El 1° de abril de 1939, el último parte de guerra confirmaba la victoria de Franco en la guerra civil española, tres años después de su comienzo.
Sin embargo, el proceso revolucionario ya había sido clausurado dos años antes en la retaguardia republicana con la derrota de su vanguardia en Barcelona en 1937. Franco no tenía enfrente una revolución a la que aplastar. Esa tarea ya la había cumplido el Frente Popular (frente de conciliación de clases). El triunfo de la revolución por la que luchaban los trabajadores, los campesinos y el pueblo español hubiera impulsado la revolución en Europa. Por el contrario, la política impulsada por el estalinismo en alianza con la burguesía republicana española (al igual que sucedió en 1938 en Francia) , dio pie a que la burguesía imperialista impusiera la Segunda Guerra Mundial, que comenzó apenas 5 meses después.
Reproducimos un artículo publicado en el volumen 7 de las Obras Escogidas de León Trotsky escrito pocos días después de que el ejército franquista entrara en Barcelona.
La tragedia de España
30 de enero de 1939
“Uno de los capítulos más trágicos de la historia moderna se acerca en estos momentos a su fin. Del lado de Franco no hay ni ejército poderoso ni apoyo popular. Solo hay propietarios rapaces dispuestos a ahogar en sangre a las tres cuartas partes de la población, nada más que para mantener su dominación sobre el otro cuarto. Pero esta ferocidad no habría sido suficiente para asegurar su victoria sobre el heroico proletariado español. Franco necesitaba una ayuda procedente del lado opuesto del frente. Y la ha obtenido. Su principal ayuda ha sido, y es todavía, Stalin, el sepulturero del Partido Bolchevique y de la revolución proletaria. La caída de Barcelona, la gran capital proletaria, es el precio directo de las masacres del proletariado de Barcelona en mayo de 1937.
Por muy insignificante que sea Franco en sí mismo, por muy mezquinas que puedan ser sus camarillas de aventureros, de gente sin honor, sin conciencia ni talento militar, la gran superioridad de Franco consiste, a pesar de todo, en poseer un programa claro y definido: salvaguardar y estabilizar la propiedad capitalista, el poder de los explotadores y el dominio de la Iglesia, y restaurar la monarquía.
Las clases poseedoras de todos los países capitalistas, tanto de los países fascistas como de los países democráticos, se han puesto, como es lógico, del lado de Franco.
La burguesía española se ha pasado enteramente al bando de Franco. A la cabeza del bando republicano se han quedado los escuderos “democráticos”, despedidos por la burguesía. Estos señores no podían desertar y pasarse del lado fascista, ya que las fuentes mismas de sus ingresos y de su influencia residen en las instituciones de la democracia burguesa que necesita –o necesitaba– para su normal funcionamiento, juristas, diputados, periodistas, en una palabra, campeones democráticos del capitalismo. Todo el programa de Azaña y Cía. no representaba más que la nostalgia de los días pasados y constituía una base muy inadecuada.
El Frente Popular ha recurrido a la demagogia y a las ilusiones para arrastrar a las masas tras él. Ha conseguido hacerlo durante cierto tiempo. Las masas que habían asegurado todos los éxitos anteriores de la revolución seguían creyendo todavía que la revolución iba a llegar a su conclusión lógica, es decir, a la inversión de las relaciones de propiedad y a la entrega de las tierras a los campesinos y de las fábricas a los obreros.
La fuerza dinámica de la revolución consistía, precisamente, en estas esperanzas de las masas en un porvenir mejor. Pero los caballeros republicanos han hecho lo que estaba a su alcance para pisotear, mancillar e incluso ahogar en sangre las más anheladas esperanzas de las masas oprimidas. El resultado –lo hemos podido ver en el curso de los dos últimos años– ha sido una desconfianza y un odio creciente de los campesinos y obreros hacia las pandillas republicanas.
La desesperación o una triste indiferencia han sustituido gradualmente el entusiasmo revolucionario y el espíritu de sacrificio. Las masas han dado la espalda a los que les habían engañado o pisoteado. Esta es la principal causa de la derrota de las tropas republicanas. El instigador de los engaños y de la masacre de los obreros revolucionarios españoles es Stalin. La derrota de la revolución española es una nueva mancha indeleble de infamia sobre la banda del Kremlin, cargada ya de tantos crímenes.
El aplastamiento de Barcelona asesta un golpe terrible al proletariado mundial, pero también le enseña una gran lección. El mecanismo del Frente Popular español, como sistema organizado de engaño y traición a las masas explotadas, ha quedado completamente al descubierto.
La consigna “defensa de la democracia” ha revelado, una vez más, su esencia reaccionaria y al mismo tiempo su carácter vacío. Los obreros desean liberarse de la explotación. He aquí los auténticos objetivos de las clases fundamentales de la sociedad moderna. Las miserables camarillas de intermediarios pequeñoburgueses que habían perdido la confianza y los subsidios de la burguesía han querido salvaguardar el pasado sin hacer ninguna concesión al futuro. Bajo la etiqueta del Frente Popular, han fundado una sociedad anónima. Bajo la dirección de Stalin, han conocido la más terrible de las derrotas, cuando todas las condiciones previas para la victoria estaban al alcance de la mano. El proletariado español ha dado brillantes pruebas de una extraordinaria capacidad de iniciativa y de heroísmo revolucionario.
La revolución ha sido conducida al desastre por unos “jefes” despreciables y absolutamente corrompidos. La caída de Barcelona ilustra, ante todo, la de la II y III Internacionales, así como la de los anarquistas, todos podridos hasta la médula. ¡Trabajadores, adelante por una nueva vía! ¡Adelante por la vía de la revolución socialista internacional!”
León Trotsky
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