Si alguien tenía expectativas que, bajo el gobierno de Joe Biden, podrían cicatrizarse las heridas, recelos y choques entre Estados Unidos y sus aliados occidentales, la cumbre del G7 ha servido para desmentirlo. Los resultados de las deliberaciones del organismo que congrega a las principales metrópolis capitalistas, demuestran que se está muy lejos de restablecer una armonía y una cooperación entre los países miembros -seriamente deterioradas bajo el mandato de Trump- que permita volver, al menos, al status quo reinante bajo el gobierno de Obama.
Vacunas y pandemia
Antes que nada, es preciso señalar que ni siquiera se pudieron poner de acuerdo sobre una acción común frente a la pandemia. El pomposo anuncio sobre la donación de 1000 millones de vacunas oculta el hecho de que no había coincidencia sobre la liberación de las patentes. El primer ministro británico, Boris Johnson, es el que encabezó la negativa a dar semejante paso, reflejando la presión de los grandes laboratorios europeos, empezando por AstraZeneca que está en un seria disputa con sus pares norteamericanos. En las deliberaciones, se coló la guerra de los pulpos farmacéuticos.
Por otra parte, escarbando un poco más, surge que ni siquiera es segura la oferta de las vacunas. El único compromiso firme parecería ser el de Estados Unidos, que Biden había anunciado con anterioridad a la cumbre, aunque viene al caso señalar que dicha entrega será en cuotas, en un cronograma dilatado en el tiempo hasta el año que viene. En forma inmediata, las dosis disponibles a ser distribuidas por Washington se circunscriben a 100 millones. Los compromisos de los otros países son más vidriosos. El anuncio se trata más de un show que una acción real, que tiene como propósito desplazar de la atención mediática a China y Rusia que habían ganado un protagonismo mayor en relación al abastecimiento de vacunas a terceros países más necesitados.
Pero no se puede escapar que incluso esa oferta de vacunas es tremendamente pobre en relación a la necesidades que se calculan en 11 veces más, o sea en 11.000 millones de modo de cubrir los requerimientos del planeta. Se estima que el costo en este rubro para combatir eficazmente la pandemia a escala mundial debería ascender aproximadamente a unos 167.000 millones de dólares. Esa suma no deja de ser modesta si la comparamos con las ganancias siderales que han obtenido las empresas líderes del mundo y sus principales accionistas, incluso en plena pandemia. Apenas representa un 15% del patrimonio de una sola de las corporaciones internacionales. Es exigua, asimismo, comparada con los gigantescos planes de estímulo puestos en marcha por las principales potencias pero que han sido dirigidos al rescate del capital, en desmedro de las necesidades populares.
Europa insubordinada
La cumbre también puso en evidencia las fisuras en otros planos. El presidente norteamericano fracasó en el intento de alinear a los miembros del G7 contra China. La Casa Blanca viene de ampliar una lista negra que abarca 50 compañías chinas en la que los estadounidenses no pueden invertir, acusadas de actuar de soporte de las actividades de espionaje y militares de Pekín. Entre éstas, se encuentran la gran empresa de telecomunicaciones China mobile, la compañía de videojuegos Hikvision y el grupo petrolero chino CNOOC. El gobierno chino ha salido al cruce de esta escalda y acaba de aprobar severas medidas y restricciones comerciales contra individuos y empresas extranjeras que efectivicen las represalias establecidas por la Casa Blanca.
Sin embargo, “Europa no pretende por ahora seguir la línea dura de Biden hacia el gigante asiático” (Clarín, 11/6). Si bien existen tironeos con las autoridades chinas, la voluntad en la Unión Europea es remover los obstáculos y ratificar el acuerdo de protección de inversiones entre la Comisión Europea y Pekín. Recordemos además que las principales naciones europeas integran un emprendimiento financiero a escala global liderado por China, el Banco asiático de Infraestructura e Inversión. Los cancilleres húngaro, polaco e irlandés fueron en las últimas semanas a Pekín y los seguirán otros, incluida la visita de Ángela Merkel.
El capital europeo no está dispuesta a resignar el lugar conquistado en China y, más aún, las posibilidades de una penetración mayor. Lo que está en discusión es qué potencias lideran y usufructúan en su provecho la restauración capitalista aún inconclusa del país asiático. Tengamos presente, para tomar un ejemplo, que sólo Volkswagen vende en China 3,5 millones de vehículos anualmente, una cifra superior a los 3 millones de autos que se vende en toda Alemania.
Del mismo modo, hay reticencias para acompañar una política más agresiva que alienta Washington hacia Moscú. Europa defiende los vínculos económicos tejidos en con Moscú, particularmente en materia petrolera, en el cual el abastecimiento de Rusia es clave. Uno de los focos de tensión se concentra en la construcción del gasoducto Nord Stream 2, cuya finalización estaba detenida como resultado de las sanciones impuestas por Washington a las empresas involucradas. Si bien Estados Unidos habría levantado las sanciones que pesaban sobre el consorcio principal, las ha dejado en pie para empresas europeas que han sido proveedoras del proyecto. Estas represalias son funcionales al interés yanqui por facilitar un desembarco masivo e las compañías energéticas norteamericanas en el viejo continente y desplazar a Rusia a en ese campo.
En la cumbre no dejó de colarse el Brexit, en que las fricciones están lejos de apagarse. Londres y Bruselas no llegan a un acuerdo sobre los controles aduaneros en Irlanda del Norte. Con la salida de Gran Bretaña de la UE, se debió buscar un sistema que impida que se levante un frontera dura entre Irlanda del Norte y el resto de Irlanda, que ha sido una fuente de severos enfrentamientos en el pasado. La solución fue un esquema aduanero entre Irlanda del Norte y Reino Unido que ahora Johnson intenta revertir. La intención del primer ministro británico de reabrir las negociaciones, apoyándose en la presencia del mandatario norteamericano, no logró prosperar no sólo por la negativa cerrada de la UE sino también por la decisión de Washington de no agitar el problema, que podría hacer estallar la cumbre.
La expectativa de que este cónclave era el punto de partida para “reiniciar la acción internacional”, utilizando palabras de Johnson, ha quedado como una expresión de deseos. Europa no está dispuesta a un retorno a las relaciones de subordinación del pasado. En los planes de la UE está reforzar su autonomía económica e incluso militar respecto a Washington. Por lo tanto, el sueño de Biden de devolverle a EEUU un liderazgo mundial (cuyo deterioro se aceleró bajo el mandato de Trump, pero que viene desde antes y echa sus raíces profundas en la declinación más estructural e histórica del imperialismo norteamericano) no pasa de una expresión de deseos. La guerra comercial acicateada por la crisis capitalista en desarrollo sólo comparable con la del 29, ha atravesado y condicionado todas las deliberaciones del G7. Estados Unidos no levantó las tasas aplicadas por Trump en 2018 al acero y el aluminio europeos.
El proyecto de Biden de crear una alianza más amplia encabezada por Estados Unidos en “defensa de la democracia», una suerte de G10, incorporando a Australia, Corea del Sur y la India, que tendría como función aislar internacionalmente a China y Rusia, tendrá que esperar si nos atenemos a la división reinante en el presente.
¿Acuerdo impositivo?
Como prueba de los avances de una cooperación internacional, se ha resaltado el acuerdo alcanzado por los gobiernos del G7 para un ‘tipo impositivo mínimo global’ corporativo.
Se asegura que el acuerdo contribuirá a que las empresas multinacionales paguen impuestos donde obtienen sus ganancias en lugar de enviarlas a «paraísos fiscales» o países de baja tributación, donde las corporaciones han terminado mudando la sede principal de su actividad. Pero no todo lo que reluce es oro.
Este impuesto corporativo mínimo asciende al 15% y la empresa deberá abonarlo en el país donde realiza sus ventas, independientemente de si está radicada en él. Pero, la mayoría de los países, incluyendo aquellos en que la carga impositiva es reducida, superan ese mínimo. Se ha puesto la barra muy baja de modo tal que las corporaciones están en condiciones de sortearlas.
Pero la cuestión no termina ahí. El pacto supuestamente hará que “las empresas paguen más impuestos en los países donde venden sus productos o servicios, en lugar de donde terminen declarando sus ganancias, frenando así el uso de paraísos fiscales por parte de las corporaciones. Pero eso solo se aplica a los ‘márgenes’ de ganancias superiores al 10% y con trucos contables se puede evitar romper este umbral. Y de todos modos, solo se reasignará el 20% de cualquier margen superior al 10%”( Michael Roberts, Sin Permiso, 13/6).
Como parte del acuerdo, una cuestión que ha pasado relativamente desapercibida, es que se eliminarán los impuestos a los servicios digitales introducidos luego de varias sanciones de Europa a las grandes empresas tecnológicas, con lo cual podría darse la paradoja de que terminen pagando menos impuestos. “TaxWatch, un grupo de expertos, ha calculado que las empresas de Big Tech pagarán menos impuestos en el Reino Unido con el acuerdo del G7 que lo que pagan actualmente con el impuesto a los servicios digitales británico” (Roberts, ídem). A esto se une la ampliación de exenciones impositivas que se estaría barajando para aciertos sectores como el financiero.
El escenario actual
La acción común de los estados tropieza con los intereses de las multinacionales, de las cuales son tributarias. Este límite determina, a su vez, que predominen no las coincidencias sino los que lo separa. La disputa feroz que viene enfrentando a las grandes empresas, en medio de una retracción de los negocios y la recesión mundial, adquiere la forma de guerra comercial entre los estados que intervienen en defensa de las corporaciones locales de sus respectivas países. El conflicto va mucho más allá de la cuestión impositiva -que, de todos modos, está lejos de resolverse, como vimos-, que se traslada a otros planos como el comercial, a través de los aranceles y las medidas paraarancelarias, y también al monetario, donde estamos enfrentando una verdadera guerra, con una cadena de devaluaciones. Recordemos que el dólar viene depreciándose en relación a otras monedas, lo cual encarece en términos relativos los productos provenientes de las otras metrópolis capitalistas.
Lejos de una armonización de intereses, el G7 es un exponente de una exacerbación de los choques interimperialistas, y del expansionismo, la confrontación, las rivalidades y también del uso de la fuerza, alentando las tendencias bélicas, que tienen como principales destinatarios a China y el ex espacio soviético.
Pablo Heller
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