Hace unos días murió Delmer Berg, quien era el último superviviente de los voluntarios norteamericanos que fueron a España para combatir al fascismo. La noticia de su muerte fue recogida en el New York Times calificándolo de “comunista recalcitrante”, dejando así constancia, inadvertidamente, de que las ideas por las que Delmer Berg luchó durante toda su vida siguen inquietando a los portavoces del capitalismo de nuestros días. Berg fue uno más de los combatientes de la XV Brigada Internacional, también llamada Brigada Abraham Lincoln.
Delmer Berg era hijo de una emigrante alemana y de un descendiente de rusos, emigrados a Estados Unidos. Había nacido en 1915, en Anaheim, en el condado de Orange, California, y atravesó la Gran Depresión como un adolescente pobre que tuvo que abandonar la escuela a la que asistía en Manteca, California, y, después, como uno más de los trabajadores que eran aplastados por la crisis del capitalismo norteamericano, pugnando con su familia por salir adelante, en cualquier ocupación, y, después, trabajando como lavaplatos en hoteles de Los Ángeles, en el famoso Roosevelt Hotel del Hollywood Boulevard, en Hollywood.
En Los Ángeles entró en contacto con las asociaciones y comités que impulsaban la solidaridad con la Segunda república española, cuya resistencia frente a los militares fascistas ayudados por Hitler y Mussolini contribuyó en gran medida a abrir los ojos del mundo ante el peligro de los estandartes nazis del odio. Berg se incorporó a la Young Communist League (Liga de Jóvenes Comunistas) que reclutaba voluntarios para defender la libertad, y, en 1938, tomó la decisión de viajar a España para combatir al fascismo. Atravesó en autobús el país para llegar a Nueva York, se embarcó en el crucero Champlain para alcanzar Francia, llegó a París, y después a la frontera con España, y la atravesó, el 15 de enero de 1938, gracias a las redes de contrabandistas. Recaló por fin en Barcelona, incorporándose a la Brigada Abraham Lincoln, la unidad de las Brigadas Internacionales que agrupaba a los combatientes antifascistas norteamericanos: casi tres mil estadounidenses llegaron entonces a España a luchar por la libertad. En Barcelona, Berg trabajó en instalaciones y puestos de artillería en las afueras de la ciudad. Después, estuvo en Teruel, en Valencia, y en la batalla del Ebro, y, herido, volvió a su país, el 4 de febrero de 1939, un año después de su llegada, estremecido, mientras en España transcurrían los días tristes del éxodo bíblico de los centenares de miles de republicanos españoles que pugnaban por alcanzar la frontera francesa, mientras la aviación fascista ametrallaba las columnas de refugiados.
Delmer Berg combatió también durante la II Guerra Mundial, en el océano Pacífico, donde fue destinado a las unidades de Nueva Guinea, y, a su retorno, tuvo que soportar la persecución y el odio anticomunista con que la caza de brujas del mccarthysmo gangrenó la vida del país. Desde su vuelta a Estados Unidos, y durante toda su vida, siguió empeñado en la defensa de la libertad, en la militancia del recuerdo antifascista, en el sostén de las causas justas, en las palabras del socialismo. Era militante del Partido Comunista norteamericano, el CPUSA, desde la guerra mundial, y, cuando el conflicto terminó, trabajó como obrero agrícola, siendo también perseguido, despedido de los trabajos que conseguía, mientras seguía anudando las redes sindicales de solidaridad obrera, resistiendo los golpes, alimentando la rebeldía. Con el aliento del FBI en la nuca, Berg siguió combatiendo por los derechos de los trabajadores, militando en los sindicatos campesinos, impulsando la ayuda al pueblo vietnamita en los años de los siniestros bombardeos norteamericanos sobre Vietnam y sobre toda Indochina, colaborando en los movimientos por la paz y el desarme. Porque Delmer Berg, siempre estuvo a la izquierda, con los trabajadores.
Volvió tres veces a España, para asistir a encuentros de conmemoración de las Brigadas Internacionales, emocionándose con el afecto que le mostraban los jóvenes, con las canciones que recordaban la guerra contra el fascismo: “pero nada pueden bombas, cuando sobra corazón, ay, Carmela”. En su última entrevista, en mayo de 2015, Berg sonreía: “Nunca pensé que sería el último superviviente”, tan lejanos ya los años en que el aire le traía el desamparo de la república española: “en los frentes de Gandesa no tenemos municiones, ni tanques, ni cañones, ay, Carmela”.
Murió hace unos días, con cien años cumplidos, en la casa que había construido con sus propias manos, conservando todavía en su cuerpo restos de la metralla fascista que le abrasó el pecho en España. Fue el último superviviente de la Brigada Lincoln, de aquellos hombres valerosos y admirables que cantaban “sólo es nuestro deseo acabar con el fascismo, ay, Carmela”; y dicen que pasaba las horas de sus últimos días en el porche de su casa californiana, tomando el sol, evocando sus años de militante de causas justas, susurrando las canciones de la XV Brigada, reparando en las palabras que pronunció uno de sus nietos al graduarse (‘My grandfather is my inspiration. He’s a Communist!’), porque siempre fue comunista; recordando los días luminosos en que fue a España a combatir por el socialismo y la libertad.
Higinio Polo
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