«[Ella] no recorre más, con sus pasos de pájaro alegre, los caminos que ayudó a construir con la llama de sus ojos y el fuego de su sueño. Alma de esta Casa, bandera de su pueblo, su vida y su obra perduran, y permanece intacta su luminosa esperanza. Quiero que mis primeras palabras sean para ella, para mi amiga Haydee Santamaría.»
Así inició el compañero Thiago de Mello el discurso con que dejó inauguradas las tareas del Premio Literario Casa de las Américas en 1985. No encuentro mejor manera de comenzar esta intervención que citar y hacer nuestras esas líneas, tan emocionantes como justas, del fraterno poeta amazónico.
La Casa de Haydee cumple este año el primer medio siglo de existencia, y estamos en el deber de rendir cuentas a su memoria sobre cómo ha seguido viviendo, más allá de su desaparición física, la Casa de las Américas. Creo que podemos decir, sin asomo de jactancia, que las lecciones de Haydee no cayeron en el vacío. Una de las últimas creaciones suyas aquí fue el Centro de Estudios del Caribe, que celebra ahora, de varios modos, su trigésimo aniversario. En esa dirección se organizaron más tarde el Archivo Memoria de la Casa y el Programa de Estudios de la Mujer. Y hace poco fue anunciado que contaremos en lo adelante con el Programa de Estudios sobre los Latinos en los Estados Unidos. En otros órdenes, se ha enriquecido el Premio Literario, que nos convoca este día, con los Premios Honoríficos José Lezama Lima, José María Arguedas y Ezequiel Martínez Estrada; se han retomado, en la estela del inolvidable Manuel Galich –quien da nombre a una de las salas de la Casa–, las tareas de la escena con hechos como la temporada Mayo Teatral; se conservan activas, y con frecuencia renovadas, las labores editoriales –en libros, revistas y discos– y las que se acometen en torno a la literatura, la música y las artes plásticas: ejemplificadas estas últimas por dos nuevas galerías de arte, una con el nombre de la propia Haydee, y otra con el de Mariano –el gran pintor que sucedió a Haydee al frente de la institución–, para no insistir en que en el edificio principal de la Casa, donde nos encontramos, sigue existiendo la Galería Latinoamericana –que dentro de unos días acogerá una muestra de Matilde Pérez y luego, a lo largo del año, de otros artistas cinéticos–, y se ofrecen exposiciones como la presente, De la abstracción…al arte cinético; realizamos dos Encuentros de Intelectuales por la Soberanía de los Pueblos de Nuestra América; nos valemos de nuevas tecnologías; se está ampliando en espacio y funciones nuestra Biblioteca; en los momentos más duros del duro período especial en tiempo de paz hicimos nacer la Red Casa de las Américas y luego cursos, que han permitido a la Casa ampliar su radio de acción y mantenerse con sobria dignidad; y menciono por último, sin que ello implique jeraquizacíón alguna, que no solo hemos conservado antiguas relaciones, sino que las hemos incrementado con gente nueva, que con frecuencia no había nacido aún cuando la Casa se fundó, lo que es válido también en lo que toca a los actuales trabajadores de la Casa de las Américas. Un ejemplo claro de ello lo encarna el compañero que desde hace tiempo dirige con acierto el área de la Casa encargada de organizar las tareas de este Premio: el Centro de Investigaciones Literarias, fundado más de cuatro décadas atrás, cuando dicho compañero no tenía todavía cinco años, por el queridísimo Mario Benedetti. Y otro ejemplo es que proyectamos realizar el próximo diciembre el II Encuentro de Jóvenes Artistas y Escritores de la América Latina y el Caribe, el cual se llamará Casa tomada, en alusión obvia a la Casa, tomada como debe ser por jóvenes, y al cuento homónimo del entrañable Julio Cortázar. Es decir, que le hemos sido fieles a Haydee del único modo que la complacería: creciendo.
En la Casa, la guerrillera que nunca dejó de ser Haydee se volvió también, para decirlo en términos de Gramsci, una organizadora privilegiada de la cultura, y era una fiesta verla entrar, como una ráfaga de luz, en reuniones que ella hacía hondas e inacabables; y asisitir a sus diálogos con pintores como Matta u Obregón, músicos como Luigi Nono, Víctor Jara o los muchachos tan comprendidos y defendidos por ella que crearían en Cuba el Movimiento de la Nueva Trova, teatristas como Atahualpa del Cioppo o Enrique Buenaventura, escritores, investigadores y animadores culturales como Camila Henríquez Ureña, Arnaldo Orfila, Benjamín Carrión, C. L. R. James, María Rosa Oliver, Alejo Carpentier, Luis Cardoza y Aragón, Juan Bosch, Jorge Zalamea, Efraín Huerta, Darcy Ribeiro, Ángel Rama, Aquiles Nazoa, Gerard Pierre-Charles, Rodolfo Walsh, José Agustín Goytisolo o Roque Dalton: criaturas complejas, pero no más que ella. Y el proverbio griego asegura que solo el fuego conoce al fuego.
A quienes tuvimos el privilegio de trabajar junto a ella nos dijo muchas veces que debíamos aprender a andar sin muletas. Quizá entonces no entendimos, o no queríamos entender, que nos preparaba para que supiéramos sobrevivir sin su deslumbrante presencia. Cuando, dolorosamente, dejamos de contar con esa presencia insustituible, nos quedó el ejemplo de su lealtad a lo mejor de la Revolución Cubana, su amor encendido por nuestra América y los pobres de la tierra, su estilo de trabajo, su aliento, su audacia, su sensibilidad, su espíritu transgresor.
Sin embargo, por grande que sea –que es– nuestro amor por Haydee, sabemos bien que ella no nos pertenece solo a nosotros. En 1959, al echar las bases de la Casa de las Américas, ya era una leyenda viva de Cuba: había estado junto a Fidel y Raúl en el Moncada y en la Sierra Maestra; junto a Frank y Vilma en el alzamiento de Santiago de Cuba que preludió la llegada del Granma; había llevado a cabo peligrosísimas misiones clandestinas.
Y tampoco pertenece solo a Cuba: si fundó y condujo la Casa de las Américas, también presidió, a mediados de 1967, la Conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS). Por cierto que quienes asistimos a dicha Conferencia no podremos olvidar que al descorrerse el telón para el acto inaugural, se mostraba una gran imagen del Libertador Simón Bolívar; y cuando el telón se abrió para el acto de clausura, la gran imagen que se mostraba era la del Che, el cual peleaba entonces al frente del que se propuso ser un ejército bolivariano del siglo XX.
La Casa de las Américas, con su formidable equipo de trabajadores manuales e intelectuales, equipo orientado directa o indirectamente por Haydee, puede cumplir cincuenta años porque los ha cumplido la Revolución martiana y fidelista que creó la Casa apenas cuatro meses después del triunfo. Y el balance de esa Revolución está hoy a la vista de todos: lo está haciendo, en actos fundadores, la América Latina y el Caribe que vive un momento excepcional de su historia. Con cuánto orgullo Haydee hubiera contemplado esta América nuestra que reclama la presencia de Cuba y donde ha vuelto a ponerse de manifiesto el valor de tantos luchadores políticos y sociales, y también el de incontables escritores y artistas cuyas obras ella contribuyó a difundir con generosidad y espíritu abierto.
Esta, Haydee, ha empezado a ser la nueva América con la que soñaste y por la que combatiste con denuedo y amor, la de la segunda y definitiva independencia reclamada desde el siglo XIX por visionarios como Bilbao y Martí. Tus luchas y tus sacrificios no fueron en vano, y aún nos esperan capítulos imprescindibles. En ellos tu leyenda volverá a relampaguear, como lo hace y lo hará en las múltiples faenas emprendidas por tu Casa de las Américas. Glosando la carta de despedida que el Che hizo llegar a Fidel cuando salió a pelear en «otras tierras del mundo», y la que le escribiste al Che tras su asesinato, te decimos con el corazón: «Hasta la victoria siempre, Haydee querida».
* Palabras leídas el 2 de febrero de 2008, al inaugurarse las labores del jurado del Premio Literario Casa de las Américas de ese año.
Roberto Fernández Retamar
Cubarte
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