domingo, noviembre 02, 2014

Stalin. Hasta la revolución de Octubre



Se comienza a editar en La Cosecha Anticapitalista, Stalin el sepulturero de la revolución. Se trata de obra ideada en tres volúmenes de unas 400 páginas cada uno. Una primera parte apareció en librerías en una edición Ecoem, un tanto accidentada. Ahora la idea es una edición dividida en diversos momentos cronológicos, de ahí que el primero trate de Stalin. Hasta la revolución de Octubre.
Actualmente, la cuestión del estalinismo y de Stalin es residual en el actual proceso de recomposición de las izquierdas militantes en el Reino de las Españas.
Esta evidencia es la conclusión final de un largo proceso cuya influencia final, es enteramente cuestionada, ahora, incluso los que adoptan ciertos rasgos estalinistas –el mando único como norma de funcionamiento de una estructura partidaria vertical en la que el comunismo es una suerte de religión de Estado-, lo hacen de manera vergonzante. Esta actitud ya se hizo evidente a principios de los años ochenta, cuando el PSUC –el Partido más implantado del comunismo español- se dividió y ambos sectores se acusaban mutuamente de “estalinista” por motivos distintos. Los “eurocomunistas” se lo echaban en cara a los llamado “prosoviéticos” por mantener su apoyo incondicional a la URSS, esto le devolvía el epíteto acusándolos de maniobras burocráticas para impedir el debate. Creo que ambos tenían razón.
Para las nuevas generaciones, el estalinismo puede ser algo casi tan lejano como las guerras púnicas, pero se equivocan. Significó una contrarrevolución dentro de la revolución –de ahí lo de sepulturero-, liderando un aparato formado por la nueva y la nueva antigua burocracia después del agotamiento revolucionario que siguió una guerra civil que acabó destruyendo las estructuras sociales y el movimiento desde abajo que había alumbrado el Octubre de 1917. El estalinismo tuvo su tiempo de ascenso (segunda mitad de los años veinte, primera mitad de los años treinta), de apogeo trágico hasta al menos 1949, año en que la revolución triunfa en Yugoslavia y en China en contra de las órdenes de Stalin. Desde 1953, su crisis se hace irreversible y alcanza su punto final con el desmoronamiento del sistema soviético sin que la clase obrera –la presunta destinataria del “socialismo”- levantara un dedo, más bien lo contrario.
Pepe Cardona dedicó mucho tiempo de trabajo para componer una síntesis apretada de las críticas que desde el marxismo revolucionaria se fueron haciendo al estalinismo desde sus orígenes. Aquí entran los análisis de cada momento histórico, pero también un cuidado repaso de toda y cada una de las polémicas desarrolladas por la Oposición de Izquierdas en sus diversas fases.
Antiguo militante de la LCR de Granada, luego abogado laboralista-, unos cuantos años de trabajo. En este primero, la biografía abarca desde los años de seminario hasta la consagración de la teoría del “socialismo en un solo país”. Sin embargo, en cada apartado, Cardona va estableciendo “incisos” en los que se da cuentas de controversias de primera importancia, algunas tan determinantes como la que rodeó la opción gran rusa del “socialismo en un solo país”, el mismo que la Oposición describió correctamente como “socialismo en ningún otro país”. La razón era muy sencilla: el objetivo de la URSS como “patria socialista” estaba por delante de cualquier otra consideración, por lo tanto, la diplomacia estalinista anteponía sus relaciones dip0lomáticas a cualquier apoyo revolucionario. La revolución que se había justificado como “prólogo” de la revolución internacional, ase había hecho nacionalista. Gran nacionalista en nombre del “internacionalismo proletario”.
Sin embargo, esta evidencia permaneció ocultada para el “comunismo prosoviético” que idealizó los avances de la URSS, por lo menos hasta el apogeo jruscheviano con Breznev y los tanques en Praga, todo cambió. Para ellos, se trataba simplemente de escoger un campo y creían escoger el bueno solamente porque aparecía lejana y desconocido, como la negación del mundo capitalista, de aquel “mundo libre” del que en la España de Franco teníamos buena muestra. Dada la feroz campaña denigratoria llevado a cabo por la derecha y por sus periódicos. Recordemos que la revolución rusa fue denigrada desde el primer día, desde que Lenin atravesó Alemania en el tren que le llevó a la Estación de Finlandia), lo más propio era que toda crítica apareciera como munición enemiga.
Pero hoy los hechos están ahí. El “socialismo en un solo país” atrasado ha significado ante todo, el sacrificio de muchas otras revoluciones desde la china de 1927 hasta el sacrificio del PC indonesio confiado en Sukarno, “amigo” de la URSS y de China, líder tercermundista cuyo ejército acabó asesinando alrededor de medio millón de militantes y simpatizantes comunistas, una página poco conocida que el lector quizás recuerde por la película El año que vivimos peligrosamente. Cardona comienza de entrada con los datos más concluyentes. Así en la contraportada ya se puede leer: “Muerto Stalin, la investigación llevada a cabo por una comisión del Comité Central del PCUS, la Comisión Pospelov, obtuvo documentación acreditativa de que en los años 1937 y 1938 se detuvieron a 1.548.366 personas (algunos historiadores dan una cifra inferir de 1. 1372.329), de las que 681.692 fueron ejecutadas”, Y sigue: “Entre 1939 y 1946 la represión llevada a cabo por Stalin causó seis millones de victimas. En febrero de 1953, Stalin ordenó a Bulganin deportar a Siberia a los judíos…”
Cardona, como todos los que nos hemos criado bajo el franquismo y en sus escuelas, pronto aprendimos el abismo que existía entre los plegarias y los discursos y la realidad. En nombre de la democracia y de los pueblos se provocó una Primera guerra Mundial que acabó siendo antesala de la Segunda…En nombre de la civilización, los imperialismos asolaron pueblos y los condenaron al subdesarrollo y a la dependencia. En nombre del socialismo, la socialdemocracia patriotera hizo la “Gran Guerra”, y no le tembló el pulso a la hora de reprimir a los espartaquistas o sea, a los primeros comunistas alemanes. Internacionalmente, aquí comenzó a “joderse” todo, de manera que mientras peor le iba a la revolución internacional, más esperanzas se depositaban en la URSS como “último baluarte” de un socialismo que no lo era.
De todo ello se habla en esta obra este trabajo del colega Pepe Cardona, fruto de un paciente y considerable esfuerzo por desentrañar la figura de Stalin y del estalinismo.. Se nos ofrece pues un pormenorizado análisis sobre capítulos históricos tan importantes como el cisma socialdemócrata, la evolución del bolchevismo, la revolución de 1905, hasta llegar al capítulo final, la de las purgas enloquecidas que antecedieron y rodearon la muerte del “Padre de los Pueblos” que había acabado como el más odiado de los zares..
Esta es seguramente la contribución hispana más elaborado sobre un personaje central del “siglo corto” que habla Eric J. Hobsbawn, y que finamente se ha quedado casi sin defensores, y los que existen están completamente a la defensiva. Cardona amplia la extensa contribución marxista ya existente en la que podemos contabilizar títulos tan importantes como Comunistas contra Stalin (Ed. Sepha, Málaga, 2008), obra-testamento de Pierre Broué. El título estaba indudablemente tomado de otro, Los bolcheviques contra Stalin, que se editó en varias lenguas y que recogía diversas aportaciones oposicionistas, entre ellas la muy excelente de Christian Rakovski, "Los peligros profesionales del poder", también conocida como la Carta a Valentinov, un texto luminoso que dejaba constancia de la capacidad crítica del pequeño partido de la revolución cuyos componentes acabarían exterminados…
Para operar semejante transformación, tuvo que transcurrir una compleja historia que comienza con las propias limitaciones objetivas de la revolución. En 1917, ningún marxista creía que en la atrasada Rusia existieran las precondiciones materiales para emprender el camino hacia el socialismo; antes tendría que desarrollarse la revolución democrática de signo burgués…Pero dado que la burguesía temía más a la clase obrera que al zarismo, los bolcheviques asumieron la responsabilidad de una revolución democrática (reforma agraria, derecho de autodeterminación, paz unilateral, etc.), pero en nombre de la clase obrera en unión con el campesinado…No era la revolución socialista, sino la ruptura del eslabón más débil del imperialismo, un primer paso que prologaba la revolución social europea que se veía venir, pero que fracaso en un primer momento (1918-1923), en un tiempo en el que la Internacional Comunista apostó fuerte por dicha extensión.
No solamente se atrasó la revolución europea, también Rusia sufrió una guerra nacional-internacional que sí bien acabó en victoria dejo al país literalmente al borde del abismo…En estas condiciones, sobre la base de un atraso brutal, de la destrucción de la vanguardia obrera, y del sacrificio del partido de la revolución, surgieron dos opciones, la que representaba el último Lenin, profundamente autocrítica que apuntaba contra un “aparato burocrático” que había ido creciendo (sobre la base de unas tradiciones de siglos), y la que representaba el más nacional de los bolchevique, Stalin, alguien que no había tenido especial relevancia hasta entonces pero cuya capacidad en los pasillos del poder se ostro especialmente adaptada a las nuevas circunstancias. El balance está ahí, una historia de desastres que culmina con la “caída” del “socialismo rea” que en ese momento sufría tal desprestigio que su caída no suscitó la menor resistencia social.
Obligado a cabalgar el tigre del atraso con métodos zaristas pintados de rojo, Stalin lideró una revolución industrial bajo unos esquemas organizativos que han sido definido como “faraónicos” (lo cual no es muy correcto), establecer un sistema de terror ilimitado, sacrificar el Komintern para sus propias exigencias diplomáticas, y reescribir la Historia para caberla a su medida. Tanto es así, que toda oposición quedó catalogada como expresión de una “quinta columna” hasta un tiempo que antecede a la propia revolución, al decir de Nikolai Bujarin, una absurdidad no inferior a la que hubiese sido atribuir a Nicolás II el liderazgo de la revolución de Octubre. El lector podrá encontrar una investigación rigurosa y razonablemente objetiva en el libro de Moshe Lewin, El siglo soviético (Crítica, 2007), obra escrita muy especialmente para desmontar y ridiculizar todos los “libros negros” del neoliberalismo, libros cuya influencia se puede percibir, no ya en la prensa de derecha, también entre los “expertos” en sovietología de El País como el antiguo carrillista Antonio Elorza, quien pone a Lenin a la altura de Stalin (y de Hitler), aunque al misma tiempo tiene la más alta estimación por la política rusa en la guerra civil española.,,Un tema que merece un capítulo aparte.
La escuela anticomunista pudo ganar la guerra cultural gracias a su neta superioridad económica, pero también por la propia desintegración de los partidos comunistas burocratizados, de los que actualmente quedan los restos de un naufragio que acabó siéndolo de todas las izquierdas.
Estamos hablando de la penúltima guerra cultural, es por eso que resulta tan importante recordar al detalle que también hubo un comunismo democrático, radicalmente antiestalinista, el mismo que hoy nos permite comprender la verdad sobre aquel tremendo fracaso.

Pepe Cardona

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