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jueves, diciembre 06, 2018
Rebelión popular en Francia
Ya editado este artículo, llega la información de que el gobierno francés retiró el tarifazo que desató la movilización de los chalecos amarillos. La crisis política continúa.
La rebelión popular que sacude a Francia desde hace veinte días ha dejado perplejos a los analistas políticos. ¿De qué se trata este movimiento que no se referencia con tendencias políticas ni con una corriente de clase definida y que incluso se reivindica como un movimiento nacional, o sea por encima de las clases? Los manifestantes despliegan banderas francesas y cantan el himno nacional. Los tweets de los dirigentes políticos de la derecha, por un lado, y del llamado ‘soberanismo de izquierda, por el otro, son muy cautelosos: apoyan los reclamos de la población movilizada pero en forma condicional: rechazan, como lo repite el mismo gobierno, la llamada ‘violencia’ de parte de los manifestantes pero no la de la policía anti-motines, a sabiendas, además, de que prospera entre los bomberos y la policía sindicalizada una tendencia a rechazar la represión contra la rebelión popular. La “extrema izquierda” también toma sus resguardos, pues se limita a exigir la derogación del tarifazo a las naftas y el diésel, que detonó la rebelión. A ese reclamo agrega el aumento de los salarios.
Que se vayan
La consigna de la rebelión, sin embargo, es más amplia - “Macron, démission” (que se vaya Macron). Algunos han comenzado a desarrollar, incluso, un programa más amplio, como la utilización del referendo obligatorio frente a medidas de gobierno fundamentales. Parece una trasposición del Zócalo, de la ciudad de México, donde su flamante presidente, el ‘populista’ López Obrador, se comprometió a aplicar este procedimiento en forma sistemática, a los Champs Elysées de París; el país de Montesquieu le copia el libreto al de Benito Juárez. Mientras cien colegios secundarios y los enfermeros y asistentes de ambulancias se han sumado a la insurgencia, casi todos los partidos políticos decidieron asistir a una reunión convocada por el gobierno con el propósito de desarmar la rebelión popular y ‘pacificar’ el país: plantean una tregua, a partir de “suspender” el aumento de las tarifas de la nafta y el diésel.
Mientras cabildean, la rebelión se extiende a la población sin recursos de los alrededores de París, la ‘banlieu’, como ocurriera en 2005. También la burocracia sindical se ha asociado a la política de ‘tregua’, consciente de que si apoya a la rebelión popular con una huelga indefinida, se crearía de inmediato una situación revolucionaria, para la cual no está preparada ni desea de modo alguno. Al final, la UCR y Massa fueron más avispados que sus compinches franceses cuando propusieron dividir en cuotas el pago del gasazo macrista; es claro que los políticos latinoamericanos están mejor entrenados que sus colegas europeos. El ‘chaleco amarillo’, hay que aclarar, forma parte del kit de auxilio que deben llevar los automovilistas, para casos de accidentes –, un emblema simbólico contra el naftazo y, por sobre todo, del estado de emergencia social en que se encuentra la inmensa mayoría de los franceses. El ministro de Interior de Macron ha calificado al movimiento de ‘peste brune’, en alusión al nazismo, pero el sayo le cabría en todo caso al mismo Macron, que ha reivindicado al mariscal Pétain, en las celebraciones del centenario del fin de la primera guerra mundial, el colaborador con la ocupación hitleriana de Francia en la segunda guerra.
Alcance mundial
La rebelión de los chalecos amarillos debe ser vista, antes que nada, o sea, con independencia de la caracterización exacta de las fuerzas en presencia, como la expresión de la profundidad de la descomposición capitalista mundial; del impasse político que ha creado en todos los países centrales; de la escala de la miseria a que llevado a las masas; y de la potencialidad de la rebelión popular. Se trata del re-ingreso a la etapa de las rebeliones populares.
De acuerdo a la corresponsal de Clarín (4/12), “Francia profundiza una insurrección violenta que podría transformarse en una revolución, según la advertencia de los políticos tradicionales”. Esta caracterización no figura, sin embargo, en las conclusiones o el balance del G20, todo lo contrario, a pesar de que el levantamiento francés se fue desarrollando delante de sus narices y de las narices de todos sus analistas y servicios de inteligencia. A nadie se le ocurrió asociar la ‘tregua’ arancelaria entre Trump y Xi con el agravamiento de la crisis mundial y el desarrollo de una rebelión popular. Un observador internacional se atrevió a hablar del inicio de “la primavera árabe en la Unión Europea” (Al Monitor, 2/12), al informar de la emergencia de las primeras manifestaciones en Bélgica. Ha quedado ratificada la centralidad de la bancarrota capitalista en la situación política mundial en su conjunto, y por lo tanto la tendencia a la rebelión popular. La burguesía mundial gobierna bajo el acecho de luchas crecientes y movilizaciones insurreccionales.
Los chalecos amarillos irrumpen cuando Macron creía haber superado su principal obstáculo de parte de las masas, imponiendo la privatización del sistema ferroviario hace un par de meses. La frustración de la expectativa de que las huelgas rotativas de los ferroviarios pudieran desencadenar otro Mayo del 68, no dio paso al afianzamiento del gobierno francés sino a un mayor descontento popular y a la rebelión en desarrollo. La crisis política del macronismo se acentuó en las previas de los actuales acontecimientos: renuncias de los ministros de Interior y Medio Ambiente; escándalo por la intervención del asesor de seguridad nacional de Macron en la represión a trabajadores; ratificación del estado de emergencia nacional; caída fenomenal del oficialismo en las encuestas (del 55 al 27%, desde mayo), en las vísperas de las elecciones parlamentarias europeas. El levantamiento de abajo ha sido espoleado por el impasse de arriba.
Francia, antaño una potencia ferroviaria, ha perdido su autonomía con la absorción de Alstom por General Electric, en el marco de una privatización de la rama. Francia es un país estancado, su PBI ‘crece’ al 0.2%. La desocupación ronda el 10% desde hace una década. Nueve millones, el 15% de la población se encuentra debajo del nivel de pobreza; la mitad de los franceses gana menos de 1700 euros; cinco millones sobreviven con menos de 850. Francia se encuentra aplastada por el peso de la deuda pública y del pago de sus intereses; de ahí la política de ajuste de Macron. La deuda estatal condiciona asimismo la viabilidad de los bancos que la tienen en su cartera. El ajuste significa privatizaciones y reforma previsional (congelamiento de las jubilaciones), dando paso a un sistema de capitalización, y del seguro al desocupado. Macron se ha dado como propósito liquidar el más avanzado sistema de empresas y servicios públicos, que fue creado, bajo presión popular, desde el Frente Popular, en 1936/8, y luego de la segunda guerra mundial. Todo esto es la base social del levantamiento de los chalecos amarillos. El detonante de la rebelión fue, precisamente, un incremento del impuesto ‘ecológico’ a los combustibles, con el pretexto de fomentar el uso de automotores eléctricos, pero cuya recaudación va a cerrar el déficit fiscal que, como ocurre en Estados Unidos, crece como consecuencia de las rebajas y exenciones impositivas a los capitalistas y a los ricos. Francia, por otra parte, no puede sustentar la difusión del auto eléctrico debido a la caída de la inversión – precisamente en energía.
Desintegración Unión Europea
El régimen político de Francia atraviesa una crisis terminal como consecuencia, también, del derrumbe de la Unión Europea. Macron ha fracasado en el propósito, muy anterior al él mismo, de lograr una “unión fiscal” que permita emitir deuda internacional respaldada por el conjunto de los estados de la UE y en especial de Alemania. La economía de Francia, como del conjunto de Europa, se encuentra condicionada por el fuerte ajuste que les impone la economía alemana; esto ya ha desatado una crisis internacional con Italia. Solamente en préstamos interbancarios (cuenta Target 2), Alemania es acreedora por más de un billón y medio de euros del resto de Europa. El crédito y la liquidez en Europa se estrechan de más en más, y ha pasado a depender de la que otorgan la banca central norteamericana y la Bolsa de Nueva York.
Es conocido, sin embargo, el enfrentamiento que opone a Trump con la UE, como parte de la guerra económica. Trump ha condenado el acuerdo de Gran Bretaña con la UE por el Brexit y busca aplicar una fuerte contracción monetaria en Europa. La guerra económica es una expresión del descalabro capitalista, que golpea en particular a la UE. Los choques entre Trump y Macron (banca Rothschild) son particularmente violentos. Algunos medios creen ver la mano de los operadores de Trump en la acción de los chalecos amarillos, como si fueran un ‘replay’ de los que se promovieron en Europa oriental – aunque en estos casos operaron los actuales enemigos de Trump. Una parte de la prensa internacional caracteriza que la burguesía internacional, incluida la francesa, le ha ‘soltado la mano’ al presidente francés.
La clase obrera
Los sondeos de opinión otorgan al Frente Nacional de Marine Le Pen el primer lugar en las elecciones parlamentarias europeos que tendrán lugar en abril próximo. ¿Significa esto que, al menos en forma de una tendencia general, el movimiento de chalecos amarillos empalma con un nacionalismo de derecha que está enfrentado con la dirección política de la UE y con la subordinación de Francia al ajuste impuesto por Alemania a los estados europeos? En este operativo para cooptar al movimiento a una oposición nacionalista a la UE, también participa la Francia Insumisa de F. Melenchon, que hasta ahora estaba al frente del Frente de Izquierda francés. De acuerdo a la prensa, los chalecos amarillos representan a una porción importante de la pequeña burguesía propietaria o monotributista, en especial del interior de Francia, afectada por el aumento persistente de los combustibles y el transporte. En este aspecto, guarda una similitud con la huelga de los camioneros de Brasil, de septiembre pasado.
La clase obrera como tal no interviene, pero sí un gran número de trabajadores precarios, incluido el precariado ‘moderno’ de las tecnológicas, y los trabajadores ‘autónomos’ o monotributistas. De ahí que el centro de los reclamos sean las bajas de impuestos y la reducción de tarifas, distintamente de las reivindicaciones obreras por salarios y condiciones de trabajo. En ausencia del proletariado organizado, el movimiento no puede desarrollar una independencia política. La derecha, sin embargo, ha evitado intervenir en forma directa en esta movilización e incluso ha encontrado obstáculos para hacerlo, en muchos casos, entre los mismos manifestantes. Procura, en lugar de impulsar una desestabilización política, cuyo alcance teme, capitalizar la situación en términos electorales. Con el espejo de los Bolsonaro, en Brasil, y los Salvini, en Italia, el conjunto de la izquierda, incluida la extrema, se ha replegado en una posición conservadora, como ya lo había hecho en ocasión de los levantamientos populares en el conurbano de París en 2005. La crisis política ha tomado a las fuerzas en presencia por sorpresa, en diferentes grados.
Política
La confusión acerca de los chalecos amarillos disfraza una confusión sobre la situación en su conjunto, es decir, acerca de la descomposición capitalista y la crisis de los regímenes políticos que defienden a ese capitalismo en descomposición. Los chalecos amarillos no son la referencia histórica de las masas; ese lugar lo ocupa la clase obrera. Es la clase obrera que debe ser convocada a una iniciativa en sus propios términos. La movilización de los chalecos está motivada por un derrumbe de las condiciones sociales de las masas, no apunta contra la clase obrera, con independencia de que pretenda reconstruirlas sobre una base capitalista, o sea reaccionaria. En una palabra, la clase obrera tiene el desafío de intervenir en esta crisis en forma directa y con un programa que integre las reivindicaciones que tienen un carácter anti-capitalista. Es precisamente lo que la izquierda y la extrema izquierda, y la burocracia sindical, se niegan a hacer. No se trata de intervenir para ‘reformar’ al movimiento de los chalecos amarillos o persuadirlos de una política que no corresponde a sus condiciones de clase; se trata de señalar al proletariado la importancia de intervenir contra el capital y el gobierno, sobre la base de su tradición histórica socialista y revolucionaria. Es lo que deberá ocurrir necesariamente si la movilización se extiende a nuevos sectores sociales, y si fracasa el intento de gobierno y oposición de armar una tregua por medio de concesiones menores y precarias a los trabajadores que se encuentran en lucha.
Entre las diversas similitudes que se pueden encontrar, se cuentan las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001, en Argentina – las cacerolas y los piquetes, así como la crisis de gobernabilidad provocada por el derrumbe inminente de la convertibilidad. En un cuadro relativamente semejante, el planteo de Abajo Macron y todos los planes de ajuste contra el pueblo; sustitución del régimen actual por una Asamblea Constituyente Soberana; por los Estados Unidos Socialistas de Europa, introduciría una perspectiva independiente en esta crisis y serviría como un instrumento de clarificación y de lucha contra el nacionalismo reaccionario del imperialismo francés.
Jorge Altamira
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