"En La Habana un estudiante se mantiene en huelga de hambre desde hace diecinueve días". Noticia escueta: una línea de telegrama, apenas. Lo suficiente. América vibró de indignada protesta y Julio Antonio Mella fue libertado. Machado debía enfundar por algunos años su decisión de acallar una esforzada voz de juventud. América anotaba un triunfo. Corría el ultimo mes de 1925.
¿Quién era este hombre joven que conmovía al mundo con su gesto magnífico? Venía de una familia acomodada, situada en las raíces de la Cuba feudal y oligárquica. Venía de las viejas clases en derrota y llegó a la universidad teológica y absurda. Matriculóse en la escuela de Derecho, en la gazmoña escuela de los abogados de tierras calientes, sumisos tinterillos de Wall Street.
La universidad cubana era semejante a las otras de América, igual en sus defectos, en sus limitaciones, en su reaccionarismo. Recuerdan que ocho camaradas fueron fusilados durante las guerras de la Independencia. Durante esas luchas -¿es así, claro nombre de Martí?- que sacaron a la Isla de la dominación española para hundirla en la servidumbre de la enmienda Platt. En 1923, las calles de La Habana se estremecen con las primeras manifestaciones escolares. Un muchacho dinámico y nervioso las encabeza. Es Julio Antonio Mella. Desde entonces está marcada su vida. Es el líder estudiantil más firme y acerado de Cuba.
La rebelión escolar se traduce en una vigorosa federación nacional de estudiantes. Julio Antonio es, desde luego, su presidente. Su pluma recibe un bautismo de lucha en Alma Mater y Juventud, los órganos de la federación. Y su capacidad de organizador se muestra promisoria en el primer congreso de estudiantes cubanos, en 1924.
Un año después, Gerardo Machado -sostenido por las bayonetas yanquis- es dueño de Cuba. Las voces más eminentes de la inteligencia cubana son reducidas a silencio. Los partidos opositores, hostigados. Los gremios obreros, clausurados, perseguidos y asesinados sus miembros más activos. La "porra" -la porra trágica y sangrienta- está naciendo...
Los estudiantes sufren el terror machadista. Sus organizaciones caen en el índex. El 26 de noviembre de 1925, en el histórico Patio de los Laureles de la Universidad de La Habana, Mella pronuncia un discurso. Cuando desciende la improvisada tribuna, una multitud de jóvenes entusiastas pugna por estrecharlo en sus brazos. Es su última arenga en tierra cubana. Al día siguiente, el tirano ordena su prisión. Diecinueve días de huelga de hambre.
Deben libertarlo.
Luego, el destierro. Su vida peligra en la Isla.
El exilio
Panamá, Guatemala, México, ven cruzar la figura atlética del mozo cubano. En él está operándose una progresiva transformación. El líder estudiantil salta los cercos de lo estrictamente universitario. No constituyen sino un aspecto del vasto drama continental. Mella advierte nuestra perspectiva social. Ve que somos satélites presumidos en la órbita del imperialismo. No le engaña la presunta libertad de nuestros pueblos. Sabe que vivimos en dependencia económica -y política- de los plutócratas que cortan cupones en sus oficinas de Londres o de Nueva York. El problema primario de nuestros países es lograr la liberación nacional. Mella alcanza esta posición. El brioso líder estudiantil había engendrado al recio luchador antimperialista.
Cuando Mella arribó a México -teatro de sus más prolongadas actuaciones- delineábase la firmeza de su postura contra el imperialismo. Allí crea la Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos y su órgano de combate, Cuba Libre. Funda la Liga Antimperialista de México y de Cuba.
En 1926, representa al movimiento anticolonial del continente en el congreso mundial de Bruselas. Un notable trabajo -Cuba, factoría yanqui- atrae la atención.
Sobre el joven americano. Ahí están Munzenberg, el antiguo secretario de la Internacional de los Jóvenes Socialistas; Chattopadayaya, el diputado comunista hindú; Maxton, el líder laborista británico; Haya de la Torre, el peruano que estudia en Oxford... En Bruselas, ante un auditorio calificado, Mella precisa las orientaciones tácticas del movimiento antimperialista.
Julio Antonio atraviesa Europa
Llega a Rusia. La recorre de confín a confín. Sus ojos van absorbiendo impresiones. Su mente -ágil- asimila nuevas enseñanzas para atisbar el destino de América. Porque ahora ha dejado de ser un esforzado líder cubano para convertirse en un conductor de fibra continental. Está en actitud de vigilancia cubana, con la mirada siempre vuelta hacia la Isla. Pero vive la preocupación del continente, grabada en las páginas inquietas de El Libertador.
Su travesía europea le perfiló la comprensión de un problema capital de nuestro continente: la interpolación de la cuestión social y la nacional. Él venía de los países de capitalismo desarrollado, de los países del imperialismo donde el proletario cristalizó su conciencia de clase, dominante y definitiva. Pero venía también de la tierra del socialismo, donde los revolucionarios de 1917 debieron chocar con ese pavoroso latifundio que ahoga a la América virgen. El talento rápido de Mella captó esta dualidad profundamente revolucionaria.
El talento de Julio Antonio no estaba cultivado en la tranquilidad del gabinete, lograda casi siempre a cambio de obsecuencia. El talento de Mella -por lo mismo que era intrínsecamente revolucionario- estaba asentado en una experiencia actuante. En nuestra América, sólo dos grandes figuras ejemplifican al verdadero intelectual revolucionario. Una es Mariátegui, el magnifico escritor que desde su sillón de invalido promueve la organización del proletariado peruano. La otra es Mella. Mella supera la antinomia de la cultura burguesa al fundir brillantemente la teoría y la práctica. Es la negación de la universidad y de la intelectualidad de donde proviene. La fusión de la teoría y la práctica no es signo de inferioridad cultural, como suelen pretenderlo los graves señores de gabinete prendidos al presupuesto de todas las tiranías. Para superar la esterilidad dogmática y libresca de nuestras universidades, para adecuar la doctrina con la acción, requiérese más inteligencia constitucional. Y más coraje civil, sobre todo. Esto no quieren comprenderlo los graves señores de gabinete. No podemos regalarles otras entenderas.
El talento de Julio Antonio les da una respuesta. Por eso, la suya es una vida digna de imitarse. Una vida que merece ser vivida. No buscaremos en Plutarco la inspiración de nuestras actitudes.
Al volver de Europa, Mella se instala nuevamente en México
Algunas veces llega hasta Nueva York para impulsar el movimiento antimperialista, para organizar a los emigrados cubanos. Son huidas fugaces. Vuelve a México. Empinado sobre el Golfo, sus ojos están fijos en la Isla. Sueña con volver a ella.
Está metido en la médula de sus problemas. El Partido Comunista de Cuba lo cuenta entre sus miembros fundadores y dirigentes.
En México, su actividad no tiene límites. Está en todas partes. Habla, escribe, organiza, estudia. Es un organizador estupendo y un publicista incisivo. Centinela alerta, vigila el crecimiento antimperialista de América Latina. Quiere claridad. Exige definición. Allí está, para probarlo, su vigoroso "¿Qué es el ARPA?", donde la garra de polemista muéstrase desde el travieso anagrama inicial hasta la enjundia de la crítica doctrinaria del aprismo. En ese panfleto de extraordinaria difusión, Julio Antonio definía en términos rigurosamente clasistas el problema de la emancipación americana. Mella bebía en las fuentes más puras de la literatura marxista. Y si no puede afirmarse que fuera ya un teórico marxista -nunca se propuso ser, precisamente un teórico- estaba en camino de conformar una firme y recia mentalidad materialista. Le sobraba inteligencia para ello.
La lucha antimperialista es su preocupación. Pero la acción contra el imperialismo ¿puede separase de la actividad contra las dictaduras indígenas, que alientan y sostienen su penetración y que, recíprocamente, son sostenidas por el imperialismo? Ambas actuaciones se unifican; no cuesta esfuerzo comprenderlo. Mella no cesó un instante su lucha contra Machado. Peleando contra el tirano, peleaba contra el imperialismo que sojuzgaba la tierra natal. Derribado el déspota afrentoso, la insurgencia cubana habría ganado su primera batalla, acaso la decisiva.
Empinado sobre el Golfo, Mella sigue poniendo sus ojos en la Isla desgarrada y oprimida. Ella está en el centro de sus pensamientos. Trabaja en un libro sobre el problema revolucionario de Cuba, que la muerte deja trunco. Vuelca su ardor de publicista en las páginas de Cuba Libre. Desde México -los ojos siempre fijos en la Isla- da nuevos bríos al movimiento libertador de su patria. Ansia retornar.
Wall Street ha tolerado demasiado. Hay que acallar la voz del joven líder, que a los veinticinco años de edad enseña a la América india y cándida el camino de su libertad. Y Gerardo Machado también ha tolerado demasiado. No olvida que se le escapó hace tres años, con un gesto de pelea, valiente y arrojado. Los banqueros deciden. El tirano ejecuta. El 10 de enero de 1929, a las 10 de la noche, Julio Antonio Mella transita por una de las calles principales de México. El porrista José Magriñat le dispara por la espalda tres balas de pistola 45. El líder de la juventud americana cae mortalmente herido. La escultora Tina Modotti recoge sus ultimas palabras: ¡Muero por la Revolución!...
No podía ser de otra manera
Sobre el cuerpo todavía caliente de Julio Antonio se estrechaban en un abrazo satisfecho el banquero imperialista, el tirano servil y el traidor de la revolución agraria.
Debía ser en México, en ese México épico y heroico que en las turbas de Pancho Villa erguía el pendón gaucho contra los imperialistas rubios.
Debía ser en México, en ese México, donde los generales "revolucionarios" entregaban a sus vecinos los pozos petrolíferos y las tierras de las comunidades. Debiera ser allí donde lo matasen para que su muerte pusiera al descubrimiento la impúdica y siniestra convivencia.
Para nadie fue un misterio el origen del asesinato. Gerardo Machado fue el instigador. José Magriñat- el porrista- un ejecutor a sueldo. Todos lo sabían. Todos... menos la policía y la justicia de instrucción. Tres meses de sumario, y la libertad del asesino "por falta de pruebas".
El mismo día -simbolismo insuperable- se prohibía la publicación de Cuba Libre. Los generales "revolucionarios" se congraciaban con el imperialismo.
En la isla de sus sueños, bajo el sol del trópico, la tumba de Mella es el símbolo de una nueva Cuba que pugna por surgir a la vida libre, entre el dolor y la sangre de todo alumbramiento. Es el símbolo de la nueva Cuba. Y es el símbolo de la América Nueva, juvenil y despierta.
Aquellos que con su asesinato creyeron destruir un movimiento que tiene su savia nutricia en los anhelos más profundos del pueblo, se han equivocado. Los cegó su odio. Si antes fue el líder admirado, ahora es la bandera de la pelea. Sigue sirviendo la causa por la cual ofrendó su vida.
Como si lo presintiera, escribió estas palabras poco antes de caer: "Triunfar o servir de trincheras a los demás. Hasta después de muertos somos útiles. Nada de nuestra obra se pierde. Son pasos, avances triunfales... La victoria llegará a nuestra clase por ineluctable mandato de la historia".
Ese era Julio Antonio...
Héctor P. Agosti
(Capítulo extraído del libro El hombre prisionero de Héctor P. Agosti, Editorial Axioma, 1938, Argentina, pp. 82-86.)
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