La enorme jornada de lucha de la Unidad Piquetera este viernes 18, que tuvo expresión en prácticamente todas las provincias del país, puso sobre la mesa los reclamos de los trabajadores desocupados por aguinaldo, apertura y aumento de los programas sociales, alimentos y vacunas. El acampe de los trabajadores tercerizados de Edesur en el centro porteño y el acto contra los 300 despidos en Bimbo, que resolvió una movilización hacia el Ministerio de Trabajo para la semana que viene, son el reflejo más concreto del ajuste que se desenvuelve sobre la clase trabajadora, con despidos a la orden del día y una inflación que ya cubrió el 75% de lo proyectado en el presupuesto 2021.
A este ritmo, la pendiente de los precios difícilmente se encuentre por debajo del 50% anual. Todo tipo de acuerdos para contener los aumentos fracasó, como lo demuestra el cepo a la exportación de la carne y el fin de los precios máximos. El gobierno y su gabinete son incapaces de ponerle un freno a la inflación y alcanzar la famosa “reactivación económica”, consecuencia de las contradicciones intrínsecas de una economía regida por los capitalistas.
El techo del 30% que se le impuso a las paritarias genera presiones en amplios sectores de trabajadores, puesto que los míseros aumentos ya fueron liquidados. En vistas del año electoral, el gobierno solo puede atinar a repetir el modus operandi que mantuvo el año pasado y largar bonos “compensatorios”, como el que le entregará a los jubilados en dos cuotas o a los profesionales de la salud en tres.
Esta, como tantas otras, son maniobras distractorias de un gobierno que se queda sin recursos para hacerle frente a la catástrofe social, y que apelará más que nunca a sus lazos con la burocracia sindical y con el Vaticano para desarticular la intervención de los trabajadores. El caso testigo de la contención social son los recientes dichos del Papa Francisco acerca de la propiedad privada o el apoyo que le dio Baradel en el “prime time” televisivo a la vuelta a clases presenciales en la Provincia de Buenos Aires, en contraposición a las denuncias de nuestra compañera Romina Del Plá acerca de que no están dadas las condiciones epidemiológicas.
El desgaste oficialista, retratado en la editorial de esta semana, llevó al gobierno a improvisar la reaparición de Cristina Kirchner junto a Axel Kicillof en La Plata. Allí, la vicepresidenta dejó en claro cuál es el bastión más preciado que tienen para dar pelea en el plano electoral: la campaña de vacunación. Según CFK, con la vacuna “vamos a volver a ser felices”.
Su presentación no es más que el intento de disimular el desastre sanitario en el que nos envolvieron y para el cual la vacuna, en soledad, no es solución suficiente. Si no miremos a Reino Unido, que con más del 50% de su población vacunada está sufriendo los estragos de la variante Delta, o a nuestro vecino Chile, donde el porcentaje de inmunización es similar, sin embargo tuvieron que establecer nuevas restricciones por el colapso sanitario en los centros urbanos. Evidentemente, allí donde se imponen aperturas tempranas en pos de disminuir el perjuicio de la clase capitalista, surgen nuevas variantes y la situación comienza a escalar en detrimento de la salud de los trabajadores.
Lo cierto es que tampoco apuntan a una rápida vacunación masiva, como lo demostró la disminución en el ritmo de inoculación, porque implicaría garantizar una serie de recursos económicos que chocan con el esquema de ajuste del gobierno. Eso sin mencionar las nuevas trabas para la vacunación a nivel mundial, donde la perpetuación del monopolio de los pulpos farmacéuticos no permitirá ni de cerca alcanzar los objetivos de producción e inmunización establecidos.
La meseta a la que nos dirigimos, superior a los 20 mil casos diarios, anticipa el colapso sostenido de un sistema de salud inviable bajo las condiciones actuales. La crisis de las obras sociales y las prepagas, que reclamaron en la justicia el aumento de las cuotas, desembocó en una discusión hacia el interior del propio oficialismo y las empresas de la medicina privada sobre su organización. La Campora tendría su proyecto de “centralización”, reclamada por CFK en dos oportunidades este año, pero no terminaría con la mercantilización de la salud, la precarización laboral ni la fragmentación del sistema.
La vacunación tampoco es suficiente para contener la magnitud de la crisis social y económica que atraviesa Argentina. La reunión que mantuvo Guzmán con el subsecretario del Tesoro de Estados Unidos fue un apriete para que el gobierno profundice el ajuste, en tanto condiciona su apoyo a las negociaciones con el FMI a la presentación de “un marco sólido de política económica para Argentina que brinde una visión para el crecimiento del empleo en el sector privado”. Es decir que no alcanza el camino recorrido hasta ahora, sino que el gobierno deberá entregar más concesiones y gestos al capital financiero y al imperialismo.
En este marco, las luchas obreras que se desenvuelven en el último tiempo cobran centralidad en la escena política, ya que son respuestas a la miseria social ascendente en Argentina. Las elecciones serán uno de los escenarios donde la izquierda debe dar la batalla política para impulsar cada una de estas luchas y constituir una alternativa que pugne por el gobierno de los trabajadores.
Para ello, la propuesta del Congreso del Frente de Izquierda Unidad por parte del Partido Obrero representa la oportunidad de discutir con la vanguardia obrera y activista, con las mujeres y con la juventud el programa que desarrollaremos para defender el salario, la salud y la vida de los trabajadores, además de la pelea contra el hambre, la desocupación y la precarización laboral.
Que tengan un buen domingo.
Lucía Cope
Editora de Prensa Obrera.
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