Medio siglo después del proceso revolucionario, recordado como la Primavera de Praga, prevalece la idea de que, en resumidas cuentas, se trató de la circunstancia histórica que enfrentó la vocación democrática a la opresión estatal, la libertad a la rigidez burocrática, una lucha de principios abstractos universales de naturaleza superior, reduciendo la lucha de clases a apenas una manifestación superficial de la realización histórica de ese combate. Esa visión, compartida por intérpretes del más variado pelaje en la prensa, los medios académicos y políticos, tiende a reducir también los acontecimientos de Checoslovaquia a un proceso temporalmente binario, en el cual el período que va de enero a julio de 1968 habría abierto un efímero reino de la libertad, clausurado en agosto por la entrada de los tanques soviéticos en Praga para reinstaurar la pesadilla totalitaria. En efecto, esos elementos son referencias ineludibles en el drama revolucionario, pero insuficientes para comprender la naturaleza histórica de los hechos y su dinámica profunda. Lo que es omitido, evitado, opacado en ese “relato” es nada menos que el protagonista fundamental: la clase trabajadora. El balance de la Primavera de Praga como experiencia revolucionaria reclama, como condición, recuperar la búsqueda, las iniciativas y los métodos de los obreros checoslovacos para encontrar el camino de la revolución política.
Las antinomias de la “revolución desde arriba”
A la salida de la Segunda Guerra Mundial, en el marco de la ola revolucionaria que siguió a la debacle del nazismo, el stalinismo promovió en Checoslovaquia una política frentepopulista que relegó a los líderes de la resistencia, para poner en su lugar a los dirigentes del Partido Comunista Checoslovaco (PCCh) refugiados en Moscú y a los cuadros políticos de la burguesía que regresaban del exilio. Entre 1945 y 1948, el gobierno del Frente Nacional encarnó el “camino especial” al socialismo de la “democracia popular”, postergando para un futuro incierto las tareas de la revolución proletaria. La clase trabajadora, protagonista principal de la lucha contra la barbarie fascista, debió ceder el poder a una burguesía que en muchos casos había colaborado con el nazismo.
En ese período, los consejos obreros checoslovacos jugaron un papel revolucionario al presionar por la nacionalización. Los mineros del carbón de Ostrava y del norte de Bohemia, a través de huelgas y manifestaciones, pusieron en claro que no apoyarían a un gobierno que dejara las minas en manos los capitalistas. Del mismo modo, los empleados de centrales eléctricas, bancos y otros sectores exigieron la nacionalización. Cuando en febrero de 1948 las tensiones entre la burocracia soviética y el imperialismo llevaron a una crisis en la coalición de gobierno, una convención nacional de consejos obreros levantó la exigencia de una socialización radical de la economía.
Tras el golpe de Praga en 1948 y la formación de un gobierno del Partido Comunista Checoslovaco, la expropiación de la burguesía no resultó en el control obrero de los medios de producción, que fue abortado por la burocracia. Los consejos obreros fueron disueltos en 1949 en beneficio de la gestión unipersonal en las empresas, asumida por los jerarcas de la camarilla encabezada por Klement Gottwald, el líder histórico de los stalinistas checos. Aunque Checoslovaquia contaba con las precondiciones de desarrollo industrial para un proceso de socialización de una sofisticación inédita, Stalin impuso un retroceso económico al país. “Por más paradójico que pueda parecer, Checoslovaquia, uno de los diez países más industrializados del mundo, sufrió en el período 1949-1963 una segunda fase de industrialización muy similar en métodos a aquella de la Unión Soviética en los ’30”. Como en Rusia, el “plan quinquenal” fue acompañado de violentas purgas, procesos farsescos contra revolucionarios comunistas y la represión en gran escala de los sectores más combativos de la clase trabajadora.
El régimen del terror impuesto por la burocracia conduciría a sucesivas crisis. En paralelo al levantamiento de Berlín oriental de 1953, en las primeras manifestaciones de las tendencias a la revolución política en el Este europeo, una rebelión obrera en Bohemia conmovió a Checoslovaquia en junio de ese año. A partir de 1949, cuando el gobierno de Gottwald comenzó a concentrar la producción en la industria pesada, especialmente en la producción de armamento, el sector agrícola fue colectivizado por la fuerza. El resultado fue la escasez de alimentos, acompañada de inflación. Con el deterioro de la situación, la burocracia anunció en mayo de 1953 una reforma monetaria, que resultó en la devaluación de ahorros y salarios. En Plzeň, la principal ciudad industrial de Bohemia oriental, los obreros de Škoda se declararon en huelga. El 1° de junio, miles de trabajadores marcharon al centro de la ciudad, construyeron barricadas, levantaron consignas contra el PCCh y reclamaron el fin de la regla del partido único. Cerca de 2.000 estudiantes, comunistas y policías locales se plegaron a la rebelión.
El gobierno montó una operación de guerra para reprimir el levantamiento, 220 rebeldes resultaron heridos, más de 2.000 manifestantes fueron presos y fue impuesta la ley marcial. Los líderes de la rebelión fueron sentenciados a largas penas de prisión y uno de ellos ejecutado. En 19 grandes plantas de Bohemia y Moravia, en ciudades industriales como Kladno y Ostrava, 360.000 trabajadores declararon la huelga en apoyo a los obreros de Plzeň. El Ejército advirtió que cualquier levantamiento futuro sería reprimido de inmediato, y la burocracia stalinista reforzó su control sobre las organizaciones obreras.
Tras la desaparición de Gottwald y del propio Stalin, muertos ambos en marzo de 1953, una nueva ola de purgas se abatió sobre el PCCh. Encabezado por Antonin Novotný, sucesor de Gottwald, el stalinismo checoslovaco se convertiría durante una década en adoptar la política de “destalinización”, iniciada por Nikita Kruschev en 1956, y en guardián del “monolitismo” burocrático. Checoslovaquia y Alemania Oriental eran puentes naturales entre la revolución política en el Este y la revolución europea, por lo que el régimen policial era la expresión de los intereses convergentes del imperialismo y la burocracia.
En los años siguientes, la estabilidad política de Checoslovaquia fue favorecida por sus ventajas económicas, que le permitieron un crecimiento sostenido en un momento en que las economías húngara y polaca se encontraban en graves problemas. El crecimiento promedio estimado en el período 1953-63 fue del 8% anual, en gran medida basado en la producción de bienes industriales pesados y sostenido por la demanda de los otros países del “bloque socialista” menos industrializados.
Crisis económica y disgregación de la burocracia
La situación comenzó a cambiar a principios de la década de 1960. El desarrollo industrial en Alemania del Este, Polonia y otros países aumentó la oferta de bienes de capital previamente comprados en Checoslovaquia.
Además, habían sido relajadas las limitaciones para comprar productos occidentales. Como consecuencia, en 1963, la economía checoslovaca sufrió una grave crisis, con una caída real en el ingreso nacional superior al 2%. Las demandas sociales resurgieron, y la burocracia se vio obligada a salir de su inmovilismo. A la larga, las imposiciones del Kremlin al “campo socialista” y la gestión económica burocratizada acabaron provocando un estancamiento industrial, frente al cual la burocracia checoslovaca buscaría una salida hacia el mercado mundial capitalista, siguiendo los pasos del modelo yugoslavo.
El economista Ota Šik recibió la tarea de diseñar un programa de reformas para tornar “competitiva” a la economía checa. Los primeros pasos en la dirección restauracionista eran el reflejo defensivo de la burocracia al desarrollo de las fuerzas productivas y al crecimiento de la articulación social de la clase obrera. Se introdujeron cambios con el objetivo de liquidar los sectores más atrasados e ineficientes de la economía, y concentrar inversiones en las áreas que correspondían a las necesidades del comercio exterior. Tal enfoque tuvo un efecto secundario importante. Mientras que las reformas económicas en Polonia y Hungría, a mediados de los años ’50, significaron un aumento del nivel de vida de la masa de trabajadores, el impacto en Checoslovaquia apuntaba en el sentido contrario.
El eje principal de la reforma era, al aumentar el papel del mercado, reducir la influencia del plan central rígido. El diagnóstico era que la falla básica en la planificación central estaba en las decisiones no informadas y arbitrarias tomadas por la burocracia política y económica. En lugar de someterse a la planificación central, las empresas deberían ahora competir entre sí, y serían constituidos comités de gestión con participación de los trabajadores, que debían actuar como “emprendedores” orientados al mercado. Varios cientos de empresas comenzaron a operar siguiendo las nuevas normas en 1965 y, a fines de 1967, después de dos años de aplicación gradual y selectiva, la planificación central había perdido su omnipotencia. Toda la dirección del PCCh apoyaba el Nuevo Modelo Económico: la perspectiva de abrir lazos con el mundo capitalista había sido iniciada por la propia burocracia soviética y se desenvolvía en diferentes grados en los demás Estados obreros, como Polonia y Alemania Oriental. Pero las reformas no tuvieron el efecto esperado. Los precios aumentaron un 29% en lugar del previsto 19%. Los “reformadores” culparon a los obstáculos políticos en la burocracia estatal para la implementación del programa reformista y lanzaron una campaña contra los conservadores. Una fisura cada vez más profunda se abrió en el aparato burocrático. Los reformadores, liderados por Alexander Dubček, los tecnócratas, como Šik, y los rehabilitados, como Josef Smrkovský, desafiaron a Novotný.
En el pasado, la burocracia había enfrentado las amenazas a su poder al interior del partido utilizando la fuerza física y, ante la crisis política, se aprestó a preparar un ataque violento contra los reformadores. Novotný apeló primero a Moscú en busca de apoyo, pero Leonid Brézhnev se mantuvo neutral, por lo que se volvió hacia el Ejército. A fines del ’67 organizó una tentativa de golpe, tras el cual más de mil opositores debían ser arrestados, incluidos nombres como Dubček, Oldrich Černík, Smrkovský, Šik y los generales Martin Dzúr y Václav Prchlík. El golpe proyectado nunca se materializó, debido a la acción preventiva de Prchlík. El episodio fue una advertencia para el ala reformista, que comprendió que el desenlace sería decidido no por argumentos abstractos sino por fuerzas sociales reales.
Novotný trató de agrupar fuerzas más allá del rango superior de la burocracia. Su principal punto de apoyo eran decenas de miles de viejos burócratas, cuyos cargos podían verse amenazados si los reformadores prevalecían. Pero también intentó apelar a las organizaciones obreras, azuzando los temores sobre las consecuencias de los cambios económicos. Crecientemente aislado, Novotný buscó atraer a las masas para arbitrar en una disputa entre burócratas. El ala reformista, a su vez, no tuvo más remedio que buscar aliados fuera de las filas de la burocracia. En la necesidad de poner en minoría a la fracción ortodoxa, la fracción Dubček-Šik buscó una base social en los sectores más avanzados de la intelectualidad y la juventud, que demandaban el fin de la censura y libertades políticas. Los estudiantes se manifestaban en las calles.
Los reformadores representaban los intereses “independientes” de la burocracia checoslovaca ante Moscú y se apoyaron en el odio acumulado en la sociedad checoslovaca contra el despotismo de la era Novotný. Los partidarios de Dubček recorrieron las fábricas para contrarrestar la campaña de sus rivales con sus propias promesas. Finalmente, los reformadores consiguieron apartar a Novotný aliándose con la sección eslovaca de la burocracia. En el proceso, la disgregación del aparato abrió un escenario de intensa politización y despertó la actividad de las masas: la revolución política llamaba a la puerta.
Los trabajadores en la Primavera del ’68
A pesar del mentado “socialismo con rostro humano”, propalado por los reformadores, el desplazamiento del ala ortodoxa de la cúpula del poder no representaba ningún cambio drástico con el pasado, puesto que Dubček era un miembro típico del aparato. A principios de los años ’50, había sido cómplice de las mentiras en las purgas partidarias, pasando tres años en un centro de formación del partido en Moscú, aprendiendo los métodos stalinistas de primera mano, y era amigo personal de Kadar, el carnicero de la revuelta húngara de 1956. Pero las masas tomaron la caída de Novotný como una victoria propia. En poco tiempo, las tradiciones culturales y políticas del país ganaron nueva vida, y la experiencia histórica reprimida, pero presente en la conciencia de las masas, dieron lugar a un desarrollo revolucionario y explosivo.
La juventud desconfiaba profundamente de las generaciones anteriores, “encontraba pocas personas en las que podían creer, puesto que muchos, incluso de los reformadores, tenían un pasado stalinista u oportunista”, y eran conscientes de las responsabilidades del stalinismo en la tragedia de la ocupación nazi de Checoslovaquia. El 20 de marzo, el líder estudiantil Lubos Holecek, en una manifestación en Praga, dijo que el apoyo a los reformadores no debía tomarse como algo definitivo, y que si “el monopolio político del Partido Comunista no garantizaba la actividad de las masas”, los jóvenes buscarían un modelo de socialismo diferente a la visión de los reformadores.
Las reformas tuvieron una acogida inicial fría entre la clase obrera que, en la introducción de la competencia, avizoraba un descenso en su nivel de vida y, en el vínculo con el mercado mundial, la vulnerabilidad del país a la penetración económica imperialista. En el clima de efervescencia al inicio de 1968, los trabajadores buscaron primero recuperar el terreno perdido en años anteriores y democratizar al movimiento sindical. En pocas semanas, el Consejo Central del Trabajo recibió 1.600 resoluciones de cuerpos locales reclamando derechos perdidos y contra la estructura antidemocrática del órgano.
Estaba claro que el ala conservadora había perdido todo apoyo popular, pero también que los trabajadores eran reacios a respaldar todos los aspectos del movimiento de reforma y requerían más tiempo y sobre todo, más información para desarrollar su propia posición. Uno La proximidad del XIV Congreso Extraordinario fue el motivo central que precipitó la decisión de Moscú de intervenir militarmente. En particular, la publicación del proyecto de reforma de los estatutos partidarios a inicios de agosto y un informe secreto que revelaba inequívocamente que el resultado del Congreso sería el relevo del aparato burocrático de la dirección del PCCh.
La movilización militar del Pacto de Varsovia desnudó la desesperación de la burocracia internacional frente al espectro de la revolución. Los Gomulka, los Kadar, los Ulbricht, fueron los primeros en reclamar medidas drásticas en Checoslovaquia, conscientes de que el avance revolucionario sería la chispa de un incendio en todo el “bloque soviético”, incluyendo la URSS. La intervención no tuvo como objetivo inicial el programa económico de los reformadores, sino las concesiones democráticas que abrieron un escenario de lucha de clases que, a los ojos del Kremlin, estaba desbordando la capacidad de contención de la fracción Dubček.
La Primavera de Praga era también una preocupación para el imperialismo, que se mantenía expectante, apostando a que la burocracia procedería al sofocamiento de la revolución política. Estados Unidos y los países de la Otan respetaban la división del mundo en “esferas de influencia” entre los países imperialistas y la Unión Soviética. Los servicios prestados por Moscú a través de la traición del PC francés a la huelga general francesa serían retribuidos dando libertad de acción a la burocracia. El secretario de Estado, Dean Rusk, dio carta blanca de forma explícita al canciller ruso Andréi Gromyko un mes antes de la invasión, al declarar que la administración de Lyndon Johnson sería “cautelosa” ante los sucesos de Checoslovaquia y que “de forma alguna desea verse involucrada en esos acontecimientos… un asunto de los checos y los demás miembros del Pacto de Varsovia”.
La dialéctica de la revolución política bajo la ocupación
En la noche del 20 al 21 de agosto, las fuerzas del Pacto de Varsovia (URSS, Polonia, Hungría y Bulgaria) ocuparon Praga y luego otras ciudades, con un total de medio millón de soldados y 7.000 tanques. El rechazo de la población checoslovaca, que enfrentó a los invasores con métodos de resistencia pacífica, fue unánime. Los soldados soviéticos reaccionaban perplejos ante la multitud desarmada que les hacía frente. La Operación Danubio fue un gigantesco fracaso político, evidenciando la total falta de apoyo interno a la burocracia soviética. Sin que haya habido combates, cerca de 140 muertos y más de 500 heridos graves fue el saldo en los primeros días.
La invasión resultó en la prisión de Dubček y otros reformadores, llevados primero a Ucrania y luego a Moscú para “negociaciones”, a raíz del fracaso en la tentativa de formar un nuevo gobierno de burócratas adictos y la resistencia masiva en toda Checoslovaquia. La amplitud del movimiento de masas contra la ocupación obligó a los rusos a abandonar el plan de proclamar un gobierno fantoche “obrero-campesino” y a conducir, por tiempo indeterminado, la lucha en el propio terreno en que había llegado al impasse, en torno de Dubček y de sus colaboradores, el terreno del partido y de su legalidad.
Antes que la radio fuera tomada por las tropas invasoras, el Comité de Praga del PCCh consiguió convocar, en una emisión radial, a los delegados electos dos semanas antes para una conferencia el 22 de agosto, y decidir por sí mismos si se constituían en Congreso del partido o no. La iniciativa fue propiciada por el director de la radio, Zdeněk Hejzlar, entre otros líderes, que será uno de los presidentes y principales animadores del XIV Congreso Extraordinario. Las tropas armaron una celada para impedir la conferencia, pero fueron descubiertas, y la radio previno a los delegados para que se dirigieran a las industrias de la capital, donde los esperaban militantes y milicianos encargados de conducirlos al lugar clandestino de reunión.
La mayoría de los delegados electos, llegados de todas las partes del país, comparecieron al distrito obrero de Vysočany, en la planta de CKD Praga. Sobre un total de 1.250 delegados electos, 1.026 estuvieron presentes. “El hecho de haber conseguido, en tan gran número y en las condiciones que prevalecían, llegar hasta Praga y reunirse como La proximidad del XIV Congreso Extraordinario fue el motivo central que precipitó la decisión de Moscú de intervenir militarmente. En particular, la publicación del proyecto de reforma de los estatutos partidarios a inicios de agosto y un informe secreto que revelaba inequívocamente que el resultado del Congreso sería el relevo del aparato burocrático de la dirección del PCCh. La movilización militar del Pacto de Varsovia desnudó la desesperación de la burocracia internacional frente al espectro de la revolución. Los Gomulka, los Kadar, los Ulbricht, fueron los primeros en reclamar medidas drásticas en Checoslovaquia, conscientes de que el avance revolucionario sería la chispa de un incendio en todo el “bloque soviético”, incluyendo la URSS. La intervención no tuvo como objetivo inicial el programa económico de los reformadores, sino las concesiones democráticas que abrieron un escenario de lucha de clases que, a los ojos del Kremlin, estaba desbordando la capacidad de contención de la fracción Dubček.
La Primavera de Praga era también una preocupación para el imperialismo, que se mantenía expectante, apostando a que la burocracia procedería al sofocamiento de la revolución política. Estados Unidos y los países de la Otan respetaban la división del mundo en “esferas de influencia” entre los países imperialistas y la Unión Soviética. Los servicios prestados por Moscú a través de la traición del PC francés a la huelga general francesa serían retribuidos dando libertad de acción a la burocracia. El secretario de Estado, Dean Rusk, dio carta blanca de forma explícita al canciller ruso Andréi Gromyko un mes antes de la invasión, al declarar que la administración de Lyndon Johnson sería “cautelosa” ante los sucesos de Checoslovaquia y que “de forma alguna desea verse involucrada en esos acontecimientos… un asunto de los checos y los demás miembros del Pacto de Varsovia”.
Consejos obreros vs. “normalización”
Entre los obreros, el velo que encubría a los reformadores se abría a cada nueva etapa del proceso revolucionario, y la experiencia de los consejos era el eje en torno del cual se concentraba su experiencia política. En su informe al Plenum del CC en noviembre, Dubček declaraba que “la crítica justificada al burocratismo no debe conducir a ataques simplistas y distorsionados contra la gestión empresarial o el aparato económico estatal. La demanda legítima de una mayor participación de los trabajadores en la gestión no debe tomar la forma de una democracia espuria en la producción que es perjudicial para la inevitable disciplina del trabajo”.
En noviembre, una huelga estudiantil recibió el apoyo de los trabajadores, que paralizaron muchas fábricas en solidaridad. Los estudiantes lanzaron un manifiesto de diez puntos, sin ninguna demanda propia específica, mientras que el reclamo por la continuidad de los consejos obreros era prominente. De hecho, el logro más importante de la huelga fue la creación de una alianza entre obreros y estudiantes. El 19 de diciembre, Jiri Muller, líder de la SVS, la central estudiantil checa, firmó un acuerdo con la Central de Trabajadores Metalúrgicos, en su congreso de constitución, que reunía a 900.000 obreros del metal. El texto del acuerdo, dijo Erban, el presidente del Frente Nacional, hacía que “las ‘2.000 palabras’ parecieran una ‘cancioncilla inocente’”.
En la práctica, los “puntos operativos” del acuerdo condujeron a la emergencia de comités de acción conjunta entre trabajadores y estudiantes. Los comités no simplemente organizaron el intercambio de información, la difusión de materiales prohibidos por la censura y la coordinación de acciones en apoyo de los objetivos respectivos, sino que también ayudaron a establecer lazos entre diferentes fábricas. Esa acción era fundamental, porque los trabajadores aún no habían superado el aislamiento impuesto por el régimen de Novotný, cuando no existían comunicaciones horizontales, incluso entre dos fábricas vecinas, y mucho menos entre diferentes industrias. A su debido tiempo, los estudiantes retrocedieron a un segundo plano, dejando que los obreros intensificaran los contactos directos. En el nivel de base surgía una red informal y espontánea de trabajadores conscientes, que burlaba la burocracia sindical oficial y la presionaba.
En noviembre, un balance encargado por Brezhnev admitía el fracaso político de la invasión, que había tenido resultados “extremadamente insatisfactorios”. El balance concluía con una serie de medidas para asegurar la “normalización”, que los rusos veían en serio peligro sin dar un giro y profundizar su intervención. En defensa de sus privilegios y colocando como blanco de sus investidas la actividad revolucionaria en el seno de la clase obrera, la burocracia acusaba a la lucha contra la “normalización” de “contrarrevolucionaria” y “derechista.” El informe criticó las actividades encubiertas soviéticas, especialmente el fracaso de la KGB para llevar a cabo una penetración más extensa de la “clandestinidad contrarrevolucionaria”. Las recomendaciones finales del informe incluyeron la propuesta de “establecer de 10 a 12 centros de inteligencia poderosos y clandestinos en puntos clave de todo el país”.
El documento, desclasificado muchos años después, es una obra maestra de la escuela de falsificación stalinista y un verdadero programa para la contrarrevolución política. “La situación política en Checoslovaquia en la actualidad es bastante complicada, y se deben tomar medidas para complicarla aún más. Para ello, es necesario diseñar un amplio programa de medidas especiales de desinformación. Debemos fortalecer la desconfianza popular hacia los líderes derechistas, emprender acciones que los comprometan y establecer los contactos más amplios posibles con estos mismos elementos derechistas para que las amplias masas tengan la oportunidad de acusar a los líderes derechistas de colaboracionismo”.
Al mismo tiempo que ponía como prioridad la reconstitución del aparato, la burocracia rusa confesaba que no conseguía identificar lazos del movimiento revolucionario con el imperialismo. “Por ahora, lamentablemente, todavía no tenemos a nuestra disposición hechos y materiales suficientemente convincentes que nos permitan emprender una amplia labor para exponer los lazos contrarrevolucionarios subterráneos con el imperialismo y su participación en la actividad contrarrevolucionaria de los centros de inteligencia imperialistas extranjeros”.
El diagnóstico era que “sin una purga de gran alcance, será imposible estabilizar la situación en el país, pero debemos llevar a cabo esta purga a través de los propios checos, es decir, a través de los órganos del Ministerio del Interior”. Advertía, al mismo tiempo, que se debía evitar a toda costa la posibilidad de una escisión en el PCCh, “ya que cualquier división impedirá claramente los esfuerzos para estabilizar la situación”. En línea con la visión de Moscú, la plenaria de noviembre del CC del PCCh creaba un gabinete para la “dirección de los trabajos del partido en las regiones checas” bajo la dirección de Lubomir Strougal, ex ministro del Interior de Novotný.
Otro punto clave era mejorar la situación del Ejército checoslovaco, completamente desorganizado “gracias a los esfuerzos de los derechistas”, y buscar el reagrupamiento social en todos los ámbitos de los sectores “saludables” -es decir, alineados con Moscú o pasibles de ser corrompidos. En especial, un trabajo en ese sentido debía apuntar a la Asamblea Nacional y el CC del PCCh, usando “todos los medios disponibles: apelaciones ideológicas, el compromiso de los individuos, la desmoralización, incentivos económicos, etc.”.
Mientras la burocracia se reagrupaba, la creación de consejos avanzaba en olas. Después de alcanzar su punto máximo en septiembre, había disminuido en octubre y noviembre. El surgimiento de nuevos consejos retornó con más fuerza en diciembre, cuando fueron creados más que en cualquier otro mes. En su mayoría, los trabajadores representaban entre dos tercios y cuatro quintos en la composición, ignorando en la práctica la regimentación que buscaban imponer los reformadores. Era el síntoma más expresivo de que los objetivos de la invasión estaban lejos de ser alcanzados.
A esa altura, la actividad por abajo en las fábricas y el avance de la conciencia de los obreros, sin embargo, se mantenía aún en los marcos definidos por la burocracia reformadora, apostando en su ala izquierda.
A fines de 1968, el veto a la permanencia de Smrkovský, el dirigente reformador más próximo del movimiento de masas, como presidente de la Asamblea Nacional, impulsó la primera campaña de la alianza obrero-estudiantil, que salió en su defensa, incluyendo la amenaza de una huelga general de los metalúrgicos. Aunque indicaba una nueva fase del proceso revolucionario, continuaba siendo una política de presión sobre el aparato burocrático. El lema de Smrkovský había sido desde el principio “protestas sí, oposición no”, bajo esa orientación firmó los acuerdos de Moscú y continuó defendiendo la necesidad de su aplicación. Intimidado por sus pares de la burocracia estatal ante la radicalización de obreros y estudiantes, Smrkovský acabaría capitulando a comienzos de enero.
Un acontecimiento fundamental fue la realización, el 9 y 10 de enero de 1969, de la primera Conferencia Nacional de los consejos obreros y comités preparatorios, que reunió en Škoda Plzeň a representantes de 190 empresas y 890.000 trabajadores, más de una sexta parte de la fuerza de trabajo del país. La Conferencia defendió la unificación nacional de los consejos y eligió un “grupo de consultores” permanente para coordinar sus actividades futuras. Muchas de las fábricas comenzaron a imitar los estatutos modelo de Škoda Plzeň, Slovnafta Bratislava y Synthesia Pardubice, que iban más allá de las propuestas de los reformistas, y daban a los consejos todo el poder de decisión en las empresas. El espíritu de Plzeň fue resumido por el presidente del consejo de la fábrica checa de motocicletas en Strakonice, S. Blazek, quien concluyó su discurso con un “seamos realistas, pidamos lo imposible”. Haciéndose eco de la famosa consigna del Mayo Francés, los obreros checoslovacos le otorgaban su verdadero horizonte histórico y político. A partir de entonces, el movimiento obrero protegió a la izquierda política, de la misma forma que los obreros de CKD Vysočany habían protegido el Congreso clandestino de agosto.
La declaración final de la Conferencia declaró que “los consejos obreros pueden ayudar a humanizar tanto el trabajo como las relaciones dentro de las empresas, y dar a cada productor el sentimiento apropiado de no ser sólo un empleado, un mero elemento de trabajo en el proceso de producción, sino también el organizador y creador conjunto de este proceso. Por eso es que queremos reenfatizar aquí y ahora que los consejos deben preservar siempre su carácter democrático y sus vínculos vitales con sus electores, previniendo la formación de un casta especial de ‘ejecutivos profesionales de gestión’”.
Días después de la Conferencia de Plzeň, un hecho inesperado electrizó nuevamente al país. Cuando el joven estudiante Jan Palach se inmoló a lo bonzo, el 19 de enero de 1969, en protesta contra la política de concesiones del gobierno Dubček a la burocracia soviética, más de 800.000 personas se movilizaron, y la burocracia volvió a temer la ola revolucionaria. A fines de enero de 1969, la situación en el país estaba más clara que nunca: la política aplicada por el PCCh iba contra la voluntad de la mayoría de la población y, en particular, de los trabajadores. La mayoría de los militantes del partido manifestaba todos los días hostilidad a los dirigentes que le habían sido impuestos. “La realidad del stalinismo aparece claramente y sin retoques en esta situación excepcional; el ‘partido’ cuya ‘democratización’ había sido emprendida por Alexander Dubček, a fin de darle, junto al socialismo, ‘un rostro humano’, no es nada más que la correa de transmisión de los dirigentes de la burocracia que impera en Moscú. No es ‘el partido de la clase obrera’, y su autoridad adviene apenas de la presencia en Checoslovaquia de las tropas rusas de ocupación y de la reorganizada seguridad del Estado”.
En febrero, la perspectiva abierta por la Conferencia de Plzeň fue reflejada en el popular semanario cultural Listy, que significativamente tituló su tapa: Todo el poder a los consejos obreros. El autor apuntaba que, a partir de la experiencia de los consejos, los trabajadores estaban perdiendo confianza en los esquemas abstractos del Programa de Acción de los reformistas y comenzado a comprender que “ahora tenemos la tarea de encontrar nuestro camino en condiciones desconocidas, experimentando, dando al desarrollo socialista una nueva forma”, tomando como referencia la creación de soviets en la revolución de febrero de 1917.
“Los consejos obreros se están creando espontáneamente, en algo muy semejante a una necesidad histórica. Al comienzo de la Revolución Rusa, los soviets estaban bajo la dirección de los socialistas revolucionarios y los mencheviques, pero fueron los bolcheviques quienes comprendieron su significado: acuñaron la consigna ‘Todo el poder a los soviets’ y en pocos meses vencieron. Luego vino la cuestión del comunismo de guerra y las cosas tomaron otra dirección. Los políticos de hoy son cautos. Pero todo nos tienta a repetir el viejo slogan ‘Todo el poder de los soviets’. Todo el poder a los trabajadores, los campesinos, los jóvenes, los intelectuales. Como si una vez más pudiéramos abrir las primeras páginas del manual revolucionario y después de todas las decepciones y la desesperación, una vez más poder luchar por la libertad en este mundo.”
El movimiento de los consejos ganaba en densidad y se multiplicaba de forma imparable. Ratificado en un Congreso sindical en marzo, el modelo obrero seguía siendo la referencia para la actividad de organización en decenas de nuevas empresas. Más del 52% de los representantes electos en los consejos o comités preparatorios eran miembros del PCCh, en su mayoría militantes de base. A pesar de esta alta proporción de miembros del partido, a muchos otros se les negaba la participación en los consejos o excluidos de sus reuniones por ser reconocidos como “funcionarios del viejo tipo”.
Esa radicalización no llegó, sin embargo, a expresarse en una verdadera delimitación política. Los obreros habían depositado sus esperanzas en la aprobación del proyecto de ley de Empresas Socialistas que, confiaban, daría fuerza legal a los derechos de los consejos según los moldes definidos por los propios trabajadores. El proyecto fue modificado en febrero por una resolución de los gobiernos checo y eslovaco. La federalización del país, establecida en enero, hizo que Eslovaquia, que representaba sólo el 5% del total de consejos, tuviera un papel decisivo para neutralizar a la izquierda de Bohemia-Moravia. La resolución retomó el modelo de gestión compartida, que otorgaba un tercio de los asientos en los consejos a trabajadores, técnicos y a funcionarios estatales. Después de tal desnaturalización, el borrador fue enviado de vuelta al Parlamento para su consideración.
El proyecto fue objeto de una discusión pública sin precedentes. Según Karel Kovanda, uno de los líderes del movimiento estudiantil, “nunca en la memoria reciente se había discutido con tal intensidad” en el país. Por un lado, estaba el gobierno checo, junto con el gobierno eslovaco y muchos tecnócratas de la burocracia económica; por otro lado, defendiendo el proyecto original de autogestión, el movimiento obrero, la juventud y la intelectualidad de izquierda. Todos los testimonios de la época indican que los obreros obtuvieron una formidable victoria ideológica, ganando el apoyo de la mayoría de la población.
En esas circunstancias, la burocracia dio el paso final para ahogar la revolución. Černík fue invitado a Moscú para una reunión de un día con líderes soviéticos el 13 de marzo, cuando le ofrecieron el puesto de primer secretario del PCCh. Černík rechazó la oferta, alegando que carecía del estómago necesario para las medidas que el sucesor de Dubček debería tomar. Cuando Brezhnev preguntó quién haría el trabajo, Černík recomendó a Gustav Husák. El gobierno aprovechó la ocasión de una explosión de júbilo popular provocada por el triunfo del equipo de hóckey sobre hielo checoslovaco sobre el ruso. Las oficinas de la aerolínea rusa Aeroflot fueron incendiadas en Praga, lo que habría sido obra de la propia policía. Moscú anunció nuevas maniobras del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia y Vladimir Semionov, viceministro de Relaciones Exteriores, llegó a Praga con “instrucciones del gobierno soviético”. Alexander Dubček, desgastado a ojos de las masas, fue destituido como primer secretario del PCCh y reemplazado por Husák.
La restauración contrarrevolucionaria
El ascenso de Husák en abril se tradujo en un esfuerzo decidido para imponer los objetivos iniciales de la invasión a nivel político. Con relación a los consejos, la camarilla sobreviviente de la era Novotný se había negado a aceptarlos en ninguna de sus formas. Las demandas de la burocracia soviética, apoyados por ese grupo numéricamente débil de ultras, fueron finalmente asumidas por el nuevo liderazgo del PCCh en el verano de 1969. El proyecto de ley que debía ser adoptado por la Asamblea a fines de mayo fue archivado, y nada propuesto en su lugar. Según reconoció Černík en un discurso al Congreso, hacia junio, el número de consejos había trepado hasta cerca de 500.
La alianza obrero-estudiantil fue uno de los principales blancos de la burocracia “normalizadora”, y atacada por el propio Husák en su discurso inaugural: “Algunas personas van a las fábricas a despertar tendencias antipartidistas; en cada ocasión aparecen slogans como ‘estudiantes y trabajadores unidos’, ‘¡estudiantes, intelligentsia, trabajadores, uníos!’. Todos sabemos que esta plataforma es contradictoria con la política de nuestro partido y el Frente Nacional”, con el habitual cinismo burocrático. Meses más tarde, Husák declaró que el bloque obrero-estudiantil y todos sus acuerdos y actividades serían considerados ilegales.
Los consejos no fueron atacados de forma directa en esa primera fase y siguieron existiendo durante varios meses en un estado de limbo incómodo. Durante un tiempo, el gobierno siguió insistiendo en la posibilidad de aprobar el proyecto de ley de Empresas Socialistas. Pero la primera decisión adoptada por el Consejo Nacional checo, el 29 de abril, fue la suspensión de toda discusión sobre el proyecto. Enseguida, las organizaciones de masas convocaron a numerosas reuniones de base, pero no lograron cambiar el curso de la situación. El grupo de trabajo responsable por la coordinación de los consejos, designado en la Conferencia de Plzeň, no consiguió mantener sus actividades. La dirección sindical fue decapitada y en su lugar fueron puestos antiguos burócratas y agentes de la policía.
Como indica Vladimir Fišera, el principal estudioso de los consejos, la burocracia “reformadora” reconvertida en “ortodoxa” asumió públicamente y sin pudor que lo que estaba en juego: “El 31 de mayo, Černík, perdiendo todo sentido de la vergüenza, declaró en CKD Praga, ante Husák y una audiencia de miembros del partido elegidos a dedo, que la autogestión industrial debía ser rechazada porque ‘reabriría la cuestión del poder’”.
La tentativa de resistir la disolución de los consejos impulsada se hizo cada día más difícil, pero continuó de diversas formas. Los ataques a las organizaciones obreras tuvo como respuesta una rebelión de los trabajadores de Ostrava, Brno, Praga y otras ciudades, reconocida como una seria amenaza por la burocracia. En medio de la atmósfera represiva, una huelga de cinco minutos fue convocada el 21 de agosto de 1969, en el aniversario de la invasión, y hubo manifestaciones callejeras en Praga y otras ciudades. Los manifestantes pintaban "21 de agosto - Día de la Vergüenza”. La represión dejó decenas de muertos, y cientos de activistas, en su mayoría obreros, fueron presos por distribuir panfletos contra la “normalización”. Hubo huelgas espontáneas, que en la jerga burocrática eran definidas como “violaciones de la disciplina laboral”. Husák declaró que no permitiría que el país se convirtiera en el “salvaje Oeste”. El ataque a las manifestaciones en agosto de 1969 demostró que la “democratización” del año anterior había mantenido intocados los principales instrumentos represivos del régimen: la policía, el Ejército y el aparato judicial.
El 14 de octubre, el mismo Husák hizo un discurso furioso contra el programa de Škoda Plzeň, dirigido a altos directivos de empresas, en el acto de reconstituir los ministerios de la rama industrial abolidos el 1° de enero de 1968. El 11 de noviembre, el consejo de Škoda Plzeň se autodisolvió, para evitar que fuera usurpado por colaboracionistas. La táctica de la burocracia de desarticular gradualmente los consejos llegó a su fin en julio de 1970, cuando el Ministerio de Industria declaró prohibidos los consejos obreros. Junto a argumentos de naturaleza tecnocrática, como invocar la necesidad de “gestión científica”, la burocracia justificó la prohibición alegando que los consejos habían intentado “eliminar la planificación central y la influencia del Partido Comunista, el Estado socialista y los sindicatos en la gestión de la economía nacional”, y que éste era “el objetivo principal de la derecha”.
El legado de la Primavera de Praga
El curso abierto por la fisura en el aparato burocrático checoslovaco desató las fuerzas reprimidas por dos décadas de despotismo. Forjada en la lucha por la independencia nacional a fines del siglo XIX, y por su independencia de clase en la fase republicana, entre 1918 y 1939, en la resistencia contra la invasión nazi durante la Segunda Guerra Mundial, y en la situación revolucionaria abierta en la posguerra, la clase trabajadora checoslovaca intentó destruir la camisa de fuerza impuesta por el stalinismo. El desenvolvimiento acelerado del movimiento revolucionario, la gradual diferenciación que se produjo al calor de la lucha y el papel central de la actividad desplegada por la clase obrera tras la invasión expusieron en toda su profundidad la contradicción insalvable entre los intereses de la casta parasitaria y los intereses de las masas. El proceso de la revolución política en Checoslovaquia fue abortado en el mismo momento en que se reunían las condiciones para que la clase trabajadora pudiera pasar en limpio sus conclusiones y condensarlas en un programa independiente como resultado de su experiencia.
La lucha contra la degeneración burocrática en la URSS ya había definido el fundamento del programa para la revolución política, consagrado en el Programa de Transición: sólo la expulsión de la burocracia, inconcebible sin un levantamiento revolucionario, podría regenerar la lucha de las distintas tendencias y partidos en los órganos de la clase obrera. En 1938, Trotsky se había visto llevado a reforzar ese punto decisivo ante las objeciones de sus compañeros de ruta: “Durante largo tiempo mantuvimos la postura de reformar el régimen soviético. Teníamos la esperanza de que organizando la presión de los elementos avanzados, la Oposición de Izquierda podría, con la ayuda de los elementos progresistas de la propia burocracia, reformar el sistema soviético. No se podía saltar esta etapa. Pero el curso posterior de los acontecimientos refutó la perspectiva de transformación pacífica del Partido y de los soviets. De la posición de reforma pasamos a la de revolución, es decir, el derrocamiento violento de la burocracia”.
En la posguerra, el revisionismo pablista-mandelista, al otorgar un carácter históricamente progresivo a la burocracia, sembró expectativas en la posibilidad de “auto-reforma” de la casta parasitaria. La IV Internacional fue desarmada, privando a la clase trabajadora en los Estados obreros de la orientación indispensable para enfrentar sus desafíos. La crisis de dirección del proletariado, en la encrucijada histórica que combinó la crisis simultánea de la burocracia y del imperialismo, se manifestó en una forma aguda y trágica en la Primavera de Praga.
En el balance del ’68-’69 checoslovaco y todo el ciclo de la revolución política en los Estados obreros burocratizados, lo que está en juego, en el fondo, es la vigencia misma de la estrategia de la revolución proletaria. La identificación de la dictadura bonapartista con su enemigo mortal, la dictadura del proletariado, ha sido la operación ideológica fundamental que comparten el imperialismo, la izquierda democratizante y la pequeño burguesía académica. Derrotada en sus objetivos inmediatos, la Primavera de Praga dejó un legado de valor estratégico al desnudar en el terreno práctico el carácter contrarrevolucionario y parasitario de la burocracia, incluyendo a los “reformistas” y “democratizadores”. Se trató de la verificación histórica de las tesis originadas en la lucha de la Oposición de Izquierda contra la degeneración burocrática del primer Estado obrero en los años ’20, continuadas en la obra teórica y política de Trotsky y sus compañeros, y lanzadas al futuro en la tarea estratégica de poner en pie la IV Internacional. El legado de la lucha de los obreros checoslovacos por la revolución política instruye a las jóvenes generaciones sobre la falsificación de que ha sido objeto la experiencia de un siglo de revoluciones y luchas del proletariado mundial por su emancipación, y refuerza la vigencia del ciclo abierto por la revolución de Octubre.
Edgar Azevedo. Periodista y escritor, simpatizante de la CRCI en Brasil.
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