Bashar al-Asad se ha librado del golpe estadounidense y ha logrado una victoria de las fuerzas del “rechazo” sobre el imperialismo. Así, la destrucción de las armas químicas sirias de las que se decía que se poseían para lograr una paridad estratégica con la Israel nuclear se ha convertido en una victoria sobre EEUU. ¡Ay de mí que los lapsus han ocupado el lugar de la lengua!
Hoy ha ganado el antiimperialismo como ganó en la derrota de 1967. Entonces, los filósofos del Baaz emitieron la fetua de que el ataque israelí fracasó porque no logró derrocar a los regímenes progresistas. La mentira se creyó y los árabes vivieron el éxtasis de su gran victoria entre escenas de napalm. Los nuevos refugiados y los soldados que vagabundeaban sobre ellos estaban descalzos. Después Israel ocupó el Sinaí, el Golán y Cisjordania. En cuanto al frente de la oposición siria, que nos ha hartado repitiendo en la televisión la inevitabilidad del golpe, a pesar de sus múltiples enfermedades, no ha logrado una destreza equiparable a la de los antiimperialistas en la fabricación de mentiras. Por eso, se ha replegado en sí misma, condenando la traición del aliado estadounidense que nunca fue aliado más que en su imaginación.
Era posible tragarse este vacío y decir que no había nada nuevo bajo el sol de los árabes tachonado del vacío de las palabras, si no fuera porque estas palabras vienen a tapar la sangre y lavar el crimen del carnicero de Damasco y el dictador de Siria, convirtiendo la cuestión del crimen en una cuestión sobre el instrumento usado, no sobre la responsabilidad del criminal.
Las palabras son ahora una carga vergonzosa: ¿cómo hablar en medio del "manicomio" de analistas estratégicos que han convertido la política en una broma? En vez de sacar lecciones del ajedrez estadounidense y ruso ahogado en sangre, las palabras vagabundean y los análisis se pierden. La política se ha convertido en un rompecabezas que necesita astrólogos. Venid e intentemos salir de este oscuro túnel para leer la partida de ajedrez que ha llegado a su increíble culmen con la propuesta estadounidense de destruir las armas químicas sirias, convertida en un proyecto ruso con el que el régimen de Asad no ha tardado en mostrar su acuerdo de forma pasmosamente “holgada” y sin reservas.
No hay duda de que estamos ante dos jugadores diestros que saben bien cómo convertir los puntos de debilidad en puntos fuertes, y esa es una de las definiciones de la diplomacia. Pero debemos señalar primero la ausencia del jugador sirio o árabe, pues este no ha podido llegar siquiera a ser peón, sino que se ha convertida en una mera casilla del ajedrez y todos los intentos de Walid al-Muallim y Bashar al Ya’fari de peonizar (convertir en peón) a su maestro químico han fracasado.
EEUU se enfrentaba a un verdadero callejón sin salida, pues la línea roja había sido cruzada en la salvaje masacre química de Al-Ghoutta, y Barack Obama debía seguir la vía de la débil y simbólica acción militar sin querer enfrentándose además al rechazo de la opinión pública estadounidense y occidental a cualquier aventura militar tras el fiasco estadounidense en Iraq.
A Obama, el dubitativo y moderado que no quiere derrocar al régimen (y aquí está el quid de la historia) lo encontró de frente el halcón Putin, que no obstante es incapaz de entrar en la guerra para salvar a su cliente sirio. Así la duda se reunió con la impotencia para diseñar uno de los mayores engaños diplomáticos de nuestro tiempo. En un lapsus linguae, Kerry se sacó el proyecto químico de la manga y Lavrov lo recogió para convertirlo en una propuesta, tras la que Walid Al-Muallim solo tuvo que leer con voz temblorosa, como si leyera el texto por primera vez, la aceptación siria y demás cuestiones.
El lapsus linguae estadounidense fue una obra de teatro, pues las líneas generales del acuerdo fueron definidas en la cumbre de San Petersburgo en un ambiente dominado por los ceños fruncidos de los líderes estadounidense y ruso, pero que no era un ceño provocado por las diferencias en sus puntos de vista, sino por el lío en que ambos líderes se habían visto envueltos por Siria.
Las cosas han terminado, pero el acuerdo químico puede ser el primer paso para la subestimación de la cuestión siria por parte de ambas grandes potencias y dejarla aislada o en cuarentena a merced de los asesinatos y el terrorismo, manteniendo atados sus repercusiones y previniendo su expansión. Mi lectura de este acuerdo, por tanto, es que no es un paso para acabar la guerra en Siria, sino para organizarla e intentar limitar sus efectos. La desposesión de las armas químicas tranquiliza a Israel y ese es el objetivo de EEUU; da una tregua temporal de vida al régimen sirio, que es lo que quieren los rusos; y no permite que el pueblo sirio venza a sus verdugos, que es lo que quieren EEUU y Rusia.
No hay duda de que estamos ante una diplomacia condimentada que ha venido a tapar la incapacidad y las dudas, e insinúa que lo que se conoce como régimen internacional, que sigue en formación, ha logrado eliminar la mecha de la guerra mientras se trataba uno de los más complicados problemas internacionales.
El régimen sirio, y con él el coro de antiimperialistas, bailan por su victoria, sabiendo que una de las causas de las dudas estadounidenses no es el miedo de ellos, sino por ellos, pues no quieren que caigan. El imperialismo estadounidense no cree en la capacidad de sus amigos ni sus agentes de conformar un régimen que garantice la seguridad de Israel como ha hecho el régimen de Asad durante cuatro décadas. Además de que teme la influencia de las corrientes islamistas radicales en la oposición siria, una influencia cuya esencia se retrotrae a sus colaboradores árabes que han encontrado en las corrientes takfiríes una receta lista para asesinar el espíritu de la revolución y la democracia y convertirla en una lucha destructiva entre suníes y chiíes.
El callejón, por tanto, no es el de los EEUU y Rusia en la partida de ajedrez siria, que Putin ha convertido en su ventana de retorno a la política internacional como socio especulador, sino que es el callejón del pueblo sirio en su enfrentamiento con la dictadura, que ha confirmado que las armas de destrucción masiva que posee no estaban preparadas contra Israel, sino que fueron creadas especialmente para el genocidio del pueblo sirio y la destrucción de las posibilidades de cambio.
La dictadura ha logrado convertir Siria en una casilla del tablero de ajedrez en que se enfrentan dos jugadores internacionales sobre ríos de sangre y lágrimas, y ha confirmado que el crimen no tiene límites. Sin embargo, no logrará quedarse en el poder, ni logrará aplastar la voluntad del pueblo de los sacrificios, la resistencia y la perseverancia.
Por ello apostamos.
Elías Khoury
Al-Quds al-Arabi
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