jueves, septiembre 12, 2013

La sombra del Chicho



Un libro acaba de revolver el avispero con la conclusión de que al ex presidente chileno lo mataron mientras defendía su gobierno. Pero otros autores dicen que fue un suicidio.

Que se suicidó con un fusil AK 47 que le regaló Fidel Castro, que lo hizo con un arma corta, que lo mataron de dos balazos en plena defensa del Palacio de La Moneda, que la Corte ratificó la primera hipótesis y cerró la investigación, que se aceptó un recurso en Casación para reabrir el caso este año. La muerte del presidente Salvador Allende tiene en Chile dos interpretaciones posibles aun cuarenta años después. ¿Qué sucedió aquel 11 de septiembre de 1973 cuando lo derrocaron? La respuesta se bifurca en varias direcciones. Un libro de la periodista y magíster de la Sorbona Maura Brescia acaba de revolver el avispero con la conclusión de que lo mataron mientras defendía a su gobierno. Pero otros autores, como el doctor en Filosofía Hermes Benítez, autor de Pensando a Allende, editado en febrero pasado, confía en la versión oficial, aunque con reservas.
“El presidente Salvador Allende no se suicidó, murió combatiendo y nunca habló de rendirse”, sostiene Brescia. La autora de La verdad de su muerte. Mi carne es bronce para la historia, hace críticas a la versión aceptada oficialmente hasta ahora: “Se impone el deber de esclarecer la verdad sobre este hecho. Este trágico episodio se transformó en el caso más emblemático de la historia de Chile y en uno de los hechos más trascendentales del período contemporáneo. La legitimidad de la muerte de Salvador Allende no es patrimonio de quienes, por interés o temor, han certificado su suicidio”.
A diferencia de Brescia, el investigador Benítez, quien se exilió en Canadá tras el golpe del ’73, da crédito a los testimonios de varios testigos que presenciaron el ataque a La Moneda desde su interior. Después de mencionar en su libro a Miria Contreras, La Payita, una estrecha colaboradora del presidente, y los médicos que asistían a Allende, José Quiroga y Patricio Guijón, sostiene de estos últimos que “vieron, efectivamente, cuando él debió dispararse”. Y sitúa el hecho en el pasillo que da a la puerta de la calle Morandé 80, por donde se ingresa aún hoy a La Moneda.
En 2011, citado por dpa y ANSA, Guijón declaró: “Vi cuando se le volaron la cabeza, los huesos y la masa encefálica. Estaba sentado en un sillón apoyado en la pared que mira hacia la calle; había un ventanal grande y tenía la metralleta entre las manos y vi la explosión del cráneo”.
Otro médico, Luis Ravanal, quien no fue testigo de los hechos, pero como forense integró el Servicio Médico Legal de Chile (SML), en 2008 elaboró un informe basado en la autopsia original efectuada a Allende en el Hospital Militar: “En ella se estableció que había dos impactos de bala incompatibles con un disparo suicida”. Así desmintió el testimonio de Guijón.
A pesar de contradecir la teoría del magnicidio, Benítez cuestiona una parte de la versión oficial que habla del arma utilizada por el presidente socialista para suicidarse. Sobre este hecho polemizó públicamente con el destacado periodista chileno Camilo Taufic, fallecido en 2012.
El autor de Pensando a Allende dice: “Por medio de la hipótesis que presento y argumento en mi libro sostengo que el presidente, aunque se quitó la vida, como lo afirma la totalidad de los sobrevivientes del combate de La Moneda, no lo hizo con su fusil AK, sino con un arma corta que debió haberse encontrado a su alcance aquella tarde”. Esta disquisición sería como la polémica dentro de la polémica.
La discusión sobre cómo aconteció la muerte y qué tipo de arma se utilizó para provocarla, en Chile levanta críticas desde hace tres décadas. Uno de los protagonistas del 11 de septiembre del ’73, Carlos Jorquera, el secretario de Prensa de Allende, sostiene: “Y quienes se interesan por saber si Chicho se mató o lo mataron, simplemente no pueden entender lo que pasó en La Moneda” (del libro de su autoría, Chicho Allende, editado en 1990).
Brescia, en la investigación para su libro, aportó declaraciones de oficiales y soldados de los tres regimientos que ingresaron a la Casa de Gobierno aquella tarde de hace cuarenta años. La información que descubrió incluye estudios médico-legales y balísticos. En el capítulo cuarto de La verdad de su muerte. Mi carne es bronce para la historia, la periodista cuenta: “Alfa Uno era el plan del cerco, ataque y toma del Palacio de La Moneda, con el propósito de hacer prisionero a Salvador Allende y preparar después su suicidio en condiciones parecidas a la autoeliminación de un antiguo presidente chileno, José Manuel Balmaceda, en 1891”.
Más adelante agrega: “Durante media hora los escenificadores buscan una forma creíble de suicidio para un cadáver ametrallado. Se acuerda destrozarle la cabeza con balas de subametralladora, cambiar algunas piezas de su ropa y poner el cadáver en otro sitio más adecuado, ya que el Salón Rojo, lugar original de su muerte, está destruido y en llamas, al igual que el despacho de trabajo del presidente”.
Otros detalles de su libro son escalofriantes: “Los hombres del Servicio de Inteligencia del Ejército eligen el Salón Independencia, un lugar privado, de descanso y recepción de visitas, hasta donde arrastran el cuerpo sin vida de Allende. Sacan del cadáver los pantalones color marengo, que están perforados y ensangrentados a la altura del vientre. Le ponen pantalones de color azul, tomados de uno de los tantos cadáveres que hay dentro de La Moneda”.
Brescia concluye que todos los peritos que revisaron el cadáver de Allende coinciden en que, como mínimo, dos proyectiles le causaron la muerte. Basada en su libro, la Corte de Apelaciones chilena aceptó un recurso de Casación presentado por los abogados Roberto Celedón y Matías Coll, y lo elevó a la Corte Suprema, que deberá resolver si ratifica la tesis oficial o considera que el presidente resistió hasta que lo mataron. En diciembre de 2012, el juez Mario Carroza había cerrado la investigación. Ahora el caso se reabrió.

Gustavo Veiga
gveiga12@gmail.com

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