La familia en nuestra historia
Después de la independencia de Centroamérica, Nicaragua asume más un modelo de organización social heredado de la experiencia colonial, que el de un estado nacional moderno. Andrés Pérez Baltodano en su libro “Entre el Estado Conquistador y el Estado Nación: providencialismo, pensamiento político y estructuras de poder en el desarrollo histórico de Nicaragua (2003)”, lo describe como un estado de poder político personalista, arbitrario, que emula el accionar de los representantes de la corona española que aplicaban leyes y administraban los beneficios sociales con discrecionalidad y autoritarismo para organizar el espacio público. La autoridad personalista, de caudillo, como la entidad única de la que emana la voluntad política.
Esta forma de estructura social colonial a la que respondemos, tuvo a la familia como una de las entidades depositaria de sus valores autoritarios. En el artículo “Otro Dios es posible: Reflexiones desde Nicaragua sobre el cristianismo, el poder y las mujeres” de María López Vigil, la identifica como uno de los espacios más antidemocrático de la sociedad nicaragüense que alberga en su seno al dios autoritario de la conquista.
Esta familia funciona como base organizativa del estado, al ser esta misma, quien ocupa los espacios laborales, empresariales y el aparato de gubernamental: matrimonios, hijos y parientes en espacios de toma de decisión primando nexos familiares para cuidar el patrimonio y el ejercicio de poder.
La familia como espacio antidemocrático
Así, la familia es quien educa a la sociedad en las formas de relación con otros, utilizando mecanismos históricos del poder. En este sentido si dios es la entidad divina que le enseña a la familia las formas del poder autoritario de herencia colonial, es la familia el primer espacio antidemocrático que le enseña al resto de la sociedad la forma de ejercerlo.
La familia alberga en su seno la crianza violenta hacia los hijos, violencia machista de padres a madres, matanza de mujeres, silencios impuestos a los vulnerables, violaciones físicas y psicológicas que castran, ejercicio rígido y violento del estatus y el rango, sometimiento, obediencia ciega sin crítica, cultura del congracio con el poder para ganar su favor, castigo autoritario, impunidad de quien comete excesos por su autoridad, respeto dado no construido, unión del amor al castigo físico y del amor al dolor.
El aprendizaje profundo del ejemplo familiar en gran medida nos moldea la conducta, es donde aprendemos a someternos a autoridades incuestionables que emulan al “dios castigador”, donde aprendemos la forma de relacionarnos con nuestras parejas afectivas, de ser padres y madres, jefes, líderes, figuras de autoridad. Este poder autoritario aprendido desde la familia consciente o inconscientemente tiende a ser meta en la vida como camino de realización. Dominar, controlar, tener poder sobre otros, replicando así el rol y el sistema opresor al que fuimos sometidos y que replicaremos en cada espacio en que nos encontremos como forma de liberación. Liberación a través de obtener poder para someter a otros.
Las relaciones familiares son políticas
La forma de relacionarnos en la familia es acción política que se lleva al quehacer público. La familia muestra el método de aplicación del poder autoritario a las instituciones sociales, convirtiendo así al estado nacional en una expresión directa de la familia, y a ésta, en la expresión micro del estado nacional.
En la familia se hace el primer ejercicio de construcción del estado nacional en el que se aprende la cultura de la democracia o la dictadura por el tipo de relación que se establece entre sus miembros. En este sentido, el tipo de autoridad familiar predominante y la forma en que ejerce el poder tenderán a ser emulados en las instituciones sociales. Formas de tomar decisiones, de resolver los conflictos y de ejercicio de la autonomías.
El espacio familiar se convierte entonces en un ejemplo ilustrativo para observar si estamos en un estado moderno basado en derechos o en un estado pre moderno autoritario de herencia colonial. Es decir, que existe una relación directa entre autoridades familiares acríticas, incuestionables, infalibles, autoritarias y deshumanizantes con la formación de gobiernos y estados nacionales antidemocráticos.
Dictadura desde un gobierno familiar
Con el ejercicio de poder autoritario neo colonial de la familia Ortega-Murillo, la sociedad nicaragüense tiene ya una década de enfrentar represión sistemática en los espacios públicos de participación: silencios impuestos a la opinión de disenso, imposición del pensamiento único, y en los últimos meses asesinatos extra judiciales, persecución, secuestros, torturas, criminalización de la protesta social y encarcelamiento masivo de protestantes. Esta represión es un reflejo de los mecanismos de control, obediencia y castigo practicados por esta familia gobernante mediante un modelo de crianza extrapolado al gobierno.
Es una autoridad familiar ejercida sobre todo por la matriarca que desde la sombra del poder mesiánico del patriarca se ha construido el poder personal estableciendo un método de ejercicio y mantenimiento del poder gubernamental. Ambos con una corresponsabilidad en el abuso del poder también familiar: violaciones sexuales, psicológicas y exigencia del silencio impune ante el abuso. Además el fomento de una cultura política canibalista entre miembros familiares como medio para acumular poder transferido desde ambos caudillos.
Esta cultura caudillesca familiar Ortega-Murillo, prima la competencia sobre la colaboración, exige la entrega de la autonomía personal y colectiva para obtener su gracia. Exige aceptación de la violencia estatal como forma de castigo para corregir nuestros errores, ya que son ellos y nadie más, los que saben lo que es mejor para el pueblo. Exige obediencia ciega ante cualquier decisión pues las decisiones divinas no se cuestionan, solo se cumplen. Exige adherencia al pensamiento único: en este caso la libertad de conciencia opuesta al pensamiento único, es vista como desviación, como falta de disciplina grave que merece exclusión, estigmatización y aniquilación física. Exige subordinación de las agendas comunitarias de desarrollo a los intereses del poder. Exige admiración y divinización de sus actos, cualquier visión crítica es vista como herejía. Exige respeto dado no construido, la crítica y contestación argumental son vistas como irrespeto y debe ser castigada. Exige la aceptación sumisa de la ruptura del contrato social que ahora se ajusta a intereses sectarios. Exige el abandono de referentes históricos, valores, y posicionamientos éticos en función de sus intereses de poder. Exige la aceptación de un modelo familiar autoritario neo colonial en vez de un estado de derecho: sus hijos, suegros, yernos y nueras ocupando espacios públicos de toma de decisión con poderes traspasados. La unión sanguínea como forma de conservación del poder incuestionable alrededor de la familia. Realiza una mezcla del quehacer familiar con el estado. Es una cuestión monárquica, medieval, feudalista.
Corresponsabilidad de las familias
La dictadura de la familia Ortega-Murillo es un modelo que en gran medida se hace potable en la sociedad nicaragüense por la identificación profunda que existe con las relaciones familiares autoritarias que nos formaron. Son experiencias vivenciales interiorizadas que nos hacen ver como normal los abusos de poder desde los gobiernos e instituciones públicas.
Existe una respuesta aprendida de sometimiento ante el poder como medio para vivir y sobrevivir. Esto en nuestra historia de colonización dio paso al desarrollo del Güegüense como forma de resistencia a la opresión, que junto a procesos de liberación nacional, como el sandinismo desde los años 20, han sembrado en la sociedad una conciencia del estado nacional y del ser sujetos de derecho. Ha coadyuvado también la puesta de límites a los autoritarismos gubernamentales, pero aún urge la reflexión y cuestionamiento de las relaciones familiares autoritarias para no continuar sumergidos en ciclos culturales de dictaduras y liberaciones.
Hoy el gobierno como forma de evitar la justicia social sobre sus abusos de poder, propone un diálogo “familia a familia” como estrategia para desviar la atención de su responsabilidad sobre crímenes de lesa humanidad. Es un intento de ocultamiento detrás de las figuras de autoridad familiar de lealtad profunda que nuestra sociedad poco ha cuestionado, que no ha re construido. La familia es un espacio ideal para ocultar crímenes, pues se encuentra aún intacta una estructura autoritaria desde los tiempos de la colonia que poco se ha transformado.
Las familias nicaragüenses son corresponsables del surgimiento de gobiernos dictatoriales, pues en el seno de las mismas se cultivan actitudes de abuso de poder que van detonando en los espacios de trabajo, movimientos sociales, gremios, amigos, grupos de interés, en el deporte, y como máxima expresión en los gobiernos. Esta aceptación social de formas dictatoriales reafirma a su vez el autoritarismo en la familia y se nutren mutuamente.
El uso de la figura de la dictadura somocista como experiencia contemporánea de represión en la narrativa del gobierno Ortega-Murillo, es importante para reconocer que la actitud caudillesca y opresora de la misma, aún persiste en el seno de la sociedad. Vive en la conciencia y acción de muchos que la combatieron, que a pesar de vivirla y ser testimonio vivo de la misma, la replican en sus ejercicios cotidianos de vida y de poder. Pero sobre todo, el somocismo vive también en el seno del orteguismo que es un reducto sectario y familiar del sandinismo.
Esta involución de la conciencia y la práctica política de izquierda en Nicaragua nos lleva nuevamente al educador brasileño Paolo Freire que nos recuerda que el oprimido como camino de liberación se llena de los valores del opresor y se convierte en uno, al replicar el sistema que combatió. Afirmación ajustada a la experiencia danielista que en su etapa actual replican el modelo familiar caudillista del somocismo al no transformar la conciencia opresora aprendida. Se liberaron falsamente al convertirse en los nuevos opresores del pueblo al cual quieren domesticar, no liberar.
El somocismo reencarnado en otra familia desprovista de conciencia crítica, sectaria, castradora, fanática, deshumanizante, encerrada en sus verdades particulares, que replica la realidad social autoritaria, colonial.
La liberación familiar y social
Las familias nicaragüenses debemos hacer un ejercicio de revisión de nuestras relaciones, develando los mecanismos de poder que existen entre sus miembros y los efectos devastadores que generan en la sociedad.
Debemos fomentar el desarrollo de una conciencia crítica frente a las formas de autoridad que nos ayude a la desconstrucción de modelos opresores vividos desde la familia. Debe existir una relación dialéctica, comunicacional entre la familia y la sociedad que busque la construcción de modelos democráticos en la interacción familiar, social y en la formación institucional.
El diálogo será posible a la luz de un pensamiento crítico que nos ayude a despojarnos del poder autoritario del estatus y el rango que aprendimos de la familia y el estado colonial. Este proceso nos llevaría a dar saltos de la conciencia individual y colectiva que establecerá valores de bien común como referentes principales para la elaboración del nuevo contrato social.
Es decir, nadie es infalible, todas las relaciones tienen límites, tienen condiciones, son cuestionables, objeto de revisión, de evaluación a luz de los valores comunes acordados. Nadie sobre los valores, todos debajo. La conciencia crítica como límite de las figuras de autoridad familiar, laboral y política, evitando los excesos del poder, y primando una cultura dialógica para la conciencia común.
Esto nos acercará al Estado moderno y nacional que a su vez pasa por la separación de los quehaceres estado-familia y estado-iglesia, entendiendo la necesidad de la relación de diálogo, pero marcando los límites de acción de cada ámbito de acuerdo a su propia naturaleza. El racionalismo como motor de la conciencia crítica, despersonalización del poder y de la legalidad institucional.
Julián Carax
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