martes, febrero 03, 2009

Marcos Ana En Cuba

El destacado poeta español, entrañable amigo de Cuba, ha estado durante varios días en Cuba, presentar su libro de memorias Decidme como es un árbol en la Feria del Libro.
Tras conversar con sus lectores en la Fortaleza de la Cabaña, en ameno y hondo diálogo con Magda Resik, el sábado 16 de febrero en horas de la mañana sostuvo un emotivo encuentro
con sus colegas de la Asociación de Escritores. Accedió a que publicáramos como primicia un grupo de poemas y las páginas finales de sus memorias en Palabra del mundo

DECIDME COMO ES UN ÁRBOL
(Memoria de la prisión y de la vida)
Reflexiones finales
Ahora, al terminar de escribir estas memorias y recuerdos, acabo de cumplir 87 a los de edad. No sé si tendré tiempo para prolongarlas y para asumir los numerosos compromisos que me rodean. Sigo viviendo en una vorágine. A veces me entran deseos de poner punto final, no descolgar el teléfono, no responder el correo, vivir sin la angustia de controlar mi tiempo y leer y pasear rompiendo el aire con la cabeza vacía de preocupaciones…
Mi vida se ha formado en el sacrificio de la lucha, en una entrega total, sin reservas ni cálculos personales.
Hoy, cargado de años y de heridas, unas tristes, otras luminosas, con mi espalda reclinada en el atardecer del otoño «podría decir» frente a las obligaciones que aún siguen exigiéndome: dejadme ahora el resto que me queda para vivir o desvivirme, dueño de mi tiempo, egoísta por primera vez, encerrado en mi pellejo sin la más leve porosidad. Dejadme andar por dentro de mí mismo, recuperar los paisajes perdidos o los sueños que nunca se hicieron realidad.
Entregué el azul más azul de la primavera, la roja pasión del estío, la dorada madurez del otoño. Dejadme ahora, solo y libre, adentrarme en el invierno final, abrigado por rescoldo de lo que fue o pudo ser mi vida.
Pero no tengo derecho ni a pensarlo. La vida y la lucha por un mundo más justo continúan. Y solamente el que se excluye se siente verdaderamente solo. He vivido la vida que he preferido vivir, la vida dura pero noble de un revolucionario. Y a pesar de los naufragios sufridos y las decepciones que la lucha y la vida a veces nos deparan, si mil veces naciera mil veces volvería a ser lo que soy y a pensar como pienso.
Replegarme ahora sobre mí mismo sería encerrarme en la soledad más temible: la de sentirme solo en medio de los demás. El bosque de mi generación se va despoblando poco a poco y yo sigo en pie como un árbol milagroso, quizás porque no he perdido la apasionante costumbre de vivir y de luchar para algo que vaya más allá de mí mismo. Sigo y seguiré en el camino, luchando, amando, repartiendo las rosas tardías de mi vida «aparcada», tanto tiempo. Llegué muy tarde a mi juventud, pero como dijo Picasso «hace falta tiempo, mucho tiempo para ser joven».
Sería imposible, aunque trate de ocultarlo, que a mis 87 años no piense en esa sombra oscura que me ronda y se acerca poco a poco y que me acechó tantas veces. La siento, percibo sus pasos sigilosos, ahora no viene armada de fusiles, sino con su inapelable Ley natural bajo el brazo…
Cuando recobré la libertad no pensaba en el tiempo perdido o arrebatado. Tenía cuarenta y dos años, salía con la juventud intacta, la vida me abrió sus brazos generosamente y la viví con intensidad, como la soñaba en la cárcel.

Si salgo un día a la vida
mi casa no tendrá llaves.
Siempre abierta, como el mar,
el sol y el aire.
Que entren la noche y el día
y la lluvia azul, la tarde.
El rojo pan de la autora;
la luna, mi dulce amante.
Que la amistad no detenga
sus pasos en mis umbrales,
ni la golondrina el vuelo,
ni el amor sus labios. Nadie
Mi casa y mi corazón
nunca cerrados: que pasen
los pájaros, los amigos,
el sol y el aire.
Todo era futuro para mí y el final del camino estaba lejos. Me sentía eterno. Los años pasados en prisión en lugar de angustiarme daban más valor a todo lo que vivía, en una dimensión especial, con un goce profundo y tembloroso. Sentir la libertad, pisar la hierba, mirar el azul del cielo o las estrellas, amar a una mujer, poner mi mano sobre la cabeza de un niño, estrechar a mi hijo entre mis brazos, todas esas sensaciones que para los demás son como bienes naturales, a mí me arrebatan de placer y sorpresa y me estremecía de felicidad al descubrirlas y poseerlas.
Es ahora, cuando el río está a punto de llegar al mar y desvanecer en la nada, cuando me angustian aquellos 23 años que me robaron, toda mi juventud y la mitad de mi vida. Aunque quizás no debemos contar la vida por años, sino por la intensidad con que la hemos vivido. Y los años sufridos en prisión fueron más bien ganados que perdidos, pues los viví con tanta pasión en aquel crisol de dignidad, que dieron una dimensión especial y un sentido más profundo a mi existencia. Pero el tiempo, mi tiempo, se va, no puedo negociar con él, ni detenerle, me agarro a sus crines y me arrastra desbocado y silencioso hacia el final de la vida.
Ya no me queda futuro para ver la victoria plena de nuestros redentores y nobles ideales. Lo verán y la disfrutarán nuestros hijos, o los hijos de nuestros hijos. Las medidas humanas no siempre coinciden con las medidas históricas y es muy difícil que los procesos revolucionarios de fondo se culminen en el espacio de una vida. Confío en las nuevas generaciones, en cuyos surcos hemos sembrado nuestra historia. Ellas proseguirán nuestra lucha por un mundo más justo y humano, un mundo sin hambres y sin guerras, sin desigualdades sociales, donde el sol salga y caliente para todos.
Estoy orgulloso de mi vida, de los camaradas que me acompañaron en la lucha, de las nobles ideas que dieron sentido a mi existencia, y sigo pensando que vivir para los demás es la mejor manera de vivir para uno mismo.
… Has de saber morir por los hombres,
y además por hombres que quizás nunca viste,
y además sin que nadie te obligue a hacerlo,
y además sabiendo que la cosa más real y bella es vivir.*


* Versos del poeta turco Nazim Hikmet, entrañable amigo y camarada del poeta español

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