En estos días tiene lugar la Asamblea Nacional china, el Parlamento del gigante asiático que se reúne anualmente. En medio del hermetismo general que caracteriza los actos de gobierno, el evento permite obtener algunas pistas del estado de situación en que se encuentra el país, de los problemas con que tropieza y de las medidas y acciones que tiene en vista Pekín. Sin nos guiamos por eso, las señales no son tranquilizadoras. La Asamblea Nacional china fue la ocasión para dar a conocer una nueva agenda económica. Todo sugiere que el plan dista de ser sólido para enfrentar la crisis económica y que algunos de sus objetivos son fantasiosos.
El primer ministro de China, Li Qiang, reveló un objetivo de crecimiento del PBI de alrededor del 5% en 2024. La meta es superior a las previsiones de los economistas, que promediaban el 4,6%. Hay quienes señalan que los anuncios oficiales pecan de optimismo, pues aún con el rebote que ocurrió luego de la salida del Covid y las expectativas que eso despertaron en las autoridades chinas apenas se logró ese porcentaje.
Además, para lograrlo, China necesitaría más incentivos del Estado, pero el déficit fiscal que se proyecta es del 3% para 2024, demasiado exiguo para revertir la curva descendente. Nada que ver con los grandes paquetes de estímulo que Pekín ejecutó en el pasado. Basta recordar que en 2008 representó, ni más ni menos, que el 15 por ciento del PBI. La situación del gigante, sin embargo, no es la misma que quince años atrás, cuya economía está condicionada por una deuda colosal que asciende a casi tres veces el PBI. China ha tratado de contrarrestar su creciente desaceleración económica, apelando a un endeudamiento, cuya persistencia en el tiempo se ha vuelto cada vez más insostenible. Ese endeudamiento, facilitado por la emisión estatal y el crédito barato, ha creado una gran burbuja inmobiliaria que ha comenzado a estallar, como se constata con la quiebra del gigante inmobiliario Evergrande y que se encuentran en la cuerda floja otras inmobiliarias, entre ellas, otra de las grandes, como Country Garden.
El estallido se terminó precipitando cuando el régimen chino quiso poner un freno a la especulación, cerrando la canilla monetaria. El colapso del sector inmobiliario afecta al conjunto de la economía china, si tenemos presente que es responsable, en forma directa o indirecta, del 25% del PBI de la economía china. Asistimos, en este contexto, a una retracción de la inversión y el consumo. Esto es lo que explica que, a diferencia de lo que sucede en las potencias occidentales azotadas por la inflación, en China se registra una deflación: los precios al consumidor cayeron un 0,8% interanual en enero.
Para revitalizar su economía, China necesitaría de un envión del sector privado. Las inversiones privadas representan la mitad del total nacional, pero cayeron un 0,4% en 2023, en gran parte debido a la caída del sector inmobiliario. La inversión extranjera está en su nivel más bajo en 30 años. Los inversores están tan desilusionados que la capitalización de las acciones chinas ha caído en picada. Mientras que la Bolsa norteamericana bate récords, estamos frente a un desplome de las bolsas de Shanghai y Hong Kong, donde se concentran las transacciones en el gigante asiático, que ha perdido más de 6 billones de dólares, lo que representa un tercio del PBI chino.
La corriente se ha invertido y el fenómeno dominante ya no es el ingreso sino la huida de capitales, lo cual está unido a la tendencia cada vez más manifiesta del capital internacional a mudar sus inversiones y relocalizar sus empresas en otras plazas más seguras y con mano de obra más barata, especialmente en el sudeste asiático, pero también en México. Según las cifras publicadas por la Administración Estatal de Divisas el mes pasado, la entrada de capital extranjero en el país en 2023 fue de 33.000 millones de dólares, un 82% menos que el año anterior y la cifra anual más baja desde 1993.
El gobierno no tiene las espaldas para restaurar la confianza entre los empresarios y alentar la inversión privada y tampoco estimular la inversión pública. El régimen chino tropieza con límites insalvables para una política fiscal y monetaria expansiva. Encima, una parte de cada vez mayor del presupuesto debe ser destinada a los gastos de defensa en momentos que las tensiones con Estados Unidos y la escalada militar en torno de Taiwán se incrementa. Por más que se trató de no agitar las aguas y se puso énfasis a un “desarrollo pacífico” de las relaciones con Taiwán, el clima de “guerra fría “domina la escena e incluso la amenaza de una guerra caliente. El gasto en defensa aumentará un 7% este año, por encima de la mayoría de las previsiones para el PBI nominal. Al comenzar la reunión, China firmó un nuevo acuerdo de defensa con las Maldivas (un diminuto país, pero ubicado estratégicamente en cercanías de la India), lo que aumentó las tensiones en el Océano Indico. Importa señalar, además, que un relanzamiento de la emisión monetaria provocaría un debilitamiento del yuan, lo cual, en el actual contexto, podría acelerar una corrida hacia el dólar y un salto explosivo en la fuga de capitales.
Nuevo plan
La burocracia gobernante presentó un plan a largo plazo bajo el lema “nuevas fuerzas productivas”. La idea es ir provocando un giro en la economía china pasando de un sector inmobiliario inflado, inversiones financiadas con deuda y manufactura básica a industrias de alta productividad, como la energía verde, la inteligencia artificial y la industria de alta tecnología.
El nuevo giro plantea una serie de problemas. La cuestión a largo plazo es si la producción de alta tecnología puede reemplazar el lugar que ha ocupado esta última década el sector inmobiliario y la manufactura. Una cuestión inmediata si China expande la producción de alta tecnología, como vehículos eléctricos, almacenamiento de baterías y paneles solares, es donde se venderán estos productos en condiciones de débil demanda interna.
El discurso del primer ministro restó importancia a las exportaciones como motor de crecimiento, presumiblemente para evitar provocar una reacción en el extranjero. Pero la verdad es que el principal destinatario solo podría ser el mercado externo, incluso aplanado a prácticas de dumping, lo que podría amenazar con nuevas sanciones, tanto por parte de Estados Unidos como de la Unión Europea.
No se puede ignorar la guerra comercial y la escalada militar emprendida por Estados Unidos, que impone una lista cada vez mayor de barreras a los chips y otros productos necesarios para el desarrollo de alta tecnología, por temor a que el crecimiento de China por esta vía socave aún más su dominio de la economía mundial. Biden, en este plano, no solo continuó sino que fue más lejos que su antecesor. Coincidentemente con las deliberaciones de la Asamblea Nacional, la Casa Blanca ha tomado nuevas prohibiciones contra los autos eléctricos del país asiático, planteando que sus dispositivos inteligentes, como los teléfonos, que viene al interior de sus unidades, podrían afectar la seguridad estadounidense. Esto es simplemente una pantalla para evitar la competencia china, que podría estar en condiciones de producir autos eléctricos iguales o mejores estándares técnicos, pero a menores precios. Recordemos que ese mismo tipo de argumentos relativos a la seguridad nacional fueron utilizados contra Huawei, antes de que Washington se lanzara a una cruzada contra la empresa.
Esta política proteccionista podría recrudecerse aún más en caso de un triunfo de Trump en la carrera presidencial. El magnate inmobiliario anunció que podría llevar los aranceles de importación a un 60%. Aunque no fue ventilado públicamente, la preocupación acerca del desenlace de las elecciones norteamericanas y sus consecuencias está fuertemente instalada entre los jerarcas chinos.
Perspectivas
Lejos de sacar al mundo de la crisis capitalista, como se auguraba una década atrás, China se ha convertido en un factor de su agravamiento. A las contradicciones propias de la economía mundial capitalista se suman las contradicciones internas del gigante asiático, que asume características explosivas. Habrá que ver si la desaceleración actual termina en un aterrizaje brusco. Hay quienes señalan que las verdaderas cifras sobre crecimiento -que serían más bajas- permanecen veladas por el fuerte hermetismo oficial del régimen; de todos modos, el impasse estaría erosionando las bases de apoyo más cercanas a los círculos dirigentes, empezando por una capa más acodado de la población, que tenía sus ahorros invertidos en el sector inmobiliario e, incluso, parte de ellos, en la Bolsa china. El malestar también abarca a funcionarios y elementos asociados al aparato del Estado en los gobiernos locales, cuya fuente principal de ingresos y hasta de enriquecimiento personal se han visto a afectados por el descenso operado en la venta de terrenos, consecuencia del colapso inmobiliario. De un modo general, la crisis económica en desarrollo pone en jaque toda la base de sustentación del régimen chino. El propio Xi Jinping había señalado años atrás que sin un crecimiento del 8 por ciento peligraba la estabilidad social del país. Por lo pronto, el empleo juvenil supera la friolera del 20 por ciento. El desinfle que se está experimentando augura un panorama social explosivo. Resta ver cuándo este descontento que se está acumulando en la población se traduce en las calles. Sin lugar a dudas, esto le quita el sueño a la elite dirigente y en particular de Xi Jinping, cuya capacidad de arbitraje va a ser puesta a prueba más temprano que tarde. Por lo pronto, los trascendidos sobre cambios en el gabinete circularon con insistencia en el curso de las deliberaciones de la Asamblea Nacional. Antes de que tuvieran inicio las sesiones, se lo apartó de sus funciones al presidente de la Comisión de Valores, Yi Hiuman, en medio del desplome accionario del mercado chino. Todo indica que no será la última cabeza que ruede, exponiendo que la crisis económica empieza a tener una traducción más franca y descarnada en el plano político.
Pablo Heller
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