Mientras el Estado Terrorista de Israel prosigue masacrando a la población palestina y desoye -como siempre- las apelaciones ultramoderadas de las Naciones Unidas para un alto el fuego, hay muchas y muchos ciudadanos en el mundo que se están movilizando de mil maneras para repudiar al imperialismo y al sionismo. Esto evidentemente es lo mínimo que se puede hacer en estas circunstancias, a nivel masivo y buscando mostrar al verdugo como lo que es, una auténtica máquina de asesinar.
Sin embargo, hay algunos sectores de la sociedad mundial (lo vemos y leemos en Latinoamérica en los últimos días) que están dispuestos a repudiar el accionar bélico israelí, que se horrorizan de la matanza de niños y niñas, que se quejan de la respuesta lenta de los organismos internacionales, pero...le exigen a los agredidos, a los humillados, a los masacrados, a los bombardeados con fósforo y uranio empobrecido, QUE NO SE DEFIENDAN, que acepten mansamente su destino, que pongan el cuerpo a los tanques y misiles sionistas, pero que no se les ocurra arrojar los tan famosos cohetes artesanales.
Y en ese gigantesco y nauseabundo "pero" aparece la inequívoca señal de la declinación, del quiebre ideológico, de la falsedad de la acción solidaria que tan enfáticamente se proclama. Lo que ocurre, es que es muy fácil dibujar un escenario ideal en donde lo único a destacar es la población civil atacada y masacrada y olvidar que en ella, en el propio cuerpo de la mujer, el hombre, el niño, la niña o el anciono y anciana palestina hay un resistente dispuesto a defender con su propia osamenta un territorio que legítimamente les pertenece. Gente dolorida, sufrida, cuarteada por años de ataques y humillaciones, que no se han rendido y tienen lo que hay que tener en estas circunstancias: DIGNIDAD.
Claro que a ninguno de ellos, en medio del caer de las bombas sionistas, del tronar de los tanques arrasando sus desprotegidas barricadas, se le ocurriría jamás criticar el lanzamiento de cohetes Kassam que cada tanto (muy cada tanto y con pocas posibilidades de hacer daño, como está demostrado, sólo para decir: "aquí estamos, no nos moverán") lanzan los combatientes de Hamás. Y no se les ocurriría esa barbaridad porque esos combatientes son sus dignos y queridos hijos e hijas, sus hermanos, sus esposos y esposas, sus padres y madres, y hasta sus abuelos.
En Gaza, el pueblo lucha denodadamente para no sucumbir. ¿Qué otra cosa haría usted en esas circunstancias, señor o señora que utiliza ese timorato "pero" cuando equilibra a los masacradores con los masacrados y les pide que cesen "ambos bandos" la hostilidad? ¿Qué haría si su pueblo, nuestro pueblo, nuestra Nación (a la que decimos querer hasta el extremo de "o con gloria morir") si un ejército de carniceros fascistas viniera a arrasarla y asesinar a nuestros hijos e hijas? ¿Nos preocuparíamos si un grupo de nuestros mejores y valientes jóvenes defendieran su casa, su familia y su tierra con las armas en la mano? ¿No les estaríamos ayudando para que con su accionar eviten que el agresor avance y culmine su tarea de horror?
Claro, me dirán ustedes, que de eso estamos muy lejos en nuestros países, que "la violencia engendra violencia", que "el fundamentalismo", "que no se trata de ayudar a los extremismos" y un montón de pamplinas más que surgen de adoptar en casos extremos una actitud cobarde antes que reivindicar a un pueblo (el palestino es eso mismo) que nos está dando ejemplos diarios de coraje y humildad, de amor a la vida en medio de tanta muerte, de rebeldía frente a tanta hipocresía y complicidad internacional.
Por eso es que está muy bien defender a Palestina, denunciar las atrocidades de los sionistas contra sus niños, pero también y sobre todo, expresar nuestra solidaridad con ese pueblo combatiente, con sus organizaciones resistentes y sobre todo con quienes están llevando sobre sus espaldas el peso fundamental de aguantar a pie firme la embestida sionista. Y no tener temor a las presiones -que existen, y mucho- porque digamos en voz alta: Hamás, Frente Popular de Liberación Palestina, Yihad Islámica, Frente Democrático de Liberación Palestina, Fátah y muchas organizaciones más surgidas al calor de esta lucha desigual pero tan necesaria como la vida misma. Esa vida que 800 patriotas palestinos ya han entregado por su tierra, precisamente porque saben que al nazi-sionismo no se lo detiene sólo con palabras, titubeos o claudicaciones.
Carlos Aznárez
Rebelión
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