Todavía sin olvidarnos de la última agresión del estado de Israel contra el pueblo palestino que protagonizó durante algunas semanas diferentes titulares en los medios de comunicación, otra serie de acontecimientos vuelven a situar aquella compleja realidad el en ojo mediático. Tanto entonces como ahora, muchos de ellos han vuelto a repetir tópicos y lecturas preconcebidas sobre aquel conflicto, pero más allá de la crueldad y el impacto visual de la matanza, algunas señales comienzan a despuntar en ese complejo escenario, y todo indica que las cosas ya no serán iguales en el futuro.
Israel y sus aliados occidentales y árabes nos han querido acostumbrar a una realidad que comienza a resquebrajarse. La última matanza bien podría inscribirse en el guión de los últimos años, donde cada cierto tiempo los planes de Tel Aviv se materializan a través del sufrimiento y la muerte de la población civil palestina. Sin embargo, si tomamos en cuenta lo acontecido estos últimos meses, bien podríamos estar ante un nuevo escenario que traería consigo un enfoque determinante.
Los nuevos ingredientes al citado puzzle han sido muchos. La cadena más reciente de acontecimientos, la prohibición de que la población palestina utilice los autobuses públicos en Cisjordania, el anuncio de Netanyahu para construir nuevas viviendas ilegales en Jerusalén y Cisjordania, la muerte de civiles palestinos a manos de las fuerzas de seguridad israelíes o el reciente ataque contra un rabino extremista y el posterior cierre de la explanada de la mezquita de Al-Aqsa.
La postura de los actuales dirigentes sionistas, que no están interesados en ningún compromiso que pueda poner en duda su propio proyecto expansionista y colonial; el temor israelí al reconocimiento de Palestina y sobre todo el declive de la llamada “reputación” del estado sionista, también son factores que están configurando el citado enfoque.
Las tensiones entre la Casa Blanca y Tel Aviv, los movimientos de algunos estados europeos que podían ampliarse a nuevos países y el auge de la campaña BDS nos muestran una realidad hasta ahora también desconocida, el hartazgo de la comunidad internacional de los dirigentes israelíes y su política, y cada vez son más las voces que los perciben como “un poder colonial, con tendencias racistas, prácticas teocráticas y una mezcla de paranoia y xenofobia”.
Ante este panorama todos los actores están buscando recolocarse ante el nuevo escenario. Algunos apuntan la necesidad de quitar de en medio a Netanyahu, o al menos situarle en una delicada tesitura, tanto a él como a la población israelí. En ese sentido, algunas fuerzas estarían buscando aprovechar el descenso de popularidad del dirigente israelí y las diferencias con el campo ultra-ortodoxo para provocar su caída. Algunos están buscando una alianza bajo la bandera de todos contra Netanyahu, que podría materializarse antes o después de unas hipotéticas elecciones.
Otros sectores, sobre todo aquellos organizados en torno a la larga sombra de los militares, con Moshe Ya´alon, ministro de Defensa, a la cabeza, creen que ante el vacío de dirigentes, es mejor mantener al actual primer ministro que buscar un cambio brusco del actual panorama político-electoral israelí.
Esta estrategia busca asentarse sobre el relanzamiento de negociaciones con algunos dirigentes palestinos, pero sin fecha límite, lo que buscaría también acabar con la reciente unidad de acción de las fuerzas palestinas. A ello acompañarían una política de gestos y cambios, una serie de guiños a Abbas (prometiéndole apoyos externos y algunas tierras que a día de hoy están bajo control israelí en Cisjordania, pero en ningún momento se plantea desmantelar las colonias).
Y la tercera pata de esta plan busca la implicación de los llamados países “árabes moderados”, que sería una conjunción de las presiones sauditas, la propuesta envenenada de Egipto, la cooperación de Jordania o las propuestas no publicadas de EEUU (apoyo militar y tecnológico, para controlar “sin ser visto”).
Dos acontecimientos planean sobre todo ello, la presión internacional y la movilización local. Por un lado, la expansión de la campaña BDS (Boicot, desinversión y sanciones) donde posturas de importantes sindicatos europeos pueden anticipar una puesta en marcha de esa campaña, negándose a trabajar con productos israelíes; lo mismo que llamamientos al boicot de productos provenientes de las colonias ilegales de Israel lanzados desde diferentes estados europeos.
Y por otro lado, la postura palestina con sus tres frentes de lucha abiertos. En Gaza, dispuestos a romper los muros de la mayor cárcel a cielo abierto del mundo, derribar los muros de guetto que permitirá que la población viva con cierta dignidad; en Cisjordania, donde se incide en poner fin a la colaboración con la ocupación (un joven palestino afirmaba que “si tengo diez balas, una será para mi enemigo y las nueve restantes para los traidores”); y en Jerusalén, donde las protestas y manifestaciones tendrán que revertir la ocupación y expulsión que Israel lleva adelante contra la población palestina.
Estos meses, además de la resistencia armada en Gaza, hemos asistido a innumerables protestas en Haifa, Nazaret o Jerusalén, con una respuesta israelí basada en la represión y que lleva hacia una mayor radicalización de los territorios ocupados. Sobre el escenario planea lo que algunos han definido la antesala de la tercera Intifada.
Y si finalmente se produce, conviene recordar que la primera Intifada no tenía nada que ver con las formas de lucha de los 20 años anteriores, que la segunda Intifada no fue lo mismo que la primera, y que la tercera tampoco será como las anteriores, tendrá una nueva caracterización y unos componentes diferentes.
Como apuntaba recientemente un periodista británico, la actual fotografía nos puede mostrar en un futuro cercano “un pueblo ocupado, que ante la destrucción sistemática de su país y la negación de sus derechos, ha decidido utilizar la violencia”.
A pesar de discursos-trampa, como esos que pretenden equiparar cualquier crítica u oposición a las salvajadas de Israel como anti-semitismo (el pueblo palestino también es semita), cada día son más las personas, instituciones y estados que están comenzando a distinguir entre israelí, sionista o judío. Porque como señalan muchos judíos, ellos no están representados por Israel, y sobre todo sionismo y judaísmo son dos términos muy diferentes.
Y finalmente, el empuje final al nuevo enfoque vendrá de la mano de la apuesta de un único estado para palestinos e israelíes, los intentos de buscar acuerdos basados en la partición y en dos estados no han funcionado en el pasado, es el momento de darle la oportunidad a esta vía del estado único como paso previo a encauzar el sempiterno conflicto.
Txente Rekondo
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