La crisis económica se agrava como consecuencia de la guerra
La suba de la tasa de interés dispuesta por la Reserva Federal (FED) de Estados Unidos se circunscribió a un modesto 0,25 puntos porcentuales. Los mercados esperaban un aumento superior, pero la FED optó por actuar con suma cautela. El dilema de la autoridad monetaria norteamericana es a qué darle prioridad. El incremento de la tasa de interés viene siendo alentado como una vía para bajar la inflación, que es la mayor de los últimos 40 años, pero existe el temor fundado que esto pueda hundir la economía mundial, que todavía no ha logrado recuperarse del impacto de la pandemia y ha experimentado un repunte extremadamente precario, con más razón ahora, con la crisis desatada a partir de la guerra de Ucrania.
Los funcionarios de la FED han alertado contra las demandas salariales que podrían avivar las tendencias inflacionarias. Los incrementos que se han logrado en Estados Unidos ni siquiera compensan la carestía, asistimos a un retroceso salarial que se aceleró a partir del estallido de la guerra de Ucrania. La advertencia contra los salarios es un recurso alentado por el Estado y la clase capitalista para desalentar los reclamos que crecientemente han empezado a abrirse paso entre los trabajadores.
La inflación tiene otras causas, en primerísimo lugar tiene que ver con una retracción de la oferta. Estamos frente a una huelga de inversiones originada en una caída de la tasa de beneficio. Este retraimiento de la inversión se observa en industrias como la del petróleo y explica que se produzcan aumentos explosivos de precios ni bien aumenta la demanda. La enorme inyección de recursos del Estado puesta en movimiento, en especial a partir de la crisis financiera de 2008, no logró revertir este escenario, de modo tal que en 2020, antes de que estallara la pandemia, el mundo estaba entrando en recesión. Pero esa masa de dinero creada a través de una emisión monetaria ha provocado una creciente desvalorización de la divisa norteamericana. La ayuda estatal terminó yendo a parar a la especulación y no a la esfera productiva. Este bombeo de dinero no solo ha alimentado la suba de acciones y activos financieros, sino también de las materias primas. Y es lo que explica sus bruscas oscilaciones. Recordemos que no hace mucho, en 2020, el precio del petróleo se derrumbó y llegó a tener un precio negativo.
El estallido del Covid acentuó esta tendencia como resultado de la interrupción del proceso productivo y la ruptura de las cadenas de suministro. Ahora la guerra la potencia aún más, terminando de consolidar un escenario combinado de recesión con inflación (estanflación).
En pocas semanas, el precio del barril ha superado la barrera de los 100 dólares, los precios del trigo y otros granos han tenido un salto de hasta un 50%, y asistimos, en general, a una estampida de los precios de las materias primas. Un caso extremo es el del níquel. Tras cotizar a unos 30.000 dólares la tonelada, saltó a 50.000 y luego se duplicó a 100.000 dólares.
Campo minado
Si observamos el panorama aquí descripto, salta a la vista que un aumento de la tasa de interés de la magnitud que se dispuso (asumiendo, incluso, la hipótesis de que se replicarán varios aumentos escalonados en el año de este tipo) no sería suficiente para detener la inflación. La estadounidense ya orilla el 8% y se vaticina que podría llegar al 10%. Aun así, si se concretara el ajuste que se habla, las tasas seguirían siendo fuertemente negativas.
Un aumento de la tasa no va a detener la carestía, pero sí sería suficiente para provocar una turbulencia financiera. Más aún, si la Reserva comenzara a desprenderse de una parte de su cartera de bonos, que asciende a la friolera de 9 billones dólares. Una parte de ella son activos tóxicos de empresas en una situación financiera comprometida, que comprende empresas zombis que, en la actualidad, ni siquiera pueden hacer frente a sus compromisos y vienen refinanciando sus deudas.
Un aumento de las tasas de interés puede terminar por llevárselas puestas. Una advertencia ya la hemos tenido con este primer aumento: casi dos tercios de las 3.000 empresas del Nasdaq (Bolsa donde cotizan las empresas tecnológicas) han caído al menos el 25% de sus máximos; casi el 43% perdió la mitad de su valor y un 20% superó el 75%. Más de 5 billones de dólares se evaporaron en el lapso de pocas semanas.
Por supuesto, la guerra hace más explosiva la situación, pues la escasez de materias primas y el aumento de sus precios han interrumpido el proceso de productivo y puesto en jaque a una parte del mundo corporativo. Un ejemplo emblemático es la principal empresa metalúrgica china, Tsingshan, es el mayor productor mundial de acero inoxidable y un gran consumidor de níquel, que ha quedado tambaleando, con una pérdida de varios miles de millones de dólares.
Los daños son muy serios y se propagan a otras ramas de la actividad económica. Hay que tener en cuenta que cualquier guerra perturba el desenvolvimiento de la actividad económica. Con más razón, la actual, en la cual el teatro de operaciones es la propia Europa, uno de los centros del mundo capitalista. Algunas potencias occidentales, y en particular Estados Unidos, estarían interesadas, al ver el empantanamiento en que se encuentra el despliegue militar de Putin, en postergar un arreglo del conflicto e intensificar las hostilidades en vistas a avanzar más estratégicamente contra Rusia y, por elevación, contra China.
Un escenario de guerra extendido y prolongado en el tiempo frena la actividad económica y erosiona el rebote de la economía mundial, cuando todavía el planeta no ha logrado sacarse de encima la pesadilla del Covid. Ya el FMI ha corregido a la baja sus pronósticos de crecimiento.
Las sanciones económicas contra Rusia, por otra parte, deben ser seguidas con atención, pues pueden volverse un bumerán. Es cierto que éstas están teniendo un impacto muy severo en la economía rusa, pero resta por ver su efecto contagio. La titular del FMI desmintió la posibilidad de una crisis financiera mundial. La exposición del total de los bancos a Rusia es de unos 120.000 millones de dólares, que no es despreciable pero que sería controlable, según la funcionaria. El problema se ha puesto al rojo vivo con el vencimiento de cuotas de la deuda y la posibilidad de un incumplimiento del gobierno ruso. El banco italiano Unicredit ha advertido que se enfrenta a pérdidas de 7.000 millones de dólares ante un agravamiento extremo de la situación. Viene al caso recordar lo ocurrido en 1998, cuando el fondo Long Term Capital Management (LTCM) se hundió tras el incumplimiento de Rusia de su deuda externa y tuvo que ser rescatado por la Reserva Federal. Por otra parte, no es suficiente a la hora de evaluar el riesgo detenerse en el grado de exposición directa de una entidad. Hay que ver qué ocurre, a su turno, con los clientes, pues si ellos están expuestos esto pone en tela de juicio la capacidad de repago de sus obligaciones y, por lo tanto, arrastra a sus prestamistas. Esta circunstancia fue uno de los factores que incidió en su momento en el derrumbe de Lehman Brothers.
Pero, además, a la hora de evaluar las repercusiones del conflicto no podemos perder de vista los instrumentos financieros, derivados, basados a su vez en activos y fondos de cobertura de materias primas en las que Rusia tiene un peso gravitante.
Perspectivas
El escenario actual, más aún si se prolonga la guerra, abre el peligro de un dislocamiento de la economía mundial y eso incluye el sistema financiero internacional.
Como señaló la revista The Economist, las sanciones tendrán consecuencias: “Cuanto más se utilicen, más países tratarán de evitar depender de las finanzas occidentales. Eso haría que la amenaza de exclusión fuera menos poderosa. También llevaría a una peligrosa fragmentación de la economía mundial. En los años ’30, el miedo a los embargos comerciales se asoció a una carrera hacia la autarquía y las esferas de influencia económica”.
China “estará examinando cuidadosamente las implicaciones de las sanciones rusas, porque en una guerra, o incluso en un conflicto por Taiwán o algún otro asunto, Estados Unidos y las potencias occidentales podrían congelar sus 3,3 billones de dólares de reservas de divisas. Otros países, como la India, pueden preocuparse por ser más vulnerables a la presión occidental”, según The Economist (extraído de WSWS, 20/3).
El panorama creado por la guerra podría acelerar la búsqueda de sustitutos a la divisa norteamericana. El escenario bélico pone en el centro del debate la sustentabilidad y consistencia del dólar como moneda internacional, surgido de los acuerdos de Bretton Woods.
Como ha ocurrido en el pasado, el capital pretende salir de su impasse apelando a la guerra, un síntoma inconfundible de putrefacción y agotamiento del régimen social capitalista. Lejos de cerrar el ciclo de las guerras mundiales, estamos frente a la amenaza de una nueva confrontación bélica mundial. En lugar de la expansión de las fuerzas productivas, que ha sido históricamente el motor del progreso de la humanidad a lo largo de su existencia, se abre paso, en una dimensión sin precedentes, un crecimiento de fuerzas destructivas.
Por lo pronto, ya tenemos en desarrollo una nueva catástrofe humanitaria. Por los millones de evacuados, por las miles de víctimas y heridos que se registran en Ucrania, pero también por la nuevas penurias que están sufriendo los pueblos del mundo entero a partir de los estragos que está provocando esta carestía imparable. En particular, la suba de alimentos ha potenciado con una velocidad increíble el hambre en el mundo, que azota a los países emergentes de Africa, Asia y América Latina. Es necesario tener presente que así como la crisis capitalista genera las guerras, simultáneamente, es el caldo de cultivo y el laboratorio de la rebelión de los pueblos y la revolución social.
Pablo Heller
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