El plan impuesto por las instituciones de la UE al pueblo griego es injusto e ineficaz. Su objetivo explícito es asegurar el pago de la deuda pública (la mayor parte, ilegítima) a los acreedores financieros e institucionales. Sus consecuencias directas son el agravamiento de las condiciones económicas y los derechos sociolaborales del pueblo griego, imponiendo una mayor dependencia y subordinación económica sin garantía de recuperación a medio plazo. El poder establecido europeo ha demostrado su determinación antisocial y autoritaria, así como su desprecio a una Europa más democrática y solidaria.
La interpretación de las élites europeas dominantes y la mayoría de medios, con gran cinismo, es que el gobierno de Syriza ha dado la espalda a su pueblo, ha traicionado sus compromisos electorales y se ha convertido a la política de austeridad. La experiencia griega habría sido una breve ilusión sobre la posibilidad de una estrategia democrática y social diferente a la liberal conservadora dominante. Se confirmaría el mantra posibilista de que ante ese impresionante bloque de poder institucional y financiero no hay alternativa, ni margen de maniobra para explorar otra política. La salida inevitable a la crisis sistémica sería el retroceso de condiciones y derechos sociales y democráticos para las capas populares, especialmente de los países del sur, en una Europa más autoritaria con hegemonía conservadora. Así, celebran la vuelta al redil de Tsipras.
Según críticas también por su izquierda o desde el nacionalismo, Syriza habría abandonado a las capas populares y su compromiso de desafío frente a la Troika. Seguiría la senda de la socialdemocracia, abanderada en esta crisis de los planes de ajuste y recortes sociales y la prepotencia institucional. La izquierda alternativa y unitaria europea, particularmente Syriza y Podemos, verían cerrada su oportunidad para promover el cambio sustancial de las políticas económicas y el marco institucional. En el mejor de los casos, deberían adaptarse a un papel de acompañantes (algo críticos) de la gestión de la socialdemocracia en su colaboración (con solo algunos matices) con las derechas europeas.
Por tanto, son pertinentes varios el interrogantes. En la encrucijada en que los poderes europeos han colocado al gobierno de Syriza: ¿hay una capitulación estratégica?; ¿cuál es el contexto y el sentido de su acuerdo?; ¿qué relación tiene con su proyecto transformador?; ¿va a conseguir suficiente cohesión social y política de las fuerzas progresistas y de izquierda para continuar a medio plazo con la resistencia contra la austeridad y por la democracia y la solidaridad europea?. Sus respuestas son fundamentales para una perspectiva transformadora. Veamos algunos hechos relevantes.
El gobierno de Syriza ha acatado el plan, aun considerándolo negativo, bajo la amenaza de la expulsión del euro (y la eurozona) con riesgos de mayor desarticulación económica y sufrimiento popular. El consentimiento gubernamental es a un mal menor, dentro de una situación extrema y con un enfoque trágico (ver “La tragedia griega”, en este periódico, 21 de julio).
El plan ha recibido el apoyo de una amplia mayoría parlamentaria. Al grueso de Syriza (110 diputados a favor, 32 en contra, 6 abstenciones y 1 ausente), partidario del NO en el reciente referéndum (62%), se ha sumado la oposición perdedora del referéndum (la derecha de Nueva Democracia, el socialista PASOK y el centrista-liberal To Potámi), defensora del SI (38%). En la votación de la segunda parte del plan, el día 22 de julio, tres diputados de Syriza cambian de posición y aprueban las nuevas medidas, entre ellos el exministro de Finanzas, Varoufakis. Según sus declaraciones pretende contribuir a la unidad de Syriza pues así el Gobierno griego logrará “ganar tiempo para organizar una mejor resistencia al autoritarismo”. Todo ello a pesar de su valoración sobre algunos errores importantes dentro del proceso de negociación.
Aun así, es grave la fractura de la quinta parte de diputados de esta formación, opuestos al acuerdo; su reducción o su ampliación, junto con la base social que representa, y la conformación de un nuevo consenso interno, van a influir en el reforzamiento o no de la izquierda griega y su capacidad para articular este proceso, más si se producen unas elecciones anticipadas.
No obstante, hasta ahora, la mayoría de la sociedad griega se muestra comprensible con el gobierno de Syriza. Según un sondeo publicado el sábado 18 de julio en el diario griego de izquierdas Efimerida ton syntakton, el 70% de los griegos avala un acuerdo con la UE aunque implique medidas duras; por el contrario, solo el 24% de los encuestados prefiere la salida del euro. Por otra parte, el apoyo social al gobierno de Syriza, a pesar de sus concesiones (que admiten ellos mismos y reconoce el 83% de la población), se ha incrementado ligeramente. No se ha producido un descenso de su legitimidad, sino que ha aumentado su intención de voto hasta el 42,5% (más de seis puntos, desde el 36,3% de las elecciones de enero). En el caso de elecciones anticipadas en este momento alcanzaría mayoría absoluta con 164 escaños de 300 (frente a los 149 actuales). Pero, además, la conservadora Nueva Derecha se queda en la mitad de votos (21,5%), cayendo más de seis puntos (desde el 27,8%), y el PASOK que había obtenido un 4,6% no levanta cabeza.
Ante el nuevo plan del Consejo Europeo los posicionamientos políticos han variado respecto al alineamiento en el reciente referéndum. Por una parte, se ha abierto una grieta en la izquierda gobernante, Syriza, y su base de apoyo. Por otra parte, aparece una posición común con los partidos perdedores en la consulta, que defendían y defienden la estrategia europea de austeridad y representan al poder establecido y el consenso liberal-conservador y socialdemócrata europeo. Sin embargo, esa unidad es relativa. Los motivos del apoyo al acuerdo impuesto de las dos partes enfrentadas hasta el reciente referéndum y, sobre todo, la valoración del mismo y su vinculación con una estrategia global son muy diferentes.
Como se ha avanzado, el primer ministro Tsipras reconoce que este plan es regresivo y no soluciona, sino que puede agravar, los problemas estructurales de la economía y la sociedad griegas. Syriza ha movilizado todas sus capacidades sociales, políticas e institucionales contra los planes de austeridad, incluida la última batalla del referéndum. Pero la afirmación democrática de toda una sociedad y su soberanía nacional no han podido impedir la imposición de las instituciones europeas. El pueblo griego ha dado una gran prueba de dignidad y democracia. Con su rotundo rechazo al plan del Eurogrupo han desenmascarado el carácter autoritario y antisocial de las élites europeas dominantes. Además, ha generado unas condiciones políticas, una mayoría social contra la austeridad y la imposición europea y una fuerte legitimidad del Gobierno de Syriza, que permiten frenar la dinámica destructiva, económica y política, de la nueva Troika. Esa tregua era imprescindible para recomponer fuerzas, dinámicas y condiciones más ventajosas para la mayoría del pueblo griego.
Ante esos límites propios para vencer al bloque encabezado por Merkel, la aceptación del acuerdo posterior era conveniente para obtener esa mínima estabilidad económica, mantener la hegemonía de la izquierda griega en este proceso y apostar, con tiempo, por la activación de las fuerzas progresistas europeas tras otro modelo más social e integrador. Se trata de frenar el aislamiento total y poder continuar con la perspectiva estratégica de derrotar el austericidio y la prepotencia del bloque liberal-conservador. La salida del euro y la eurozona, impuesta por la UE, según pretensiones alemanas, agravaba esos problemas y no suponía una alternativa realista, en las actuales condiciones económicas, sociales y políticas. Tampoco era solución una salida voluntaria y no pactada, según las opciones de algunos sectores griegos, de izquierda, nacionalistas o de derecha. Precisamente, lo que se ha visto como dificultad inmediata para vencer al bloque de los poderosos son los límites de la soberanía nacional, incluso habiendo movilizado todos los resortes políticos, y la poca capacidad autónoma de un Estado débil en lo económico, aislado en lo institucional y muy dependiente financieramente.
Como bien admite ahora Varoufakis lo que ha hecho el gobierno de Syriza es un repliegue necesario para organizar la resistencia popular contra esa imposición antisocial. Es decir, la aceptación gubernamental de esas medidas no implica asumir la estrategia europea dominante, a diferencia de los otros tres partidos de la oposición que han apoyado el plan. No hay un discurso embellecedor del acuerdo, ni una capitulación estratégica, para convertirse en meros gestores de los recortes sociales impuestos. Por el contrario, Syriza mantiene la determinación de seguir oponiéndose a esa dinámica y sus consecuencias y posibilitar un cambio del equilibrio de poder en el marco europeo, sumando fuerzas progresistas. En ese sentido, la actuación y la estrategia de Syriza es muy distinta a la del PASOK (y del PSOE de Zapatero en su día) de acatar, gestionar y legitimar esa política europea liberal conservadora.
La socialdemocracia europea ha estado comandada por el SPD alemán, a la vanguardia en la exigencia de sacrificios al pueblo griego. Particularmente su gestión gubernamental en los países del sur, incluyendo la Italia de Renzi y la Francia de Hollande, ha sido incapaz de diseñar y llevar a cabo una política alternativa a la del grupo de poder representado por Merkel y el gobierno alemán de coalición. No significa solo impotencia para elaborar un discurso progresista diferenciado con suficiente credibilidad pública y sin quedarse en algunos gestos retóricos distintos. Demuestra falta de voluntad para oponerse a la orientación política y económica impuesta por el bloque liberal conservador y el poder financiero. Supone no distanciarse críticamente del actual poder establecido y sus políticas antipopulares y autoritarias. Explica su abandono de una estrategia, una actuación política y de alianzas que apueste por un cambio sustancial en la construcción social, solidaria y democrática de la UE. Esa falta de oposición práctica, programática y discursiva de los partidos socialistas respecto de las derechas hegemónicas les condena a una posición subordinada. Así no pueden encabezar la indignación cívica y la resistencia popular contra la austeridad y por la solidaridad y la democracia. En la encrucijada europea no constituyen una alternativa y están sometidos a una crisis permanente de identidad respecto de las derechas y el poder económico.
En definitiva, Tsipras y el grupo dirigente de Syriza tienen el reto de desarrollar, en condiciones más difíciles, una estrategia alternativa para Grecia. Su orientación es desacreditar los planes de recortes sociales y la prepotencia de las instituciones de la UE, dentro y fuera de su país, y permitir una reorientación de la política socioeconómica y la construcción europea. Es una tarea compartida con las fuerzas progresistas, especialmente en el sur europeo. En particular supone un desafío para Podemos y la dinámica popular en España para conseguir el cambio político y afrontar con determinación un nuevo horizonte frente a la hegemonía conservadora. En la actual encrucijada europea la opción estratégica más realista y justa sigue siendo la derrota de la austeridad y el avance hacia una Europa más social, democrática e integradora.
Antonio Antón. Profesor honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid
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