El presidente representa la nueva derecha económica, libre de los viejos códigos de la ultraderecha que atascaban al "sistema"
El capitalismo es un sistema político (no es un sistema económico sino todo un modelo político que determina la manera de vida de un pueblo en todos sus extremos) que está tan seguro de sí mismo, tan convencido de su fuerza y en un estado tan avanzado de perfeccionamiento que ya no tiene ningún problema en poner a un negro en la presidencia de Estados Unidos y a una mujer en el estratégico ministerio de Exteriores. El sistema se ha hecho tan pragmático que no importa el color de la piel. Se ha dado cuenta de que son irrelevantes el género y el color; lo que importa es que lo verdaderamente importante no cambie en absoluto, por eso los grandes lobbies de Washington apoyan a un Obama rodeado de artistas multimillonarios que se proclaman progresistas desde su mansión con vigilancia privada.
El capitalismo –entendido como la convivencia legal de personas ricas hasta el absurdo con otras personas pobres hasta lo inhumano- no sólo no está en crisis sino que ha llegado a un momento de superación y fortaleza extraordinarias. Los que ya estaban arriba, en medio de un reajuste económico planetario y una convulsión monumental de los mercados por su propia codicia, han sido capaces de dar una vuelta de tuerca más al potro de los pobres y las clases medias y han arrancado más dinero todavía para sus bancos y sus grandes empresas deficitarias. El Estado y nuestros impuestos, a sus pies.
Barack Obama representa la obra cumbre de ese modelo. Se trata de decir y de aparentar lo que haga falta con tal de engordar los mercados. Obama, el pacifista, acude avalado por algunas empresas que forman parte del lobbie militar. Para un ciudadano no estadounidense es difícil comprender la importancia de la industria militar en aquel país, el único del mundo que tiene una producción estratégica de armas más importante que la del propio automóvil. En Estados Unidos se han tendido vías de ferrocarril exclusivas para mover maquinaria de una factoría militar a otra. La mayoría de las grandes compañías de producción industrial –entre ellas, los fabricantes de aviones- tienen una división militar que es la que tira, subvencionada, del carro de las otras divisiones productivas que así compiten con ventaja en el mercado mundial. La guerra es en sí misma una subvención con dinero y vidas públicas que benefician a estas empresas y a las que participan en el resto del saqueo a terceros países. El Obama progresista –que no tiene reparos en robar y borrar el apellido de su esposa Michelle- es el mismo que en la ceremonia de posesión se pliega ante un predicador que es famoso por su homofobia y que bendice el principal acto de Estado en aquel país. El lobbie gay también es un importante consumidor y será tenido en cuenta; no pasa nada. Obama es el que abre la puerta a la investigación con células madre y el que, a la vez, se hace con una panoplia de colaboradores que dan miedo, entre ellos un alto cargo de Economía que entiende que las mujeres son genéticamente inferiores a los hombres en el campo científico y en su capacidad de trabajo fuera del hogar.
El nuevo presidente ha conformado el tándem ideal con Bush. El tejano arrasa medio mundo –en el sentido militar y financiero- para enriquecer a los dueños del sistema y cuando la situación es insoportable aparece Obama para poner la cara amable y disculpar todos los delitos de su antecesor. Es como si yo le abofeteo y le robo a usted, lector, y le doy el dinero a mi hermano. Luego, y tras quedarse con el dinero, mi hermano le dirá que hay que olvidar y dejar así las cosas, que no sea rencoroso, carajo. Aquí no ha pasado nada. Se ha llegado al extremo de asumir la práctica de la tortura como un asunto electoral, no como una cuestión esencial de derechos humanos. Obama reconoce que se tortura por sistema en su país, que él se opone pero que esto no deja de ser una opción electoral como la opinión sobre financiar las bibliotecas públicas o un carril para bicicletas. El mundo se ha vuelto loco: el presidente de la nación que dice ser la primera democracia del planeta nos dice que su país torturaba con normalidad y le aplaudimos. Algo tendrán que decir los que han apoyado a ese Gobierno hasta ayer, empezando por el propio Obama. La propia existencia de la base de Guantánamo es una aberración muy poco explicada a la opinión pública mundial: tras la guerra hispano-estadounidense de 1898, Cuba (1) fue obligada a ceder un pedazo de su isla indefinidamente para no ser invadida por el ejército yanqui (Enmienda Platt). Si Gibraltar es de España, Guantánamo es de Cuba.
Lo importante, decía, es desprenderse de lo superfluo para robustecer lo importante, por eso la derecha de Obama puede ser más peligrosa que la ultraderecha clásica, pues esta se atasca en cuestiones ‘menores’ de tipo racista, homófobo, religioso, nacionalista o machista. Los nuevos capitalistas no tienen frenos de este tipo donde hay negocio. Esto, de hecho, también sucede en la parte más extrema de la derecha española, que es poco pragmática porque todavía se impone y trata de seguir unos principios morales ajenos al capitalismo, que pueden ser discutibles pero son sus principios. El ejemplo de la investigación con células madre, una decisión no obstante acertada, es un ejemplo de manual: si es una vía de negocio, qué principios ni qué pamplinas.
En un ‘Occidente’ en el que la izquierda real está totalmente desaparecida –por sus propios complejos, por su transfuguismo y porque es silenciada- ya sólo prevalecen dos opciones de derecha económica: una con códigos reaccionarios y decimonónicos nada prácticos –pero unos códigos morales al fin y al cabo- y otra derecha más ‘progre’ que no tiene reparos morales en aparentar cualquier rostro para acabar manteniendo el negocio a pleno rendimiento para los cuatro de siempre.
Nota
(1) Habría que decir, no sin cierta ironía, que Cuba y Estados Unidos tienen ciertas semejanzas que se escapan a primera vista. Primero, ambos tienen un sistema electoral aparentemente antagónico pero similar, pues ambos modelos han renunciado al sistema de partidos con ideologías dispares y por encima de ellos está el sistema político que debe mantenerse. En Cuba lo decidió un referéndum popular que aprobó un sistema electoral de base comunista y en Estados Unidos lo decidieron los lobbies económicos que obligan a los candidatos a presentar un programa del agrado de las grandes empresas. Otra de las similitudes es la intervención estatal: el gobierno socialista de la isla decide y controla la política militar, comercial, de precios o sanitaria en el país. El Ejecutivo estadounidense hace lo mismo pero incluyendo a la ONU y a todos los países del mundo.
Manuel de Castro García
Rebelión
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