundo lo han comprobado.
Argelia; que empezaba a vivir sin el yugo colonial francés; vio llegar a sus médicos. La Revolución cubana, recién triunfada, compartió los pocos que tenía.
Miles de sus mujeres y hombres murieron combatiendo en el África contra el apartheid: ganaron, pero la historia de los poderosos insiste en hurtarles el crédito.
Una fotografía cambió el rumbo de la guerra en Vietnam: esa niña que se ve corriendo por una carretera desnuda, y llorando por las quemaduras con las bombas de NAPALM estadounidense, se curó en Cuba.
Ha sido el único país, el único, que trasladó hasta su territorio a muchos de los que enfermaron por causa del estallido de la central nuclear de Chernobil. Lo hizo cuando había desaparecido la URSS, y los gobernantes de Rusia estaban plegados a Estados Unidos: ayudaban a quitarle más aire a la asfixiada economía cubana.
Miles de africanos y latinos pobres han sido formados como deportistas y médicos: gratuitamente.
Millones de mujeres y bebés han sido salvados al momento del parto, en los rincones más inhóspitos de América Latina, África y Asia, por esos nuevos apóstoles llegados desde Cuba.
En Pakistán, mientras eran sanados, muchos campesinos descubrían que existía la medicina, que existía esa Isla, y que existían humanos con piel negra y bata blanca.
Cuando uno de los tantos ciclones casi desaparece una parte de Haití, Cuba le propuso a Francia: ustedes envían las medicinas y nosotros los médicos. Paris prefirió enviar tropas para ayudar a controlar las justas protestas. Cuba, solita y en silencio, trasladó los médicos con algunas toneladas de medicinas.
Difícil es de calcular cuántos miles de millones de dólares ha podido costar todo ello En cambio sí es muy fácil saber que la Revolución y su pueblo lo dieron, antes que invertirlo en comodidades para el diario vivir.
Ah, pero también ha entregado cosas de las que nadie se acuerda a la hora de las verdades. ¿Y los miles de extranjeros que han recibido terapias de alegría, tan sólo por mezclarse con ese pueblo? Regresan rejuvenecidos. Porque ese pueblo inyecta optimismo con sus risas, sus abrazos, su jodedera. Porque la fraternidad es vida.
Esa revolución y su pueblo, que tanto nos han dado, hoy necesitan de nosotros.
Los últimos dos ciclones que han pasado, uno atrasito de otro, golpearon muy fuerte algunas zonas del país. Como una explosión nuclear, dijo Fidel. Los grandes medios de información internacionales, rabiosos como se mantienen contra esos rebeldes, se niegan a informar de la situación. De seguro les duele mencionar la capacidad de organización que tiene la Revolución para enfrentar tales desastres. La misma que, lo sabemos, anhelan los afectados por los mismos ciclones en Estados Unidos.
Washington está contando a los cuatro vientos que Cuba rechaza su ayuda. Otro cuento de los miles en su agresión a la Isla. La Habana ha respondido que si quiere ayudar levante el asesino bloqueo, aunque sea por seis meses, para comprarle lo necesario. Claro, dentro de los acuerdos que rigen el comercio internacional. No quiere saber de ayudas bajo compromisos que arañen su soberanía. Cuba no quiere, ni necesita, ni merece limosnas porque nunca las ha dado. Y ni pensarlo recibirlas del Estado que quiere ver la Revolución destruida. El mismo que nunca ofrece algo sin una intención atrás.
Es hora de devolver unos poquitos de lo tanto que ese pueblo ha hecho por tantos y tantísimos. La Revolución y los cubanos no lo expresarán jamás así, pero es la verdad y se debe decir.
En muchos países ya se está organizando la solidaridad. Existe donde informarse: aportemos.
Cuba necesita solidaridad, ese acto de ternura entre los pueblos.
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