El poder cambia de manos en Burkina Faso: El presidente Campaoré, que llegó al poder en 1987 en un golpe diseñado en Occidente, se refugia en el sur del país.
Una revuelta popular con centenares de miles de ciudadanos en la calle y que ha dejado entre cuatro y treinta muertos, según las fuentes, ha acabado con los 27 años de presidencia de Blaise Campaoré en Burkina Faso (antes Alto Volta), uno de los países más pobres del mundo.
Radio Omega, una emisora local de Uagadugú, la capital del país, informó poco después de medio día de la dimisión del presidente, “a fin de permitir un proceso de transición con elecciones libres en un plazo máximo de noventa días”.
Aunque la situación es algo confusa porque el general Honoré Traoré, jefe de las fuerzas armadas, dice haber asumido el poder, el abandono del presidente Campaoré parece definitivo. Un convoy fuertemente armado de sus partidarios le ha trasladado a la ciudad de Po, junto a la frontera con Ghana, en el sur del país.
La ciudad es sede de una unidad militar que es particularmente afín al presidente saliente, lo mismo que el mencionado general Traoré. Precisamente por eso, para evitar una continuidad camuflada, las manifestaciones populares, que este jueves tomaron por asalto e incendiaron el parlamento y la sede de la televisión, continuaron este viernes vilipendiando al nuevo general y aclamando a otro militar retirado, Kuamé Lugué, muy popular en la calle.
Clave para la gran revuelta popular ha sido el malestar ante el proyecto de modificación constitucional de Blaise Campaoré. Desde hace meses la oposición contestaba la reforma del artículo 37 que limita a dos quinquenios el mandato presidencial. Ese límite impedía a Campaoré, de 63 años, volverse a presentar en 2015.
La indignación no se entiende sin tener en cuenta que el presidente ya había reformado en dos ocasiones, en 1997 y en 2000, ese artículo, primero anulando la limitación, luego introduciéndola con un tope de dos mandatos de siete años, y finalmente, en 2005, estableciendo dos mandatos de cinco años, lo que le permitió volver a poner el contador a cero. Esa cuenta caducaba ahora en 2015 y se quería volver a reformar para perpetuarse en el poder monopolizado durante 27 años. Resultó demasiado.
En París, frente a la embajada de Burkina Faso, en el boulevard Haussman, la oposición “burkinabé” organizaba una manifestación de júbilo.
“Lo que ha pasado no ha sido inesperado, hacía años que las organizaciones de la sociedad civil y los partidos políticos fortalecían su acción para echar a Campaoré”, explica el doctor Didier Ouedraogo, presidente del movimiento burkinabé por los derechos del hombre y coordinador de la manifestación parisina, que reunió a gente bailando al ritmo de los tambores en plena calle.
Blaise Campaoré llegó al poder el 15 de octubre de 1987, en un golpe de Estado en el que se asesinó a sangre fría al popular presidente anterior, Thomas Sankara, y a otros doce de sus partidarios. Fue una traición, pues Campaoré era entonces el brazo derecho de Sankara. La muerte y memoria de aquel extraordinario presidente revolucionario africano, un hombre que fue a contracorriente de su época, ha perseguido a Campaoré a lo largo de estos 27 años, y también ha inspirado a la oposición.
Nacido en 1949, Thomas Sankara fue el artífice de la revolución del país, que entonces se llamaba Alto Volta, del año 1983. El suyo fue un movimiento claramente a contracorriente de la época: cuando el bloque del Este comenzaba su definitiva quiebra, y mientras en el mundo occidental se afirmaba la involución neoliberal de los Reagan y Thatcher, asumida poco después por la socialdemocracia, en Francia claramente a partir de aquel mismo año por Mitterrand.
Sankara cambió el nombre del país, un producto semántico-geográfico de la colonización, para adoptar el de Burkina Faso, que significa el país de los hombres íntegros en una fórmula que mezcla palabras de dos de las lenguas del país. Sankara renunció al estilo tradicional del gobernante africano en sintonía con el neocolonialismo. Uno de sus primeros gestos fue vender la flota de Mercedes de los funcionarios del gobierno. Él se movía en un viejo Renault 5. Potenció la producción local y la autosuficiencia, combatió la corrupción y animó la emancipación femenina y el trabajo de los agricultores.
“El equipo que rodeaba a Sankara era gente voluntariosa y muy comprometida, pero con un nivel de cultura universal muy bajo y un horizonte muy pequeño”, explica el periodista Pedro Canales, uno de los españoles que vivió aquellos años en Burkina Faso, organizando la prensa local, el diario Sidwaya y la revista Carrefour Africain. “Sankara era diferente; un idealista apasionado, con un sentido de la vida muy profundo, que cantaba y bailaba en los bailes populares a los que acudía con su mujer Mariam y sus dos hijos, Philippe y Auguste”, dice Canales.
“Pese a sus debilidades, Sankara dio una clara esperanza a la población, su política era una ruptura con el control de las potencias extranjeras sobre nuestro país”, dice el doctor Didier Ouedraogo. “Esa tendencia hay que relanzarla y es plenamente actual para toda África y para Burkina Faso. Sankara no pudo realizar la soberanía, pero con Blaise hemos ido claramente hacia atrás”, opina.
Gracias a una relativa libertad de expresión y pluralismo político, Campaoré se hizo presentable en París y ha mantenido padrinazgos estables en el Partido Socialista francés, como los que se le atribuían ante la ministra de Ecología y Energía, Ségolène Royal. El presidente saliente ha sido una pieza disciplinada de la llamada Françafrique, el siempre turbio orden neocolonial de complicidades, corruptelas y dependencias políticas y económicas existente entre París y sus ex dominios africanos. Desde hace años, ese orden se siente amenazado por la competición y creciente presencia en África de países como China e India, explica el politólogo de origen egipcio-senegalés Aziz Salmone Fall, profesor de la Universidad de Quebec en Montreal (UQAM).
Comenzando por Libia, Sudan, Argelia y Níger, Estados Unidos está desplegando desde el año pasado tropas en 35 países de África, ¿por qué ese nuevo interés imperial por África representado por la división africana del Pentágono, el Africom, creado en 2008 y con centro de mando en Stuttgart, Alemania?, preguntamos a este especialista.
“Los países africanos se ven tentados por nuevos socios comerciales, y en ese contexto el continente comienza a ser escenario de esa estrategia de lucha contra el terrorismo, véase la desestructuración de Libia, mediante la cual nuestros ejércitos son poco a poco controlados por los estados mayores occidentales”.
“Los grupos islamistas apoyados por los países del Golfo han sido utilizados para justificar la presencia de la OTAN en suelo africano, porque los países de la región pueden ahora encontrar ayudas de países fuera de la OCDE, países grandes que la prestan sin condicionalidad, sin la condición de abrazar el consenso de Washington, del Banco Mundial, del FMI, etc. También porque los países estaban a punto de avanzar hacia una mayor unidad, hacia una consolidación de su integración económica y política, gracias a países como Libia, Argelia y Sudáfrica, y eso va contra sus intereses”, dice Salmone Fall.
Este profesor de nacionalidad canadiense anima desde hace años, el “Comité Justicia para Thomas Sankara” y reivindica el panafricanismo de aquél. Desde 1997, el comité ha presionado internacionalmente para que se investiguen las circunstancias del golpe contra Sankara que encumbró a Campaoré en 1987, así como para que se identifique el lugar de su enterramiento en el cementerio de Dagnoen. En 2006 el Comité de Derechos Humanos de la ONU asumió esa petición. Durante el juicio internacional por las masacres de Sierra Leona, los esbirros de Charles Taylor, el presidente de Liberia condenado a cincuenta años por crímenes contra la humanidad, declararon que el golpe contra Sankara fue diseñado por Francia y la CIA.
Sankara, “tenía una idea muy clara de las limitaciones de su revolución, sabía que no podría triunfar aislada y era un internacionalista convencido”, explica el periodista Pedro Canales. “Su táctica era desarrollar la cultura, todo tipo de conocimiento, para evitar que la revolución acabara como tantas otras. Mientras se limitó a Burkina, los franceses le dejaron hacer, pero cuando se lanzó a apoyar a grupos similares al suyo en Costa de Marfil, Togo, Benin y Sierra Leona, las cosas comenzaron a torcerse. París se puso manos a la obra. No se quería asesinar a un presidente con tanto carisma y se organizó de tal manera que lo hicieran los propios burkinabés. Sembraron la cizaña dentro del grupo dirigente y se provocó un golpe de estado”, recuerda el periodista.
La Asamblea Nacional francesa ha ignorado hasta el momento la reclamación de investigación del Comité Justicia para Thomas Sankara, presentada en París en dos ocasiones, el 20 de junio de 2011 y el 5 de octubre de 2012. Tanto el Presidente François Hollande como su ministra de justicia, Christiane Taubira, han ignorado los correos que se les ha hecho llegar, señalan fuentes del comité.
“Thomas Sankara comprendió muy rápido que para salir del agujero había que contar sobre los propios recursos y sobre una autonomía colectiva panafricana”, explica el profesor Salmone Fall. “Dio poder a los campesinos, a las mujeres, a los que hacen funcionar la economía de verdad, y quiso poner a la elite en una lógica patriótica, es decir apartada del enriquecimiento ilimitado y de la corrupción de los fondos públicos. Comprendió la necesidad de crear unas nuevas relaciones con las potencias occidentales, con intercambios equitativos y protección de nuestros mercados interiores. En el fondo no hizo más que poner en práctica las ideas de Patricio Lumumba, Mejdi Ben Barka, Gamal Abdel Nasser y Amilcar Cabral, todos ellos asesinados o combatidos. Por eso fue asesinado”, concluye este experto.
Francia tiene hoy en Uagadugú la principal base de fuerzas especiales de la lucha contra el terrorismo y ha integrado al país en la zona de intervención de la operación “Barkhane”, recuerda la asociación “Survie” en un reciente comunicado dedicado a la crisis en Burkina Faso.
Rafael Poch
La Vanguardia
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