A tono con lo que ocurre en todo el mundo, las encuestadoras no lograron atinar con sus predicciones acerca de las elecciones que tuvieron lugar en Hungría el domingo último. Es que con el 53% de los votos el oficialismo del primer ministro Viktor Orbán volvió a imponerse de manera categórica contra la alianza opositora que obtuvo el 35%, desbaratando la presunción de una compulsa casi empatada. En la elección también se plebiscitaba la homofóbica ley de 2021 que sanciona la aparición de contenidos LGBT en cualquier plataforma, aspecto en el que el gobierno fue derrotado al no cosechar su aprobación más del 50% de los votos válidos emitidos.
El panorama aparecía brumoso para el oficialismo: seis partidos opositores lograron una candidatura unificada, la crisis económica está escalando en el país con una inflación cercana al 9 por ciento y la agresión de Putin (aliado de Orbán) contra Ucrania domina la opinión pública continental. Sin embargo, Orbán y su nacionalista partido Fidesz desplegaron una eficaz estrategia electoral, así como usufructuaron los resortes económicos y políticos que construyeron con el control incontestable que ostentan sobre el aparato estatal desde hace más de una década. La votación de la población húngara no deja de desnudar que el europeísmo esgrimido por la oposición no es visto como una salida para el pueblo trabajador.
Gobierno reaccionario y oposición proimperialista
El predominio de Orbán reposa en la explotación de los prejuicios nacionalistas de las masas, en la experiencia de las mismas con la oposición y el control del conjunto del Estado y de los medios de comunicación. Mientras que el gobierno se impuso en el interior, la oposición ganó en Budapest y otras ciudades.
Desde su segunda llegada al poder en 2010, el Fidesz ha venido produciendo reformas en el Estado hasta prácticamente coparlo; así, el Poder Judicial es dominado por el Ejecutivo, a la vez que el reparto de escaños legislativos habilita supermayorías para la lista ganadora. La mitad de las bancas las obtiene el ganador por mayoría simple en cada uno de los distritos, la otra mitad se distribuyen de acuerdo al porcentaje obtenido del padrón único nacional, por lo que un partido que obtenga el 50% obtendrá una representación muy superior. El gobierno ha habilitado la concentración de los medios en manos afines, así como la designación a dedo de las autoridades universitarias.
Mientras controla el Estado, Orbán se presenta como el defensor de las familias húngaras contra lo extranjero, tanto los inmigrantes y las minorías, como las autoridades de la Unión Europea. El gobierno ha sabido explotar a su favor las consecuencias de la apertura económica post caída del muro de Berlín que produjo un retroceso en las condiciones de vida, lo que es asociado a Bruselas y a los partidos de la oposición que apoyan un reacercamiento a la UE.
La oposición por su parte no puede representar una salida ya que efectivamente su programa es el realineamiento del país con los mandantes de la Unión. Lo único que amalgamó a la coalición opositora es su rechazo a Orbán; en la misma recalaron desde partidos “ex” extrema derecha (como el homofóbico Jobbik) hasta el Partido Socialista. Su campaña “Europa u Orbán” no resultó para nada efectiva.
La guerra
La semana previa a las elecciones estuvo dominada por la difusión de imágenes de destrucción de las ciudades ucranianas y de sus consecuencias sobre la población civil, así como de la insistencia por parte de la oposición en equiparar a Orbán con Putin. El gobierno, por su parte, sostuvo que “esta no es la guerra de Hungría” y contraatacó diciendo que un gobierno de la oposición llevaría al involucramiento directo en el conflicto y a más penurias económicas, si el país rechazaba importar energía de Rusia. La administración del Fidesz está impulsando todo tipo de subsidios y devoluciones de impuestos a las familias ante la creciente inflación.
Es que Hungría depende profundamente de la importación de gas y petróleo ruso y Orbán viene siendo de los principales aliados de Rusia. Si bien Budapest ha condenado la invasión en foros internacionales y forma parte de la OTAN, no se ha sumado al envío de armas a Ucrania y los últimos días ha rechazado sumarse en bloque a las sanciones en el terreno energético, así como se ha mostrado proclive a pagar las importaciones en rublos, rompiendo la unidad de acción de la UE en este terreno.
Desde Bruselas anunciaron, con motivo de las “violaciones al Estado de derecho”, que está en marcha la suspensión del envío de los fondos de recuperación europeos a Hungría, lo que constituye una fuerte sanción contra el régimen de Budapest. Con todo, no deja de ser un acto de fenomenal hipocresía, orquestado por países cuyos Estados cometen todo tipo de tropelías contra su población y contra los países oprimidos.
Encrucijada
La situación húngara resume buena parte los problemas políticos que afrontan los trabajadores europeos que deben superar a dos bloques que se presentan como antagónicos pero que representan intereses contrarios a los trabajadores. Los países dominantes de la UE encubren su política de expoliación bajo un ropaje democrático, mientras que el discurso nacionalista de la derecha está al servicio de reforzar las prerrogativas estatales para aumentar la explotación obrera y coartar a las libertades democráticas. En Hungría rige la llamada ley de “esclavitud laboral” que obliga a los trabajadores a realizar horas extras y la actividad sindical se haya fuertemente disgregada. El pueblo trabajador húngaro debe desarrollar una política independiente, la derrota del gobierno en el plebiscito sobre la ley homoodiante es un aliciente en ese sentido.
Leandro Morgan
No hay comentarios.:
Publicar un comentario