La “naturaleza” de una época , llena de luchas y sueños, deseos y esperanzas de cambio (revolucionario). Como el espíritu “del sesenta y ocho” y “los setenta”, que animó las acciones de entonces. Y la respuesta, violenta, contrarrevolucionaria, de los militares y civiles cómplices del poder de turno. Hemos visto, hemos leído sobre la guerra en la historia, la cárcel, los campos de concentración, las dictaduras, en las intensas obras de Costa-Gavras, Primo Levi, Victor Serge y Jorge Semprún, por ejemplo. Y en la literatura argentina. (Y en la dramaturgia: ahí está la galería de torturadores que surge de varias obras de “Tato” Pavlovsky.)
Una novela, publicada a mediados de 1976, comenzaba con un breve preludio, pensando en cada nuevo nacimiento de un ser humano; ubicando, como proponía Sartre, a cada individuo “en situación”. “El nuevo ser”, dice la novela, “¡qué maravilla! Y la pregunta: ¿será torturado o torturador? Nacen juntos, gritan al mismo tiempo. Después, el grito sólo será de uno, ¡qué maravilla!”. Es el comienzo de Ganarse la muerte, de Griselda Gambaro.
La dictadura militar argentina, instalada en el poder del Estado tras el golpe del 24 de marzo de 1976, necesitaba, además de las torturas, matanzas, robos y toda clase de crímenes –para imponer y llevar adelante los planes económicos de la burguesía “nacional” y el imperialismo–, un “sistema cultural” donde nada se cuestionara o criticara, donde ningún “elemento subversivo” pudiera “infiltrar” en la sociedad ideas contrarias a la ideología castrense: dios-familia-propiedad, o dios-patria-hogar (o alguna otra variante similar). Estos castradores y asesinos de 30.000 compañeros y compañeras también desarrollaron un régimen de control, persecución y censura contra los libros y autores, sobre las revistas, y en todo el sistema educativo. Son conocidos los casos de censuras, prohibiciones, listas y quemas de libros: están las fotos, algunas imágenes filmadas, notas periodísticas, y se han venido publicando los últimos años nuevas investigaciones al respecto: por ejemplo en los volúmenes Biblioclastía (Eudeba, 2008) y Libros que muerden (Ediciones BN, 2013), este último dedicado a lo que fue la censura en las publicaciones infantiles y juveniles. Ahora, al cumplirse 40 años de su primera aparición, Ganarse la muerte, novela de la escritora y dramaturga Griselda Gambaro, fue nuevamente publicada, por la editorial El cuenco de plata, con un apéndice con los documentos de censura de la dictadura.
Censurada y prohibida al año siguiente de su publicación, Gambaro finalmente tuvo –como tantos otros escritores, artistas e intelectuales– que marchar al exilio. ¿Qué había, qué decía o tenía esta novela para irritar a los militares y a los censores? Entre otras cosas, violencia. La misma violencia que ejercían los militares, las policías y demás bandas y “grupos de tareas” en la realidad, sobre la sociedad, la dictadura pretendía mantenerla invisible, inexistente, en el terreno cultural y artístico, de la imaginación y los imaginarios. El libro de Gambaro relata la historia de una adolescente que queda huérfana repentinamente, y debe pasar por un “hogar para niños” y otras instituciones como el matrimonio y una nueva familia, instancias todas en las que se encuentra con abusos y sufrimientos.
Con una particular mezcla de crueldad y “absurdismo”, la historia, cruenta por momentos, y con toques de humor (negro), incluye la figura de un militar que se muere en un ágape por un sándwich –que come “marcialmente”, “de un bocado”, y que le cae “como una bomba en el estómago”–, al grito de “¡Viva la patria!”. (El cuerpo del militar, además, en un momento de desbandada general, será pisado sin mayores miramientos por el resto de la concurrencia.) Esta y otras escenas, de sadismo y padecimientos, fueron objeto de la lectura y el análisis militar, y puestas en la picota por un informe de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE). Niños sufriendo por el tándem autoridad/crueldad fueron tomados como “lesiones” al “principio de autoridad” y a “la mujer” (“y a todo lo que ella representa”); como un ataque a “los valores fundamentales en la sociedad”.
Calificada de “obra altamente destructiva de los valores”, y más por “haber sido realizada con maestría”, el informe para la SIDE lo firma el teniente coronel (retirado) Jorge E. Méndez. Finalmente, el Decreto 1101, fechado el 26 de abril de 1977, tendrá el clásico “visto y considerando” (“Que uno de los objetivos básicos fijados por la Junta Militar en el acta del 24 de marzo de 1976, es el de restablecer la vigencia de los valores de la moral cristiana, de la tradición nacional y de la dignidad del ser argentino”; “Que del análisis del libro Ganarse la muerte de Griselda Gambaro, surge una posición nihilista frente a la moral, a la familia, al ser humano y a la sociedad que éste compone”), y proclamará la prohibición: la “distribución, venta y circulación, en todo el territorio nacional, del libro Ganarse la muerte [...] editado por Ediciones de la Flor”; “secuéstrense los ejemplares correspondientes”. El decreto lleva la firma de Albano Harguindeguy, fallecido en 2012 (procesado aunque sin condena, con prisión preventiva domiciliaria por crímenes de lesa humanidad), titular del Ministerio del interior, quien también firmó gran cantidad de decretos de idéntico tono y “argumentación” contra muchos otros libros.
En conversación con Alberto Catena en el libro La flecha y la luciérnaga (Capital intelectual, 2011), Gambaro explicó los motivos de su exilio: “Prohibición de libros hubo siempre, pero en este caso, en la dictadura tomaba otro sesgo. La proliferación de bandas represivas con un accionar autónomo amenazaba a cualquiera señalado por un motivo u otro, no necesariamente referido a la guerrilla, bastaba con figurar en la agenda de un secuestrado, una actividad solidaria barrial o gremial, una libre tarea educativa, la publicación de ciertos libros, la prohibición de otros… En mi caso, no se concretó una amenaza latente, pero se cortaron los lazos de comunicación con mi público y lectores, no podía estrenar ni publicar”.
Novela oscura, tétrica, donde “los hechos desmienten las palabras y viceversa”, según dijo la misma autora, Ganarse la muerte merece ser nuevamente leída. Un libro que –como otros– “se ganó” la censura, y que sin embargo, pese a todo, forma parte de un gran cuerpo de obras literarias que fueron apareciendo, dentro y fuera de la Argentina, entre los años 1976 y 1983. (Dijo al respecto Gambaro: “Fueron años muy difíciles y mejor que tengamos despierta la memoria, sobre todo por lo que esos años tienen que ver con el presente”. “Estoy pensando en el secuestro y la desaparición de Julio López, testigo en el juicio al comisario Etchecolatz, un hecho muy grave cuyo esclarecimiento la sociedad reclama poco, o acciones bastante frecuentes en esferas sindicales, policiales, económicas, conectadas con un proceder mafioso que raramente se investiga a fondo”.) Ganarse la muerte estaba “a tono” con la época negra que se venía insinuando. Y si la famosa afirmación de Walter Benjamin acerca de la barbarie que puede informar todo documento de cultura puede pensarse con este libro, también contamos, aquí, con un documento “extra”, el que directamente produce la barbarie: el informe de la SIDE y el decreto militar de prohibición.
Demian Paredes
La Izquierda Diario
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