“Ofensiva final” de la OTAN
Introducción
Hay signos evidentes que indican la inminencia del estallido de una gran guerra en Ucrania. Una guerra promovida activamente por los países de la OTAN con el apoyo de sus aliados y clientes en Asia (Japón) y Oriente Próximo (Arabia Saudí). Estará caracterizada por una ofensiva militar a gran escala contra la región suroriental de Dombas -donde se sitúan las repúblicas populares ucranio-rusas de Donets y Lugansk, de aspiraciones separatistas- con la intención de deponer al gobierno elegido democráticamente, desarmar a las milicias populares y acabar con los guerrilleros de la resistencia y su base ciudadana, desmantelando a las organizaciones populares representativas y participando en la limpieza étnica de millones de ciudadanos bilingües ucranio-rusos. El próximo ataque militar de la OTAN a la región de Dombas es una continuación y una extensión del golpe de Estado violento de Kiev, que derrocó en febrero de este año al gobierno electo.
La junta de Kiev y sus gobernantes clientelares recientemente “elegidos”, así como sus patrocinadores de la OTAN, están resueltos a llevar adelante una gran purga con tal de consolidar el gobierno dictatorial del títere Poroshenko. Las recientes elecciones patrocinadas por la OTAN excluyeron la participación de varios de los partidos políticos que tradicionalmente habían apoyado a las grandes poblaciones minoritarias del país y fueron boicoteadas en la región de Dombas. Esta farsa electoral de Kiev sentó las bases para el siguiente movimiento de la OTAN, que tiene como objetivo convertir a Ucrania en una gigantesca base militar multifuncional de EE.UU., para poder llegar al corazón de Rusia y servir como una nueva colonia del capital alemán, suministrando a Berlín cereales y materias primas y sirviendo de mercado cautivo para los bienes manufacturados alemanes.
Occidente está siendo barrido por una fiebre bélica y las consecuencias de esta locura se agravan con el paso de las horas.
Señales de guerra: Campaña de propaganda y de sanciones, cumbre del G-20 y refuerzos militares
El redoble oficial de guerra, iniciado por la junta de Kiev y sus milicias fascistas, resuena a diario en todos los medios de comunicación occidentales. Los principales creadores de propaganda y los portavoces de los gobiernos publican o anuncian nuevos relatos manipulados sobre el aumento de las amenazas militares rusas a sus vecinos y las incursiones transfronterizas en Ucrania. Se “informa” de nuevas incursiones rusas desde las fronteras nórdicas y los estados bálticos al Cáucaso. El gobierno sueco contribuye a aumentar el nivel de histeria al hablar de un misterioso submarino “ruso” cerca de la costa de Estocolmo, sin llegar a identificarlo o localizarlo (ni, por supuesto, a confirmar su “observación”). Estonia y Lituania afirman que aviones militares rusos han violado su espacio aéreo, aunque tampoco llegan a confirmar la noticia. Polonia expulsa a “espías rusos”, sin pruebas ni testigos. Al mismo tiempo, los ejércitos de estados clientelares de la OTAN desarrollan ejercicios militares conjuntos a gran escala a lo largo de las fronteras rusas, en los países bálticos, Polonia, Rumania y Ucrania.
La OTAN está enviando enormes cargamentos de armas a la junta de Kiev, así como asesores de las “fuerzas especiales” y expertos en contrainsurgencia, en anticipación de un ataque a gran escala contra los rebeldes de Dombas.
El régimen de Kiev nunca ha llegado a cumplir en alto el fuego acordado en Minsk. Según la oficina del Derechos Humanos de la ONU, un promedio de 13 personas –civiles en su mayoría- han muerto cada día desde la firma del alto el fuego de septiembre. Los informes de la ONU hablan de 957 personas asesinadas en ocho semanas, la inmensa mayoría de ellas por las fuerzas armadas de Kiev.
Por su parte, el régimen de Kiev ha suprimido todos los servicios públicos y sociales básicos a las “Repúblicas Populares”, incluyendo la electricidad, el combustible, las pensiones, los suministros médicos, y los salarios a funcionarios, profesores, personal sanitario y trabajadores municipales, además de bloquear la banca y el transporte.
La estrategia consiste en estrangular aún más la economía, destruir la infraestructura y forzar a un éxodo masivo de refugiados desde las ciudades densamente pobladas de la frontera hacia Rusia, para luego lanzar ataques masivos, con misiles y artillería, por tierra y aire contra los centros urbanos y las bases rebeldes.
La junta de Kiev ha dispuesto una movilización total en las regiones occidentales, acompañada de furiosas campañas de adoctrinamiento contra los rusos y los ortodoxos del este, destinadas a atraer a los matones más violentos de la extrema derecha chovinista e incorporar brigadas militares filonazis a las tropas de choque de vanguardia. La utilización cínica de milicias fascistas irregulares “liberará” a la OTAN y a Alemania de cualquier responsabilidad por el terror y las atrocidades inevitables de la campaña. Este sistema de “denegación verosímil” reproduce las tácticas de los nazis alemanes, cuyas hordas de ucranianos fascistas y croatas de la Ustacha fueron notorias durante sus campañas de limpieza étnica.
El G-20 y la OTAN: Apoyo a los bombardeos de Kiev
Con el fin de aislar y debilitar la resistencia en Dombas y garantizar la victoria de los inminentes bombardeos del ejército ucraniano, la Unión Europea y Estados Unidos están intensificando sus presiones económicas, militares y diplomáticas sobre Rusia para que esta abandone a las recientes democracias populares de la región sudeste de Ucrania, que tienen en Moscú a su principal aliado.
La escalada de sanciones económicas contra Rusia está diseñada para debilitar la capacidad de la resistencia de Dombas de defender sus hogares, pueblos y ciudades. Cada uno de los envíos de suministros médicos básicos y de alimentos que realiza Rusia a la población sitiada crea nuevos estallidos de histeria, porque contrarrestan la estrategia de la OTAN destinada a matar de hambre a los partisanos y a su base popular para obligarles a someterse a o provocar un éxodo en busca de la seguridad tras la frontera rusa.
Después de sufrir una serie de derrotas, el régimen de Kiev y sus estrategas de la OTAN decidieron firmar un “protocolo de paz”, el denominado acuerdo de Minsk, para detener el avance de las tropas de la resistencia de Dombas hacia las regiones del sur y proteger a los soldados y milicias de Kiev que resistían en bolsas aisladas en el este. Los acuerdos de Minsk tenían como objetivo permitir que la junta de Kiev formara su ejército, reorganizara sus mandos e incorporara a las diversas milicias nazis a sus filas como preparación para la “ofensiva final”. El refuerzo del ejército en el interior y la escalada de sanciones de la OTAN en el exterior serían dos aspectos de la misma estrategia: el éxito de un ataque frontal a la resistencia democrática de Dombas depende de la reducción del apoyo militar ruso por causa de las sanciones internacionales.
La hostilidad despiadada de la OTAN hacia el presidente Putin se puso claramente de manifiesto en la cumbre del G-20 en Australia. Las amenazas políticas y los insultos públicos de los presidentes y primer-ministros de la OTAN, especialmente, Merkel, Obama, Cameron, Abbott y Harper, fueron un complemento del incremento del bloqueo destinado a producir el hambre entre los rebeldes y los centros de población sitiados del sudeste. Tanto las amenazas económicas del G-20 contra Rusia y el aislamiento diplomático de Putin como el bloqueo económico de Kiev son preludios de la “Solución Final” de la OTAN: la aniquilación física de cualquier vestigio de resistencia en Dombas, de la democracia popular y de sus lazos culturales y económicos con Rusia.
Kiev depende de que sus mentores de la OTAN impongan nuevas severas sanciones contra Rusia, especialmente si la invasión que planea se encuentra con una resistencia firme y bien armada, reforzada por el respaldo ruso. La OTAN cuenta con que la recientemente reforzada capacidad militar pueda destruir con eficacia los centros de resistencia del sudeste.
La OTAN se ha decantado por una campaña de “todo o nada”: apoderarse de toda Ucrania o, si no lo consigue, destruir al incontrolable sudeste, arrasar a su población y su capacidad productiva y emprender una guerra económica (y posiblemente también armada) sin cuartel contra Rusia. La canciller Angela Merkel apoya dicho plan, a pesar de las quejas de los empresarios alemanes, que ven caer en picado sus exportaciones a Rusia. El presidente Hollande también ha ofrecido su respaldo haciendo oídos sordos a las protestas de los sindicalistas franceses, preocupados por los miles de empleos que se perderán en los astilleros. El primer ministro británico, David Cameron, está deseando una guerra económica contra Rusia y ha sugerido que los banqueros de la City londinense deberían encontrar nuevos canales para blanquear las ganancias ilícitas de los oligarcas rusos.
La respuesta rusa
Los diplomáticos rusos buscan desesperadamente un compromiso que permita a la etnia ruso-ucraniana del sudeste Ucrania retener cierta autonomía dentro de una federación y recuperar su influencia dentro de la “nueva” Ucrania resultante del golpe de Estado. Los estrategas militares rusos han proporcionado ayuda logística y militar a la resistencia con el fin de evitar otra masacre similar a la que tuvo lugar en Odessa, cuando fascistas ucranianos asesinaron a miles de conciudadanos de etnia rusa. Por encima de todo, Rusia no puede permitirse tener bases militares conjuntas de la OTAN y los nazis de Kiev a lo largo de su frontera común, con capacidad para imponer el bloqueo de Crimea y forzar un éxodo de las personas ruso-ucranianas de la región de Dombas. Con Putin a la cabeza, el gobierno ruso ha intentado proponer compromisos que permitieran la supremacía económica occidental sobre Ucrania, pero sin ceder ante la expansión de la OTAN y la absorción de Kiev.
Esta política de conciliación ha fracasado una y otra vez.
El “régimen de compromiso” democráticamente elegido en Kiev fue derrocado en febrero de 2014 tras un golpe de Estado violento que instaló en el poder a una junta favorable a la OTAN.
Kiev ha violado el acuerdo de Minsk impunemente, con el apoyo de las potencias de la OTAN y de Alemania.
La reciente cumbre del G-20 en Australia actuó como un coro demagógico contra el presidente Putin. El encuentro crucial de cuatro horas entre Putin y Merkel resultó un completo fiasco ya que Alemania se limitó a seguir a pies juntillas la consigna de la OTAN.
Finalmente, Putin respondió ampliando la disposición de tropas aéreas y terrestres listas para intervenir a lo largo de sus fronteras, al tiempo que aceleraba el acercamiento económico de Moscú hacia Asia.
Pero lo más importante es que el presidente Putin ha anunciado que Rusia no puede quedarse al margen y permitir la masacre de todo un pueblo en la región de Dombas.
El inminente bombardeo que Poroshenko prepara contra la población del sudeste de Ucrania ¿tiene como objetivo provocar una respuesta de Rusia ante la crisis humanitaria? ¿Se enfrentará Rusia a la ofensiva de Kiev -dirigida por la OTAN- arriesgándose a una ruptura total con Occidente?
James Petras
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