lunes, octubre 15, 2018

Bolsonaro: ¿fascismo o bonapartismo?

Es imposible entender el surgimiento del bolsonarismo como fenómeno social y político sin comprender lo que fueron las enormes jornadas de protestas en junio de 2013 en Brasil.
No es casualidad que el primer asesinato político del bolsonarismo fuese el de un Mestre de Capoeira reconocido por su lucha contra el racismo, Moa do Katendê. Bolsonaro, que es el gran favorito con el 58 % de las intenciones de voto contra el 42 % de Haddad del PT, no quiere que la polarización social y política que se instaló en el país se convierta en violencia político-social, al menos no hasta que terminen las elecciones. Pero cuando la rabia y el odio alentado por Bolsonaro se chocaron, no con la dócil burocracia sindical y política del PT sino con un símbolo de la resistencia contra la esclavitud, el resultado fueron 12 puñaladas como forma de resolución del “conflicto”. Es en ese marco que, a pesar de los esfuerzos de Bolsonaro por contener la euforia de sus bases, ya son más de 70 los atentados políticos de todo tipo resultantes de crímenes de odio perpetrados por fanáticos bolsonaristas en las últimas semanas, aunque sólo uno haya terminado en forma fatal.
Las fuerzas más radicales desatadas por el bolsonarismo han hecho que no pocos lo definan como “fascismo”. Este concepto fue utilizado –en el contexto del hundimiento económico de las décadas de 1920 y 1930 y de las consecuencias de la Primera Guerra Mundial y preparación para la Segunda– para caracterizar un medio específico de movilizar y organizar a la pequeño- burguesía (la que en términos amplios se da en llamar “clases medias”) hundida por la crisis económica, contra los partidos obreros y los sindicatos, al servicio de los intereses del capital financiero.
El fenómeno bolsonarista está muy lejos tanto del contexto como del grado de organización y radicalización que adquirieron las fuerzas fascistas en aquel entonces. Sin embargo, tal categoría puede contribuir para explicar algunas de las tendencias incipientes identificadas en sectores de su base social. A su vez, este tipo de fenómenos son diferentes en los países imperialistas y en los países atrasados. Como señala Trotsky:
En Alemania, Italia y Japón el fascismo y el militarismo son las armas de un imperialismo ambicioso, hambriento y por lo tanto agresivo. En los países latinoamericanos el fascismo es la expresión de la dependencia más servil del imperialismo extranjero. Tenemos que ser capaces de descubrir, bajo la forma política, el contenido económico y social.

Bolsonarismo: un hijo no querido del golpismo

Es imposible entender el surgimiento del bolsonarismo cómo fenómeno social y político sin comprender lo que fueron las enormes jornadas de protestas en junio de 2013 en Brasil. Estas expresaron el choque entre, por un lado, las aspiraciones de ascenso social provocadas por los años de crecimiento económico que marcaron el segundo mandato de Lula y, por otro, los límites estructurales para realización de esas aspiraciones en un país subordinado a la expoliación del capital financiero internacional. Fueron una explosión de indignación que demandaba mejores condiciones en los servicios públicos, en una São Paulo donde dónde para ir y volver del trabajo en transporte público se gastan en muchos casos 3 ó 4 horas por el tránsito, se viaja parado en colectivos y trenes abarrotados, y con precios, como mínimo, cuatro veces más caros que en Buenos Aires. Esta indignación también dio lugar a múltiples reclamos por educación y salud, que a pesar de todo el crecimiento económico que hubo durante el lulismo siguieron estando entre las más caras y precarias de Sudamérica.
Las protestas callejeras protagonizadas por la juventud vinieron acompañadas por una ola ascendente de luchas económicas que no se veía desde el fin de la dictadura. Estallaron huelgas salvajes que involucraron a los sectores más pobres de la clase obrera, justamente los que habían entrado masivamente a trabajar en los empleos precarios creados en el lulismo. Hubo huelgas simultáneas (aunque no coordinadas) de más de 200 mil obreros de la construcción civil dispersos en las gigantescas obras hidroeléctricas correspondientes al llamado “Plan de Aceleración del Crecimiento (PAC)” de Dilma en el norte, y en las obras de construcción de los estadios para el Mundial de Fútbol en sudeste y sur. Así como también en las obras para la expansión del conglomerado petroquímico de la Petrobras.
El PT como partido y a través de la Central Única de los Trabajadores (CUT, la más importante del país) trataron de dividir, aislar, contener y desviar esos enormes procesos de lucha, llegando al absurdo de caracterizar aquellas movilizaciones como reaccionarias porque iban en contra su propio gobierno. En la medida en que no surgió ninguna fuerza político-social para canalizar ese proceso de movilización por izquierda, fueron las corrientes de derecha las que buscaron capitalizarlo separando las demandas sociales progresivas del rechazo al sistema político de conjunto. Así condujeron este descontento especialmente contra el PT, contraponiendo su “estatismo” a los valores liberales. Surgió en Brasil un nuevo actor político-social compuesto por movimientos de la juventud financiados e influidos por institutos como Atlas Netwoks (“Red Atlas”), un thik thank ultra-neoliberal reconocido por sus relaciones con el Departamento de Estado norte americano y los hermanos Koch, así como con multinacionales del petróleo y el gas. Este think tank cuenta con 465 instituciones partners en 95 países (11 de ellos en Brasil) y declara haber “donado” 5 millones de dólares para sus integrantes solamente en 2016 [1]. Instituto ese que tiene como uno de sus miembros a la argentina Fundación Pensar, compuesta por el PRO de Mauricio Macri.
Esos movimientos juveniles de la derecha liberal, que pasaron a contar con millones de seguidores en las redes sociales de internet, ganaron capacidad de movilización propia en las calles contra al gobierno de Dilma y el PT, impulsados por la campaña “contra la corrupción” desatada a través de la Rede Globo usando declaraciones de arrepentidos filtradas por el poder judicial en la llamada operación “Lava Jato”. Una operación inspirada en el Mani Pulite italiano, orquestada a través de un entramado entre la casta de fiscales del Ministerio Público, jueces de Curitiba, la Policía Federal como “brazo militar”, el Departamento de Estado norteamericano y las grandes petroleras multinacionales.
La estructura particularmente corrupta del sistema político brasilero –llamado “presidencialismo de coalición”– se basa en un mecanismo de extorsión/soborno permanente y “legalizado” entre el Poder Ejecutivo y el Congreso para la constitución de mayorías parlamentarias serviles a los intereses del capital financiero y los grandes monopolios. En uno de los países más desiguales del mundo, dónde más de 40 % del presupuesto federal es anualmente destinado al pago de intereses y amortizaciones de la deuda pública al capital financiero y la capacidad de endeudamiento de los Estados están constitucionalmente subordinada al poder central, la “elegibilidad” de los parlamentarios está vinculada a las partidas de presupuesto que el Ejecutivo nacional tiene la potestad conceder a cambio del apoyo a sus medidas. Una junta de negocios permanente, lubricada por el financiamiento de las campañas electorales a los políticos y partidos que responden a los intereses del gran capital. Es el llamado “fisiologismo”, la forma particular que adquiere el “lobby” entre los intereses públicos y privados en Brasil.
En los años ‘90, ese esquema que fue usado para beneficiar grandes capitales nativos y extranjeros (entre ellos, los grandes medios como la Rede Globo), dio lugar a un enorme escándalo de corrupción llamado “caso Banestado”, en referencia al banco estadual de Paraná por donde se evadieron de forma ilegal, como mínimo, 520 mil millones de dólares usando las “facilidades” para el lavado de dinero en la triple frontera. El proceso judicial fue conducido por el juez Sergio Moro, que cerró el caso sin investigar ninguno de los indicios que involucraban a algunos de los principales dirigentes nacionales del PSDB de Fernando Henrique Cardoso. El mismo Moro que, años después, con la ayuda de la Rede Globo, se transformó en “héroe popular” del “combate contra la corrupción”.
Cuando Lula llegó al poder en 2003, estaba abierta una Comisión Parlamentaria de Inquisición (CPI) para investigar el “caso Banestado”. Sin embargo, el PT usó la influencia del Ejecutivo para clausurar la investigación a cambio del apoyo político a sus reformas por parte de los partidos involucrados en los negociados. Esto culminó con la integración de algunos de esos grandes beneficiados a su coalición de gobierno, sellando así la asimilación del PT al mismo sistema del cual años después sería víctima. Ante al el primer escándalo de corrupción del PT en 2005, el llamado “mensalão” (coimas) el propio PSDB y la poderosa Federación de las Industrias de São Paulo trataron de poner paños fríos y llamar a la “responsabilidad” los distintos actores del régimen para no crear un clima “destituyente”. Como ese, fueron innumerables los escándalos de corrupción que terminaron en nada. Solamente con el inicio de la crisis económica mundial y sus primeras repercusiones en Brasil, el juicio del “mensalão” fue retomado para concentrar las investigaciones de la Lava Jato en el PT. ¿Por qué se concentraron los ataques contra el PT, que en sus gobiernos garantizó ganancias inéditas al gran capital y la pasividad de los sindicatos?
Mientras Brasil se encontraba en pleno crecimiento económico, con los capitales financieros internacionales obteniendo grandes ganancias, al igual que los capitales nativos favorecidos por los bancos estatales como el BNDES y el conglomerado de la Petrobras, todos estaban felices con aquel “esquema” de negociados ahora dirigido por el PT, al punto en que el país era ensalzado por toda la prensa imperialista como la “estrella” ascendiente de los BRICS. Sin embargo, con la Gran Recesión mundial pos 2008, el poder judicial y la “lucha contra la corrupción” pasa a ser utilizados por el capital imperialista para cambiar esa relación de fuerzas en su favor. En ese marco, el PT fue elegido como blanco privilegiado para “bajar” las ambiciones de las grandes constructoras, petroquímicas y frigoríficos brasileros que se habían alzado como competidores internacionales, así como para abrir a los capitales imperialistas la gigantesca fuente de riqueza concentrada en las reservas del Pre Sal y todo el enorme conglomerado de extracción y refinado de petróleo dirigido por la Petrobras. A esto se suma la necesidad de obligar a las bases del PT a aceptar un empeoramiento de sus condiciones de vida y el retroceso en los derechos sociales y laborales para preservar las ganancias capitalistas y garantizar el ajuste fiscal necesario para el pago religioso de la deuda pública.

Las tendencias proto-fascistas en las bases de Bolsonaro

De esta forma, el rechazo a la “casta política” que emergió de las protestas de 2013, combinado con el “combate a la corrupción” impulsado por el Lava Jato y la Rede Globo, fue creando el clima destituyente contra el gobierno del PT. Esas dos tendencias (el sentimiento “anti casta” que emergió de junio de 2013 y los fans de la Lava Jato) ganaron base social surfeando sobre el empeoramiento de las condiciones de vida provocadas por la caída del 7 % del PBI entre 2015 y 2016, abriendo el camino para las masivas movilizaciones que sentaron la relación de fuerzas para el impeachment a Dilma Rousseff.
En aquellas marchas contra Dilma, el bolsonarismo era todavía una pequeña minoría. El objetivo del golpe institucional era poner en el poder a la derecha tradicional encarnada en el PSDB y el DEM, apoyados por los “caciques” del MDB. El auge del bolsonarismo como gran tendencia de masas se dio en la medida en que los partidos de la derecha tradicional, en especial el PSDB –asociados al fracaso en toda la línea del gobierno de Temer y a la corrupción del sistema político– perdieron su capacidad de canalizar el sentimiento antipetista alentado por la Lava Jato, dejando ese espacio vacante para ser ocupado por una figura populista que consiguió vender la imagen de un “outsider”. Ante la falta de una salida radical por izquierda ante la podredumbre de un sistema político tan desgastado y cuestionado, Bolsonaro emerge con sus propuestas radicales de derecha, apelando a la mano dura para responder a la profunda crisis de violencia social en la que el país se ha hundido por la crisis económica, especialmente en Estados como Rio de Janeiro.
Con el despliegue de Bolsonaro, se envalentona y pasa a la ofensiva el núcleo más fascistizante proveniente del riñón de su base social originaria: las policías militares y civiles, así como las fuerzas armadas. Según los últimos datos, hay 425 mil policías militares estaduales, 118 mil policías civiles, 13 mil policías federales, 327 mil integrantes de las tropas de ejército, marina y aeronáutica. Contando jubilados y familiares, se trata de un “núcleo” social reaccionario con no menos de 3 millones de personas. La proyección de este núcleo social, idealizado por Bolsonaro como “victima” de los derechos humanos para inspirar la mano dura, es inseparable de los atentados políticos de ultra derecha que han escalado por todo el país en las últimas semanas.
El último componente fascistizante de la base bolsonarista entró a la cancha en las últimas dos semanas de la campaña electoral: las iglesias evangélicas, cuya influencia se calcula en alrededor de un tercio de la población. Estas se han constituido en un factor decisivo para moldear ideológicamente la polarización. Con sus redes sociales (en especial de WhatsApp) difunden “fake news” (noticias falsas) donde los petistas aparecen como pervertidos que pisotean los valores religiosos y “comunistas” que van imponer un supuesto “terror rojo”. Nada más injusto con un PT que durante sus 13 años de gobierno garantizó la negativa al derecho al aborto y aceitó las relaciones del Estado con las iglesias; a la vez que garantizó ganancias históricamente récord para el no muy comunista capital financiero internacional.
A partir de esas definiciones sobre el origen y el desarrollo del fenómeno Bolsonaro, podemos responder más precisamente a la pregunta inicial sobre el componente proto-fascista existente en su interior. Un fenómeno que hasta muy poco tiempo atrás era una pequeña parcela minoritaria y radical dentro del bloque político-social que dio el golpe institucional, con el desgaste de los partidos de derecha tradicional asociados al gobierno Temer alcanzó cerca de 20% de los votos que mantuvo firmes hasta el inicio de las elecciones. Una vez consolidado como candidato preferido del electorado antipetista, robándole este espacio al hundido PSDB, con la ayuda del Poder Judicial, la Rede Globo y los militares –que manipulan abiertamente las elecciones contra Lula y el PT– el bolsonarismo avanzó hasta el 35 % de los votos. Sumando mucha demagogia y favorecida su imagen luego de recibir la puñalada, que le permitió ubicarse como víctima y evitar los debates públicos, pudo arrastrar en la recta final del primero turno, a parte de los electores lulistas más conservadores y que ignoran el programa ultraneoliberal de Paulo Guedes. Así alcanzó el 46 % de los votos del primero turno. Hoy se ubica como el gran favorito, con 58 % de las intenciones de votos en el balotage capturando los votos antipetistas de los candidatos de centro y centro derecha que quedaron en el camino. Por supuesto, esa mayoría electoral contiene no solamente sectores burgueses y pequeñoburgueses de clase media que caracterizaban su base social originaria, sino que también sectores de la clase trabajadora.
Si por un lado las tendencias proto-fascistas presentes en la base social de Bolsonaro son una parte minoritaria y poco organizada que difícilmente ultrapasa el 20 % de sus votos “originarios”, hoy se constituyen como el polo más activo y dinámico de la relación de fuerzas sociales, empujando al régimen que surgirá de las elecciones a un grado de autoritarismo y ataques cualitativamente superior a lo que fue la primera etapa del golpe institucional bajo Temer.

Las tendencias al bonapartismo y el eventual gobierno de Bolsonaro

Para analizar lo que podría venir a ser un eventual gobierno de Bolsonaro, resulta útil la categoría que Trotsky utilizaba para caracterizar los primeros gobiernos posteriores al crack de 1929, que a pesar de estar cruzados por el desarrollo de tendencias fascistas, todavía se cubrían con máscaras más o menos “democráticas”. Trotsky definía más en general al “bonapartismo” como forma de gobierno que busca elevarse por sobre los campos en lucha apoyándose más directamente sobre las fuerzas armadas en detrimento del parlamento para preservar la propiedad capitalista e imponer el orden. Ahora bien, en el caso de un gobierno de Bolsonaro en Brasil, no parecería necesitar todavía prescindir del parlamento contando con la posibilidad de recurrir a un incremento del autoritarismo vía poder judicial con el apoyo de las FF. AA. Para un gobierno así, que más bien corresponde a un período de incubación del bonapartismo, resulta útil la categoría de Trotsky de “pre-bonapartismo”.
Las tendencias proto-fascistas de la base bolsonarista son muy incipientes porque la crisis económica en Brasil (y también en el mundo) todavía es muy inferior a la depresión que marcó la década de 1930 y no está enmarcada en tendencias inmediatas a la guerra como las que cruzaban la Europa de aquel entonces. Pero también por la política del PT de desmoralizar a su propia base social [2]. Primero a través de la implementación de duros ajustes durante el segundo mandato del gobierno Dilma, y luego, una vez en la oposición canalizando todo el descontento de las masas con el gobierno golpista de Temer hacia el terreno electoral. El PT llegó al punto de desviar la enorme energía desplegada por la clase trabajadora en los dos paros generales que frenaron la reforma jubilatoria en el primer semestre de 2017, impidiendo que esa energía se opusiera a la reforma laboral que logró ser aprobada posteriormente. Esa política es la principal responsable de licuar el peso de la clase obrera en la relación de fuerzas nacional.
Trotsky decía que el bonapartismo se valía del fascismo para alzarse al poder, pero solamente en la medida justa y necesaria para derrotar al movimiento obrero. Es en este marco que debemos entender los recientes movimientos de “factores de poder” nativos y extranjeros para “disciplinar” las tendencias más fascistizantes desatadas por el bolsonarismo. La Rede Globo, “creando” la ilusión de un “país de las maravillas”, pone sus novelas y noticieros en campaña permanente por un supuesto Brasil de “combates” feministas, antirracistas y anti homofóbicos, con “instituciones de la sociedad civil” supuestamente tan enraizadas que un gobierno Bolsonaro no podría hacerlas retroceder. El mensaje subliminal es: “no te asustes, podes votar a Bolsonaro que está todo bien”.
El Presidente del Supremo Tribunal Federal, junto con el Alto Mando militar, intelectuales, juristas y periodistas de las principales universidades y los grandes medios de comunicación, tratan de presionar a Bolsonaro para que jure por la Constitución y reprenda las pasadas de rosca demasiado golpistas del candidato a vicepresidente, el general Hamilton Mourão. En las palabras del Comandante del Ejército, general Villas Boas, dos días después del primer turno de las elecciones:
En una democracia consolidada como la nuestra, no ocurren golpes, incluso porque el pueblo brasilero no va permitir que no se respete la Constitución y se ataque a las instituciones. El Brasil de hoy tiene instituciones sólidas que no permiten que su evolución salga de los límites de los preceptos democráticos.
A esto se suma el discurso difundido por algunos de los principales órganos de la prensa imperialista –quizá como parte de la campaña electoral del Partido Demócrata norteamericano para las elecciones de medio término de noviembre–, en el que Bolsonaro es criticado por sus rasgos más autoritarios. Las comparaciones que esos medios hacen de Trump con Bolsonaro, definiéndolo como una especie de “Trump de los trópicos”, esconden que mientras los rasgos bonapartistas del presidente norteamericano están al servicio de una política proteccionista del imperialismo, los del bolsonarismo sirven a una política liberal de apertura económica para favorecer los intereses del amo del norte.
Ese trabajo de “contención” del bolsonarismo responde a una relación de fuerzas sociales en la cual la clase obrera está predominantemente pasiva y dejando pasar sin resistencia los ataques, ajustes y privatizaciones que el golpe institucional tenía el objetivo de implementar. Estamos ante un régimen –ahora legitimado por las elecciones– que ataca los derechos más elementales de defensa judicial y pisotea el sufragio universal impidiendo a la población votar por quien quiera. Y que tiene como objetivo imponer una relación de fuerzas más a la derecha, deteriorando cualitativamente el nivel de vida de las masas, privatizar en una escala superior los recursos estratégicos, retroceder en derechos sociales, y aumentar la subordinación del país al imperialismo. Si este cambio en la relación de fuerza puede continuar siendo implementado por vías predominantemente democráticas, sin el recurso de la fuerza física, mejor para los intereses del capital, que prefiere dominar con máscaras más o menos democráticas, siempre más efectivas para el engaño.
Justamente porque el polo dinámico de la relación de fuerzas social hoy es el golpismo y en especial su núcleo de extrema derecha, que actúa contra un proletariado inmovilizado que tiene a la cabeza direcciones que entregan sus posiciones sin lucha –es evidente que la estrategia electoral-parlamentaria y de confiar en el poder judicial del PT ha perdido en toda la línea sin implicar ningún combate serio– no existe un “empate” de fuerzas sociales sobre el cuál se pueda erigir un árbitro (Bonaparte) que se apoye sobre el aparato militar para resolver la disputa en favor del capital. O sea, al menos por ahora no estaría planteado en Brasil ni la necesidad ni las condiciones para un régimen bonapartista stricto sensu. Sin embargo, las fuerzas de extrema derecha desatadas por Bolsonaro, en el caso muy probable de que este gane las elecciones, parecerían anticipar una suerte de gobierno pre-bonapartista judicial-militar cualitativamente más autoritario y reaccionario que bajo el gobierno de Temer.

Las contradicciones que enfrentaría un gobierno de Bolsonaro

Un eventual gobierno de Bolsonaro tendría grandes problemas a enfrentar, que ya se expresan en el propio balotage, y que todavía podrían beneficiar a Haddad.
En cuanto a su propia base social, tiene dos contradicciones centrales: 1) Tendrá que lidiar con la evaporación de toda su demagogia “anti sistema” y “anti corrupción” en la medida que tenga que componer una base parlamentaria con la banda de mafiosos que sostuvo el gobierno de Temer, y establecer con el Congreso el esquema de negociados que tanto criticó al PT. 2) Parte importante de su mayoría electoral no es consciente de que su gobierno será mucho peor que el de Temer en términos de ataques, destrucción de derechos y empeoramiento de las condiciones de vida. Esta contradicción tiende a agudizarse aún más con la escalada demagógica que está haciendo en el balotage para contener a los votantes lulistas que ganó en la primera vuelta, diciendo que va dar un aguinaldo al programa asistencia Bolsa Familia y que no va aumentar los impuestos a los más pobres. 3) Las idas y vueltas de Bolsonaro, partiendo de decir que privatizará todas las empresas públicas a reconocer que mantendría sus “núcleos estratégicos”, son un anticipo de los conflictos que existirán entre el programa ultraneoliberal de Paulo Guedes y los intereses estratégicos de sectores militares y de la burguesía brasilera.
Con respeto a los votantes de Haddad, los paros nacionales que frenaron la reforma jubilatoria de Temer son una demostración de que la clase obrera no está estratégicamente derrotada. La propia votación al PT, a pesar de la proscripción de Lula y de todas las brutalidades antidemocráticas del régimen para aislarlo, es una expresión, aunque muy distorsionada, de la relación de fuerzas de los sectores que se oponen al golpismo. Lula, que llegó a acumular alrededor del 40 % de la intención de voto y despuntaba como posible ganador en el primer turno en el caso de poder presentarse, logró transferir una buena parte de sus votos a Haddad, cercana al porcentaje que las encuestadoras señalaban como apoyo directo al PT como partido. Sumando los votos antigolpistas que Haddad arrastró para acumular su 42 % de intención de voto en el balotage, esto indicaría que Bolsonaro habría atraído alrededor del 8 % de los votos tradicionalmente lulistas, que siempre fueron más amplios que los votos del PT.
A pesar de todo el apoyo del capital financiero y la gran burguesía, es improbable que la economía tenga rápidamente un crecimiento tal que se pueda sentir como una mejoría de las condiciones de vida de las masas.
En ese marco, un eventual gobierno de Bolsonaro ya nace débil, y es probable que esté cruzado por múltiples formas de la lucha de clases. Como resultante de estos embates, las tendencias al bonapartismo que hoy se expresan predominantemente a través del poder judicial podrían dar lugar –recurriendo o no a la figura de Bolsonaro– a un régimen más directamente apoyado sobre el aparato militar. Es lo que refleja el reportaje publicado el día 11 de octubre en el semanario británico The Economist:
La mayoría de los oficiales superiores es moderada y no quiere tomar medidas inconstitucionales y no se subordinará a Bolsonaro, según el especialista en defensa Alfredo Valladão. Si él venciera, su resistencia al completo control civil podrá ser una restricción para él. El ejército se sentiría forzado a intervenir, acorde a Valladão, sólo si los conflictos en Brasil se transformaran en violencia política a gran escala (subrayado nuestro).

Programa y estrategia para enfrentar a la extrema derecha y el golpismo

Junto al Movimiento Revolucionario de Trabajadores (MRT) de Brasil, organización hermana del PTS en el país vecino, acompañamos a los trabajadores y jóvenes que votan críticamente por Haddad para derrotar a Bolsonaro en las urnas. Sin embargo, necesitamos transformar el justo odio al autoritarismo y al programa ultraneoliberal de Bolsonaro en un gran movimiento de millones en las calles para combatir todo lo que este representa.
A contramano de esa perspectiva, el PT comenzó su campaña electoral del balotage con una propaganda electoral que se contrapone al odio al autoritarismo de Bolsonaro y plantea una política destinada a atraer supuestos “aliados” de los partidos neoliberales y golpistas tradicionales que fueron derrotados en las elecciones. Esa política va en el sentido inverso de responder a las verdaderas necesidades de los 25 millones de trabajadores desempleados y subempleados y de las otras decenas de millones que empeoraron sus condiciones de vida y perdieron derechos desde que el golpismo comenzó a avanzar en el país.
Para combatir seriamente el avance del golpismo y de la extrema derecha, necesitamos luchar para tirar abajo todas las reformas reaccionarias del gobierno de Temer; crear un gran movimiento por el no pago de la deuda pública, para que haya recursos destinados a obras públicas, salud y educación; y necesitamos exigir a los sindicatos, a las centrales sindicales, organizaciones estudiantiles y populares que impulsen comités de base para organizar la resistencia y preparar una gran huelga nacional combinada con movilizaciones en las calles de todo el país.
No se podrá combatir el golpismo y la extrema derecha con un discurso genérico de “paz y amor” y propuestas generales, vacías, sin sustento. Sólo podremos combatir seriamente a Bolsonaro con un programa que responda de forma radical a las verdaderas angustias de la mayoría explotada y oprimida del país. La única respuesta radical realista es aquella que defienda la movilización de los sindicatos y movimientos sociales para hacer retroceder el avance autoritario e imponer que la crisis la paguen los capitalistas.

Daniel Matos

NOTAS AL PIE

[1] Un ejemplo paradigmático de ese proceso es el ascenso meteórico del llamado Movimiento Brasil Libre (MBL), que pasa a tener millones de seguidores en las redes sociales a partir de 2013. Fue uno de los principales organizadores de las grandes marchas por el impeachment a Dilma, y en las elecciones de 2018 logró elegir a su principal líder como uno los diputados federales más votados en el Estado de São Paulo.
[2] El PT brasilero surgió en su momento como lo que los marxistas llamamos un “partido obrero-burgués”. Es decir, no un partido burgués o pequeñoburgués más, sino un partido reformista basado en los sindicatos. De ahí que tiene una relación orgánica con las organizaciones obreras, en particular con la CUT. Ver: El PT, el neoliberalismo y el régimen brasileño.

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