Sonido libre
Para finales de los años 50, el jazz era popular en amplias capas de la sociedad estadounidense y tenía gran éxito comercial también entre del público blanco. Miles Davis o Dizzy Gillespie eran algunos de sus mayores exponentes.
Paralelamente, la pelea de los afroamericanos por los derechos civiles, por la igualdad racial y, más ampliamente, por la libertad (de la cual la opresión capitalista les recordaba a estos de infinitas formas lo lejos que estaban de alcanzarla) se sistematizaba y ampliaba a lo largo y ancho del país.
Es en ese marco que un nuevo género dentro del jazz, que buscaba alejarse de los sonidos estandarizados de la industria mainstream y de sus reglas, hace su aparición: el free jazz.
El músico que, en gran medida, ´apadrinó´ este estilo fue el saxofonista Ornette Coleman, que dio las pinceladas para las ´no-normas´ que caracterizan al género: no importaban las armonías, las técnicas, las escalas, las métricas, es decir, las normas fundamentales de la música. Lo más importante era subvertir esas normas, con la improvisación a la cabeza. Es decir: que los músicos se dejaran llevar, que siguieran sus emociones e instintos. Nadie sabía con exactitud lo que podía durar una “pieza” (la noción misma se ponía en duda) o cual sería su resultado final. Se trataba de tirarse al vacío, creando colectivamente, creyendo en lo más hondo de la expresión personal y grupal.
Tiene completo sentido que esta música vanguardista, de expresionismo abstracto, de búsqueda de libertad total, naciera de la mano del horizonte de liberación por el que luchaban cientos de miles de afroamericanos.
Max Roach y una obra con vuelo político y artístico
Max Roach era un eximio baterista de jazz que venía abogando, mientras se radicalizaba políticamente, por una vuelta a la energía y espontaneidad del jazz más antiguo y, al mismo tiempo, a su “africanidad”, contraponiéndolo al estilo bebop, que consideraba “intelectualizante”. Es así que abraza el free jazz y lanza “We insist!”, suite compuesta por el y el letrista Oscar Brown, que hace avanzar el género al politizar la obra completamente. Esta tiene la participación fundamental de su mujer, la cantante Abbey Lincoln, que le impregna un poder abrasivo a las piezas. Además la percusión y los vientos dotan al álbum de una potencia y emotividad enormes.
Es un disco de denuncia así como también de exaltación de las raíces africanas. Comienza con la pieza “Driva Man”, sobre la esclavitud de afroamericanos en los campos de algodón, luego “Freedom day” da cuenta de la infame segregación racial, “All Africa” es una reivindicación de sus orígenes ancestrales y el cierre con “Tears for Johannesburg”, habla de la lucha contra el apartheid en África.
Obviamente el free jazz, que ponía en crisis a todo el género e incluso su desarrollo histórico-cultural, fue rechazado por el mainstream, periodistas, productores, músicos, etc. Luego, más adelante en los 60s, su desarrollo e influencia se expandiría por todo el país.
Insistimos
El álbum, el free jazz, su activismo y su contenido incendiario se adelantaron incluso a los movimientos que años más tarde radicalizarían la lucha del “black power”, con el Partido Panteras Negras como su máxima expresión. Al día de hoy sigue siendo una gran muestra de cómo el arte y la política pueden unirse, no casualmente, sino cómo parte necesaria de la expresión de los oprimidos en un determinado momento histórico.
La enorme rebelión multiracial del 2020 contra el racismo sistémico que aún es un virus en EE. UU. dio cuenta cuán actuales son los cantos de protesta de Max Roach. Para acabar con el racismo, hay que acabar con el capitalismo, que es su perpetuador. La libertad en todos los planos solo será posible si esta tarea es tomada por todas las masas.
Matias Melta
14/07/2021
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