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lunes, noviembre 17, 2014
Los anhelos de Alemania de volver al centro de la escena mundial
Desde la caída del muro se fortalecieron las ambiciones imperialistas de la burguesía alemana. En febrero de este año, durante la conferencia de seguridad de la OTAN, el presidente alemán Joachim Gauck expresó con resolución que Alemania debería involucrarse más en la escena mundial, y también en el terreno militar.
No es la primera vez que Alemania expresa sus deseos expansionistas. El discurso de Gauck es parte del belicismo mediático observado en los últimos meses y que recientemente culminó en el llamado a una campaña tendiente a aumentar el poderío del ejército alemán y el fortalecimiento la industria armamentística.
Esto representa una nueva vuelta de tuerca del proyecto imperialista de la burguesía alemana para ocupar el lugar que considera que le corresponde en la escena mundial desde de la caída del Muro, hace 25 años.
La caída del Muro fue el producto de los anhelos democráticos de un movimiento de masas en las calles de la RDA (República Democrática Alemana), la Alemania oriental estalinista. No era inevitable que desembocara en el fortalecimiento de las ambiciones imperialistas de la burguesía de la RFA (República Federal Alemana), la Alemania occidental capitalista.
Sin embargo, después del 9 de noviembre de 1989, lo que empezó como un proceso de lucha democrático contra el régimen burocrático de la RDA fue desviado hacia una contrarrevolución “democrática” capitalista.
Este desenlace estuvo en gran parte determinado por cómo se llegó subjetivamente a ese momento histórico.
La caída del Muro en 1989 y los hechos posteriores solo pueden comprenderse como parte de un largo proceso de revoluciones políticas derrotadas que sacudieron los países de Europa del este las décadas anteriores. Y, al mismo tiempo, en el contexto de un fuerte retrocesos de la clase obrera mundial, con el avance de la ofensiva neoliberal.
Así a la caída del Muro le siguió un año después la llamada “Reunificación.” Más que una unión libre entre iguales, ésta fue más bien la anexión forzosa de una región pobre (si bien no completamente debilitada económicamente) al sistema capitalista, en el plano económico, y al frente imperialista agrupado en la OTAN, en lo político.
La reunificación representó entonces la victoria de la contrarrevolución capitalista en los ex Estados obreros deformados.
No obstante, el deseo del movimiento de masas en la RDA que tiró a la dictadura de Honecker no era el de someterse a la explotación capitalistas. Más bien expresó – como producto de una crisis en todo el bloque estalinista y de la decadencia de la burocracia de la RDA – válidos anhelos democráticos que el estalinismo, que había creado estados obreros burocráticamente degenerados en el Este, no podía satisfacer.
En el marco de una enorme crisis de subjetividad, por la acumulación de derrotas previas, y la ausencia de un partido revolucionario enraizado en la clase trabajadora alemana, que hubiera llevado aquellas reivindicaciones democráticas hacia una revolución política contra la burocracia estalinista, el imperialismo pudo utilizarlas para sus propios fines.
En este sentido es que no se debe subestimar el papel desempeñado por la burocracia soviética bajo Gorbachov que con la “perestroika” ya en el 1986 había empezado a allanar el camino hacia la restauración capitalista de las economías planificadas burocráticamente.
Para las masas de la ex RDA las consecuencias de la anexión no fueron los “paisajes floridos” que había prometido el entonces canciller alemán, Helmut Kohl (CDU), sino más bien inflación, privatización, desindustrialización y desempleo.
Hasta el día de hoy los trabajadores en el este de Alemania ganan en promedio 20% menos que sus compañeros en el oeste (en la industria privada esta cifra llega incluso al 40% mientras que en la administración pública la diferencia salarial es menor). En cuanto al número de desempleados en el oeste es casi la mitad que en el este del país.
La anexión de la ex-RDA significó para el imperialismo alemán un gran salto adelante en la recuperación de su poder económico y político, que le había sido recortado después de la Segunda Guerra Mundial. La división del imperio alemán por los aliados en cuatro zonas de ocupación en el año 1945 había frenado los anhelos del imperialismo alemán.
Los países centrales y más tarde la RFA pudieron recuperar rápidamente su poder económico de la mano de los subsidios masivos otorgados por el imperialismo yanqui por medio de su plan Marshall, además de otras herramientas, que se plasmaron en el “milagro económico”.
En el sector soviético y más tarde en la RDA la recuperación económica no se pudo dar tan rápidamente, entre otros motivos porque los destrozos causados por la guerra en la Unión Soviética hacían más difícil cualquier ayuda económica para la RDA.
La competencia de la Guerra Fría llevó a que en ambos lados de la frontera, y sobre todo en Alemania occidental, se dieran grandes concesiones a las masas trabajadoras. Por ejemplo, el desarrollo de los salarios en los años 50 y 60 en Alemania occidental hubiera sido impensable sin la presión política que ejercía la mera existencia de un estado no capitalista al otro lado de la frontera. Mientras tanto, las demandas salariales del proletariado de la RDA se reprimieron a veces sangrientamente como por ejemplo en la represión de la rebelión obrera del 17 de junio 1953, con los tanques soviéticos.
La anexión de la RDA tuvo efectos inmediatos en la economía de la RFA. Ya desde su toma de posesión el gobierno de Kohl había llevado adelante un paradigma neoliberal de privatización. Un programa similar al de Reagan en EEUU y Thatcher en Gran Bretaña, para reestructurar una economía que había mostrado los límites de su crecimiento en la crisis mundial desde el 1973.
Con la integración del territorio de la RDA al mercado capitalista se dieron oportunidades de inversión y de expansión completamente nuevas, con la privatización vertiginosa de antiguas empresas estatales y cooperativas a precios irrisorios y con la repentina emergencia de un ejército gigante de desempleados y la presión salarial que hasta el día de hoy mantiene el precio de la fuerza de trabajo en un nivel muy bajo en comparación con el nivel internacional.
El corolario de esta política llegó el año 2003/4 con la implementación de la “Agenda 2010”, que significó una precarización y caída en el nivel de vida de las grandes masas sin precedentes.
En otras palabras, la unificación alemana se constituyó como pilar central en el proyecto a largo plazo del imperialismo alemán de dominar un mercado unificado europeo. Hoy, en el marco de la crisis mundial que golpea desde 2008, Alemania se ha acercado más que nunca a ese objetivo, pero al mismo tiempo se volvieron más evidentes que nunca los límites de profundizar el proyecto europeo bajo tutela alemana.
En el terreno político, el pacifismo alemán que había caracterizado la política externa desde la Segunda Guerra Mundial llegó a su fin con la unificación. Para la burguesía alemana, el fin de la división fue el primer paso hacia la vuelta a la escena política mundial.
No obstante ya desde el principio quedaba claro que Alemania no podía superar la sombra de los Estados Unidos y Francia de un día para otro. A esto se sumaba el hecho de que Alemania contaba con un ejército débil, producto de la derrota de la Segunda Guerra Mundial, así como de una tradición antimilitarista entre la población alemana (tanto en el este como en el oeste). Estos hechos complicaban una vuelta inmediata hacia una actitud imperialista agresiva– que además hubiera sido difícil de financiar.
Sin embargo, directamente después de la unificación surgió un debate que planteaba la necesidad de misiones militares más allá de la zona de injerencia de la OTAN. Ya en la Segunda Guerra del Golfo y en la operación Desert Storm en el año 1991 se utilizaron tropas de combate alemanas, a las que siguieron en los años 90 intervenciones en los Balcanes, en Somalia y en otros países. En el año 1999 el ejército alemán fue un actor importante en la guerra de Kosovo, y desde el 11 de septiembre 2001 tiene presencia estable en varios países del Medio Oriente.
Los debates de este año sobre la posibilidad de una intervención militar en Ucrania y en Siria representan – sumado a la intervención en Kosovo – la continuidad del anhelo por un mayor compromiso militar. Pero también muestran las contradicciones a las que se ve sometido el imperialismo alemán.
Alemania es ahora demasiado fuerte para subordinarse sin más a los dictados de EEUU, pero aún demasiado débil para desempeñar un papel completamente independiente. Eso también lleva a tensiones entre la clase dominante de la RFA como quedó en evidencia en la crisis ucraniana y que se profundizan cada vez más. Mientras que una parte de la burguesía alemana exige un mayor enfrentamiento con Rusia, otra parte está preocupada porque un curso más agresivo minaría sus ganancias.
Además, aunque el gobierno sigue con su verborrea militarista, han sido pocos los pasos concretos en este sentido y el armamento del ejército alemán dista mucho de ser el necesario para un “ejército de intervención”.
De este modo Alemania sigue ubicándose en una posición mediadora a nivel internacional, tarea que le resulta cada vez más difícil. La pregunta es ¿Hasta cuándo?
Sea como sea, hoy – 25 años después de la caída del Muro – una resulta muy evidente. Lejos de garantizar “paisajes floridos” a la población en ambos lados del Muro, la reunificación alemana representó el primer paso hacia la reconstitución del proyecto hegemónico alemán. Y lo hizo a costa de las masas de Alemania, Europa y el mundo.
Las palabras de Karl Marx en relación a la fallida revolución de 1848 no podían ser más sugerentes en relación a la caída del muro y sus consecuencias. A una “revolución incompleta” le sigue una contrarrevolución en toda la línea.
Stefan Schneider
Berlin
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