El bilateralismo de la multilateralidad
En medio de la indiferencia ciudadana, salvo por el dispositivo de seguridad, y en competencia mediática con el bochorno de la súper final que no fue, sesionó el G20 en Buenos Aires. La multilateralidad mostró sus crecientes dificultades y se destacaron las bilaterales, pero el G20 solo sobrevoló los problemas.
Puede que cuando este artículo llegue a los lectores la Cumbre ya sea pasado y se la recuerde solo por la tregua entre EEUU y China, o por los inconvenientes que causó a la población o por el desmesurado gasto que implicó (7.000 millones de pesos) que pagará toda la sociedad. El país retornará entonces a la crisis económica que no da tregua y a las discusiones sobre la solvencia de la deuda, mientras espera la final del River-Boca, esta vez en Madrid. La cultura popular ya rebautizó esta final, de Copa Libertadores de América a Copa de los Colonizadores, si se quiere una metáfora de lo que se vivió este fin de semana en Buenos Aires.
Una conclusión rápida: a) esta Cumbre demostró una vez más que en la crisis de la globalización las prioridades bilaterales opacan la agenda que trazan los organismos multilaterales. b) la incapacidad del G20 para contener las tensiones intercapitalistas que amenazan a la gobernanza global y c) la importancia del G2 (EEUU/China) cuyo acuerdo de último momento evitó (o postergó) que la economía mundial se deslizara a la recesión.
Contexto internacional poco propicio
Es que esta Cumbre –rodeada de un dispositivo de seguridad de características inéditas en el país, apoyada por 54 agencias de seguridad- tuvo como marco general una gran incertidumbre mundial y fuertes tensiones geopolíticas.
No solo por que se percibe el fin del ciclo expansivo de la economía mundial o por la controversia comercial entre EEUU y China -que en realidad es la superficie de una disputa estratégica por quién lidera y hegemoniza la cuarta revolución industrial- sino por el recrudecimiento de la tensión entre Rusia y Ucrania por la península de Crimea y el enredo entre Turquía, Arabia Saudita y EEUU, por el asesinato de un periodista. Estas tensiones impidieron que en el reciente Foro para la Cooperación Económica Asia-Pacífico se pudiera consensuar un documento final.
Además varios de los principales líderes tienen dificultades políticas en sus propios países. Donald Trump no salió fortalecido de las recientes elecciones de medio camino y además recrudeció el Rusiagate; Theresa May sigue complicada con el Bréxit; Angela Merkel está en el último tramo de su mandato, acosada por la derecha alemana ya adelantó su retiro de la política en tanto que Emmanuel Macron está en el peor momento de su popularidad y con París en llamas. Así la UE se ha quedado sin un liderazgo claro, todo es una muestra del malestar social en la globalización.
¿Para qué sirve el G20?
Hay que decirlo sin ambigüedades, solo está al servicio del capital financiero internacional y las grandes corporaciones. Fue creado hace dos décadas como Foro de ministros de finanzas y presidentes de Bancos Centrales de los países más industrializados del mundo para administrar la crisis asiática de los años 1997/98.
Los primeros diez años pasaron sin pena ni gloria, enunciando medidas para controlar los desequilibrios globales producto del descontrol financiero mundial ante la impotencia del G7, sin conseguir mayores resultados hasta que estalló la crisis financiera mundial del 2008. En noviembre de aquel año, y a tono con la gravedad de la crisis, pasó a ser un Foro de los jefes de Estado y Gobierno que se reunieron en Washington para acordar un plan de acción para hacer frente a la tormenta financiera que amenazaba todo el sistema. La posibilidad de imponer grandes regulaciones a los movimientos de capital y de reformular el FMI generó expectativas. Solo ilusiones.
Por acuerdo entre EEUU y Gran Bretaña se creó el Consejo de Estabilidad Financiera y se consensuaron una serie de políticas públicas de expansión monetaria. De la reforma del FMI solo quedó su capitalización, aumentando las cuotas de los países. Lo único que hicieron fue reflotar el alicaído sistema financiero internacional, salvar a los bancos y forzar a los países a un nuevo ciclo de endeudamiento
Cumbre y Contracumbre
Argentina, país anfitrión este año, puso el escenario, hizo el gasto y garantizó la seguridad de los poderosos para desenvolver un cónclave que fue dominado por las discusiones entre proteccionismo y multilateralismo para finalmente alcanzar un lavado documento donde los temas propuestos por el gobierno argentino: futuro del trabajo, inversiones para infraestructura y sustentabilidad alimentaria, fueron mencionados tangencialmente, mientras que el centro de las discusiones fueron una vez más las vinculadas al sector financiero y al libre comercio, la reforma de la OMC, y el cambio climático. Donald Trump hizo valer sus diferencias (defendió su proteccionismo, aunque bloqueó que se lo mencionara en el documento, y reiteró su negación del cambio climático). Pero además se colaron por la ventana un nuevo reforzamiento del FMI y recomendaciones para garantizar la sustentabilidad, esto es el pago, de las deudas soberanas.
Mientras esto sucedía una Contracumbre de los Pueblos se articulaba en numerosos debates que concluían en políticas alternativas a las neoliberales, aunque no en un programa global que uniera todas las resistencias, y una marcha multitudinaria contra el G20 y el FMI cruzaba las calles de Buenos Aires. Al cierre de la misma Nora Cortiñas, la histórica Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora, leía: “Fue una marcha de repudio al club privado de las potencias imperialistas que mantienen a los organismos de crédito como socios e invitan a los países “emergentes” a poner la mesa”…“Denunciamos la sumisión del gobierno de Mauricio Macri a las políticas impulsadas por el G20, como el acuerdo con el FMI que nos condena a una deuda ilegítima e impagable, y al ajuste eterno”.
Nada que agregar.
Eduardo Lucita
Eduardo Lucita es integrante del colectivo EDI (Economistas de Izquierda)
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