sábado, noviembre 22, 2014

Alemania: recuerdos –subjetivos- del Este



Hacer un recorrido por la Alemania actual no sólo conlleva encontrarse con maravillosos paisajes, castillos o ciudades que combinan sobriamente monumentos centenarios con estructuras modernas, sino también con una realidad cultural y social que -luego de 25 años de la caída del muro de Berlín- difícilmente pueda decirse que ha superado las diferencias que la reunificación alemana buscaba impulsar.

- A dónde vas a ir?
- A Dresden…
- Ah, pero eso NO es Alemania…
Evidentemente la realidad tiene tantas aristas subjetivas como las que dos pensadores alemanes como Nietzche y Heidegger parecieron encontrar en sus propias épocas y de las que se extendieron en comprender. Sin embargo, actualmente en el común de la población alemana es fácilmente reconocible ciertas manifestaciones frecuentes respecto de la tan mentada unificación alemana tras la caída del Muro que dejan lugar a cierto desconcierto.
“Si le preguntas a mucha gente del oeste, al día de hoy, lamentan que se haya caído el muro…no nos ha traído más que problemas “. Quizás la más sorprendente de todas –al menos para el asombrado cronista- es que luego de 25 años ya de la reunificación, todavía se siga hablando de “Oeste” y de “Este” como imprimiendo en los discursos una diferencia de un tono etnográfico, que marca una incompatibilidad social entre los nacidos más acá y más allá de una frontera que indudablemente es una cicatriz aun abierta.
Claro está, los alemanes y su culpa consciente post período nazi no les permite manifestarse tan abiertamente como querrían sobre esas diferencias, que pareciera ser, superan el límite de unas simples declaraciones a luces tenues y en voz baja: “Ellos no son alemanes, son más rusos que alemanes”, en indiscutible referencia a los del que provienen del Este.
“¿Pero cómo? ¿No era que antes de 1945 eran todos alemanes?”. Y ante esto, no hay muchas respuestas coherentes, sino que la actualidad supera ese pasado como si lo quisieran borrar de sus mentes. Quizás un indicativo certero habría que encontrarlo en que si bien existía una Alemania única desde 1871, por ventura nomás, lo único que compartían era un idioma y un sentimiento de pertenencia a la “superioridad” de la estirpe alemana, pero que en definitiva terminaban reclamando todos los pertenecientes a las distintas reinados de antaño como originarios de ese temple: los de Prusia, los de Sajonia, los de Baviera, los de Renania, o los de Hannover.
“Así que vas a ir hacia el Este. Bueno, allá vas a encontrar las mejores autopistas, y las pagamos nosotros”. Uno de los comentarios más comunes y escuchados respecto de la reunificación tiene que ver por lo menos con algo objetivo, el llamado ‘Impuesto de Solidaridad’. Este gravamen impositivo ha sido depositado sobre el sueldo de toda la clase trabajadora como una tributación a la renta del 5,5%, está vigente desde 1990 y seguirá hasta el 2019. Las quejas de los occidentales tienen que ver no sólo con el pago en sí, si no que este impuesto ya debería haber finalizado años atrás, sin embargo, ha tenido sucesivas postergaciones.
“Si no es en administración de Estado, es difícil conseguir trabajo allá…todos nos venimos para este lado”. El Impuesto de Solidaridad más que ayudar a la reconstrucción económica y estructural de la Alemania más pobre, ha sido utilizado mayormente para subvencionar compensaciones sociales, sobre todo, el seguro de desempleo. Es que el oeste y su ola de restauración capitalista parece haberse quedado en una pequeña onda sobre un charco. Basta hacer un recorrido por el vasto país para darse cuenta de la diferencia entre el oeste altamente industrializado y el este con sus campos extensos. Casi no se han producido siquiera reubicaciones de industrias y la inversión reconstructiva sólo ha recaído en estructura y en maquillar mejor las alicaídas ciudades orientales.
“Vivíamos con lo justo, pero ¿sabes la diferencia? Si antes se te pinchaba una rueda de la bicicleta, allá (el Este) todos paraban para ayudarte, entiendes? Siempre nos ayudábamos entre todos si algo pasaba, si algo faltaba. Ahora, eso ha cambiado. Vinimos acá y sí, estamos mejor quizás económicamente. No todos. Pero aquí se te pincha una rueda de la bicicleta y se quejan porque le tapas el camino de su Mercedes Benz y si no te corres, te pisan…”. El choque cultural ha impactado en ambos sectores, pero pareciera que, por los diversos testimonios recogidos, los del Este se llevan la peor parte: el egoísmo y la competencia transmitidos por el capitalismo apenas son comprendidos por unos habitantes acostumbrados a un contexto solidario de sociedad, mientras que los del Oeste sólo se quejan.
“Acá hay trabajo, pero allá en el Este, es todo más lindo. Siempre vuelvo a respirar…allí recobras las energías”. Recorrer la Alemania del Este es fantástico: el barroco abrumador y casi insuperable de la ciudad de Dresden, la encantadora región de Leipzig y sus lagos, Rostock besando el Báltico, ni que hablar del maravilloso Parque de la Suiza Sajona y sus formaciones de montañas Areniscas atravesados por el río Elba o los fascinantes vergeles combinados con delicados palacios en la ciudad de Postdam. Aquellas promesas de un futuro prominente que se abría desde el poder de la Alemania capitalista quizás encuentro un reflejo en estos cuadros panorámicos. Aquellos “paisajes florecientes” que el esperanzado canciller Helmut Kohl con aires triunfalistas había visionado. Pero por el momento, y al parecer y sentir de los alemanes, sólo ha sido una metáfora.

La Izquierda Diario

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