La primera vez que vi a Quijano fue en su despacho de abogado mientras planeábamos la salida de Marcha. Era a principios del año 39 después de las vergüénzas de Munich y del Comité de No Intervención. La última vez fue en la cárcel, hermanados por una acusación de pornógrafos.
Como bien saben los restantes países civilizados, el Uruguay se divide en dos: Blancos y Colorados. Los colores no responden a caprichos cromáticos sino que se originan en una lucha de caudillos: Don Frutos Rivera, colorado él contra don Manuel Oribe, blanco él. Del primero puedo decir, corno aporte histórico que tuvo corno secretario a don Pedro Onetti, que sí sabía leer y escribir. Era mi bisabuelo, pero estas virtudes no son hereditarias. De Oribe debo destacar su manía ordenancista y el extraño prejuicio de condenar las distracciones de los dineros públicos. Si hubiera nacido en México su carrera política habría muerto al nacer. Fue también mandatario de Rosas, el tirano argentino.
Además de los dos grandes partidos fueron surgiendo por democracia o por hambre, el Socialista, el Católico, el Comunista. Pero cualquiera que sea el marbete adoptado allí somos blanco o colorados y siempre de toda la vida de más atrás, de toda la vida de padre y de abuelos. No olvidemos que aquellos a los que tocó por nacimiento ser blancos, lo son "como hueso de bagual", y los que nacieron colorados como "sangre de toro".
Ninguno de los grandes partidos engaña al electorado con distintas plataformas políticas ni con promesas de cumplimiento imposible. Pero ambos están, en definitiva, por el juego limpio, por la convicción de que es el pueblo quien debe elegir sin trapisonda ni espontáneas salvaciones impuestas.
Existió y actuó alguien cuya grandeza continúa flotando muy por encima de lo que el país merece. Se llamaba Artigas. Era incorruptible y supo decir ante los delegados del pueblo oriental: "Mi autoridad cesa ante vuestra presencia soberana".
Agrego que si allá abajo, en mi sur, alguien responde a un inquisidor insolente: "Soy socialista" le dirán: "Claro, ya sé, ¿pero blanco o colorado?" Y si usted contesta a otra posible pregunta no tan dispar: "Soy hincha de Wanderes, viejo y peludo", le dirá que bueno, pero "¿Sos de Peñarol o Nacional?".
Personalmente me consta que los diálogos propuestos ya no funcionan entre los adolescentes de allá, mi sur, aunque no lo cante Ducho.
Vuelvo a Quijano, del que nunca me separé totalmente y siempre admiré por la voluntad de jugarse sin concisiones, imperturbable ante la mediocridad arriba descrita y que estaba condenado a soportar con desprecio. Admiración sí y muy larga, que no aminorará la muerte. Pero no inspiraba cariño. Nunca lo provocó ni lo quiso.
Una vez me habló de su indiferencia por la soledad política que había elegido y se empeñaba en mantener. Y recuerdo su comentario final: "Tal vez se trate de soberbia satánica. No importa".
Pero, angélica o mefistofélica, su soberbia era indudable. Aparte de hijos y parientes y exceptuando al desaparecido Julio Castro, no creo que haya querido a nadie en profundidad. Tal vez tuviera afinidad intelectual con Ardao. Claro que estoy hablando de los tiempos de Marcha semanario, cuan do nos veíamos diariamente.
En todo caso, jamás permitió que nada ni nadie entorpeciera la tara que se había impuesto: la defensa de Latinoamérica contra la agresión permanente de eso que otros llamaron "la gran democracia del norte". Y para cumplir esta tarea fundó y dirigió el semanario Marcha. A Quijano le tocó nacer blanco y muy joven se interesó por la política. Fue elegido diputado y pronto estuvo enfrentado a lo que se llama un porvenir brillante. Pero, supongo, fue obligado a comparar su talento y su cultura con astucias y vivezas de los mandamases cuyas solemnes tonterías debía soportar.
Pensó en iniciar un movimiento de izquierda dentro del partido que ahora se llama Nacional. Fundó un diario que estaba en exceso bien escrito y era pobre y tenía que morir. Aquí supongo una pausa que empleó Quijano en lamer heridas económicas. Hasta que nació Marcha y Marcha fue Quijano y Quijano fue Marcha durante unos muy buenos años de libertad de que disfrutó el país hasta que un decreto firmado por un señor estanciero, de innegable competencia en la cría y trato de bovinos, puso fin para siempre a aquel temible "semanario marxista".
La patria respiró aliviada ante el espantoso peligro conjurado y Quijano se trasladó oportuna y urgentemente para recibir en México una parte de todo lo bueno que merecía y que su país le negaba.
Apartando miserias y como ya dije que Quijano era Marcha, debo escribir algunas líneas sobre el semanario. Para mis compatriotas resultarán pura redundancia aunque recuerden que cada viernes éramos un poquito más felices o menos desdichados. Cuando escribo compatriotas refiero a los que considero como tales. Se trata de cualidades de orden moral que poseen tanto la señora andaluza que hace la limpieza en mi casa como mis grandes amigos españoles, y debo agregar muchas personas que he conocido en los diversos países que visité, tanto en América como en Europa.
No necesito decir a la gente querida que dejé en Montevideo y Buenos Aires, pues el tiempo, con sus mudanzas, repartió mi vida en un tercio para cada una de esas capitales, el último tercio transcurre demasiado velozmente en España. Y no necesito recordar a esos lejanos compatriotas, porque ellos lo saben, que mis amistades o amores permanecen invariables.
Leo ahora una de las últimas frases de Jorge Luis Borges destinada a la prensa universal: "Yo soy un exiliado de Europa". Se trata del mismo Borges que ayudado por la ceguera pudo abrazarse sin perceptible asco con Pinochet y dijo (también para el mundo occidental y cristiano) "gracias por habernos salvado del comunismo"; el mismo Borges que al estrechar la mano a Videla (ignoró si ya estaba ensangrentada) dijo: "Por fin la Argentina tiene un gobierno de caballeros".
Y bien: Marcha nació en una tierra apacible y burocrática, en la práctica exiliada de Europa y de todo lo que fuera turbador y molesto en materia de artes o pensamiento. La ortodoxia en todos los órdenes se mantenía, conservaba, fluía mansamente. En el terreno que me atrevía a pisar, la literatura, la situación, lamentabe, dolorosa y, provocando indignación en los proscriptos, estaba ridícularnente politizada. Para llegar, por ejemplo, a ser poeta publicado pero no leido era indispensable el apoyo, la amistad de algún caudillo blanco o colorado. A veces era suficiente un caudillito de barrio siempre que arrastrara una cantidad de votos que las alturas de los partidos considerara aceptable.
En este ambiente de modorra provinciana apareció Marcha, desconcertante como un marciano y sin posibilidad de un eco inmediato. Durante meses Quijano fue modificando, semana tras semana, el aspecto y el contenido de la revista. Bajo órdenes publiqué recetarios de comistragos, juegos de tonto ingenio, chismes sobre modas francesas. En fin, algunos kilos de basura. Marcha tenía que lograr lectores y trataba de conseguirlos buscando con timidez y torpeza entre toda clase de mentalidades. Pero siempre, desde el primer número hasta el último, ahí estaba apoyado por cifras irrebatibles que yo me salteaba por pura ignorancia en asuntos económicos. Ignorancia que aún conserva en toda su pureza.
En realidad, creo que Marcha llegó a cumplir el destino que deseaba Quijano un tiempo después de que yo fuera arrojado a las tinieblas exteriores. Tenía el don de apartar sin palabras a las personas que dificultaban su supervivencia o el progreso de Marcha. le bastaba mantener una expresión de aburrimiento que enfriaba cualquier deseo de permanencia.
Escribí hasta aquí con gran influencia sentimental. Terminaré ahora pesando cada palabra. Durante años Marcha fue el muy querido refugio de todos los que algo o mucho importaban en la cultura uruguaya. Todos aquellos poseedores de talento y decencia profesional, impedidos de expresarse en los grandes diarios comerciales, se apoyaron en las columnas de Marcha para decir, sin sombra de retaceo, lo que ellos consideraban sus verdades. Y así la lista de los colaboradores del semanario puede tomarse sin vacilar como un Almanaque Gotha de la inteligencia uruguaya en aquellos años que hoy provocan una envidia nostálgica.
Y ni una palabra para aquellos nacidos para trepar y que usaron Marcha como trampolín. Como todos conocemos sus nombres y lo muy turbio de sus conciencias, les deseo muchos triunfos de calidad irremediablemente tanguera. Que con su pan se lo coman y tanto mejor si consiguen verdes dólares para insertar entre rebanadas y saborear gustosos sandwiches.
Cuando un país produce, por extraña carambola, una figura de jerarquía intelectual tan excepcional como la de Carlos Quijano, todos los que fuimos, en algún sentido, sus discípulos, le debemos el respeto de señalar, junto a su grandeza, las peculiaridades de su carácter. Esta actitud, la actitud de la sinceridad, habría contado, estoy seguro, con su aprobación.
Juan Carlos Onetti
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