La pasada semana leí algo que me sonó muy familiar que decía que la violencia estatal en Myammar contra el pueblo Rohingya era una “respuesta” a un ataque perpetrado por un pequeño grupo de “renegados” contra unos agentes de policía. Una “respuesta” que fue completamente desproporcionada y que lanzó a fuerzas armadas de seguridad contra hombres, mujeres y niños indefensos; los resultados: asesinatos, desplazamiento y limpieza étnica. Obviando el hecho de que las víctimas de todo esto llevan décadas soportando la persecución del Estado que antes se llamaba Birmania, la situación comporta algo más que unos cuantos ecos de las “respuestas” de Israel –siempre en “defensa propia”, por supuesto- al “terrorismo” palestino, el término fraudulento utilizado para negar la legítima resistencia ante la brutal ocupación militar de Palestina.
Por tanto, no supuso sorpresa alguna oír que Israel ha estado armando al régimen militar de Myanmar; los productos de su muy lucrativa industria armamentística pueden encontrarse en lugares conflictivos de todo el mundo. Israel vende sus armas más recientes sobre la base de que han pasado por “pruebas de campo” con objetivos vivos en los territorios palestinos ocupados. Además, los servicios de seguridad israelíes entrenan a fuerzas policiales de Occidente sobre cómo “contener” los desórdenes civiles; no es de extrañar, pues, que los polis de EEUU tengan el gatillo tan fácil contra ciudadanos estadounidenses cuyas vidas negras son para ellos claramente insignificantes. Como Jeff Halper señala con tan increíble detalle en su libro “War against people” (Pluto Press, 2015), Israel está a la vanguardia de la “pacificación global” de la sociedad civil por parte de fuerzas policiales que cada vez están asumiendo más un papel paramilitar en esa sociedad.
En Israel, por supuesto, ese papel lleva siendo la norma desde hace mucho tiempo. La violencia estatal contra civiles desarmados es algo habitual cuando los segundos son palestinos; además de las genocidas ofensivas militares contra los civiles de la Franja de Gaza, sus compatriotas que viven en la ocupada Cisjordania y Jerusalén Este tienen que enfrentarse cada día a la policía armada de Israel, a los guardias fronterizos y al ejército. Todo esto está muy bien documentado, sin embargo, Israel sigue ingeniándoselas para convencer a los gobiernos occidentales de que son ellos las víctimas que se enfrentan a una amenaza existencial aun cuando las pruebas demuestren demasiado obviamente lo contrario. La ideología fundadora de Israel, el sionismo, y sus seguidores tienen tal poder sobre los políticos occidentales que se han vuelto ciegos ante la realidad de que el proyecto colonial de Israel lleva casi siete décadas absorbiendo a la Palestina histórica, despojando a la tierra de sus pueblos indígenas y a esos pueblos de sus derechos.
“Ya que apenas somos capaces de ver lo que está sucediendo ante nuestros ojos”, escribe Noam Chomsky en “¿Quién domina el mundo?” (S.A. Ediciones B, 2016), “no resulta sorprendente que los acontecimientos que tienen lugar a una leve distancia sean totalmente invisibles”. Quizá en ningún lugar sea más descarado el caso que en la respuesta de Occidente a la ocupación colonial de Israel.
Este es un año de aniversarios significativos en el conflicto de la Palestina ocupada: el centenario de la infame Declaración Balfour, 50 años de ocupación en Cisjordania y la Franja de Gaza y los 10 años de asedio israelí de la Franja de Gaza. Todos son acontecimientos que han ido estrechamente asociados con la violencia. Hace también 30 años del inicio de la I Intifada, el “levantamiento” contra la ocupación israelí.
Las imágenes de soldados israelíes rompiendo los brazos de jóvenes palestinos a los que habían atrapado lanzando piedras contra las tropas es uno de los rasgos definitorios de la intifada, que, sin embargo, empezó con una serie de pacíficas protestas contra el asesinato de cuatro trabajadores palestinos en Gaza. Como la profesora Mary Elizabeth King señala en “A Quiet Revolution: The First Palestinian Intifada and Nonviolent Resistance” (Nation Books, 2007), fue una “masiva movilización social no violenta” la que fue moldeando el levantamiento. La profesora King sugiere que el enfoque de los medios de comunicación en quienes lanzaban piedras en vez de en las manifestaciones pacíficas ayudó a que se ignorara el énfasis puesto en la no violencia.
La misma pauta se repitió en Siria en 2011; las manifestaciones pacíficas a favor de la democracia se encontraron con la violenta respuesta del gobierno de Bashr al-Asad, a la que siguió una guerra civil instigada y secundada por agencias exteriores. Esto parece confirmar la tesis de Halper de que el conflicto armado se ha convertido en el statu quo preferido de los gobiernos que dependen para su poder del complejo industrial-militar y de la “pacificación” de su pueblo.
Esto hace aún más interesante el éxito de la campaña, completamente pacífica, a favor del Boicot, la Desinversión y las Sanciones (BDS, por sus siglas en inglés). Como otros movimientos de protesta no violentos iniciados por los palestinos contra la ocupación, la BDS se está encontrando con la feroz resistencia de Israel, que ha destinado millones de dólares y un departamento de su gobierno para contrarrestar la “amenaza” de la campaña. Esto debería indicarnos que la BDS es eficaz y que, sin utilizar la violencia en modo alguno, tiene potencial para poner fin al terrorismo de Estado de Israel.
De hecho es tan eficaz que los amigos occidentales de Israel han decretado que la BDS se ha pasado de la raya y no debe tener éxito. Los activistas son perseguidos y tienen que enfrentarse a procesamientos por atreverse a utilizar medios pacíficos para intentar acabar con la capacidad de Israel para actuar con violencia extrema e impunidad contra una población civil bajo ocupación. Tal es la política distópica presidida por los fanáticos sionistas en Washington, Londres y Europa, que a un Estado culpable de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad se le dé protección política, económica y militar contra protestantes desarmados que intentan que Israel rinda cuenta por sus acciones. Vd. no podría jamás inventarse algo así.
Sin embargo, el hecho de que resulte tan grotesco debería alentar a los activistas de la BDS y de otras campañas pacifistas a seguir por el camino correcto. El poder popular puede ganar y aquellos gobiernos que pretenden otra cosa se darán cuenta de que no pueden pisotear los derechos humanos para siempre. De hecho, en la medida que la percepción de legitimidad de Israel vaya desvaneciéndose a causa de sus tácticas violentas y represivas con total desprecio hacia el derecho internacional, el mundo llegará a comprender que la respuesta palestina ante la violencia israelí está muy lejos de ser el “terrorismo” que los apologistas del sionismo y los medios quieren hacernos creer; y que en realidad es una respuesta notablemente contenida.
Ibrahim Hewitt, editor-jefe de Middle East Monitor.
Fuente: https://www.middleeastmonitor.com/20170910-the-palestinian-response-to-israeli-violence-is-remarkably-restrained/
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