En este caso, no fue un típico golpe militar reaccionario, sino que una revuelta popular desplazo de la máxima jefatura de Burkina Faso al presidente que venía gobernando desde hacía 27 años, Blaise Compaoré. Su intención de modificar un artículo de la Constitución, para que mediante el apoyo del Congreso, el cual dominaba, pudiera continuar durante 5 años más en el Gobierno, sirvió para la decantación de todo un malestar social que dominaba entre el pueblo burkinabé.
La situación actual, en lo que hace más 30 años se conocía como Alto Volta, se encuentra al parecer en un cierta estabilidad y se ha firmado un acuerdo entre los militares -que asumieron la jefatura del Estado en la persona de Isaac Zida- y partidos políticos opositores, organizaciones de la sociedad civil y líderes religiosos, para avanzar hacia una transición con un gobierno bajo el mando de un civil, Michael Kafando, y que deberá llamar a elecciones en el plazo de 12 meses.
Por su parte, el accionar de instituciones panafricanas como la Unión Africana y la Comunidad Económica de África Occidental, han asumido un rol muy activo para fortalecer el proceso de transición hacia una regularización constitucional y el llamado a elecciones.
Burkina Faso es parte del África Subsahariana occidental y limita con Costa de Marfil, Ghana, Togo, Benín, Níger y Mali. Con un población de más de 17 millones de personas, es reconocido como uno de los países más pobres del mundo y sus indicadores sociales muestran parte de esas penurias. Se encuentra entre los países con mayor mortalidad infantil del mundo con 80 muertes de niños en su primer año de vida entre mil nacidos vivos, la expectativa de vida ronda los 56 años en promedio y el PBI per cápita se encuentra en los 670 dólares por año, según datos del Banco Mundial. Además según el ranking que realiza el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), a través del Índice de Desarrollo Humano, Burkina Faso se encuentra el lugar 183 de 187 países que forman parte de este relevo estadístico.
En esas tierras dominaba desde el siglo XIV el Reino Mossi, el cual logró extenderse hacia lo que actualmente es Mali y Ghana, alcanzando su mayor despliegue un par de siglos después. Luego vinieron las razias para obtener esclavos para las producciones intensivas en fuerza de trabajo del otro lado del Atlántico y la Conferencia de Berlín de 1898 en donde las grandes potencias del momento establecieron los límites del reparto imperialista de todo el continente africano. Francia fue el país que controló toda esta región, en lo que se denominó el África Occidental Francesa, luego debido a necesidades de administrativas decidió dividir esta gran región y creó lo que se llamó Alto Volta, que en 1960 alcanzó formalmente la independencia, aunque el poder de tutelaje galo continua hasta nuestros días.
Sin embargo, hubo un breve período, en la por sí escueta historia independiente de este país, que marcó a fuego no sólo a Burkina Faso sino a toda África. Luego de una tumultuosa vida institucional posindependencia signada por varios golpes militares, llega al poder el Capitán Thomas Sankara como líder del movimiento de mandos medios y subalternos del Ejército que impone un proceso revolucionario en la antigua colonia francesa.
Entre los cambios que impulsó hubo algunos de orden simbólico entre los que se puede señalar el reemplazo del nombre de Alto Volta por el de Burkina Faso, una conjunción de dos vocablos de lenguas autóctonas (moore y dyula) que significa “La Patria de los Hombres Integros”. Además se estableció una nueva bandera y un nuevo himno nacional que en la parte del estribillo termina con la expresión “Patria o Muerte, Venceremos”. Estas transformaciones eran una clara expresión del carácter marcadamente antiimperialista que se proponía el gobierno encabezado por Sankara. La lucha contra la corrupción, la búsqueda de un desarrollo endógeno con un reparto más equitativo de las tierras, una firme defensa del ambiente, las mejoras en la infraestructura sanitaria y en el sistema educativo, la reivindicación decidida de la igualdad de las mujeres y una fuerte apuesta a la organización y acción conjunta de todos los países africanos (principalmente su propuesta de no pago de la deuda), fueron los puntos más altos de los planteos del proceso revolucionario que se inició en 1983.
El segundo al mando dentro del Consejo Revolucionario era el mismísimo Blaise Compaoré, quien había urdido el movimiento sedicioso que permitiría llegar al gobierno a Sankara, el cual se encontraba preso por orden del gobierno ulteriormente depuesto. Como mano derecha del Jefe de Estado era el responsable de las relaciones con Francia y Costa de Marfil (el bastión del imperialismo francés en el África Subsahariana) y desde allí volvió a planificar un nuevo golpe, en este caso contra su propio compañero.
La traición se ejecutó el 15 de octubre de 1987, cuando un comando de hombres bajo órdenes de Compaoré asesinó al Thomas Sankara y a 13 de sus allegados. Luego de ello, se impuso una “rectificación” de la revolución, con apariencias de continuidad pero que más temprano que tarde comenzó a mostrar su verdadera cara. Las políticas del FMI y del Banco Mundial comenzaron a aplicarse sin restricciones, restaurando los privilegios de las élites tradicionales, revirtiendo las nacionalizaciones, impulsando la “economía de mercado” y “fomentando la iniciativa privada”. Por otro lado, impuso una transición hacía un gobierno constitucional para alcanzar ciertos visos de legitimidad democrática, aunque todos los procesos electores fueron tildados de fraudulentos por la oposición. Sin embargo, el apoyo que otorgaban los veedores internacionales solventaba la continuidad de Compaoré en la presidencia.
El Continente Africano ha sufrido, durante toda la historia en la que el capitalismo ha sido dominante como forma de organización económica y social a escala planetaria, la constante disputa de los poderes globales por sus recursos. En la actualidad es el terreno en donde más se ven enfrentados los intereses de China, como poder ascendente mundial, y los Estados Unidos, como principal potencia (la respuesta militarista para enfrentar al ébola se enmarca en esta situación). Claro está que estas disputas han traído pocos réditos a los pobladores africanos, más bien todo lo contrario. Es posible entender entonces porque varios líderes antiimperialistas africanos han sido asesinados, como el caso de Patrice Lumumba, Amilcar Cabral y el propio Thomas Sankara, entre otros, o brutalmente combatidos como fue Mandela.
La necesidad de un fortalecimiento de la unidad de los países africanos con vistas a alcanzar una verdadera posición independiente aparece como un requisito indispensable para revertir años de saqueos, explotación y muerte. Asimismo, la necesidad de articular acciones con el resto de los países del mundo que ocupan un lugar similar en el esquema del capitalismo mundial, recorre un camino similar. La experiencia del Che Guevara en el Congo, después de la victoria de la Revolución Cubana, podrá haber resultado aventurera, sin embargo poseía el valor fundamental de marcar una noción estratégica vital para las luchas de los pueblos oprimidos del mundo.
Marcelo Righetti
No hay comentarios.:
Publicar un comentario