lunes, agosto 03, 2015

Lenin, Stalin y Putin se van a la ópera... (y no es un chiste)

¿“Cruel” e “insensible”? Györgi Lukács en su famoso ensayo escrito para la muerte de Lenin (1870-1924) anota más bien que era una persona “con un buen sentido de humor”, “llena de vida” y –a pesar de las durezas de la guerra civil– “libre de odio”.
Recuerda la anécdota de Gorki sobre él hablando de su amor por la música y la Appassionata de Beethoven que “puede escuchar todos los días”, pero que “le hace mal a los nervios”; las emociones que le provoca lo vuelven “débil” y un revolucionario no puede permitirse esto (“ Lenin - theoretician of practice ”, 1924).
Slavoj Zizek: “es precisamente ésta incapacidad para escuchar música y hacer política a la vez que da un testimonio de la indudable humanidad de Lenin”.
Lo monstruoso está en la actitud de algunos nazis (como Heydrich) que después de “un día duro de trabajo” –en la “fábrica Holocausto”– se sientan como si nada con sus camaradas a interpretar los cuartetos de cuerda de Beethoven (“Revolution at the gates”, 2002) .
Así lo dictaría la “ teoría leninista del barbarismo de alta-cultura”.
Siguiendo su hilo Zizek se imagina a los soldados alemanes en las ruinas de Stalingrado (1942-43) escuchando a Winterreise, el ciclo de canciones de Schubert cuyo narrador vagabundea por el invierno.
Suena la música. Los escuchas con pies y manos ardiendo del frío prefieren sumergirse en las emociones que pensar en su situación social concreta: razones por su estar en el “infierno de Rusia”, el Holocausto en marcha; solo así logran hacer su destino más soportable.
Al mismo tiempo, a unos seiscientos kilómetros más al noroeste en Kúibyshev la capital temporal de la URSS, Dmitri Shostakovich (1906-75) aún contempla el éxito de su Sinfonía n.º 7 dedicada inicialmente a Lenin y luego a Leningrado, víctima de un brutal asedio nazi.
De regreso en Moscú (la suerte ya los abandona a los alemanes) se pone a escribir la Sinfonía n.º 8. De tono y lenguaje musical diferentes. Nada triunfal; sólo por los requerimientos de la propaganda acaba dedicada a Stalingrado.
Curioso. Stalin se deshace de todos con una mano ligera (a Gorki, por ejemplo, lo manda a envenenar), los gulag –aparte de gente común y corriente– están llenos de poetas y gente de teatro, pero a los músicos los prefiere tener cerca.
Shostakovich al final se salva gracias a una mezcla de mimetismo y pura suerte. Su obra –y vida– la divide grosso modo entre las sinfonías “públicas” y los cuartetos de cuerda “privados”; allí canaliza todas sus emociones tratando de hacer su destino más soportable. La manera en que cuida las formas y apariencias lo vuelve un “perfecto compositor soviético”.
Aun así, está constantemente en la mira. En 1936 durante una de las funciones de su ópera Lady Makbeth de Mtsensk Stalin se levanta y se va. El compositor acaba denunciado por “formalismo”, la acusación que vuelve en 1948.
Curioso. En Rusia la batalla ideológica por el “realismo socialista” en las artes empieza y se centra en algo tan hermético (y etéreo) como la música clásica.
Para congraciarse con el régimen acepta a escribir la Canción de los bosques, una cantata dedicada a los planes de reforestación de la URSS después de la guerra que elogia a Stalin como “el Gran Jardinero”.
Más de seis décadas después la pieza sigue generando controversias.
Cuando en 2011 Paavo Järvi un director de orquesta cuya familia huye de la Estonia comunista se propone a interpretarla con la letra original –lo que se evita últimamente– le llueven las (erradas) acusaciones de “glorificar a Stalin y a Rusia”.
Lo mismo pasa en 2015 con el conflicto en Ucrania encima y el recién grabado disco (“Shostakovich: cantatas”, Erato, 2015), que incluye otra pieza estalinista El sol brilla en nuestra patria y una –supuestamente– “anti-soviética”: “La ejecución de Stepan Razin, un líder cosaco del siglo XVII que se rebela en contra de la burocracia zarista.
Järvi: “éstas cantatas muestran las dos caras de Shostakovich y siguen siendo relevantes en contexto del régimen de Putin y las frescas ambiciones militares de Rusia”; incluso “del auge de un nuevo totalitarismo (¡sic!)” (The Guardian, 15/5/15).
¿Mera “paranoia báltica”? Para nada (aunque lo del “totalitarismo”, uff...): Rusia putiniana está en plena rehabilitación de Stalin “gran figura nacional a la par con los zares”. No es casualidad. Hay varias afinidades.
La contrarrevolución estalinista tras el periodo de experimentos pos-revolucionarios es la “vuelta a los raíces”, “grandeza imperial”, “herencia gran-rusa”, “valores tradicionales” (familia - Sí, homosexualismo - No), la Iglesia y los “cánones clásicos del arte” (Pushkin/Tchaikovski).
Putin –tras el periodo pos-soviético de experimentos neoliberales y la “occidentalización fallida”– representa el mismo (tal cual) giro conservador; un símbolo de esto en la música es el retorno (2000) al viejo, pompático himno soviético compuesto por Aleksandrov y seleccionado por Stalin (1944), solo con la letra nueva.
A Lenin le gustan los chistes y la (auto)ironía incluso en las sesiones del partido; con Stalin el único humor permitido es la “carcajada de los vencedores” (Shostakovich se ve forzado a dejar su “sarcasmo musical” para acoplarse); con Putin reina el mismo sombrío tono del poder.
En la encuesta nacional de 2008 por “el más grande ruso” Stalin sale tercero, Lenin apenas sexto; gana Alejandro Nevski (1220-63) seguido por Piotr Stolypin (1862-1911), el premier y ministro del interior zarista.
Celebrado como un “gran estadista” y “modernizador” (en 2011 Putin inaugura el monumento a él frente a la sede de su gobierno asegurando “continuar a su legado”) Stolypin se hace famoso por las represiones tras la Revolución de 1905.
Su herramienta de modernización predilecta es la horca (la soga de allí es la “corbata stolypiniana”): en los años 1906-09 manda a colgar a unos 5 mil socialistas y otros “sospechosos”.
Sabe que los radicales van detrás de él (ya sobrevivió unos 10 atentados). A pesar de esto una tarde septembrina insiste en ir a la ópera de Kiev dónde encuentra a la muerte. Tocan a Rimski-Korsakov El cuento del zar Saltán. Asiste el mismo Nicolás II.
En fin. La música en Rusia es una cosa seria.

Maciek Wisniewski, Periodista polaco.

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