Con el pronóstico de una clara victoria oficialista, aunque sin resultados oficiales a la vista, el 21 de junio se celebraron elecciones legislativas generales en Etiopía. Acosado por una crisis de proporciones mayúsculas, el gobierno del primer ministro Abiy Ahmed busca encubrir la dramática situación nacional y salir fortalecido de los comicios. Sin embargo, todos los ingredientes que hacen a la convulsión en el país, incluida la posibilidad de una desintegración nacional, siguen en pie y, con toda seguridad, se profundizarán en el próximo periodo.
Enfrentamientos étnicos y masacre
El principal factor de crisis en el país del cuerno de África viene siendo el conflicto armado que, desde noviembre del año pasado, se libra entre el gobierno federal y el Frente Para la Liberación de Tigray (FPLT), la principal organización política de esa región del norte etíope. La causa inmediata del conflicto fue la decisión del FPLT de realizar elecciones locales, contra la prohibición dictada desde Adís Adeba (capital) habida cuenta la pandemia de coronavirus. Empero, el motivo de fondo del enfrentamiento lo constituye la tentativa de las autoridades centrales de reemplazar al régimen federal basado en criterios étnicos que rige en el país desde la caída, acaecida en 1991, del pro soviético gobierno del Derg.
Hasta la llegada a la primera magistratura de Ahmed en 2018, el país fue gobernado por una coalición de partidos étnicos representativos de las distintas regiones del país, en donde la primacía de uno u otro generaba recelos en los demás y tensiones interétnicas, azuzadas por el contexto de miseria y expoliación en una de las regiones más pobres del globo. Lejos de buscar una salida democrática y transformadora, el gobierno actual busca imponer un régimen autoritario pasando por encima de las distintas poblaciones.
Así, la orientación ensayada por Ahmed ha provocado no solo la guerra en la región de Tigray, sino también revueltas en las regiones de Benishangul-Gumaz y en Oromía, de donde es el propio primer ministro. La respuesta del gobierno federal ha sido el encarcelamiento masivo de opositores y el cercenamiento de la actividad de los partidos políticos étnicos.
Con todo, la muestra más clara del carácter del gobierno de Ahmed (premio Nobel de la paz 2019 por haber cesado la guerra con Eritrea), ha sido su accionar en Tigray. Allí ambos bandos estarían cometiendo crímenes de guerra, pero desde Adís Adeba se está bombardeando a la población civil y bloqueando la ayuda humanitaria y alimenticia con lo que 300 mil personas se encuentran sufriendo hambruna y cerca de dos millones están en una situación de emergencia alimentaria.
Las elecciones y la disputa interimperialista
En este cuadro de proscripción a opositores y masacres contra la población, el acto eleccionario fue una puesta en escena con la que el gobierno busca legitimarse. Los principales partidos de la etnia oromo rehusaron su participación y solo se presentaron quienes comparten el programa de Ahmed de pasar a un régimen centralista. Incluso, el gobierno dispuso que en las soliviantadas regiones de Benishangul-Gumaz y Oromía la elección se traslade al 6 de septiembre mientras que en Tigray directamente no tienen fecha. Para completar el cuadro de este verdadero fiasco electoral, solo un 25% de la población se empadronó para votar. Así las cosas, el objetivo buscado por Ahmed difícilmente sea alcanzado.
Las potencias extranjeras se encuentran medrando en Etiopia y en toda la región. Estados Unidos y la Unión Europea rechazaron enviar veedores de los comicios denunciando que no estaban dadas las condiciones para que desarrollen correctamente sus tareas. El gobierno de Biden ha impuesto sanciones a los funcionarios del gobierno etíope con motivo de la situación en Tigray, como el retiro de visados, y ha conminado a sus pares europeos a seguir el mismo camino.
Para la potencia americana, lejos de una genuina preocupación humanitaria, se trata de un aspecto más para buscar aumentar su influencia en esta disputada región en donde apoya a Egipto y a Sudán en la disputa que libran contra Etiopía alrededor de la monumental represa que este último país aspira a construir en el origen del río Nilo. En esta cuestión se enhebra otra crisis para el primer ministro Ahmed, ya que sus vecinos vienen de firmar un pacto militar de ayuda mutua, dirigido contra el país del cuerno de África. El principal punto de apoyo de Etiopía es China, principal financista de la represa y desde donde se han emitido declaraciones contrarias a las sanciones norteamericanas en nombre de la no intromisión. Con la alianza con China, las perspectivas de una apertura general de la fuertemente estatalizada economía etíope al capital occidental, otro aspecto clave del programa “modernizador” de Ahmed, parecería encontrar límites. Con todo, el interés de una u otra potencia pasa por ganar espacios en el marco de la recrudecida guerra comercial internacional y no por el bienestar de los pueblos de la región.
Frente al sectarismo étnico y el gobierno autoritario de Ahmed, las masas trabajadoras del país deben construir una alternativa democrática basada en sus propios intereses: la unidad socialista de Etiopía y del conjunto del cuerno de África.
Leandro Morgan
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