Este 28 de junio se cumplen 125 años del Congreso Constituyente del Partido Socialista. Se trata de un hecho fundamental en la historia del movimiento obrero y la izquierda de nuestro país, ya que el PS fue el primer partido de trabajadores argentino. En su constitución, un salto en la representación política de la joven clase obrera argentina, jugaron un rol determinante emigrados socialistas europeos que aportaban su formación política y sus experiencias de organización y lucha.
Aquel Partido Socialista fue un avance en la organización política de los trabajadores, aunque no constituyó nunca un partido revolucionario en sus métodos y programa, lo cual marcó un límite casi inmediato a su capacidad de expresar los intereses profundos de la clase obrera. No obstante, a ningún análisis puede escapar el evidente contraste que existe entre lo que es actualmente el Partido Socialista y lo que pudo ser, incluso con sus límites. En el medio ha habido una historia de adaptación al régimen político dominante tan grande que el primer partido obrero ha devenido inocultablemente en un partido de la clase capitalista.
De la primera crisis capitalista al primer partido de trabajadores
El año 1890 se ha signado como un momento de quiebre para la historia política y social argentina en la medida en la cual, al mismo tiempo que estallaba la primera crisis capitalista, se desarrollaba el sublevamiento cívico-militar de la Unión Cívica conocido como la Revolución del Parque, y la evidente crisis del régimen arrojaba en la escena política a la clase obrera. La profunda movilización reivindicativa, a la par el desarrollo de grupos socialistas y anarquistas de los años 1888 y 89, precedieron el salto político y organizativo que representó el primero de mayo de 1890.
Signado como un momento fundacional del socialismo y del movimiento obrero de nuestro país, el acto culminó con la presentación al Congreso de la Nación de un documento de reivindicaciones obreras firmado por casi 8 mil trabajadores, que fue rechazado. Los socialistas, con la experiencia de la militancia ya desenvuelta en Europa, desarrollarían en los conflictos obreros una propaganda en pos de la organización de sociedades de resistencia e incluso la conformación de federaciones y gremios. Dos meses después del primero de mayo de 1890 se conformaría entonces la Federación Obrera, impulsada por los socialistas, que fue la primera central obrera de América Latina. La misma presentaba un programa reivindicativo que, si bien no tuvo resultados provechosos, tuvo el indudable mérito de plantear demandas elementales -en consonancia con la II Internacional- que años posteriores tomaron sectores gremiales: la jornada de 8 horas o una legislación protectora del trabajo eran algunas de ellas.
Durante este mismo año, no obstante, el movimiento obrero padeció un reflujo. Esto debilitó a la naciente Federación Obrera, así como a la acción de los socialistas que ya venía con retraso: la fundación de la federación y de un periodico tenía lugar cuando el ciclo de huelgas se había cerrado. La federación atravesaría dificultades en este sentido y el movimiento socialista sufrió rupturas en los años 1892/93.
Durante aquel período, sectores anarquistas, quienes también intervenían en el movimiento, tenían una línea “antiorganizadora”; considerando que las medidas de acción tomadas aún se enmarcaban en el propio régimen social vigente y que había que plantearse una alternativa revolucionaria. La cual, sin embargo, no tenía un marco de acción concreto y pecaba por su ambigüedad. Estos planteos fueron aislando al grupo anarquista postulante de ellos, editores del periódico “El Perseguido”, que perdió fuerza y activismo entre 1894 y 1896. Al mismo tiempo, esta orientación no pudo confluir con el nuevo ascenso de las luchas de los trabajadores hacia 1894, para la cual el movimiento socialista se vio más empalmado planteando una delimitación de clase, la lucha por la jornada de 8 horas y la conformación de sociedades de resistencia.
Sin embargo, los socialistas debieron enfrentar el creciente desafío de otros dos adversarios políticos que cobraban influencia en el movimiento obrero: los anarquistas “organizadores”, que se organizaban en torno a periódicos como El Oprimido o L’Avvenire, y sectores que no se alineaban ni con el socialismo ni con el anarquismo, sino que planteaban la organización gremial sin abordar el problema político e incluso rechazando este debate.
En el año 1896 la huelga por la reducción de las horas de trabajo (entre otros reclamos, pero con este denominador común) se fue reproduciendo de un gremio a otro en Buenos Aires y Rosario, motivando a trabajadores de otras industrias a luchar por sus reivindicaciones. En la práctica existieron dos polos de unificación del reclamo obrero: “El prado Español”, donde predominaban los anarquistas y los gremios zapateros y panaderos, teniendo por otro lado el local socialista de Barracas que funcionaba como cuartel de la huelga de ferrocarrileros y mecánicos.
La cristalización de esta fuerte tendencia a la huelga y la lucha obrera, sin embargo, no pudo confluir en una huelga general unitaria declarada formalmente; esto se debió principalmente a la negativa de los socialistas que dirigía la Federación Obrera. Sostenían que había que focalizar el reclamo en ciertos oficios que estaban en conflicto, mientras los anarquistas “organizadores” daban mayor importancia al planteo de la huelga general, pero no contaban con la fuerza ni la organización para declarar una medida de estas características. El desenlace de derrota de la “Huelga grande” impactaría en el desarrollo posterior de las corrientes, que en el caso de los socialistas fortaleció el planteo de la necesidad de no solo dar una lucha gremial sino la necesidad de dar una lucha política.
De alguna forma, la crisis de los años 1880 y principios de 1890 funcionó como un catalizador que permitió dar un salto a la organización de la clase obrera, dándole un lugar en la escena política. Un proceso de maduración al calor de la carestía y la marginación política y social, y la intervención de activistas socialistas y anarquistas.
Aquí es donde resulta indispensable vincular la génesis del movimiento obrero con los inicios de una izquierda en nuestro país, en la medida en la cual los militantes de estas fuerzas políticas jugaron un rol activo en este proceso. Al mismo tiempo que – a la inversa- los enfrentamientos de clase que marcaron el periodo, con sus flujos y reflujos, marcaron el desarrollo de las corrientes de izquierda que intervinieron en el movimiento obrero.
El Congreso Constituyente
El 28 de junio de 1896 se conforma entonces, como resultado de este cuadro de ascenso del movimiento obrero, el Partido Socialista. Aquel primer congreso es conocido como el Congreso Constituyente. Allí concurrieron 19 organizaciones políticas y 11 organizaciones sindicales reivindicadas socialistas para resolver el estatuto, la declaración de principios y el programa mínimo.
Algunas de las organizaciones participantes tenían ya cierto renombre en la lucha de clases de aquellos años. Hablamos por ejemplo del mencionado Club Vorwärts, conformado por alemanes exiliados por las leyes antisocialistas de Otto von Bismarck, que fueron los primeros en difundir una prensa socialista en el país. Había una clara influencia de inmigrantes europeos -muchos exiliados- que traían desde sus países de origen las tradiciones socialistas más ricas. Es el caso a su turno de los franceses del Les Egaux, los italianos del Fascio dei lavoratori o la Agrupación Socialista, de predominancia española pero con presencia de alemanes, franceses, argentinos y uruguayos. Decenas de centros socialistas de distintos barrios porteños, el conurbano bonaerense y hasta el interior de la provincia de Buenos Aires terminaron de dar forma a la jornada.
El congreso de por sí tuvo una importancia trascendental. Al momento, todas estas organizaciones militaban bajo programas y estrategias políticas distintas. La fundación del denominado en primera instancia Partido Socialista Obrero Internacional (PSOI) en 1894 por parte de algunas de las principales agrupaciones extranjeras auguraba una unificación programática y estratégica elemental, porque avanzaba en la construcción de un partido de la clase obrera en un cuadro de conflictos cada vez mayores. No obstante, hay un punto que es elemental para comprender todo lo descrito a posterior: la posición de estas agrupaciones respecto a las huelgas desarrolladas por la clase obrera eran por demás ambivalentes y oscilantes. Latía entre ellas ya la expresión de un reformismo que caracterizaba no solo a los socialistas argentinos, sino a toda la socialdemocracia de la época.
El PSOI declaró en la antesala de la formación del PS un programa que, en la tinta, sostenía algunos preceptos revolucionarios de cualquier modo. No solo erigía demandas internacionales de la clase obrera recogidas por la II Internacional como la jornada laboral de 8 horas, que se anotaban en el sentido de un programa mínimo; también planteaba la revocabilidad de cargos, la designación de jueces por votación popular o la supresión del ejército permanente y el armamento general para el pueblo. Ni que hablar ya del planteo de un “gobierno de las comunas”, apoyado en la experiencia del primer gobierno obrero de la historia, la Comuna de París. Un dato no menor: ya aquel programa planteaba consignas que resuenan muy actuales, como la “abolición de la deuda pública” o la separación de la Iglesia y el Estado.
Pero, por otro lado, ahí mismo ya era que se empezaban a observar planteos reformistas. Planteaban por ejemplo la “anulación de los contratos que enajenan la propiedad pública” -como lo eran los puertos o los ferrocarriles, por demás estratégicos en la economía nacional-, pero sin plantear directamente una nacionalización. Lo propio frente a la oligarquía nacional: planteaban una renta cada vez mayor sobre los agroexportadores, sin plantear la expropiación de los latifundios. Ni mencionar que la estrategia, claro estaba, era ganar a los trabajadores a una conciencia política con vistas a un desarrollo en el terreno de las elecciones burguesas.
El partido, de cualquier forma, no había resuelto aún una estructuración interna tampoco. La ausencia de cualquier tipo de dirección era notoria: la mayor parte de las veces las decisiones importantes se tomaban por la votación de un delegado por cada una de las agrupaciones que lo lideraban. Esto dividía inevitablemente la intervención política. Fue para 1895 cuando Les Egaux propone crear un comité central, redactando también una carta orgánica que fijase sus criterios de dirección. Ese comité, integrado por tres delegados por cada una de las cinco agrupaciones (Vorwärts, Les Egaux, Fascio dei lavoratori, el Centro Socialista Obrero y el Centro Socialista Universitario) fue el que redactó un programa mínimo, lo cual, sin duda, fortaleció el consenso programático.
Para aquel mismo año, el PSOI lanzó su primer manifiesto público, convocando a una gran acción para el primero de mayo. Este recorrido es elemental, porque se trata ni más ni menos que de las células que dieron vida al Partido Socialista. Fue en 1895 también cuando tuvo lugar otro avance hacia este suceso: el PSOI pasó a llamarse “Partido Socialista Obrero Argentino” (PSOA). Ello implicó una incisión aún mayor en los problemas de la clase obrera argentina, la supresión de cualquier diferencia de nacionalidad e incluso el avance dentro del mismo de figuras y agrupaciones de socialistas locales. En la misma convención se discutió a su vez reemplazar el comité central por un comité ejecutivo, en el que aparecieron con fuerza figuras importantes como Juan B. Justo o José Ingenieros. Allí mismo también se lanzó la campaña para presentarse en las elecciones de 1896, que renovarían la mitad de la Cámara de Diputados, y se resolvió la presencia del PSOA a través de representantes en el Congreso Socialista Internacional de Londres en 1896.
Pasadas las elecciones de 1896, donde el Partido Socialista concentró toda su acción, dejando como preocupación secundaria la intervención en los procesos vivos de lucha de la clase obrera, hubo ocasión para celebrar el primer congreso. Hablamos del Congreso Constituyente, celebrado aquel 28 de junio. Como se ve, el mismo fue el retrato de un proceso previo de confluencias políticas de corrientes socialistas diversas, donde había una primacía ya latente del reformismo que caracterizaba a la socialdemocracia reagrupada detrás de la II Internacional.
Esto se constató rápidamente sobre varias cuestiones. La más importante probablemente fue cuando luego del reguero de conflictos obreros, la Argentina atravesó en 1902 por primera vez en su historia una huelga general. La medida fue convocada por la Federación Obrera Regional Argentina (FORA), la central gremial que había sido fundada tan solo un año atrás como expresión de estas revulsiones ascendentes. Se trató como se puede apreciar de un suceso histórico para la clase obrera, que expresaba un grado de maduración y desarrollo superlativo unificando los procesos huelguísticos particulares en un hecho nacional. La respuesta del gobierno de Roca -pero detrás de él, de todo el régimen oligárquico- fue inmediata, apurando la denominada “Ley de Residencia” en las cámaras del parlamento a fines de poder extraditar o impedir la llegada de inmigrantes ligados al anarquismo o al socialismo.
Sin embargo, la actitud del Partido Socialista fue cuanto menos traidora y criminal. Pocos días después del hecho lo caracterizaron como “una obra descabellada y absurda que no encuentra otra atenuación que la conducta también descabellada y absurda del Gobierno en los recientes sucesos”. Una concepción que cayó con agrado entre los medios de comunicación del establishment. Entre 1901 y 1902 la cuestión de la huelga general estuvo en el eje del debate de los socialistas. No solo en Argentina, sino en el mundo. No hay que dejar de lado en el análisis la inserción del PS en la II Internacional, que en sus congresos ya venía discutiendo el punto. En 1900, de hecho, la comisión encargada de discutir el punto de la huelga general quedó escindida en París. El ala predominante alegaba que la cuestión de la huelga general “era importante”, pero que “no tenía relevancia en el próximo tiempo en el escenario internacional”. No se trataba de un error de caracterización, sino de la pudorosa confesión de adaptación al régimen de la socialdemocracia. La huelga general que marcó la revolución rusa de 1905 no hizo más que tirar por la borda esta perspectiva. Se trataba de los elementos que tendrían su punto cúlmine en la ruptura por parte del Partido Bolchevique para fundar la III Internacional, tras la discusión sobre la cuestión de la guerra imperialista que ubicó a los socialdemócratas en la defensa de los “intereses nacionales” -de las potencias imperialistas, claro-.
En los meses previos a la gran huelga de 1902, ya el PS se había referido a las huelgas de Rosario como “un conato desgraciado, pues además de no haber participado en ese movimiento sino una escasa minoría, fue un fracaso, dejando como consecuencia varias víctimas, un profundo desaliento en las filas obreras y el fracaso de los estibadores”. Se trataba además de una delimitación forzada con el anarquismo, cuya participación en los procesos de huelga no había sido cuanto más numerosa, pero sí más decidida frente a ellos. Por ello es que ante la primera huelga general del país, el PS argumentó incluso que “constituía un peligro para la clase obrera producto de la irresponsabilidad de los anarquistas”.
Las perspectivas políticas del PS desnudaban por todos los flancos la adaptación de la II Internacional. Por ejemplo, en 1899, la UIA -que encolumnaba a la incipiente burguesía local- convocó a una movilización “en defensa de la industria nacional” reclamando aranceles importativos y otro caudal de medidas en su beneficio. El Partido Socialista deliberadamente tomó partido por los capitalistas extranjeros, alegando que los mismos sostenían una producción cuantiosamente más económica al consumo de las familias obreras del país. Esta caracterización que no explicó la cuestión del desarrollo de la burguesía nacional frente al imperialismo y la necesidad de la independencia política de la clase obrera dejó abierta la puerta para que miles de trabajadores movilizaran junto a la burguesía nacional. No obstante, era el reflejo de toda una adaptación al imperialismo de la II Internacional. Por ello era que el Partido Socialista consideraba que para alcanzar el socialismo, Argentina debía alcanzar un grado de desarrollo “similar” al de Inglaterra, en lugar de plantear la cuestión del imperialismo y las implicancias que revestía en nuestro país dado su carácter semicolonial. Ello fue lo que lo llevó, por ejemplo, a ubicarse en el campo de los golpistas durante la Libertadora en 1955. El PS opuso a Perón, a quien acusaba de “nazi” sin ninguna comprensión del carácter contradictorio de los movimientos nacionalistas burgueses, no desde la independencia de la clase obrera, sino desde un bloque con la oligarquía, el imperialismo yanqui y eventualmente los interventores militares de los sindicatos. Asistimos en esta etapa a la debacle de un partido de la clase obrera en un partido repudiado por la clase obrera, marginal y cruzado por interminables divisiones. La inviabilidad de las “reformas” a favor de los trabajadores que pretendía lograr por dentro del régimen lo fue transformando en un arma directa de la reacción.
Los “socialistas” que han gobernado Santa Fé para los sojeros y los agroexportadores son la clara confesión de ello. Ni que hablar ya de la integración del PS en sus dos alas principales al Frepaso en 1994 con figuras como Chacho Álvarez, así como la integración del mismo a la Alianza que llevó al poder a De la Rúa en 1999, su paso por las filas del gobierno de Kirchner en 2003 y por ahí sigue la lista de la deriva.
El PS conserva de socialista tan solo el nombre. La única perspectiva genuinamente socialista que se plantea ante la debacle del capital es la de un gobierno de los trabajadores que abra paso a una nueva sociedad sobre otras bases. Por esta tarea es que nos comprometemos a construir un gran partido obrero.
Ailu Ríos
Manuel Taba
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