Una de las constantes en la labor política de los líderes cubanos son los llamados a lograr que el heroísmo y la consagración mostrada por el pueblo en situaciones extraordinarias se conviertan en actitudes cotidianas; cosa que tal vez sea mucho pedir. Raúl por su parte insiste en consolidar lo alcanzado, evitar las acciones espectaculares y siempre ha criticado la “falta de fijador” que hace efímero el entusiasmo y la eficiencia de los primeros días.
Tales aspiraciones no se han generalizado porque, tal vez no se trata exclusivamente de la voluntad de las personas ni de la competencia de los líderes, sino de la falta de idoneidad de las estructuras y de las instituciones que debieran hacer del socialismo un sistema no sólo más justo sino también más eficiente y más democrático.
El fondo de esta problemática, que no es exclusivamente cubana, se relaciona con la apuesta socialista de edificar un orden social preconcebido, basado en la propiedad social sobre los medios de producción, la tierra y toda la economía y la existencia de un Estado comprometido con el bien común, que asume la dirección de la economía, organiza el conjunto de la vida social y, con criterios de equidad, distribuye la riqueza social.
Escribir y teorizar sobre tales proyectos es mucho más fácil que plasmarlos en la práctica, sobre todo porque, para distribuir algo primero hay que producirlo y lograr que naciones formadas por millones de personas y sociedades enteras hagan suyos tales criterios. Se trata ni más ni menos que de modificar elementos de la cultura humana, erradicar ideas y estereotipos establecidos a lo largo de siglos, incluso para algunos ideólogos, es preciso crear un “hombre nuevo”. La enormidad de la empresa sugiere una constancia no de décadas, sino siglos.
En cualquier caso, el loable empeño requiere de una labor de concientización tan eficaz que haga que, generación tras generación, en las buenas y en las malas, la gente que vive en tales medios, se sustraiga de influencias contrarias, logre que sus ideas prevalezcan sobre adversarios, muchas veces mejor dotados económicamente, compartan la propuesta de sus dirigentes y se logre un consenso duradero en torno a la vanguardia y la acompañe en una andadura que requiere renuncias y sacrificios.
El proyecto funciona porque adelanta más de lo que pide y otorga más de lo que demanda. Todo es más fácil cuando se trata de recibir que de aportar. La etapa más dura comienza cuando se adoptan fórmulas para incentivar el trabajo basadas, no en beneficios materiales directos, sino más bien en factores subjetivos relacionados con la ideología y con la conciencia.
No se pudiera impugnar al socialismo por no haberlo intentado y por no persistir en el empeño, ensayando en más de una docena de países, a lo largo de más de medio siglo, multitud de fórmulas, desde el movimiento stajanovista a la emulación socialista. A pesar del enorme retroceso que ha significado la quiebra del proyecto socialista eurosoviético, nadie pudiera sostener que el esfuerzo fue totalmente en vano.
Es probable que muchos de los problemas relacionados con la lentitud, los reveces y el fracaso de la mayoría de aquellos proyectos, se asocien a la contumaz repetición de errores, relacionados con la copia de la matriz original constituida por el socialismo soviético y trasladada al resto de los países, donde esclarecidos líderes y esforzados pueblos, no pudieron llevar a feliz término el primer empeño.
Excepto la idea de la democratización defendida por Trotski en los años veinte, el proyecto conocido como La Nueva Política Económica (NEP) propuesto por Lenin y nunca desplegado y la Rectificación de Errores promovida por Fidel Castro en los años ochenta, antes incluso de que Gorbachov iniciara su Perestroika, no hubo esfuerzos realmente significativos por introducir cambios de fondo que propiciaran la viabilidad del sistema. Las reformas húngara y polaca de los años cincuenta y la checoslovaca del 68, fueron más bien movimientos políticos.
Capitulo aparte son los procesos actualmente en curso en China y Vietnam, países con experimentadas direcciones y únicos casos en que las reformas económicas han tenido calado suficiente como para rozar las estructuras de la propiedad social socialista, reivindicar sin excesos no asimilables las relaciones monetario mercantiles, modificar criterios en cuanto a la distribución de la riqueza social y administrar el sistema para permitir márgenes a la iniciativa económica de los ciudadanos, dar participación a los residentes en ultramar y otras medidas, conservando un sistema político basado en un Estado rector, esencialmente benefactor, conducido por un partido único que orienta el desarrollo hacía un peculiar modelo socialista.
Urgida de avanzar en el desarrollo y la eficiencia de su economía, única manera de hacer sostenibles sus generosas y muy avanzadas políticas sociales, enfrentando el bloqueo y la agresividad norteamericana, todo ello en el contexto de una abusiva economía mundial, mucho antes del desastre provocado por los huracanes Cuba, con el mismo liderazgo que inició la construcción del socialismo, se planteó, entre otras medidas para perfeccionar el sistema, la necesidad de introducir “reformas estructurales”.
Aunque la alta dirección cubana ha preferido la parquedad y no ha sido explicita en cuanto a la naturaleza y alcance de tales reformas, se presume que se trata de acciones de fondo, dirigidas a resolver los problemas asociados a la eficiencia e intensificación de la economía, la racionalidad en el uso de la tierra, la elevación de la productividad del trabajo, el empleo competitivo de su voluminoso capital humano, la eficiencia en la gestión comercial, el despegue de la industria ligera, la ampliación de los espacios a la iniciativa económica de los ciudadanos, el cese de la dependencia de las importaciones y otros elementos asociados al modo de producción, sin dañar sensiblemente las bases del sistema en su conjunto.
Resulta evidente que procesos de semejante naturaleza, realizados bajo el asedio de Estados Unidos que arrastra a absurdas políticas anticubanas a sus aliados europeos y en todo el mundo suponen riesgos enormes, aconsejan prudencia y plantean dificultades que no existen para otros países.
En un momento extraordinariamente sensible y en medio de difíciles equilibrios, la zaga de los huracanes plantea una tragedia de proporciones imposibles de minimizar y que pudieran introducir la tentación de aplazar proyectos y retardar las reformas pensadas, las cuales probablemente auspiciarían avances, no sólo para la solución de los problemas previos, sino para los creados por tan lamentable eventualidad.
Desde la posición de un militante comprometido, practicante de la necedad al estilo de Silvio Rodríguez, quisiera creer que la tragedia nacional a que nos arrojó Ike, curiosamente homónimo del presidente norteamericano de apellido Eisenhower, que vio nacer la Revolución Cubana e inició medio siglo de odio contra ella, lejos de ralentizar o paralizar esos procesos, los hará más urgentes y profundos.
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